19.12.2006
Victoria Camps reescribe el Neuromante
Cada mañana me despierta puntual el reloj. En la oscuridad percibo sus dígitos indicando la hora y el coste del sueño de la noche. Me levanto para dirigirme al baño y realizar la rutina de todos los despertares. Ante el espejo me miro, considerando si no empiezo a quedarme desfasado ante la moda que se impuso hace tres semanas: cierre craneal translúcido. Todo el mundo en mi trabajo va siempre impecablemente a la última moda en lo que se refiere a los cierres craneales. No hacerlo así podría significar una severa amonestación por parte del jefe, tolerante con muchas cosas, pero jamás con la falta de entusiasmo y adhesión que representa un descuido semejante en la continua puesta a punto de su equipo de trabajadores. Hace un mes todos llevábamos cierres craneales cromados, relucientes. Ahora todos son de plástico translúcido, de diferentes colores, imitando los huesos extirpados del cráneo, dejando entrever el cerebro y los implantes. Los que pueden, presumen así de que sus implantes son los más caros del mercado, el último hardware, el más potente, el que permite ejecutar el software más sofisticado, aquél que se conecta mejor con las sinapsis de las neuronas y optimiza tus recursos mentales. En la cocina me encuentro ya con el desayuno preparado y servido. El programa que gobierna los electrodomésticos está coordinado con el reloj despertador. Menú cuidadosamente elegido, equilibrio nutricional perfecto, ni una caloría de más. Una ligera obesidad es motivo automático de despido según marca el convenio firmado por los sindicatos. Me apresuro comiendo, no quiero llegar tarde a la reunión. Tres días por semana nos reunimos todos los del equipo para poner en común nuestras ideas. El teletrabajo se reserva para las vacaciones y los días festivos. En una empresa de tanto prestigio como la mía, es imprescindible la presencia personal, única manera de comprobar que todo marcha bien, que el equipo es inmejorable, que nuestra entrega a los objetivos de la empresa es total e incondicional. En el coche, camino de la oficina, mientras el piloto automático conduce a través de las autopistas, conecto la terminal del ordenador. Debería repasar el orden del día de la inminente reunión, pero no puedo evitar el deseo de repasar el estado de mis finanzas. Esta noche he soñado con la actriz del momento, una rubia impresionante que ha conseguido estar en cartelera durante una semana seguida. Mis implantes cerebrales han detectado automáticamente el uso de la imagen de la actriz en el sueño, imagen cuyos derechos pertenecen a una prestigiosa productora cinematográfica. La señal inalámbrica emitida por el implante telefónico ha llegado a la central de la sociedad de autores, junto con mi número de identidad. La sociedad de autores, en nombre de la productora, ha descontado de mi cuenta corriente el dinero correspondiente al tiempo soñado con la actriz. Mi afición por las actrices famosas podría terminar arruinándome. Se dice que las productoras ganan más dinero en concepto de derechos de imagen onírica que no por cualquier otra categoría. Es imposible que desconecte mis implantes, la empresa me despediría y quedaría automáticamente relegado a un mundo gris y precario, sin trabajo estable. Solamente los cableados podemos pertenecer a la élite de los nuevos trabajadores. También podría comprar software para inhibir los sueños con imágenes bajo propiedad intelectual, pero esto me limitaría a soñar con gente vulgar en ambientes anónimos. Repasando las facturas de esta noche veo que no sólo me ha cobrado la productora, también el hotel Arts me ha descontado dinero. Claro, hace varias semanas tuve una comida de trabajo en el restaurante del hotel. En el sueño llevaba a cenar a la actriz al mismo restaurante, por lo que el hotel me ha cobrado en concepto de uso virtual de sus instalaciones. Tendría que explicarle todo esto al psicólogo de la empresa y comenzar un tratamiento, pero seguro que me cuesta una represalia en cuanto el psicólogo pase el informe a mis jefes: si sueño tanto con personajes y ambientes propietarios, la culpa es mía: una lamentable falta de imaginación por mi parte, una incompetencia laboral esto de no ser capaz de elaborar ambientes oníricos libres de patentes.
