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2010

Barcelona Metropolis
LA CIUDAD Y EL ANONIMATO

Cuando las coordenadas del espacio político moderno se desarticulan, emerge la ciudad anónima en el agotamiento del sujeto político y en la crisis del espacio público, un espacio recorrido en sus márgenes por una vitalidad que se le escapa.

En la ciudad gris y disciplinada del capitalismo industrial, el anonimato era sinónimo de homogeneidad, estandarización de las formas de vida, silenciamiento de la disidencia, represión de la diferencia… El anonimato apuntaba a una indeterminación y a una invisibilidad que representaba una promesa de libertad respecto a las comunidades cerradas tradicionales, pero también una nueva forma de control social. Hoy en día, las metrópolis contemporáneas ya no son gobernadas a través de la estandarización de todas las formas de vida, sino, al contrario, a través de una gestión pormenorizada de las diferencias (culturales, raciales, económicas, personales). La vida ha sido privatizada hasta el extremo de que cada uno ha visto su propio “yo” convertido en una marca que debe gestionar y, por tanto, visibilizar a partir de aquello que la distingue y singulariza. El anonimato, entonces, se convierte en todo aquello que no cabe y que escapa a esta estrategia de miniaturización selectiva del control. Así, el anonimato adquiere nuevos sentidos. Hablar de la ciudad anónima, en nuestro contexto metropolitano actual, implica un desplazamiento decisivo: de la ciudad gris a una realidad social opaca, de lo estándar a lo difuso, del silencio al rumor, de la vida intercambiable a la vida irreductible. En definitiva, es el desplazamiento del anonimato como forma de sumisión al anonimato como forma de resistencia.
En estas páginas queremos recorrer los distintos sentidos de este anonimato que se resiste. En continuidad con el trabajo sobre La fuerza del anonimato que Espai en Blanc desarrolló en 2008–20091, nos proponemos dar un paso más allá y ofrecer una mirada caleidoscópica sobre las distintas prácticas que conforman este nuevo anonimato: deserción, desafección y abstención, pero también rebelión, picaresca y apoyo mutuo. El anonimato encuentra hoy su fuerza, muchas veces ambivalente, en el silencio del ciudadano descreído, en la movilidad de los migrantes más allá de las diferentes formas de captura de su identidad, en la cooperación uno a uno de las redes peer-to-peer y de la Web 2.0, en las redes afectivas de una nueva picaresca urbana o en el fuego sin palabras de una periferia en llamas, por nombrar algunos ejemplos.
No queremos caer en la trampa de formular la pregunta sociológica o policial sobre los nuevos anónimos (¿quiénes son?) para tratar de identificarlos, sino que queremos situarnos precisamente donde esta pregunta deja de funcionar. ¿Qué ocurre entonces? ¿Qué posibilidades se abren? ¿De qué manera puede ser el anonimato la expresión de la heterogeneidad más radical y de un desafío a los actuales dispositivos de poder?
Partimos de la hipótesis de que las transformaciones metropolitanas que acabamos de describir no son la expresión de metamorfosis superficiales de las formas de vida, sino que implican un cambio radical del espacio político moderno. Sus formas de visibilidad y de representación ya no funcionan, aunque sigan imponiéndose como formas huecas de reproducción de lo que hay. Nos encontramos en una realidad postpolítica en la que la pregunta por lo común ya no pasa por las instituciones que hemos conocido hasta hoy. El espacio público, saturado de palabras y de imágenes capturadas (por el mercado, por la publicidad, por la comuni- cación), está recorrido en sus sótanos y en sus márgenes por una vitalidad que se le escapa. La ciudad anónima es el nombre que damos a este otro mapa, compuesto de afectos y desafectos que no se corresponden con los índices sociales más reconocidos: participación política, cohesión social y crecimiento económico. Por eso, podemos decir que la ciudad anónima es la ciudad que crece cuando las coordenadas del espacio político moderno se desarticulan. Más en concreto, la ciudad anónima emerge en la implosión del consenso, en el agotamiento del sujeto político y, como decíamos, en la crisis del espacio público. Veámoslo más detalladamente.
En primer lugar, la ciudad anónima es el rumor de fondo que hace implosionar el consenso que había fundamentado una determinada configuración política y social, nacida en las ciudades occidentales tras la Segunda Guerra Mundial. El mundo globalizado no es un mundo unificado. Es un mundo que expulsa, condena, maltrata a grandes partes de la población, dentro y fuera del primer mundo. El consenso tácito sobre el progreso, las conquistas sociales y el desarrollo, que compartían opciones políticas diversas, se ha roto. ¿Quién espera qué? No sabemos de qué están hechas hoy las esperanzas ni los malestares. La ciudad anónima es el escenario de una nueva cuestión social.
En segundo lugar, el anonimato emerge como potencia política tras el agotamiento del sujeto moderno, en sus diferentes figuras: el proletariado ya no existe como conciencia ni como horizonte de lucha, y la ciudadanía se ha transformado en una suma agónica de individuos privatizados, de “yos-marca” compitiendo en el escenario del mercado global. Poder esfumarse, desertar, borrarse, desaparecer y a la vez poder cooperar, resonar y aliarse sin resultar presa de una nueva captura identitaria o corporativa es la doble potencia de este anonimato resistente que desborda las capacidades conocidas del sujeto político moderno.
Finalmente, la ciudad anónima es el mapa humano (material, urbano, social y político) que se impone en la crisis del espacio público, como espejismo de la palabra y de la visibilidad autotransparentes. Hoy podríamos decir, parafraseando la conocida sentencia de Spinoza: no sabemos lo que puede una ciudad. Dentro de una misma ciudad, vivimos vidas y hablamos lenguajes intraducibles, estandarizados únicamente por los ritmos del consumo. Pero frente a ello, nuestra pregunta no es ¿cómo reducir esta disparidad a códigos visibles e interpretables?, sino ¿cómo hacerla más opaca, más resistente y más creativa? Es evidente que esta fragmentación favorece en muchas ocasiones la guetización, la autorreferencia, la polarización, la desigualdad, incluso los enfrentamientos. Pero la ciudad anónima es precisamente el anuncio de nuevas respuestas que ya no aceptan el o dentro o fuera, el conmigo o contra mí como código de comportamiento. Dentro pero al margen, la ciudad anónima no aspira simplemente al acceso, la inclusión y la representación. Puede usar o reclamar tácticamente sus derechos, pero sobre todo la mueve el deseo de crear espacios de vida vivible. En las páginas que siguen nos proponemos explorar los sentidos y las posibilidades de algunos de estos espacios, con todas las sombras y las ambigüedades que puedan implicar.