03.03.2009
Espectros de Müntzer al amanecer / Bienvenida al siglo XXI
Traducido por: Luis Navarro Monedero
«Unos meses antes de la Cumbre empezamos a escribir textos épicos como De las multitudes de Europa… (y muchos otros), ya sabes, era como un edicto, y empezaba: «Somos los campesinos de la Jacquerie… Somos los treintaycuatromil que respondieron a la llamada de Hans, El Flautista… Somos los siervos, los trabajadores, los mineros, los fugitivos y los desertores que se unieron a los cosacos de Pugachov para derribar a la autocracia de Rusia…» Luego llevamos a cabo maniobras mediáticas con el propósito de crear expectativas para Génova. Un ejemplo: una tranquila noche de primavera colgamos del cuello de las estatuas más visibles de Bolonia (tipos como Garibaldi y otros héroes nacionales del siglo xix) carteles con mensajes que animaban a todos los ciudadanos a ir a Génova. […] Queríamos persuadir a toda la gente que pudiésemos de ir a Génova y acabamos convenciendo a toda la gente que pudimos de caer en una emboscada policial a gran escala. Los manifestantes fueron atacados, sanguinariamente golpeados, arrestados e incluso torturados. No esperábamos tanta violencia. Nadie la esperaba. Lamento que fuésemos tan ingenuos y que nos cogiesen con la guardia baja, aunque pienso que fue un momento crucial para la última generación de activistas. De alguna manera fue importante estar allí. Esta experiencia ha creado vínculos entre una multitud transnacional de seres humanos. Veremos que las consecuencias de haber «estado allí» traerán cola por mucho tiempo, a una escala más amplia, en las bases populares».
Wu Ming entrevistado por Robert P. Baird. Chicago Review # 52:2/3/4, octubre de 2006.
0. Un regalo de los monos
Sucedió una fría noche de marzo de 2001.
Sucedió en Nurio, estado de Michoacán, México, donde todas las tribus indígenas del país se reunieron para reclamar una Ley de Derechos de los Indios. Era la tercera reunión del Congreso Nacional Indígena, creado en gran medida por los zapatistas, aquellos guerrilleros poéticos conocedores de las dinámicas de los medios, que siete años antes parecieron surgir de ninguna parte, si no es de las profundidades del tiempo. U2 se equivocaban, a veces algo cambia el día de Año Nuevo. A veces un ejército de campesinos mayas con pasamontañas ocupa una ciudad y se hace oír por millones de personas. Eso pasó en San Cristóbal de las Casas, estado Chiapas, México el 1 de enero de 1994.
Y allí estábamos siete años después, en la oscuridad de la frontera de Nurio, y allí estaban los zapatistas, y el subcomandante Marcos también, ya que el encuentro indígena tuvo lugar durante la famosa e internacionalmente conocida Marcha por la Dignidad.
La Marcha: multitudes desplazándose en autobuses maltrechos, recorriendo miles de millas desde las regiones apartadas de Chiapas hasta el espectacularmente concurrido Zócalo, la mayor plaza de Ciudad de México. Siete días de viaje. Siete días de poesía entregada por Marcos en siete discursos alegóricos llamados las «Siete Llaves».
Nurio fue una parada en este viaje, y el colectivo Wu Ming estaba allí también, al menos algunos de nosotros. Marcos y los zapatistas iban acompañados por gentes de todas las partes del mundo, un cortejo variadísimo de periodistas, activistas, intelectuales, artistas y parásitos. Nosotros hicimos todo el camino desde Italia como miembros de una extraña delegación a la que allí llamaban los «monos blancos».1 Se trataba de un juego de palabras, puesto que «mono» es también la palabra española de argot para nombrar los trajes de faena que cubren todo el cuerpo. En casa solían llamarnos «tute bianche». Mediante un extraño giro semántico, una prenda de trabajo se había convertido eventualmente en un símbolo de la desobediencia civil, y mucha gente solía llevarla en las manifestaciones. Mantuvimos los monos puestos durante toda la marcha, aunque habían dejado de ser blancos mucho antes de que llegásemos a Ciudad de México. No tuvimos ocasión de darnos una ducha, así que íbamos inmundos.