Soy el primero en llegar a la sala de reuniones. En el vestíbulo he saludado a la secretaria que está hoy de turno. Fue muy aburrida la noche que pasé con ella, pero me hizo ganar varios puntos en la consideración de los compañeros. Todos los del equipo tenemos la obligación de montarnos algún que otro lío entre nosotros de vez en cuando, nada serio, una relación breve, que puede ir desde una sola noche hasta varias semanas. No hay ninguna regla escrita que diga que tiene que ser así, pero aquí las reglas importantes no están escritas, se sobreentienden de puro obvias. Tener breves romances entre nosotros ayuda a construir un buen espíritu de grupo. Esto es lo que hay. Fernández no lo entendió así y fue fulminantemente despedido. Cierto es que nadie se lo había dicho, pero es que ¿acaso hacía falta? Lo cierto es que, cuando confesó ante el psicólogo, a las dos semanas de haber sido contratado, que aún era virgen, se convocó una reunión de urgencia del equipo y votamos por unanimidad su inmediato despido. Aún no me explico cómo había logrado superar las pruebas de acceso con semejante incompetencia. La virginidad era la prueba palmaria de su total inadecuación para el trabajo. ¿Cómo podía hacer ganar dinero a esta empresa si no era capaz de venderse a sí mismo? Ya ha llegado todo el mundo a la sala de reuniones. El coordinador general la preside bajo el logotipo de nuestra empresa: Iniciativa para el Progreso. Orden del día: se aproximan las elecciones en el distrito IX y debemos hacer todo lo posible para arrebatar a la competencia la contrata electoral de gestión de los próximos 6 meses. Informe preliminar de la situación. Lluvia de ideas. Más bien, diluvio. El que se quede callado demuestra que ya no sirve para nada aquí. Y tengo mi gran éxito desde que salí con la secretaria: se acepta mi propuesta de cartel electoral. Consistirá en una vista aérea y nocturna de la ciudad antes y después de nuestra gestión. Antes: la iluminación nocturna del distrito IX está por debajo de la media de la ciudad. Después, el distrito refulge, brilla de manera enloquecedora en la noche. Grandes centros comerciales al aire libre con potentes focos y publicidad de hologramas gigantes. Esta será nuestra oferta para el distrito. Cuando consigamos aumentar la cantidad de clientes que el barrio atrae aumentará el ingreso por peaje en sus calles. Entonces podremos contratar a las más caras empresas de seguridad para que vigilen toda la zona, y con más y mejor seguridad podrán aumentar los precios de las viviendas y atraer un vecindario de mayor cualificación. El distrito saldrá beneficiado. Esta será nuestra oferta a los electores. Y el lema del cartel: «Ayúdanos a construirlo, tú puedes».
Esta noche me toca guardia en las oficinas centrales de la empresa. No cerramos nunca, nuestro servicio al cliente es permanente. En la agenda de tareas para esta noche, las dos actividades cotidianas: vigilancia y formación. Observación de todo lo que sucede, optimización continua de los recursos y conocimientos. En la consola se despliega un menú con las diversas lecturas para esta noche. Tras cada lectura, el correspondiente cuestionario para demostrar que se ha leído y asimilado el informe. Imposible leer en un solo turno todo lo que se propone cada vez. Se espera de nosotros que hagamos una selección de lo que nos parezca más adecuado. Ninguna indicación de prioridades a la hora de seleccionar las diversas lecturas posibles dentro del menú. Pero no da igual lo que se escoja, el ordenador anota y reporta cuáles han sido los dossieres estudiados. A veces se hace muy difícil adivinar cuál es la buena elección. Interrumpo la lectura para el boletín de noticias: se ha producido un atentado terrorista. Una detonación de silencio, una explosión de oscuridad. Todo un distrito de la ciudad, que debería brillar como una nebulosa incandescente en la noche, ha quedado a oscuras. No se trata de un simple apagón. Es un fallo general de todos los sistemas. Las calles, abarrotadas con los turistas del turno de noche, quedan inservibles. Al no funcionar los peajes automáticos, los visitantes pueden pasear por las calles sin que quede constancia del servicio que han consumido. Los residentes, durmiendo en sus apartamentos, podrán soñar toda suerte de perversiones sin que la Agencia de Protección de la Propiedad Intelectual llegue a conocer nunca lo que pasó por sus mentes. Los economistas ya realizan cálculos y elaboran informes de prensa con las cuantiosas pérdidas que habrá esta noche. Al cabo de diez minutos se restablecen todos los sistemas. ¡Diez minutos! La bolsa registra automáticamente la cotización a la baja de las principales empresas con inversiones en el sector. Los teléfonos echan humo, las cabezas ruedan. Tratando de minimizar pérdidas, aparecen por televisión los directivos de la empresa de seguridad que gestiona el distrito afectado. Leen el comunicado donde los terroristas reivindican la acción. Se trata de la organización ¡Policía Ya!, un trasnochado grupúsculo de iluminados que reivindican la presencia policial en las calles de las ciudades. Se quejan de que la tranquilidad sale muy cara a la mayoría de los ciudadanos, incapaces de suscribir los cuantiosos contratos que negocian las asociaciones de vecinos con las empresas de seguridad. Actúo con rapidez y me pongo en contacto inmediatamente con nuestro topo en la empresa atacada. El pobre hombre habla atropelladamente. Me explica que la situación es más grave de lo que parece. No se trata del grupo ¡Policía Ya!, viejos conocidos de todos nosotros. No. La cosa es mucho más grave: ¡nadie ha asumido el atentado! Conscientes de lo peligrosos que son los atentados anónimos, de lo desorientador que resulta para los consumidores, y del mal ejemplo que resultaría, se han apresurado a improvisar una reivindicación. En las redacciones de los periódicos, los columnistas piden la movilización ciudadana contra el grupo ¡Policía Ya! En las calles, usuarios y clientes protestan a voces. Comunicados de repulsa. Los líderes encarcelados de ¡Policía Ya! son apaleados en sus celdas por los presos comunes. Para mañana se ha convocado una manifestación y una misa por las víctimas del terrorismo. Los medios de comunicación no informan del lugar ni de la hora de la manifestación, se quiere que sea espontánea. La misa se realizará según el rito multicultural.
