23.02.2008
Encarnar la crítica
“No sólo importa saber qué principios escogemos sino también qué fuerzas, qué hombres los aplican”
Merleau-Ponty
1. El problema de la crítica ha sido tradicionalmente un problema de la conciencia. Hoy es un problema de cuerpo. ¿Cómo encarnar la crítica? ¿Cómo hacer que el pensamiento crítico tome cuerpo? Si la crítica había combatido tradicionalmente la oscuridad, hoy tiene que combatir la impotencia. El mundo global está enteramente iluminado. Nuestras conciencias están deslumbradas. No hay nada que no veamos: la miseria, las mentiras, la explotación, la tortura, la exclusión, etc se exponen a la plena luz. Y sin embargo, qué poco podemos. Sobre nosotros. Sobre el mundo. Podemos decirlo todo y sin embargo no tenemos nada relevante que añadir. Encarnar la crítica no es encontrar la palabra justa, ni complacerse en los jardines de la buena conciencia, ni vender a las instituciones la solución más barata. Encarnar la crítica significa plantearse hoy cómo subvertir la propia vida de manera que el mundo ya no pueda ser el mismo.
2. La crítica que combatía la oscuridad tenía un héroe: el intelectual-artista. Su palabra y sus creaciones eran portadoras de luz: análisis, metarrelatos, denuncia, provocación… Eran las herramientas de una intervención frente al mundo y sobre el mundo. El intelectual-artista trabajaba desde su mesa, desde su estudio. Era su balcón. Desde ahí, su palabra podía mantenerse limpia o venderse al poder, sacrificarse por la lucha o devolver sus garantías al orden. Podía acertar o errar, ser fiel o traicionar. Incluso podía abandonar el balcón y sumarse a la multitud. La crítica que combate la impotencia no tiene héroe, o tiene muchos. Su expresión es anónima, sin rostro. Su lugar de enunciación es errante, intermitente, visible e invisible a la vez. ¿Quién es hoy el sujeto de enunciación del pensamiento crítico? ¿Dónde lo encontramos? Si no podemos nombrarlo es porque es un sujeto anónimo y ambivalente. Compuesto de teoría y de práctica, de palabra y de acción, es brillante y miserable, aislado y colectivo, fuerte y frágil. Su verdad no ilumina el mundo sino que lo desmiente. Si el mundo dice: “Esto es lo que hay”, hay un nosotros que responde: “No puede ser sólo eso”.
3. La impotencia no es consecuencia de una debilidad histórica de los movimientos sociales o de cualquier otro sujeto político que podamos imaginar. Su debilidad misma es la consecuencia de una reformulación del vínculo social en la que la lógica de la conexión ha sustituido a la lógica de la pertenencia. Esto significa que la inclusión/exclusión de cada uno de nosotros se juega no en las relaciones de pertenencia de un grupo más amplio (pueblo, comunidad, clase) sino en la capacidad de conexión, permanentemente alimentada y renovada, que cada uno sea capaz de mantener a través de su actividad como empleado del todo. En la sociedad-red, cada uno está solo en su conexión con el mundo. Cada uno libra su particular batalla para no perder la conexión con el mundo, para no quedarse fuera, para no hacer de su biografía un relato más de la exclusión. Pasarse la vida buscando trabajo, jugarse la vida cruzando fronteras: son los dos movimientos paradigmáticos, las biografías del precario y del inmigrante que somos todos. La lógica de la pertenencia tenía sus particulares formas de dominio. La de la conexión es simple y binaria: o te conectas o estás muerto. Con esta reformulación del vínculo social, resultado de la derrota histórica del movimiento obrero, cada vida es puesta en movimiento hacia el mundo. Nadie está seguro donde está: la conexión, personal e intransferible, es inseparable de la amenaza de la desconexión. Por eso ese nuevo contrato social nos convierte en productores y reproductores de la realidad, en nudos que reforzamos la red: establecido unilateralmente con cada uno, obliga autoobligando, controla autocontrolando, reprime autorreprimiendo.
