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¿Y si nos quitan lo bailao? O cómo abrir espacios en un mundo cerrado
El orden comunicativo del Estado-guerra

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Describir lo sucedido en Barcelona en el invierno del 2003 sin que se convierta en una enumeración de fechas y datos y sin que ocupe todo el espacio de esta charla me parece imposible. Puedo intentar, sin embargo, explicar lo que para algunos significó la movilización contra la guerra para introducir posteriormente los retos y las preguntas que lo sucedido plantea.

Las movilizaciones contra la guerra generaron un estado de excepción que atravesó nuestras vidas, que cotidianizó nuestras luchas y que nos hizo salir al menos por un tiempo del miedo que se come nuestra vida cotidiana. La ciudad se transformó en un entorno amigo, el mapa de la ciudad se trastocó [mapa de la adivinanza] y en él los recorridos iban de un espacio liberado al siguiente. Cacerolazos en las esquinas, acampada delante del Ayuntamiento, espacios okupados, espacios en los que se había estado ocupando y bailando y viviendo y que el Ayuntamiento había tapiado, pintadas en las tapias de esos espacios, un desalojo de cuatro horas en el centro de la ciudad con los gritos de la gente “Clos, esta es tu guerra” convirtieron este entorno hostil que es siempre la ciudad de Barcelona para mí, ese lugar de circulación para ir al trabajo, ese espacio de mi dolor y miedo cotidiano, en un campo de batalla en el que se jugaba, básicamente, la guerra contra mi propio miedo, contra mi propia soledad y contra mi propia precariedad. Es sólo desde esta posición vital personal y desde una asamblea colectiva de amigos que no paró de crecer, que puedo afirmar que Barcelona no fue ni es la ciudad de la paz. Es desde esta experiencia que puedo afirmar algo aparentemente tan insignificante e ingenuo como “que nos quiten lo bailao” y es desde ahí desde donde esta afirmación deja de ser insignificante e ingenua.

Una vez cerrado el espacio y reconfigurada de nuevo la ciudad hostil, el reto es seguir actuando para que esa transformación de nuestras vidas no quede sólo en un fogonazo, el reto es querer seguir transformando nuestras vidas aunque sepamos que el punto de partida es una enorme ingenuidad, casi un mero juego de niños.

Dos ejemplos para empezar a plantear preguntas

1. El fin de semana pasado, una asamblea de cuarenta personas okupó tres edificios de viviendas en el barrio del Turó de la Peira de Barcelona. Los edificios eran propiedad de una empresa gestora inmobiliaria de titularidad municipal. Las cuarenta personas que entramos, lo hicimos porque “queríamos quedarnos a vivir ahí sin pagar”, “porque queríamos vivir juntos y rozándonos”, “porque queríamos huir del trabajo y la precariedad”. Esas cuarenta personas, más las que se les agregaron durante los tres días que estuvimos allí, nos tomamos, mediante una acción directa, nuestro espacio y nuestro tiempo durante esos tres días y pretendíamos seguir haciéndolo. Al cabo de 72 horas fuimos desalojados.

2. Serie de liberaciones de espacios que se dieron en Barcelona en el contexto de las luchas contra la guerra. Es una serie incompleta. Cita de uno de los manifiestos del Espai Alliberat contra la Guerra: “Breve cronología de los hechos más relevantes… Sábado 15 de febrero por la tarde, okupamos, liberamos Avinyó, 15. Lunes 17 de febrero, 7 de la mañana, somos desalojados por los antidisturbios municipales. Sábado 1 de marzo por la tarde, liberamos, okupamos la Placeta del Pi nº 2. Lunes 3 de marzo, por la tarde, somos desalojados por los antidisturbios municipales. Viernes 21 de marzo por la tarde, guerra de abrazos en plaza Sant Jaume, los sitios previstos para liberar ese día están custodiados por la policía. Inspeccionamos un local de la c. Floristes de las ramblas en estado ruinoso, inhabitable. Seguimos, inspeccionamos otro local en la plaza Salvador Seguí, inhabitable, finalmente se okupa un antiguo teatro y almacén de mercado en la calle L’Arc del Teatre 58. Sábado 22 de marzo, durante la manifestación, se okupa el lugar que no se pudo okupar el viernes en la calle Capellans 16. Domingo 23 de marzo, a las 12h 30min aprox. somos desalojados por los antidisturbios municipales.” Estos dos ejemplos dejan claro que vivimos en un mundo cerrado y muestran el espacio contradictorio en el que nos movemos. Por un lado, abrimos espacios políticos resistentes en el intersticio de este mundo absolutamente cerrado porque nuestras vidas se nos hacen insoportables y, por el otro estos espacios son insoportables por el hecho mismo de que se abren en un mundo absolutamente cerrado. Nos tomamos ese espacio y, en el mismo momento de tomarlo nos convertimos en un sujeto político imposible. ¿Adónde vamos a ir, con nuestros cuerpos insoportables e insostenibles? ¿De dónde no nos van a desalojar? La paradoja es insalvable: cuando liberamos espacios (y con esto no sólo me refiero a okupar una vivienda o un edificio municipal, sino también a liberarlo en las calles, en los cuerpos, liberarlo reapropiándonos de mercancías, practicando el yo mango, boicoteando a las multinacionales o dándole a una cacerola) para realmente cambiar nuestras vidas y las de los nuestros, somos desalojados.