El mejor comunicado de repulsa ha sido elaborado por la ONG «Civismo en Acción», una de nuestras filiales. Civismo en Acción capta voluntarios para vigilar los pasillos y vagones del metro. Estudiantes, parados, amas de casa y jubilados forman el grueso de sus filas. Todos ellos gente muy concienciada por los derechos cívicos y la calidad de vida en nuestra ciudad. Su labor es impagable. Informan a los viajeros despistados; imponen silencio a los grupos más ruidosos; reprenden a los fumadores; consiguen asientos para los ancianos y los enfermos; acechan a los mendigos que intentan pedir en los vagones o dormir en algún banco en las estaciones. Y, por supuesto, vigilan que nadie se cuele. Son muy efectivos, pues cada voluntario no limita su acción a los turnos que tiene asignados, sino que aprovecha cualquier desplazamiento que realiza por motivos particulares (trabajo, estudio, ocio) para estar atento a servir al ciudadano. El grupo recibe el 0.7% del importe de la recaudación (multas incluidas). Con este dinero impulsan diversos proyectos en el campo de la ecología y la protección del medio ambiente. Uno de ellos es especialmente simpático y consiste en recoger los perros abandonados durante el verano por los desaprensivos e insolidarios ciudadanos a los que resulta una molestia llevárselos en las vacaciones. Algunos de estos perros son adoptados por los voluntarios mismos, para los cuales son de gran ayuda a la hora de patrullar las líneas de metro más periféricas y peligrosas. Pero su gran gesta ha sido este año el traslado masivo del Pueblo Cabuche. Unos pocos cientos de personas que vivían aisladas en una remota comarca de la Amazonía ecuatoriana. Una conocida hidroeléctrica iba a construir una presa que inundaría casi todas las tierras de los Cabuches. Estos pobres indígenas deberían enfrentarse a una avalancha de inmigrantes que, aunque no lo quisieran, acabarían con su lengua y cultura ancestrales. «Civismo en Acción» consideró que era intolerable esta pérdida de diversidad cultural que se produciría por el contacto de los Cabuches con otras lenguas y maneras de vivir. Algunos radicales estaban manipulando a los pacíficos Cabuches, intentado ponerlos en contra de la presa y alentándolos para que cometieran actos violentos contra las obras. Conscientes de la importancia que tienen los valores de la paz y la diversidad cultural, «Civismo en Acción» comenzó una campaña solidaria de recogida de fondos para trasladar en masa a todos los cabuches hasta un nuevo emplazamiento donado generosamente por un terrateniente de la zona. Como pequeña contrapartida, éste sólo ha pedido instalar una webcam en el poblado cabuche y poder explotar los derechos de imagen. Hubo alguna reticencia por parte de algunos socios de «Civismo en Acción» al tema de la webcam, pero finalmente cedieron cuando recibieron garantías de que los indígenas no sabrían nada de la existencia de la webcam, por lo que su vida y cultura no se verían afectadas por su presencia. La presa está terminada y produce electricidad barata para los barrios pobres de Quito; los Cabuches continúan en el Paleolítico para mayor beneficio de antropólogos y productoras de documentales etnográficos; se ha evitado el terrorismo. En la universidad, se ha impartido un curso sobre resolución pacífica de conflictos proponiendo el «Caso Cabuche» como paradigma de solidaridad activa y eficaz. Este es el tipo de ciudadanos que necesita este país: gente activa, solidaria, emprendedora, capaces de promover soluciones efectivas a los problemas sociales. Pues de eso se trata, de no convertirse en un problema para la sociedad, de aportar soluciones imaginativas.