4. Si la impotencia no es consecuencia de una debilidad histórica de los movimientos sociales, tampoco lo es de una incapacidad particular del yo. “Yo no hago /no puedo hacer nada”: ni por la sociedad, ni contra la destrucción del planeta, ni para detener la guerra… Nada. Es la declaración autocontemplativa de un sujeto que sólo puede moverse entre la culpabilidad y el cinismo. Es la voz de ese yo aislado en su conexión a la red. Solo en un mundo solo. Solo con todos los demás. Desde su conexión precaria y despolitizada, ese yo es presa de la moral, la opinión y la psicología. Se mueve entre la esfera de unos valores que sobrevuelan el mundo, con los que enjucia y es enjuiciado; la compra-venta de opiniones que le ofrecen una posición en la sociedad y el restringido ámbito de su malestar/bienestar.
5. Combatir la impotencia y encarnar la crítica pasa, en primer lugar, por atacar ese yo. Atacar los valores con los que sobrevolamos el mundo, atacar las opiniones con las que nos protegemos del mundo, atacar nuestro particular y precario bienestar. Si la crítica puede definirse como aquél discurso teórico-práctico que tiene efectos de emancipación, el principal objetivo de la crítica hoy tiene que ser liberarnos del yo. El yo no es nuestra singularidad. El yo es el dispositivo que nos aísla y a la vez nos conecta en la sociedad-red. Cada uno con sus valores, opiniones y estados de ánimo puede estar tranquilo frente al mundo, puede restar impotente ante al mundo. Cínico o culpable, el yo siempre sabe dónde tiene que estar.
6. Contra la tradición moderna, desarrollar un pensamiento crítico no significa entonces llevar al sujeto a su mayor grado de madurez e independencia sino arrancar al yo de ese lugar que lo mantiene siempre en su lugar frente al mundo. El ideal moderno de la emancipación había estado vinculado a la idea de que liberarse es en el fondo “despegar” del mundo de la necesidad, deshacer el lazo hasta ser autosuficientes como dioses, individual o colectivamente. Este sería el camino del reino de la necesidad al reino de la libertad en sus diversas formas. En nuestra sociedad-red, la pregunta de un pensamiento crítico y emancipador quizá tiene que ser otra: la pregunta por nuestra capacidad de conquistar la libertad en el entrelazamiento. La liberación tiene que ver hoy con la capacidad de explorar el lazo y fortalecerlo: los lazos con un mundo-planeta, reducido a objeto de consumo, superficie de desplazamientos y depósito de residuos y los lazos con esos otros que, condenados siempre a ser otro, han sido desalojados de la posibilidad de decir “nosotros”. Combatir la impotencia y encarnar la crítica significa, entonces, hacer la experiencia del nosotros y del mundo que hay entre nosotros. Por eso el problema de la crítica no es hoy un problema de la conciencia sino del cuerpo: no concierne a una conciencia frente al mundo sino a un cuerpo que está en y con el mundo. Esto no sólo acaba con el papel del intelectual y su balcón, de los que ya hemos hablado, sino también con los mecanismos de legitimación de su palabra y de sus canales de expresión.
7. La crítica tiene como principal desafío hoy combatir la privatización de la existencia. En el mundo global, no sólo los bienes y la tierra sino también la propia existencia ha sido privatizada. La experiencia que hacemos hoy del mundo remite a un campo de referencias privado: individual o grupal, siempre es autorreferente. Esta privatización de la existencia tiene dos consecuencias: la primera, la despolitización de la cuestión social. Esto significa que tenemos enemigos pero que no sabemos dónde están los amigos. Los focos de agresión sobre nuestra propia vida son perceptibles, pero no la demarcación de la línea amigo/enemigo. Podemos hablar de especulación, de precariedad, de mobbing, de fronteras, etc. Pero ¿cómo nombrar al nosotros que sufre y combate estas realidades? De esta manera, también el enemigo resulta privatizado. Cada uno tiene el suyo, en su propio problema particular. Los frentes de lucha difícilmente pueden ser compartidos. Se infiltran en cada célula de nuestra miseria cotidiana, que es miserable precisamente porque en ella cada uno está solo, como individuo o con su pequeño gueto. Pero la privatización de la existencia tiene también una segunda consecuencia: la radicalización de la cuestión social, que se enraíza directamente en nuestra propia experiencia del mundo y no en otra. Preguntar por el nosotros exige partir de lo único que tenemos: nuestra propia experiencia. La fragmentación del sentido tiene esta virtud paradójica: nos obliga a partir de nosotros mismos. De ahí la importancia de abandonar la tercera persona, que tanto ha dominado al pensador crítico tradicional, y explorar nuestro propio campo de experiencias posibles. La pregunta por lo común hoy exige la valentía de hundirse en la propia experiencia del mundo, aunque esté desnuda y desprovista de promesas. En esto consiste encarnar la crítica.
