El orden económico del Estado-guerra
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Me interesa desarrollar la tesis del Estado-guerra, tomando como punto de partida una idea que me parece muy potente y que fue expresada ayer por Santiago López Petit: el origen o la génesis del Estado-guerra es interna al capitalismo. No es, por tanto, un fenómeno provocado por fuentes exógenas o externas sino que tiene su origen en el funcionamiento mismo de la economía capitalista. Me parece una tesis particularmente potente porque corta de raíz con algunas posiciones políticas que han surgido después del 11-S y especialmente después de la invasión de Irak. Son las posiciones políticas que hablan de un neoimperialismo que tendría en EEUU su fuerza económica, militar y política. Si pensamos, en cambio, la génesis del Estado-guerra como una génesis interna la economía capitalismo, a la economía en su globalidad, podremos ir entonces más allá de las posiciones propia del neoimperialismo.
Para verificar los fundamentos de esta tesis acerca del origen del Estado-guerra, me parece importante acercarse antes que nada a lo que preparó el 11-S. Ayer se habló del miedo, como un sentimiento difundido en este clima del Estado-guerra. Me gustaría recordar que los sentimientos o afectos (en términos de Spinoza) que han acompañado la transformación de la economía capitalista en la transición del fordismo al postfordismo son, seguramente, tres: el oportunismo, el cinismo y el miedo. Son tres sentimientos que hacen uno, que son la carne misma del modo de funcionar de la economía postfordista. Son lo que algunos compañeros italianos, a finales de los 80, habían llamado “los sentimientos del más acá”.
Cinismo, porque en el postfordismo, en una economía fuertemente comunicativa, no hay una verdad fundante, sólo hay aquello que muchos estudiosos de la postmodernidad han llamado la superficie. Se pasa de un conjunto de reglas a otro conjunto de reglas y lo que determina las verdades son las verdades decididas desde cada conjunto de reglas. Por lo tanto, el cinismo es un sentimiento, una tonalidad emotiva muy difusa desde las primeras fases de desarrollo del postfordismo.
El oportunismo es otro sentimiento muy difundido en la economía postfordista. Se da por el hecho de que en una economía llena de oportunidades un lo que sería un defecto se convierte en competencia profesional. Ser oportunista ha sido un modo de ser premiado por la economía postfordista. Pensad en el mundo del periodismo, de los mass media o en el management de los años 90. Uno se podía preguntar: ¿es posible tener una relación no oportunista con las oportunidades? Es una pregunta ética a la cual seguramente no hemos encontrado aún una respuesta.
El miedo es el otro sentimiento fuerte de la economía postfordista. Tenemos miedo de perder el puesto de trabajo, tenemos miedo de no tener pensiones, tenemos miedo por nuestros hijos, tenemos miedo de la guerra, tenemos miedo del inmigrante, de la violencia en el barrio… También este sentimiento ha sido gestionado y se hace uno con el modo de funcionar del capitalismo postfordista.
Lo que quiero mostrar con esta triple descripción es que se puede hablar de sentimientos como el miedo, que son sentimientos muy ligados al Estado-guerra, mucho antes de la manifestación del Estado-guerra, antes de la invasión de Irak y de Afganistán, incluso antes del 11-S. Éste es el primer punto sobre el cual quería llamar la atención, ya que nos permite comprobar cómo algunos elementos del Estado-guerra nacen, a fin de cuentas, en el interior mismo del modo de producción postfordista.
Otra cuestión que tiene que ver con el Estado-guerra es su génesis ligada a la crisis del capitalismo, en concreto a la crisis de la new economy, iniciada en marzo del 2000 con la explosión del a burbuja especulativa de los mercados financieros y que continua en la precariedad e inestabilidad que aún caracteriza a la economía mundial. Veremos cómo después de la crisis de los mercados financieros se han acumulado contradicciones y desequilibrios a escala mundial que son extremadamente importantes. En cierto sentido, para quien analiza el Estado-guerra desde un observatorio económico, estamos realmente cerca de una catástrofe. Pero de esto hablaré más tarde.