A veces se nos llamaba «monos» con intención despectiva y xenofóbica, especialmente en la prensa reaccionaria, pero nosotros adoptamos el nombre y más tarde escribimos una historieta alegórica, La Fábula de la mona blanca, que empezaba así:
«Después de muchos años, el escarabajo negro llamado Don Durito decidió salir de la selva, por lo que reunió a todos los animales, tanto los que estaban de este lado del mar como los que estaban del otro lado, para que lo acompañaran hasta la ciudad. Muchos animales bajaron desde las montañas y otros llegaron desde el mar.
El más extraño de todos era un mono blanco que venía de muy lejos. Su color contrastaba tanto con el color de la tierra, que parecía fuera de lugar. Los demás animales miraban sorprendidos aquel extraño ejemplar, que caminaba con dificultad en un territorio desconocido, debajo de un sol que su piel no conocía. Torpe y despistado, el mono blanco hacía cada cosa con el fin de ser útil y demostrar que su lugar estaba ahí. Llegó muchas veces tarde a la parada prevista, pero llegó siempre».
Parecíamos pordioseros y, a pesar de todo –como sucede a veces con los pordioseros–, debía haber algo noble (o cuando menos interesante) en nuestros modales, ya que los dirigentes del Ejército Zapatista nos nombraron guardaespaldas suyos. Bromas aparte, durante la marcha, los monos blancos italianos nos convertimos hasta cierto punto en el servicio de seguridad de los mandos ¡con las pintas que llevábamos!
Era mayormente una performance, con más apariencia que sustancia. Quién sabe lo que Marcos y los demás tenían en mente al elegirnos. Quizá sólo pretendían bromear.
Afortunadamente, no nos volvimos arrogantes.
(Bueno, al menos no todo el rato).
Y de habérsenos visto, el flujo constante de insultos de los medios reaccionarios –e incluso del propio presidente Vicente Fox– nos habría recordado que éramos unos monos sucios, andrajosos, torpes y fuera de lugar.
– Después se dirigió a la cola de la caravana y dijo al animal más extraño:
–«No conoces el río, pero tienes las manos grandes y fuertes, construye un puente para llegar a la otra orilla»
Fue así que el mono blanco, agradecido por esta responsabilidad, de buena gana se puso a trabajar. Trabajaba bajo la lluvia y bajo el sol, de día y de noche, mientras el zorro, a escondidas, lo calumniaba con los otros animales, y los loros pasaban la voz.
–«El mono blanco no es como nosotros, no vive aquí, es de otro color. No deben de confiar en él, el puente que está construyendo se derrumbará y se ahogaran todos».
El oso, el coyote, el mono negro del color de la tierra, observaban el trabajo del mono blanco y discutían entre ellos:
–«Viene de lejos, pero es nuestro amigo. Está trabajando para hacernos llegar a la ciudad»
–«No es su río, no sabemos quién es, no podemos confìar en él».
Pero el viejo Don Fèlix, el águila que desde las alturas veía todo, decía que Don Durito le había dado la tarea al mono blanco porque era diferente y venía de muy lejos. Justamente por ese motivo su trabajo debería de tener un significado más importante».
Al final llegamos a Ciudad de México y nos dimos un baño de luz en el reflejo de los zapatistas. Un corresponsal del diario izquierdista La Jornada escribió:
«El sábado 11 de marzo, durante la marcha desde Xomichilco hasta el Zócalo, los monos blancos italianos que escoltaban la caravana zapatista vislumbraron un cartel, uno de los muchos que la multitud utiliza para comunicarse con el mando general del ejército zapatista. El cartel decía: «LOS MONOS BLANCOS TIENEN MUCHOS HUEVOS». Ello suponía una compensación por todos los insultos y calumnias que, en los días previos, habían convertido a estos europeos en objetivo de una campaña xenofóbica.»
Pero volvamos a la fría noche de Nurio. ¿Qué sucedió en este vivaque sobre el altiplano central de México? ¿Por qué fue tan especial?