8. En 2002 nació en Barcelona un proyecto que partió de la necesidad de poner en marcha un pensamiento crítico colectivo y práctico. Colectivo, no porque no tenga nombres propios sino porque en cada uno de ellos resuena un nosotros. Práctico, no porque excluya la dimensión teórica sino porque el mundo no es su objeto de estudio ni de contemplación. Es el campo de operaciones de su cuerpo colectivo. A este proyecto lo llamamos Espai en Blanc, espacio en blanco, en catalán (www.espaienblanc.net). Ligado a las prácticas antagonistas de la ciudad en los últimos años, abrió una brecha en la que el pensamiento crítico puede hoy circular fuera de los espacios especializados y en manos de los protagonistas de los movimientos reales, en su fragilidad, en su intermitencia, en su anonimato. De los trabajos en los que ha participado Espai en Blanc, comentaré tres ejemplos, que son indicativos de lo que puede significar hoy encarnar la crítica: el informe “Barcelona 2004: el fascismo postmoderno” (2004), la película “El taxista ful” (2005) y los encuentros “La tierra de nadie en la red de los nombres” (2006).
9. El primer ejemplo, el informe “Barcelona 2004: el fascismo postmoderno” (2004), es una muestra de cómo una intervención teórica toma cuerpo en la ciudad. En el marco de la campaña contra el Forum Universal de las Culturas, el gran evento internacional que las instituciones de Barcelona organizaron en 2004, Espai en Blanc aportó un análisis que mostraba el mecanismo por el cual el proyecto de ciudad multicultural que proponía la ciudad era en realidad la puesta en marcha de un nuevo dispositivo de despolitización y de neutralización del conflicto que nosotros llamamos “fascismo postmoderno” porque se basaba en la movilización de todas las diferencias hacia un sola ciudad-proyecto, hacia una sola realidad. ¿Cómo hacer para que este análisis no sobrevolara Barcelona sino que interviniera e interfiriera sus movimientos? La idea, junto a la Editorial Bellaterra y a otros colectivos críticos de la ciudad, fue editarlo junto a otros materiales en un libro gratuito. Se dio a conocer su existencia en un acto multitudinario y se convocaron dos únicos puntos de distribución. Quien se interesara por el libro, debería ir a por él y sólo podría llevarse uno. En dos semanas se agotaron 3.000 libros. Pero lo más interesante es que la aparición del libro provocó una movilización. Uno mismo debía decidir hasta dónde ir en su interés, desplazarse hasta un punto de la ciudad, entrar en relación con el editor y con los colectivos que lo habían promovido. Llegaron todo tipo de personas: maestros, activistas, políticos (!) y sobre todo mucha gente anónima que intuía su complicidad con esas palabras. La teoría había dejado de buscar conciencias que iluminar. Muchos cuerpos se pusieron en movimiento para compartir su rechazo, su rabia, sus críticas contra un modelo de ciudad hipócritamente agresivo.