La crisis de la new economy tiene que ser entendida por lo que es. En un primer plano, superficial, la crisis de la new economy es una crisis clásica de sobreproducción. Ha consistido sobretodo en una sobreinversión de los medios de producción en nuevas tecnologías. Han sido necesarios 3 años, y aún no está resuelta la situación, para eliminar este exceso de medios de producción que son las nuevas tecnologías de la comunicación, especialmente promovidas a partir de Internet.
Una de las maneras de eliminar este surplus ha sido utilizar el excedente de nuevas tecnologías en el ejército americano. El ejército americano se ha reorganizado tecnológicamente completamente a partir de las empresas, los start up, que cayeron bajo los golpes de la crisis. Es importante ver que el ejército americano que se pone a trabajar y a hacer sus primeros experimentos en Irak y en Afganistán es un ejército totalmente reestructurado a partir de las tecnologías producidas y desarrolladas en la segunda mitad de los años 90.
Pero más allá de este aspecto, que demuestra de nuevo la interioridad del Estado-guerra respecto al desarrollo y la crisis del capitalismo postfordista, me interesa que nos detengamos por un momento en esta idea de la crisis de la new economy como crisis de sobreproducción ya que, aunque muchos marxistas disfrutaron –¡también yo!– viendo confirmada, después de tantos años, la vieja tesis del capitalismo y la crisis, con esta tesis no basta. Tampoco basta decir que la guerra es el modo clásico de absorber el surplus no realizable dentro del circuito económico capitalista. No basta porque cada crisis tiene su especificidad histórica y económica. La especificidad de la crisis de la new economy consiste, a mi entender, en lo siguiente: la new economy es una economía que también ha sido llamada economía de la atención. En la economía postfordista, tecnológicamente avanzada, las mercancías producidas requieren una fuerte atención por parte de todos nosotros, de los ciudadanos consumidores. No solo llegan cada año a los supermercados o cadenas de distribución americanas 36500 nuevos productos, lo que ya de por sí requeriría una gran dosis de atención por parte de los consumidores para poder ser vendidos sino que en los últimos años se ha dado un aumento exponencial de la oferta en la red (bancos de datos, archivos, etc). Este aumento de la oferta de los servicios en la red tiene un límite preciso en la demanda. En la new economy el desequilibrio entre la oferta y la demanda ya no es solamente un problema ligado al salario, como en la tradición keynesiana (rédito demasiado bajo para consumir la totalidad de los bienes producidos). El límite de la atention economy es la vida. El tiempo de vida constituye el límite para prestar atención a los bienes ofrecidos. El tiempo de la distracción es el problema de la new economy. El tiempo de la charla (Heidegger), el tiempo metropolitano de Benjamin eran el lugar en el que debía regenerarse la atención. Toda la economía del s. XX hizo del juego o de la dialéctica atención-distracción la clave de su capacidad para crear al ciudadano consumidor. Pensad en el cineo la TV: son los dispositivos que señalan una fuga de la atención capitalista y que al mismo tiempo se convierten el terreno que hace posible volver a estar atentos a la innovación tecnológica y productiva.
El problema de la new economy es, por tanto, el tiempo de vida. Es un límite aún más dramático si se tiene en cuenta que en la new economy gran parte del tiempo de vida se dedica a buscar trabajo. Esto contribuye a disminuir el tiempo que podemos dedicar al consumo de bienes informacionales, que son los que requieren nuestra atención. Este es otro punto que a mi entender confirma la tesis de que la génesis del Estado-guerra es interna respecto al modo postfordista de funcionamiento. El Estado-guerra debe empujar el límite de la atención partiendo de la vida, golpeando la vida y sus tiempos, capturando nuestra atención, paralizando nuestra atención en esta dimensión bélica y de la destrucción. En un cierto sentido, el 11-S, el suicidio, es la metáfora perfecta de este problema del tiempo de vida. Ya no hay más tiempo para quien se sacrifica por una causa. Es la negación del tiempo de vida para recrear un espacio de vida nuevo. Es la forma más nihilista de esta búsqueda de una dimensión vital a través de la negación de la existencia. Sabemos, por la teorías de Foucault, retomadas por Negri y Hardt, la importancia que ha tomado la categoría de biopolítica, la política que tiene la vida como su objetivo fundamental. Quizá habría que pensar también en términos de thánato-política. La política de la muerte es la que va con el Estado-guerra.