Bueno, por nada. Simplemente por un gesto minúsculo. Mientras algunos de los acampados encendían la hoguera, uno de nosotros se acercó al Subcomandante y le entregó una copia de nuestra novela Q, que habíamos escrito bajo el nombre «Luther Blissett». Era una copia de la edición española. Sobre la cubierta había una dedicatoria:
«El Sub»
con el calor de la lucha en una noche fría,
un mono blanco (ahora de todos los colores de la tierra),
casualmente autor de este libro»
Marcos leyó estas líneas y miró pasmado: – ¿Tu eres el autor? ¿Un mono blanco?
– Sí. La escribí con otros tres tipos que también son monos blancos.
Dio las gracias a nuestro compañero, cogió el libro y se largó.
«Cuando se había construido la mitad del puente, Don Durito juntó a todos los animales en la orilla del rio. Luego acompañó al mono blanco a la ventana de manera que todos pudieran verlo y dirigiéndose a los otro animales dijo:
–“Está construyendo un buen puente, pero no puede terminarlo solo. Ninguno puede hacerlo solo. El mono blanco, ingenuo, preguntó:
–Entonces, ¿por qué hasta ahora me has hecho hacerlo a mí solo?” Don Durito cerró la ventana y dejó que el mono blanco se viera reflejado en el vidrio. Él se miró y no se reconoció. Su pelo ya no era tan blanco, ahora era del Color de la Tierra».
1. Marcos, Müntzer y Q (1994-99)
«[…] Luché […] al lado de hombres que creían realmente que podían acabar con la injusticia y la maldad sobre la tierra. Éramos miles, éramos un ejército. Nuestra esperanza se hizo añicos de plano en Frankenhausen, el 15 de mayo de 1525. Ese día yo abandoné a un hombre a su destino, a las armas de los lansquenets. Me llevé su bolsa llena de cartas, nombres y esperanzas. Y la sospecha de haber sido traicionado, vendido a las fuerzas de los príncipes como un rebaño en el mercado». Todavía me cuesta pronunciar su nombre. «Ese hombre era Thomas Müntzer.»
No puedo verlo, pero siento su asombro, quizás la incredulidad de alguien que cree estar hablando con un fantasma.
Su voz es prácticamente un susurro. «¿Has luchado realmente con Thomas Müntzer?»
Luther Blissett, Q
Hasta hoy, no sabemos si Marcos habrá tenido siquiera ocasión de leer el libro. Estuvo sobrenaturalmente ocupado en los años que siguieron. Sin embargo, darle una copia tuvo un sentido preciso. Para nosotros, este presente simbolizaba la realización de un ciclo, desde la guerra de los campesinos del siglo xvi (asunto de la novela) hasta el Levantamiento2 zapatista.
La guerra de los campesinos fue la mayor revuelta popular de su tiempo. Estalló en el corazón del Sagrado Imperio Romano y fue salvajemente reprimida en 1525, un año antes de que los Conquistadores3 iniciasen la sangrienta invasión del sur de México y destruyesen la civilización maya.
El Levantamiento zapatista ha sido la rebelión campesina más inspiradora de nuestro tiempo. Tuvo lugar en el sur de México, partiendo de la iniciativa de activistas mayas y ha influído en las luchas de todo el imperio impío de hoy. Llámalo quiasmo si quieres.
