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23.02.2008

La experiencia del nosotros

1. Espai en Blanc es el nombre de un proyecto que nació en Barcelona en 2002 con el objetivo, como dijimos entonces, de “hacer de nuevo apasionante el pensamiento”. Apasionante quiere decir que nos vaya la vida en ello y eso ocurre cuando el pensamiento se hace colectivo, afecta nuestra propia manera de vivir y se alza como un desafío a las obviedades sobre las que se asienta nuestra realidad. Un proyecto como éste no podía tener como objetivo la mera producción de un discurso crítico frente al mundo. Desde un inicio nos planteamos la necesidad de experimentar con las condiciones de esta producción: los lugares, relaciones y herramientas de su creación, comunicación, pedagogía e intervención. No sólo queríamos constituir un autor colectivo, sino poner en marcha una verdadera máquina de pensar. Un dispositivo que, alterando los mapas reconocibles de la producción teórica, produjera una nueva politización del pensamiento. La crisis de las formas tradicionales de militancia y de organización políticas han invalidado la vieja idea de que la politización pasa por la conciencia y por la transmisión de un discurso verdadero. En el mundo global todo está a la vista (la injusticia, la mentira, la crueldad, la explotación, etc) y no pasa nada. Desvelar y denunciar tiene valor en el plano de la información pero no en el de la transformación social. El presupuesto ilustrado de la iluminación de las conciencias, retomado después por el movimiento obrero como conciencia de clase, ha perdido así su potencial subversivo. ¿En qué consiste entonces producir un pensamiento crítico y compartirlo? ¿Cómo se dan hoy la transmisión y la formación políticas? Desde estas preguntas, asumidas como problemas propios, Espai en Blanc ha llevado a cabo proyectos muy diversos: entre otros, las Jornadas sobre el estado-guerra (septiembre 2002), la carpeta Programas de subversión (Revista Archipiélago nº53), el Informe Barcelona 2004: el fascismo postmoderno (Ed.Bellaterra 2004), la colaboración con la película El taxista ful (Jo Sol, 2005), la investigación Las luchas autónomas en España (en curso) o la edición de la revista Espai en Blanc de “materiales para la subversión de la vida” que empieza a salir en octubre de 2006. Todos ellos son experiencias de un pensamiento en situación, ligado a nuestras propias prácticas, a los colectivos de los que formamos parte. Son prácticas de autointerrogación, en las que no es posible separar de manera clara el sujeto y el objeto del discurso. Pensar es pensarnos. Abordar el problema del mundo es inscribirnos en él de manera conjunta. El mundo es lo que la globalización nos ha robado. Lo ha puesto enfrente de nosotros como espejo de la impotencia por la que nos vemos reducidos a meros espectadores, consumidores o víctimas. Desde esta triple condición, la crítica se neutraliza en tres formas esterilizadoras del discurso: la estética (juego de posiciones), la moral (juicio) o la psicología (bienestar-malestar). Las tres nos dejan frente al mundo, en una relación despolitizada con él. Politizar el pensamiento significa entonces reapropiarnos del mundo. Dicho de otra manera: aprender a ver el mundo que hay entre nosotros. ¿Qué pedagogía puede ser hoy más urgente que ésta?

2. Este planteamiento es que el que nos condujo a convocar unos encuentros que, bajo el título “La tierra de nadie en la red de los nombres”, tuvieron lugar entre enero y mayo de 2006. Esta iniciativa es una muestra de cómo el pensamiento crítico se produce entre nosotros, es decir, que la elaboración de un pensamiento crítico pasa por romper la jerarquía pensador-audiencia para constituir un nosotros pensante, una palabra colectiva capaz de avanzar en los problemas que verdaderamente lo son. Por eso en este escrito nos centraremos en esta experiencia y en lo que puede aportar a una reflexión sobre los retos actuales de una educación abierta. A lo largo de cinco meses, Espai en Blanc convocó un encuentro cada último jueves de mes en un local-bar (concretamente, en el bar Horiginal de Barcelona). Cada encuentro planteaba una problemática (El malestar social, El civismo contra la política, El espacio fronterizo, La experiencia del nosotros y Tomar la palabra) y partía de una serie de preguntas y de materiales que eran lanzados a través de un blog. Acudía quien quería: sin conferenciantes anunciados, sin mesa de coordinación, sin turnos de palabra ni de réplica. A lo largo de cinco meses, más de cien personas, en gran parte desconocidas entre sí, se estuvieron encontrando para pensar juntas. Esta autoconvocatoria anónima abrió un espacio de politización de la palabra y de la propia vida. ¿Cuáles son las claves de esta experiencia y por qué podemos considerarla formativa y transformadora a la vez? Nuestra valoración es que con estos encuentros conseguimos empezar a romper las dinámicas a través de las cuales queda neutralizado el pensamiento crítico. Y lo hicimos en dos aspectos principales: por un lado, hacer del acontecimiento colectivo una autoconvocatoria y por otro, pasar de enunciar la crítica a encarnar la crítica. Vale la pena entrar más a fondo en estas dos cuestiones para reflexionar sobre las posibilidades de una acción (auto)educativa hoy.