Otra cuestión a propósito de la crisis de la new economy: la new economy es la forma financiera de la economía postfordista. Tiene su periodización (1995-2000). Es la economía que ve la fusión entre nuevas tecnologías y las finanzas. Este proceso es lo que se ha llamado la financiarización de la economía. Una economía que funciona a través de los mercados financieros es una economía que necesita lo que en los años 30 Keynes llamaba una convención. Una convención es una interpretación, un modo de pensar colectivo que se impone en determinados periodos y que tiene una fuerza hegemónica sobre las creencias individuales. La convención-Internet en los años 90 es la idea de que las inversiones tendrán que ir en esa dirección, no porque yo crea en ello necesariamente, sino porque creo en lo que creen los demás. Una convención nace de un déficit de conocimiento individual. Todos nosotros tenemos un déficit. Como René Girard en su teoría de lo sagrado y de la violencia, también en los mercados financieros (así lo han demostrado autores como Aglietta y A. Orleáns) lo que funciona, lo que origina la convención, es que todos nosotros seamos portadores de un déficit de información. Nadie, ni siquiera la Morgan Stanley o el City Bank, tiene toda la información. Lo que fundamenta la convención es el proceso de imitación del otro. Yo hago lo que hace el otro porque el otro se convierte en mi modelo de comportamiento cuando me falta suficiente información como para actuar solo. La racionalidad, por tanto, de los mercados financieros es una racionalidad transindividual, supraindividual y depende de que se forje esta convención. La convención internet en los años 90 es la que nos ha protegido, como inversores, del riesgo de nuestras inversiones. Pongo mis ahorros solamente allí donde se da una congestión de la atención, de otros inversores, porque si mañana necesito mi dinero y tengo que vender las acciones, necesito que alguien quiera comprarlas. Este comprador de mi acción existe sólo si también forma parte de esta convención que se da históricamente y que me permite moverme en un mercado líquido. La convención-Internet está copiada a partir del modelo Bill Gates. Por eso, cuando a inicios de marzo de 2000 la Corte Federal puso en marcha el proceso contra Microsoft, todo el mercado empezó a caer. No solo los títulos de Bill Gates, sino también los de las compañías que podrían sacar provecho de su retroceso. ¿Por qué? Porque la new economy se basa en el monopolio. No hay ninguna posibilidad de que la new economy prospere como economía capitalista si se niega el monopolismo. Por eso los derechos de propiedad intelectual son fundamentales para su funcionamiento. Sin la posibilidad de imponer la propiedad privada sobre un saber colectivo, la new economy se convierte en no-economy. Es otro de los problema de las nuevas tecnologías: producir bienes que requieren evitar la difusión y la apropiación social del saber, de la riqueza. Esto exige, a este nivel histórico, reinsertar la propiedad privada. El problema del saber social y de la apropiación privada del saber social sigue siendo un problema abierto. Abierto, porque ha sido resuelto violentamente con la crisis.