La Guerra de los Campesinos fue un evento prefigurador, igual que su principal agitador, Thomas Müntzer, fue un carácter prefigurador. Fue literalmente una pre-figuración, porque el orden social que Müntzer y los campesinos revolucionarios imaginaron estaba muy por delante de su época, de hecho está aún por delante de nuestro tiempo y no es todavía más que una alucinación colectiva seguida por explosiones de violencia de masas. Ésta es la interpretación conservadora iniciada por Martin Lutero y refinada por Norman Cohn, quien describió a Müntzer como un precursor del totalitarismo moderno y la locura nazi. Y una mierda. Los campesinos estaban lejos de estar locos: tenían programas sociales (aunque toscos) y pretendían alcanzar objetivos concretos. Tenían necesidades reales y su práctica estaba enraizada en la realidad social de su tiempo. Sus logros parciales fueron tangibles: conquistaron ciudades, establecieron consejos revolucionarios y sacudieron la estructura del poder desde los fundamentos hasta los dientes podridos de los príncipes. En un territorio feudal fragmentado en incontables ciudades-estado, la guerra de los campesinos fue una rebelión ilimitada, nacional, pangermánica mucho antes de que Alemania llegase a existir como nación. Los errores de los campesinos –tanto ideológicos como estratégicos– eran inmanentes a este contexto sociohistórico, pero sus políticas habían empezado a trascenderlo. Fueron derrotados y masacrados, pero su legado está todavía con nosotros, enterrado en el mismo suelo que pisamos, y puede volver a la superficie cada vez que el orden social sea amenazado desde abajo. Igual que la retórica de los líderes campesinos, resuena todavía a través de los siglos4. Müntzer nos habla todavía de muchas formas y con muchas voces.
Desde luego habló a cuatro activistas contraculturales a finales de 1995, dos años después de que las noticias del Levantamiento hubiesen cruzado el Atlántico, inspirando un nuevo fenómeno llamado Luther Blissett Project.
«En la primera mitad de los noventa se creó la identidad colectiva «Luther Blissett» y fue adoptada por una red informal de personas (artistas, hackers y activistas) interesadas en utilizar el poder de los mitos y en promover la «contrainformación» agit-prop. En Italia, mi círculo de amigos compartía una obsesión por el eterno retorno de figuras arquetípicas, como los héroes populares y los estafadores. Pasábamos el día explorando la cultura pop, estudiando el lenguaje de los zapatistas mexicanos, recopilando historias de burlas en los medios y del arte de la guerrilla de la comunicación desde los años 20 (material del Dada berlinés, veladas futuristas, etc.), revisando obsesivamente una película en particular, Slapshot, de George Roy Hill, con Paul Newman en el papel del jugador de hockey Reggie Dunlop. Nos gustaba mucho Reggie Dunlop, era el perfecto estafador, el Anansi de las leyendas africanas, el Coyote de las leyendas de los nativos americanos, Ulises manipulando la mente del cíclope.
¿Y si nosotros pudiésemos construir nuestro propio «Reggie Dunlop», un golem fabricado con la arcilla de tres ríos –la tradición agit-prop, la mitología popular y la cultura pop–? ¿Y si emprendíamos un juego de rol completamente nuevo, utilizando todas las plataformas mediáticas disponibles actualmente para extender la leyenda de un nuevo héroe popular, un héroe propulsado por la inteligencia colectiva?»
Henry Jenkins III: «Cómo Slapshot inspiró una revolución cultural.
Una entrevista con Wu Ming Foundation», web Confessions of an Aca/Fan, octubre de 2006.
Las estrategias de comunicación de los zapatistas influyeron mucho en el LBP. Ya en los primeros textos producidos por Luther Blissett pueden encontrarse referencias al Sub y al EZLN. Lo que nos fascinaba era el modo en que los zapatistas eludían encuadrar su lucha en ninguno de los desesperadamente manidos modos de pensamiento del siglo xx, y rechazaban las viejas dicotomías como reformistas vs. revolucionarios, vanguardia vs. masas, violencia vs. no-violencia, etc. Los zapatistas eran evidentemente de izquierdas, pero parecían rechazar cualquier pensamiento lineal en la escala tradicional de izquierda y derecha, y de una manera que no tenía nada que ver con la forma en que algunos fascistas europeos argumentan que ellos no son «ni de derechas ni de izquierdas». El lenguaje zapatista se apartaba del «tercermundismo» estereotípico. Conectaba la reapropiación creativa y el uso de viejos mitos, cuentos populares, leyendas y profecías con una visión que abarcaba un nuevo transnacionalismo (Huey P. Newton lo hubiese llamado «Intercomunalismo»). La «comunidad» de la que hablaban los zapatistas era abierta, iba más allá de las fronteras de los grupos étnicos en cuyo nombre hablaban. «Todos somos indígenas del mundo», decían. Venían del rincón más miserable del mundo conocido, y aún así pronto entraron en contacto con rebeldes de todo el orbe.