10. El segundo ejemplo, la película “El taxista ful” (2005), es una muestra de cómo toda crítica se hace con y sobre el propio cuerpo, con y sobre la propia vida, cuando ésta se plantea como un problema común. El proyecto nació a partir de un largo trabajo colectivo de crítica del trabajo en tiempos de precariedad. Durante años, la asamblea Dinero Gratis se había planteado: ¿cómo rechazar el trabajo cuando ya no existen ni la fábrica ni el empleo estable? Desde ahí se habían realizado campañas, acciones y escritos que ponían en un primer plano los problemas que plantea hoy nuestra relación, individual y colectiva, con el dinero. El director de cine Jordi Solé (Jo Sol) propuso realizar un trabajo cinematográfico a partir de ellos. Lo interesante era que no se trataba de realizar un documental sobre un movimiento político o sobre un problema social, sino de utilizar el cine para interrogar nuestras propias prácticas y, con ello, interpelar al espectador a ese mismo nivel. Para ello trabajamos sin actores y sin guión escrito. Nosotros mismos fuimos sujeto y objeto del proceso de trabajo. De la mano de Jo Sol y del no-actor Pepe Rovira, una ficción muy real entró un nuestras vidas: la historia de un hombre que robaba taxis para poder trabajar. ¿Qué pensaría de nosotros, cómo se relacionaría con nosotros, un hombre que ha querido tener una vida normal, que sigue queriendo tener una vida normal y que persiguiendo ese sueño se ha convertido en un ladrón y un loco a los ojos de la justicia y de la sociedad? Dos líneas de fuga, dos formas de resistencia a la violencia del trabajo y del dinero se encuentran en una historia de amistad, nuestra verdadera historia de amistad. No tenemos una solución al problema del dinero ni una ideología que nos explique y nos resuelva nuestra relación con la precariedad. Tenemos capacidad de exponernos juntos, de aprender y de luchar desde nuestro propio campo de experiencias posibles. La película habla desde ahí. La película interpela desde ahí.
11. Finalmente, el tercer ejemplo son los encuentros “La tierra de nadie en la red de los nombres” (2006). Esta iniciativa es una muestra de cómo el pensamiento crítico se produce entre nosotros, es decir, que la producción de pensamiento crítico pasa por romper la jerarquía pensador-audiencia para constituir un nosotros pensante, una palabra colectiva capaz de avanzar en los problemas que verdaderamente lo son. A lo largo de cinco meses, Espai en Blanc convocó un encuentro cada último jueves de mes en un local-bar. Cada encuentro planteaba una problemática (El malestar social, El civismo contra la política, El espacio fronterizo, La experiencia del nosotros y Tomar la palabra) y partía de una serie de preguntas y de materiales que eran lanzadas a través de un blog. Acudía quien quería: sin conferenciantes anunciados, sin mesa de coordinación, sin turnos de palabra ni de réplica. A lo largo de cinco meses, más de cien personas, en gran parte desconocidas entre sí, se estuvieron encontrando para pensar juntas. Esta autoconvocatoria anónima abrió un espacio de politización de la palabra y de la propia vida. Contra la privatización de la existencia, apareció un mundo entre nosotros. En las metrópolis actuales hay muchos acontecimientos colectivos, podríamos decir que la mayoría lo son. Sin embargo, la ciudad ha perdido todo poder de autoconvocatoria. Sus acontecimientos están vaciados de nosotros. Sólo nos movemos si alguien nos llama, si hay una actividad programada y se nos dice qué hacer. Allí no sabíamos que iba a pasar, quién iba a venir, qué rumbo tomaría la discusión, cuándo nos engulliría el silencio. Llegábamos con un nudo en el estómago. Y cada vez, una tras otra, en el encuentro funcionó. Con más o menos tensión en el curso de la discusión, cada vez emergió un nosotros que dio sentido al acontecimiento y gracias al cual pudimos pensar de otra manera. En estos procesos las vidas son sacudidas. Ya no caminamos igual cuando volvemos a casa. Quizá no sabemos qué pensamos exactamente. Quizá simplemente se ha abierto un vacío, un espacio en blanco en el que ensayar, con otros, otras formas de vida. ¿Otra conciencia? No, un cuerpo más preparado para combatir el miedo, más expuesto y menos aislado. Un cuerpo que sabe que su vida no es solo suya y que en eso que va más allá de sí mismo se juega todo.