Los EEUU han podido evitar una crisis grave, porque el banco central ha hecho todo lo posible para garantizar la continuidad del consumo, con recortes sucesivos de las tasas de interés que han permitido al consumidor continuar consumiendo a través del endeudamiento. La continuidad del consumo es lo que ha evitado una crisis de tipo depresivo como la de los años 30. La otra vía por la que se ha evitado una crisis a gran escala ha sido la circulación del dólar. Con el dólar EEUU puede importar de países sobretodo asiáticos, especialmente Japón, China y otros países del Sur-Este. El aumento del déficit comercial ha sido equilibrado por el retorno de los dólares que han salido estos años para adquirir bienes importados. El circuito del dólar es un circuito virtuoso, en el sentido de que los americanos pagan en dólares, los dólares llegan a los bancos centrales de los países como Italia, China, etc y los mismo dólares vuelven a los EEUU bajo la forma de adquisición de bonos del tesoro, los títulos con los cuales el Estado americano financia su gasto público y militar. Es un circuito que ha existido siempre. La única diferencia importante entre los años 90 y los primeros del 2000 es que en los 90 los dólares que volvían eran dólares que compraban acciones de empresas. A partir del 2000 estos dólares que vuelven financian el consumo público y privado. Público, porque vuelven a la deuda pública americana; privado, porque volviendo hacen bajar los tipos de interés. El problema que está planteando en los últimos tiempos este virtuosismo del circuito del dólar es que el gasto de la guerra está aumentando el peso de la deuda. Hay el riesgo de que los dólares invertidos por China, Japón, etc ya no lleguen a EEUU. Tanto es así que los americanos están pidiendo a los países asiáticos que revaloren sus monedas. Una toma de posición de algunos economistas americanos, incluso del stablishment es la siguiente: ¡atención! no vayamos a pedir a China que revalore su moneda, porque si los chinos revaloran su moneda ya no invertirán en bonos del tesoro y entonces los americanos tendremos que aumentar los tipos de interés. Si aumentan los tipos de interés, cae todo el castillo, todo el circuito mundial de dólar y su equilibrio precario. El riesgo es de crash en el valor del dólar, con efectos colaterales muy graves sobre el euro.
Todo esto, al fin y al cabo, a nosotros ¿qué demonios nos importa? Nos importa porque en este proceso nosotros, como europeos, estamos en una fase en la cual los ejes políticos y militares pueden apuntar, realmente, en una nueva dirección. Me refería hace un momento a China: es una potencia económica que tiene un futuro a corto término de valor desorbitado. De todas las informaciones que intentan dilucidar algo respecto a China, la que me ha impactado más es que China ha invertido millones de dólares en el programa del satélite Galileo, que es el programa que se contrapone al americano y que tiene un valor estratégico y militar muy importante. El hecho de que los chinos empiecen a invertir en el programa Galileo puede significar que hay un eje político-militar estratégico que está tomando forma y que redibujaría el tablero de ajedrez mundial.
La guerra en Irak, desde un punto de vista estratégico, puede tener la triple razón siguiente: 1) la voluntad americana de controlar a Europa desde Irak, 2) de controlar China desde Corea del Norte y 3) de controlar a Rusia desde Irán. Me parece que se puede hacer una lectura geopolítica de este tipo. En este nueva dinámica imperial que se ha puesto a funcionar después del 11-S, el hecho de que haya un desplazamiento hacia un eje chino-europeo me parece una hipótesis plausible. El ataque a las Torres Gemelas fue un problema interno a la economía mundial. Las señales que prepararon el ataque se remontan a la crisis energética californiana. En ese momento los rusos ayudaron a los americanos aumentado la oferta de petróleo en los mercados a partir de junio de 2001. Rusia, por tanto, inyectó cantidades enormes de petróleo en los mercados, con lo que hizo bajar el precio del petróleo, en un momento en el que con el black out en California se estaba preparando un verano muy caliente. La OPEP y los países árabes se dieron cuenta en ese momento de que podían perder un rol muy importante ante los EEUU. La entrada de Rusia en el tablero de ajedrez mundial legitimó, en cierto sentido, el terrorismo islámico. Un terrorismo que no nunca habría podido actual por sí mismo, sin el sostén de los Estados. De nuevo ahí, en la génesis del terrorismo, que podría parecer una causa externa en la constitución del Estado-guerra, nos encontramos con una dimensión intrínseca a la lógica económica mundial.