La estrategia de comunicación de los zapatistas estaba basada en el rechazo de los tradicionales líderes que chupan cámara. En los primeros días del Levantamiento, Marcos declaró: «Yo no existo. No soy más que el marco de la ventana»; luego explicó que «Marcos» era solo un alias, y que él era sólo un «subcomandante», un portavoz para los indígenas. Afirmó que todos podían ser Marcos, y que ese era el sentido del pasamontañas. La revolución no tiene rostro, porque tiene todos los rostros. «Quien quiera ver el rostro bajo el pasamontañas, que coja un espejo y se mire», decía Marcos.
De aquí parte Luther Blissett. Los comentaristas siempre han especulado con los supuestos «orígenes situacionistas» del proyecto (una vía sin salida, de haber allí una vía), mientras que la verdad estaba ante los ojos de cualquiera. El ejemplo establecido por los zapatistas ayudó al LBP a refinar su propósito: arrancar el uso de los mitos de las manos de los reaccionarios.
El Luther Blissett Project fue un plan concebido para cinco años más o menos, y duró desde 1994 hasta 1999. Cientos de personas de toda Italia y otros países adoptaron ese nombre e hicieron contribuciones en términos de burlas mediáticas, programas de radio, fanzines, vídeos, teatro callejero, performances artísticas, política radical y escritos teóricos. Hubo al menos cincuenta agitadores activos en Bolonia de principio a fin. En 1995 algunos de ellos concibieron la idea de escribir una novela histórica. Esta novela acabaría siendo Q.
Como estábamos imbuidos de las sugerencias frescas de los zapatistas, casi inmediatamente pensamos en volver a contar una insurrección campesina, mejor dicho, la madre de todas las insurrecciones modernas, campesinas o no.
Ya conocíamos a Müntzer: en sus años adolescentes, uno de nosotros había pertenecido brevemente a un grupo marxista para el que la lectura de La guerra de los campesinos en Alemania de Friedrich Engels era poco menos que obligatoria. Y puede sonar extraño para un país católico, pero Italia tiene una interesante tradición de estudios sobre Müntzer y las alas radicales de la Reforma. Los sermones de Müntzer se publicaron por primera vez en Italia en 1970. En los setenta, una década fuertemente politizada, la figura de Müntzer se investigó y se discutió intensamente. En un año tan crucial como el de 1989, vinieron a Ferrara –a unas veinte millas de Bolonia– estudiantes de diversas partes de Europa (incluyendo la Alemania del Este cercana al colapso), y tomaron parte en una conferencia llamada «Thomas Müntzer y la revolución del hombre corriente».
Pero, ¿por qué contar otra vez esta historia? ¿Por qué escribir una novela histórica sobre un tema tan anacrónico? ¿Qué sentido podía tener Thomas Müntzer y la guerra de los campesinos en los «rugientes noventa»? El «comunismo» había fracasado, la «democracia» había ganado, la creencia en el libre mercado era indiscutible para lo que los franceses llamaban la pensée unique5, «el pensamiento único [= el único permitido]». La ideología «neoliberal» centrada en el mercado había triunfado. ¿Y queríamos escribir una novela sobre holgazanes proto-comunistas hace tiempo olvidados?
Si, queríamos. En un tiempo de hybris contrarevolucionaria, en medio de «la década más codiciosa de la historia» (como la llamó Joseph Stiglitz), pensamos que un libro así era más necesario que nunca.
Pronto topamos con un trabajo del dramaturgo alemán Dieter Forte, un drama de 1970 titulado Luther, Müntzer y los contables de la Reforma. Era una alegoría explícita sobre el movimiento de 1968 en Alemania Occidental. Este texto tuvo un poderoso efecto sobre nosotros. Fue el pedal de arranque del proceso de escritura.