Es en esta paradoja donde vivimos y es en ella en la que hay que ahondar. Lo que se vivió el invierno pasado en las luchas contra la guerra fue, desde mi punto de vista, mucho más que un gesto o una experiencia intensa, mucho más que un evento convocado desde los media y el poder, que se desvaneció como humo y convirtió a Barcelona en “la ciudad de la paz”; lo que se vivió fue el ensayo de construcción de un cuerpo político insostenible e insoportable.

Dos preguntas

Lo que convocó a ese cuerpo colectivo a entrar en el intersticio y cambiar sus vidas se puede expresar en dos preguntas:

a) ¿Cuál es tu guerra? En una de las paredes de una de las casas que se okuparon durante la guerra de Irak en Barcelona, se podía leer:

Si otro mundo es imposible

Y esta guerra es imparable

¿Cuál es tu guerra?

La pregunta ¿cuál es tu guerra? es una pregunta que básicamente pretende afirmar que la guerra es guerra cotidiana. Que la guerra de Irak se inscribe en nuestros cuerpos de una forma inmediata y no es sólo (aunque también, y esto es innegable) un conflicto que se produce a miles de km y en el que se van a producir millones de muertes. La maquinaria que pone en marcha esta guerra la pone en marcha para todos y gestiona así nuestras vidas a través de la política del miedo, la seguridad y el control, y a través de una política de precarización económica y social. Se trata de una gestión política de nuestras vidas que nos expropia nuestro tiempo de trabajo (que ya es todo nuestro tiempo) y por lo tanto nuestro tiempo de relación con los demás. Se trata de una gestión biopolítica que nos expropia nuestro odio y nos lo devuelve en forma de miedo. Decir no a la guerra no pretende traducirse inmediatamente en decir sí a la paz, sino que abre un espacio y un tiempo en el que huir de esa dualidad y afirmar cuál es la paz que queremos y cuál es la guerra que vivimos.

b) ¿Cómo haces tu guerra? Durante el desalojo del edificio okupado en la Placeta del Pi, nos sorprendió a nosotros mismos la potencia de gritar “no a la guerra”. ¿Se puede recuperar, integrar en el código del poder un grito de “no a la guerra” hecho desde mi cuerpo, hecho desde todos nuestros cuerpos juntos? ¿Un grito que se hace desde un espacio que se toma directamente contra la guerra, contra el poder, en definitiva contra el Estado-guerra? El sentido común se rompe inmediatamente ante, por ejemplo, esta frase de uno de los primeros manifiestos del espai alliberat contra la guerra: “Hemos abierto en el centro de la ciudad un espacio liberado contra la guerra para luchar contra todas las formas en las que la guerra se impone en nuestras vidas”. Eran nuestros cuerpos y nuestras acciones lo que directamente se enfrentaba contra ese mundo cerrado. Nuestros cuerpos se convertían en llaves para abrirlo, en fronteras físicas que interrumpen el flujo constante de mercancías, ideas y represión en una ciudad (y en un mundo) que reparte miedo y silencio y dolor; se convertían en cuerpos incontrolables/incontrolados. Esa asamblea de cuerpos no pretendía convencer a nadie ni desvelar ninguna verdad oculta. Las cartas están sobre la mesa y nuestros cuerpos se suman y se entrelazan y se contagian desde la acción directa contra el Estado-guerra. Esos cuerpos se convierten así en un campo de batalla, en lo irreductible en el estado de excepción.