Después de la crisis del 2000, el capitalismo postfordista no ha podido mantener la convención de los años 90. La única convención que se ha intentado recrear es la convención de la guerra, la convención amigo-enemigo (C.Schmitt). Pero es una convención que no funciona. El Estado-guerra es un Estado-guerra: no conseguirá nunca una convención, es decir un consenso para poder funcionar sin problemas ni contradicciones. Es un Estado violento, sobredeterminado, por encima de las convenciones. Más allá de las convenciones.
Algo se mueve en esta fase post-crisis del 2000. Se está dando una multiplicación, una multipolaridad de la economía global. Las relaciones económicas entre China, Japón e incluso India, se hacen cada vez más importante. Se están convirtiendo en un polo de gran peso. Europa queda como una tierra de tránsito, aunque me parece importante señalar que el euro ha doblado del 10 % al 20 % las reservas en los bancos centrales. Es un dato que puede resultar importante frente al declive del Imperio americano. Los EEUU son un país imperialista sin Imperio. Los americanos están perdiendo el Imperio. Por esto son extremandamente agresivos.
Hay otro polo, el latinomericano, que está tomando forma (Brasil, Argentina, Uruguay). Lula y Kirchner han hablado de una tasación del petróleo en euros. Es un hecho que también da idea de esta tendencia hacia una multiplicación de polos dentro de la economía global. La convención que podría tomar forma en los próximos tiempos es una convención de inversiones sobre un tablero multipolar.
Todo esto significa, para nosotros europeos, encontrarnos en esta hipótesis del Estado-guerra con la exigencia de buscar formas de resistencia y de lucha a la altura de esta situación. En los últimos meses se ha empezado a hablar en Europa de un aumento del gasto en defensa para contrapesar las relaciones mundiales. Fabius en Francia ha hablado de aumentar el gasto en defensa de la UE. No me parece posible. Europa no conseguirá nunca armarse hasta los niveles americanos. Doblar el gasto militar (del 2 % actual al 4% americano) significa recortar 2 puntos al gasto social en un momento en el que se están recortando ya tantos servicios. Es difícil de imaginar. Europa es ahora una potencia tranquila e inocua. Es difícil imaginar a Europa de otro modo.
Creo que al déficit de las armas tendríamos que oponerle el arma de déficit. Parece un juego de palabras. Una manera de luchar por una Europa como un espacio contra el Estado-guerra es luchar por un terreno de grandes inversiones en los espacios públicos, en la calidad de la vida, en el wellfare. No creo que esto sea posible a través de una política clásica. Ningún partido socialdemócrata puede estar de acuerdo con nosotros en la lucha por el relanzamiento de un estado del bienestar. Por tanto, hay que inventar nuevas formas de bienestar, otras formas de éxodo de la guerra. Pienso que hay que insistir en la cuestión de la renta, pero no de la renta como forma de mantenimiento del consumo. Hay que pensar en formas de lucha por la renta allí donde la calidad de vida está siendo atacada.
El trabajo en el postfordismo es un trabajo altamente patógeno. Estoy estudiando desde hace años la relación entre la flexibilidad y las nuevas patologías. Es un problema grave. El trabajo produce exclusión dentro mismo del mundo capitalista; produce infelicidad, stress, neurosis… Pensamos en las ETTs: hay que obligarlas a salarizar a la gente. No solo a utilizarla, sino imponer una garantía de la renta también para quien trabaja temporalmente. Porque si no, llegará un punto en que ya no sabremos qué significa la felicidad. La vida está siendo absorbida en este maldito trabajo. La vida está siendo absorbida en la inseguridad del trabajo. Nuestra vida se hace patológica a causa del trabajo. Por tanto, hay que pensar en la renta como algo que abra momentos de posible, una vida diferente a la vida en el postfordismo. Desde ahí se abre una manera nueva de hablar del débito: la sociedad es deudora respecto a nosotros, los ciudadanos. Somos la sociedad. Somos la sociedad que no tiene espacio para determinar su futuro en el Estado-guerra. Queremos ser los protagonistas en la creación de momentos concretos de felicidad.