A decir verdad, la guerra de los campesinos y la predicación de Müntzer eran sólo el principio de la historia que íbamos a contar. Q cubre más de treinta años de historia de Europa, desde 1517 (cuando Luther clavó sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg) hasta 1555 (año de la paz de Augsburgo). Aquellos tumultuosos años aportan historiadores y narradores pioneros con muchos elementos prefiguradores, y los radicales de esta época parecían haber probado prácticamente todas las estrategias y tácticas revolucionarias. Si escuchamos atentamente lo que el siglo xvi tiene que decirnos, encontraremos anarquistas, proto-hippies, socialistas utópicos, leninistas duros, maoístas místicos, estalinistas locos, a las Brigadas Rojas, la Angry Brigade, los Weathermen, Emmett Grogan, Friar Tuck, el punk rock, a Pol Pot y al Camarada Gonzalo (del movimiento guerrillero Sendero Luminoso de Perú). Todo un ejército de espectros y metáforas. Encontramos también todo tipo de activistas contraculturales, bodiartistas, panfletistas y editores de fanzines. Nuestro personaje principal, el héroe sin nombre, se involucró en todos y cada uno de los proyectos subversivos con los que se topó, desde la guerra de los campesinos a la toma anabaptista de la ciudad de Münster, desde la secta terrorista de Jan Van Batenburg, los Zwaardgeesten, hasta la comunidad lealista de Amberes, desde el contrabando de libros en Suiza y el norte de Italia hasta la huída final de Europa al Imperio Otomano. La tercera parte de la novela se hace eco de prácticas propias de Luther Blissett, como la difusión de noticias falsas y la creación de un personaje virtual (Tiziano el anabaptista), con el propósito de desconcertar a los poderes fácticos.
No obstante, hay poca duda de que Müntzer es una de las figuras clave de la novela. Es el personaje que más se imprime en la memoria de los lectores.
Queríamos escribir un libro feroz y apasionado, un libro consciente de sí mismo como artefacto cultural (mejor dicho, como arma cultural), pero sin el escudo habitual del desapego postmoderno y la ironía que supuestamente todo lo explica. Una novela que anunciase el retorno de la ficción narrativa popular/radical. El mundo necesita novelas de aventuras escritas por gente que tome su escritura en serio, que se pringue sin eludir su responsabilidad –que se pringue sin dejar de rendir cuentas.
En marzo de 1999, la publicación de Q fue nuestra contribución final al Luther Blissett Project, que acabó al finalizar el año. Cuando se publicó en Reino Unido, el novelista británico Stewart Home la describió como un ejemplo de «postmodernismo proletario», poniendo más énfasis en el adjetivo que en el nombre. Tales clasificaciones provisionales siempre indican que está teniendo lugar un cambio. Más tarde, la tendencia literaria que floreció en la estela de Q se llamó «nueva épica italiana».6
2. Müntzer Mojo Rising o El castillo sitiado (1999-2001)
«Ellos se presentan como algo nuevo, se bautizan con acrónimos: G8, FMI, BM, OMC, NAFTA, FTAA… Pero no pueden embaucarnos, son los mismos que vinieron antes que ellos, los écorcheurs que saquearon nuestros pueblos, los oligarcas que reconquistaron Florencia, la corte del emperador Segismundo que engañó a Juan Hus, la Dieta que obedeció a Ulderico y se negó a admitir al pobre Conrado, los príncipes que enviaron a los lansquenets a Frankenhausen, los impíos que asaron vivo a Dozsa, los terratenientes que atormentaron a los Digger, los autócratas que derrotaron a Pugachov, el gobierno que Byron maldijo, el viejo mundo que detuvo todos nuestros asaltos y destruyó todas las escaleras al cielo.
En nuestros días tienen un nuevo imperio, imponen nuevas servidumbres por todo el globo, fingen ser todavía dueños y señores de la tierra y del mar.
Una vez más, las multitudes nos alzamos contra ellos».
De las multitudes de Europa alzándose contra el Imperio, primavera 2001.
A la publicación de Q siguió una extensa gira de presentación por toda Italia (y Ticino, el cantón italoparlante de Suiza). Nos reunimos con cientos de lectores en todo tipo de lugares de encuentro (okupas, bibliotecas, librerías, festivales, etc.), que planteaban sus dudas y discutían la recepción del libro en la escena literaria. Durante esta gira anunciamos que, tras el final del LBP, comenzaríamos un nuevo proyecto, trabajando más estrechamente, enfocado a contar historias y sin una fecha límite por delante. Wu Ming ya estaba a la vuelta de la esquina.