3. Cuando un acontecimiento colectivo se convierte en una autoconvocatoria significa que el nosotros es lo que da sentido al acontecimiento. En la vida metropolitana actual hay muchos acontecimientos colectivos. Podríamos decir que la mayoría lo son y que lo difícil es estar solo. Sin embargo, la ciudad ha perdido todo poder de autoconvocatoria porque estos acontecimientos están vaciados de nosotros. Acudimos a ellos, ya sea una conferencia, un partido de fútbol, un concierto, una manifestación o una fiesta popular, en tanto que público, audiencia, participantes, clientes, etc. Cada uno vuelve a casa con su dosis de conocimiento, diversión, emoción, pero nadie ha salido de su persona singular, de su yo consumidor de experiencias. Es sabido que el saber y el conocimiento están sufriendo un fuerte proceso de privatización, ya sea en sus formas de difusión y transmisión a través de instituciones cada vez más cerradas, ya sea a través de su patentización. Pero más en la raíz de eso, hay que tener en cuenta que no sólo el conocimiento sino también la experiencia ha sido privatizada. La guetización social va de la mano de una guetización vital y experiencial que es uno de los problemas clave que cualquier proyecto educativo debe afrontar hoy. ¿Cómo romper los muros de autorreferencialidad que de manera paradójica organizan y compartimentan la sociedad de la información y la comunicación? En los encuentros de Espai en Blanc lo hicimos dejando vacío el lugar de enunciación de la palabra. Ese lugar vacío no era el espacio neutro de la opinión. Era un espacio de tensión en el que un determinado problema podía ser abordado o no. Las preguntas que desde Espai en Blanc habíamos lanzado a través del blog y de la breve presentación que reproducíamos allí podían afectarnos o no, podían desencadenar una palabra que adquiriera un sentido para nosotros o dejarnos indiferentes, replegados en nuestra acostumbrada individualidad. En ese espacio de tensión sólo tenía sentido una palabra que pudiera sostenerse a sí misma, que avanzara de unos a otros en un ejercicio de pensamiento colectivo y anónimo. La palabra puede justificarse desde muchas instancias (académicas, culturales, policiales, de prestigio, de autoridad…) pero ¿cuándo nos dice algo? ¿Cuándo hace algo con nosotros? Precisamente cuando desplaza los muros de nuestra autorreferencialidad, cuando nos pone en movimiento. No cuando nos permite decir lo que pensamos, sino cuando nos obliga a pensar lo que no sabemos. Creemos, por lo que ocurrió en los encuentros y por las valoraciones de quienes tomaron parte en ellos, que este corrimiento de tierras tuvo lugar. No volvíamos a casa, entonces, con nuestra dosis particular de conocimiento y de reconocimiento, sino con el vacío de una brecha que habiéndonos atravesado a todos, se había convertido en nuestra dimensión común. En ese momento la convocatoria al encuentro deja de ser una oferta más en el escenario de la metrópolis a la que debe responder una determinada cantidad de demanda, y se convierte en la verdadera autoconvocatoria de un nosotros pensante.

4. En ese ejercicio colectivo la potencialidad crítica del pensamiento sale de su anestesia habitual porque, como decíamos, pasamos de enunciar la crítica a encarnarla. Al abordar problemas comunes en ese espacio de tensión en el que la palabra que se sostiene a sí misma, no sólo el yo es arrancado de su autorreferencialidad, sino que la teoría es arrancada de sus espacios de circulación legitimados: el discurso académico con su autor referenciado, los canales de información y los foros de opinión. En ellos, la crítica, cuando la hay, sólo puede ser enunciada. Éste es su límite, el umbral de impotencia con el que debemos medirnos todos los días y más allá del cual tiene que apuntar una apuesta de educación que sea transformadora. Decíamos antes que el problema de la politización ha sido tradicionalmente un problema de la conciencia. Hoy podríamos decir que es un problema de cuerpo. ¿Cómo encarnar la crítica? ¿Cómo hacer que el pensamiento crítico tome cuerpo? En nuestra experiencia, poner el cuerpo en ese espacio de tensión que hasta aquí hemos dibujado como un espacio de la palabra tomó una importancia que ni siquiera nosotros habíamos imaginado. Mientras que el blog que acompañaba los encuentros no pasó de su función “emisora”, es decir, sólo nos sirvió para lanzar las convocatorias, recordatorios y materiales asociados, pero en ningún momento entró en una dinámica interactiva que prolongara las conversaciones mantenidas anteriormente, ir al encuentro se convirtió en la acción central de cada una de nuestras reuniones. Estar ahí, aún sin tomar la palabra, se convirtió en el momento clave y más transformador de la experiencia. ¿Por qué? Porque los efectos de la crítica no pueden medirse únicamente por lo que se dice sino por lo (nos) que está pasando. Y, como hemos descrito, lo que se abrió con esa posibilidad de pensar juntos fue una experiencia del nosotros a partir de la cual cada uno pudo ser algo más que sí mismo. ¿No es ésta la experiencia clave de la educación? ¿Educarse no es acaso salir de sí para adentrarse en una tierra de nadie en la que crear un mundo común? Esta “tierra de nadie”, como recogíamos en el título de nuestros encuentros, es la que sabotea “la red de los nombres”, el orden de ese mundo que nos es secuestrado y en el que cada uno tiene que ocupar su nodo de conectividad y disponibilidad. El protagonista del largometraje El taxista ful, en el que Espai en Blanc participó, cierra la película preguntando: “¿Cómo agujerear la realidad?”. Estos encuentros han sido un intento de hacerlo, un intento no agotado puesto que la experiencia, que iniciamos a ciegas y con un nudo de interrogantes en el estómago, nos ha convencido de que, en su medida y en su fragilidad, sí hemos agujereado un poco la realidad y lo hemos hecho juntos. Podemos seguir intentándolo, prolongando esta experiencia e inventando todas las que están por venir. Con ellas no crearemos una nueva conciencia ni difundiremos una nueva verdad. Así ya no se educa a nadie. Pero ejercitándonos en esta experiencia del nosotros dispondremos quizá de un cuerpo más preparado para combatir el miedo, más expuesto y menos aislado. Un cuerpo que sabe que su vida no es solo suya y que en eso que va más allá de sí mismo se juega todo.