La excepcionalidad

Sin embargo, la lectura no parece completa si nos quedamos en el plano de la excepcionalidad. Es evidente que el contexto del invierno pasado fue un contexto de excepción y que en él se insertaron prácticas que tenían todas dos elementos en común: poner nuestros cuerpos y liberar espacios (okupación de edificios municipales, okupación de espacios “públicos” como las acampadas que se produjeron en las plazas, okupación de las calles con los cacerolazos, jornadas de boikot y de huelga). También parece evidente que ese contexto de excepcionalidad fue convocado en parte desde el poder, y es aquí donde se plantea otra vez la paradoja que apuntaba al principio: ¿Cómo ganar un espacio político si este es el único posible para que nuestras vidas sean soportables y por otro lado es absolutamente imposible?

El contexto de las grandes movilizaciones contra la guerra del pasado invierno puede servir para pensar en la excepcionalidad. En un contexto de movilización ciudadana como el que se produjo durante los meses de enero-abril en Barcelona, la reacción inmediata parece la parálisis: un gran acontecimiento gestado desde el mismo poder y convocado por los media, un millón y medio de personas en las calles en Barcelona, una plataforma contra la guerra en la que participan los partidos que están en el gobierno municipal, ¿qué espacio deja sino el de la deserción y la parálisis puesto que sabemos que todo eso va a ser recuperado?

La respuesta ya se ha empezado a plantear: ese espacio es un espacio politizado desde nuestros cuerpos que liberan espacios. Pero además, ese espacio es también un espacio de la proliferación. Es un espacio en el que proliferan formas y herramientas de lucha distintas que se afirman en ese contexto de excepción, que lo llenan de complejidad, que lo ponen en tensión. Se trata de la suma de prácticas políticas distintas que se enfrentan a todas las caras de ese mundo cerrado y que no se inventan sino que se mezclan para hacer estallar la máquina (cacerolas argentinas, huelgas generales, boikot a multinacionales, reapropiaciones en las tiendas, carnavales contra la guerra, prácticas de guerrilla de la comunicación como el mapa de la ciudad planteado como una adivinanza al Ayuntamiento —¿Cuál va a ser el próximo espacio liberado contra la guerra?— o la proyección en la fachada del mismo Ayuntamiento del vídeo de uno de los desalojos, consignas y pancartas y frases que se cantan y se gritan —desde “Que se vayan todos” a “no pagues esta guerra” o “ahora ya sabemos cuál es vuestra paz”—, mezcla y remezcla de llaves que abren un espacio de vida para todos.

Un ejemplo: Jornada de Boikot Preventivo pagada por Aturem la Guerra. Un día de boicot a las multinacionales que participan en la guerra. Ante la guerra preventiva: boicot preventivo. Esta práctica, que se podría pensar como absolutamente recuperable produce unos efectos imprevisibles gracias a las herramientas antes mencionadas: Aturem la Guerra paga todo el material para llevar a cabo el boikot, el día de boikot se convierte en una manifestación enorme que va cerrando todas las tiendas a medida que avanza, que hace reapropiaciones en el Corte Inglés y que crea un auténtico caos en el centro de la ciudad. Estos actos crean tensiones dentro de la plataforma, interrumpen el flujo de mercancías y de orden en el centro de la ciudad y visibilizan por unos días que Barcelona no es la ciudad de la Paz.

Otro ejemplo: En el contexto de los cacerolazos contra la guerra convocados cada semana por la Plataforma, se producen en el centro de la ciudad durante diez días seguidos cacerolazos “improvisados” a los que se va sumando gente y que obligan a cerrar durante todos esos días dos fast foods céntricos durante horas y finalmente a aparecer a las furgonas de antidisturbios de la policía municipal de la ciudad de la paz.

Otro ejemplo: En el contexto de las acampadas contra la guerra se coloca en la plaza del Ayuntamiento una pancarta con el lema “Que se vayan todos” y se proyecta en la fachada del consistorio municipal el vídeo del desalojo de uno de los edificios okupados contra la guerra.

¿Fuera de la excepcionalidad?

La trampa parece ser pensar que el estado de excepción no es permanente. Pensar que después de la guerra, se cerró completamente el espacio político y todo fue reintegrado bajo el lema de “Barcelona la ciudad de la paz”. La apuesta sería convertir el estado de excepción en un estado permanente, puesto que la guerra también es permanente. ¿Cómo convertir nuestra vida cotidiana en una vida en estado de excepción?

Ante dos contextos que se plantean en el futuro inmediato se puede intentar responder a esta pregunta.

A) En primer lugar, en Barcelona nos adentramos ya este otoño en el contexto del Fórum 2004, un gran evento que no sólo responde a la lógica del gran evento sino que pretende ser la instalación de la marca Barcelona, la instalación de un modelo de ciudad y un modelo de vida que es directamente política de guerra. Ante este acontecimiento la respuesta parece ser precisamente no dar respuesta, anular la excepcionalidad del evento que nos dejaría con el espacio cerrado al final del proceso y, por otro lado, convertir nuestra lucha cotidiana, sin citas y sin agenda en un hilo que se convierta en estado de excepción.