Estábamos todavía de viaje cuando estalló la Batalla de Seattle.
Fue el 30 de noviembre de 1999. Esa tarde llegamos a Lodi, una pequeña ciudad de Lombardía, y tuvimos un encuentro con los lectores en la biblioteca municipal. En lugar de hablar del libro, estuvimos desvariando con lo que acababa de ocurrir en la cumbre de la OMC. Teníamos la impresión de que era el principio de algo grande.
Y se hizo grande, en efecto. Muy pronto, el nuevo movimiento hizo erupción como un desafío mundial a las instituciones globales que regulaban de arriba a abajo los «mercados libres»: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y demás chupasangres.
El 2000 fue un año de intensa organización, de protestas e interrupciones de importantes cumbres. Las manifestaciones más relevantes tuvieron lugar en Praga a finales de septiembre, cuando miles de manifestantes ridiculizaron una reunión del FMI y el BM juntos. Estuvimos allí también.
En cierto momento, el movimiento determinó que el enfrentamiento decisivo, su prueba de fuego, tendría lugar la tercera semana de junio de 2001 en Génova, al norte de Italia, donde se había programado una cumbre del G8. Sería la primera cumbre del G8 desde la elección de George S. Bush como presidente de los Estados Unidos, y la primera también con el payaso derechista Silvio Berlusconi como primer ministro italiano y anfitrión cachondo del evento.
En abril de 2001 se juntó en Quebec gente de todas partes de Norteamérica para protestar contra el tratado de FTAA. Las marchas fueron coloristas y radicales; la protesta, imaginativa y muy diversa. Muchos hilos radicales diferentes se trenzaron para formar cuerdas, no sólo en sentido metafórico, sino también literal, con los brazos enganchados como garfios para derribar el «Muro de la Vergüenza» (la cerca que rodeaba el área de la cumbre). ¿Sabes? Estuvimos allí, y creímos que fue una experiencia interesante, así como un buen presagio de Génova.
Mientras tanto sucedían cosas curiosas en Italia y otras partes. En las manifestaciones veías gente que parecía Bibendum, el Hombre de Michelín: llevaban cascos, monos blancos y, debajo de los monos, algún tipo de protección corporal: hombreras, tobilleras, chalecos salvavidas, cojines, incluso planchas de espuma de empaquetar. Veías cientos de aquellas divertidas figuras portando grandes escudos de plástico o barricadas móviles hechas de neumáticos marchando hacia los maderos en formación de falange. No tenían armas ofensivas, sólo formas inventivas de impedir que las porras les partiesen los huesos. Se llamaba «desobediencia civil acolchada» o «desobediencia civil all’italiana«. Había algo inconfundiblemente «a lo Blissett» en esta práctica enigmática, y pronto empezamos a cooperar con aquella gente, huérfanos en su mayoría de los huérfanos del viejo movimiento autónomo.
«Los monos blancos no son un uniforme y no deben evocar nunca imágenes de tipo militarista. Eso sería un grave error político.
Los monos blancos no establecen una identidad, ni tienen nada que ver con pertenecer a un grupo o una tropa. Los monos blancos son herramientas. No se debe decir: “Pertenezco a los monos blancos”, sino: “Llevo un mono blanco”.
Los monos blancos son torpes y desgarbados, muchas veces se les ha comparado con los Hombres de Michelín. Reírse unos de otros no sirve de nada, y cuando carga la policía no pueden correr, son objetivos fáciles, es como golpear a una vaca en un pasillo. […] Las actuaciones con monos blancos se proponen hacer cosquillas a la gente enrollada. […] Sus eslóganes son irónicos de un modo cálido: las palabras “Paz y Amor” se asocian con imágenes de revueltas, y cantan “¡Aquí venimos! / ¡eh, bastardos, aquí venimos!”, con el coro de Guantanamera, al marchar con ambas manos levantadas, totalmente conscientes de que van a ser aporreados y ninguno de ellos devolverá el ataque.