Aclarado ya el tema del atentado, puedo volver a concentrarme en las noticias que van llegando: cierra la universidad de Asunción (Paraguay), las islas Maldivas desaparecen definitivamente bajo el océano por el efecto invernadero con miles de personas a la deriva en frágiles embarcaciones que ningún país quiere acoger, el Papa excomulga a los ciborgs. De todas, la más interesante es la de la universidad paraguaya. Estudio a fondo la noticia para incluirla en el informe diario de incidencias. Los estudiantes de carreras científico-técnicas de Paraguay no podían pagar los derechos de propiedad intelectual de las materias estudiadas. En los primeros cursos no había ningún problema, ni el teorema de Pitágoras ni las leyes de Newton están protegidas por patentes, pero al llegar a los últimos cursos de carrera y al doctorado, la situación comenzaba a resultar insostenible para los débiles bolsillos de los estudiantes. Un simple ejercicio en la pizarra que debiera usar un par de teoremas patentados era ya un costoso sacrificio. Y los inspectores que vigilan contínuamente las clases no dejan pasar ni una. Además, aunque se tenga dinero para pagar los derechos de uso de ciertos teoremas, está la cuestión, que también nos afecta a nosotros, del permiso de exportación. Ciertas teorías imprescindibles en los últimos avances en telemática no pueden ser aplicadas fuera de Estados Unidos. Con la excusa de que tienen aplicaciones militares, por seguridad nacional, el gobierno USA ha prohibido su exportación. La Unión Europea protesta y, en un gesto más simbólico que real, amenaza con patentar la lengua inglesa. Sería inútil, el gobierno yanki presentaría estudios lingüísticos demostranto que el americano ya no es inglés y, por tanto, no está afectado por la patente. En nuestras propias universidades se dan comportamientos delictivos entre profesores y estudiantes. Para eludir el pago de las patentes hay un mercado negro de apuntes. Se hacen exámenes orales de manera semiclandestina para ocultar que se han tratado teorías propietarias. El gobierno ha indicado verbalmente a las diferentes empresas que gestionamos las ciudades que hagamos la vista gorda ante estos delitos pues, obviamente, al país le sale muy cara la continua importación de teorías científicas y nuestra propia producción es más bien escasa. Pero de vez en cuando hay que hacer algo de cara a los organismos internacionales de propiedad intelectual. Así que organizamos redadas en la universidad con detenciones masivas. Prestigiosos profesores son sorprendidos en los lavabos de las facultades intercambiando maletines con los alumnos. Detenciones, acusaciones de traficar con apuntes, juicios y multas, campus clausurados durante algunos días. Hay estudiantes radicales que realizan pintadas en las fachadas de las facultades. Las pintadas suelen consistir en fórmulas de física o matemáticas bajo copyright. Los rectores se apresuran a borrarlas antes de que las vean los inspectores, y en los consejos de estudiantes se pide moderación a estos saboteadores.
Ha terminado mi turno de guardia. Llevo 24 horas sin dormir y ante mí amanece un día libre. Hoy no tengo que trabajar, puedo marcharme por fin. De aquí a una hora tengo que estar en el aeropuerto para recibir a un viajero, una persona que se incorporará mañana a nuestro equipo. He pensado enseñarle la ciudad, llevarlo a comer, buscarle alojamiento provisonal y ponerlo al día en los asuntos más importantes de la empresa. Que se sitúe un poco antes de comenzar mañana a trabajar en serio. Hemos pensado que era mejor acogerlo de esta manera informal y espontánea. Pero antes de salir a buscarlo necesito despejarme un poco. Subo por el ascensor hasta la azotea del edificio y me quedo allí unos minutos contemplando el mar y la ciudad, disfrutando del aire fresco y esperando que salga el sol. Me trago varias pastillas para combatir el cansancio y la somnolencia. Poco a poco, los letreros luminosos de la noche se van apagando. En esta misma terraza, nuestro propio eslógan: «No seas un problema, ¡busca soluciones!»; dentro de poco propondré substituirlo por otro aún más simple y contundente: «¡Piensa!». En estos breves momentos, entre el apagado de las luces y la salida del sol, y más aún si el día está nublado, la ciudad presenta una vista insólita. Todo gris, sin colores, apagado. El cielo sobre el puerto tiene el color de un televisor sintonizado en un canal muerto; pero no importa, no importa porque las mentes están repletas de colores y nosotros sabemos cómo extraerlos y ponerlos a producir brillando más que mil soles.