Para ello, hay que asumir de nuevo ese mundo absolutamente cerrado, este estado de cosas en el que no hay nada que desvelar porque todo está ya sobre la mesa, es decir, hay que asumir que el Fórum 2004 no miente, no oculta nada sino que muestra, al menos en una de sus caras, ese mundo cerrado. Cuando el Fórum dice que es el Fórum de la paz, habla de esa paz que es la única salida ante la amenaza de guerra. Cuando el Fórum dice que es el Fórum de la sostenibilidad, habla de que quiere sostener y mantener ese mundo cerrado y destruir cualquier forma de ciudadanía insostenible, cuando habla del Fórum de la diversidad, habla por fin de qué diversidad va a tolerar y engullir en su modelo de ciudad y cuál va a desalojar.

El Fórum 2004, en consecuencia produce y reproduce nuestra guerra cotidiana, gestiona nuestras vidas desde el miedo y el control, por un lado; desde el miedo y la precariedad por el otro, y, finalmente desde el miedo y la distribución de las fronteras. Convertir nuestras vidas en vidas en estado de excepción en este marco consistiría entonces en hablar desde nuestras acciones directas contra todo esto que el Fórum produce. Hablar y actuar contra las guerras, hablar y actuar contra la precariedad y hablar y actuar contra las nuevas fronteras globales. Convertirnos en una ciudadanía insostenible consistiría entonces en mantener gestos y acciones repetitivas, literales y simples, que desde nuestros cuerpos abran de nuevo espacios liberados, espacios en los intersticios del mundo cerrado.

Ejemplo:

1. En nuestra guerra cotidiana contra la precariedad, se ha dado ya una primera asamblea de cuerpos insostenibles, la Asamblea de Miles de Viviendas. Esta asamblea habla y actúa desde la constatación de que hay miles de viviendas vacías en la ciudad de Barcelona, que sostienen el juego de la especulación y que precarizan las vidas de una ciudadanía que tiene que hipotecar sus vidas para tener un sitio donde vivir, que tiene que trabajar para pagar metros cuadrados de suelo donde vivir. El espacio Miles de Viviendas pretende desalojar la precariedad y desocupar la especulación desde el gesto de la okupación y también abrir espacios de gratuidad en la ciudad (en los metros, en los autobuses, en el espacio público privatizado), también pretende promover la okupación cartografiando las viviendas vacías de la ciudad o hacer talleres de reapropiación y yo mango. Liberar esas Miles de Viviendas es liberar miles de vidas.

Estas acciones, aunque no pretenden constituir un contrafórum, lamentablemente se van a acabar enfrentando con el Fórum, pero habrán abierto un espacio que tiene su propio tiempo y que no se adapta a los ritmos del acontecimiento Fórum 2004, un espacio que no tiene porque cerrarse cuando el Fórum acabe.

B) En segundo lugar, ante el nuevo contrato social que se gesta desde el Estado-guerra, en un momento de constitución política, aunque sea simbólica, en un momento en el que se está cerrando un nuevo contrato social, que está claro que es un contrato unilateral, en precario, como todos, en el que está claro que no hay soberanía popular ni lucha de clases puede haber alguna forma de lucha resistente que esté atenta al contrato y que en algunos momentos juegue a intervenir en él quizá más para crear el escenario de la representación de un conflicto que para conseguir algo. ¿Ante un nuevo contrato tienen sentido la escenificación de una nueva lucha por los derechos, aunque ésta se haga desde un sujeto político imposible?

Ejemplo: Acción contra la represión policial del movimiento antiglobalización. Desde la experiencia adquirida en el contexto de las grandes cumbres globales por parte de los llamados legal teams se están creando colectivos de abogados que trabajan sobre los derechos y que, por ejemplo, han exigido, desde la okupación del consulado suizo de Barcelona tras la brutal agresión policial contra un activista en Evian el junio pasado, la creación de una comisión legal independiente a nivel europeo que intervenga en casos de brutalidad policial y represión.

Finalmente

Lo que he intentado reflejar en estos dos últimos ejemplos es que la proliferación de prácticas y de herramientas de lucha en un entorno complejo parece ser la única forma de atacar desde todos los frentes a ese estado que es Estado-guerra, y que poner nuestra asamblea de cuerpos insostenibles en un estado de excepción que quiere ser permanente parece ser la única forma de lucha en nuestras guerras cotidianas.