Las narraciones que los monos blancos producen acerca de sí mismos son autosarcásticas, p. e. la Fábula de la mona blanca. […] Los monos blancos son conscientemente ridículos, ésta ha sido con mucho su ventaja. Cuando dejen de ser ridículos, tendrán que encontrar otra herramienta».
Wu Ming 1: «Carta abierta a la revista Limes»
(no publicada), junio de 2001.
No fue el único fenómeno extraño que detectamos aquellos días, ya que el fantasma de Thomas Müntzer (¡y no otro!) estaba reapareciendo en lugares inesperados.
Había algún tipo de cortocircuito entre Q y el movimiento. Gracias al boca a boca y a internet, la novela se había convertido en un superventas internacional. Comenzamos a ver la frase de Müntzer «Omnia sunt communia» [Todo es común] en pancartas y carteles. Empezamos a ver que los activistas utilizaban citas de Q como firmas de correo electrónico. En los foros dedicados al movimiento, la gente adoptaba seudónimos como «Magister Thomas» o «Gert-del-Pozo». Fue sólo el principio de una relación extraña, controvertida y problemática entre nuestro trabajo literario y la lucha en curso. En los meses anteriores al momento decisivo de Génova, los nombres «Wu Ming» y «Wu Ming Foundation» se asociaban más con actividades de «agit-prop» que con nuestra producción literaria. Fue culpa nuestra principalmente, ya que estábamos tan inmersos en la lucha que se hizo difícil evitar la confusión de roles. Por ejemplo, aunque no se mencionase el autor, todo el mundo sabía que éramos los responsables de la llamada épica conocida como De las multitudes de Europa…, que en primavera y principios de verano de 2001 se reenvió constantemente, se fotocopió, se imprimió en panfletos y periódicos, se emitió por radio, fue recitada por actores, se garabateó en las paredes, etcétera.
Obviamente, Müntzer era uno de los ancestros reivindicados por el «nosotros narrador» del edicto: «Somos el ejército de campesinos y mineros que siguieron a Thomas Müntzer. […] Los lansquenets nos exterminaron en Turingia, Müntzer fue despedazado por el verdugo, y aún así nadie podía negarlo: todo lo que pertenecía a la tierra, a la tierra volvería.»
«El texto es una declaración de guerra. Una guerra política e histórica, pero también transhistórica y transpolítica. Los poderosos de la tierra reunidos en Génova para la cumbre del G8, así como sus consejeros y colaboradores instruídos y biempagados, no van a enfrentarse a la «gente de Seattle», estudiantes, gamberros de los centros sociales y algunos pobres diablos y freaks rasgando guitarras o rompiendo ventanas. Es decir, toda esa gente estará allí, pero junto a ellos, tras ellos, dentro de ellos irá marchando un inmenso Ejército de Muertos. Y el texto llama a los que han caído, hace una lista de todas esas tropas cubiertas por el polvo de los siglos y dispersadas por los vientos de la historia, con la épica puntillosa del “Catálogo de buques” de Homero».
El historiador Franco Cardini,
revista semanal de L’Espresso, 22 de junio de 2001.
También escribimos o co-escribimos una buena cantidad de textos (incluyendo, ya lo creo, La fábula de la mona blanca), así como guiones para performances callejeras y maniobras en los medios.
Al volver la vista atrás, creemos que el fantasma de Müntzer, Q y –en consecuencia– los autores de la novela se encontraron en el centro de la movilización porque estaba tomando forma en este medio una metáfora general: cada vez con más frecuencia, el imperio se describía como un castillo asediado por un ejército heterogéneo de campesinos. Esta metáfora se repite en textos y discursos. A veces de forma explícita, a menudo sólo de forma implícita, pero está ahí. Su emergencia estuvo influída por diversos factores.
- Las cumbres se encerraban invariablemente en áreas cercadas, fuertemente militarizadas (llamadas a veces «zonas rojas»), lo cual evocaba imágenes de un régimen bajo el asedio de los manifestantes. Las manifestaciones tomaron la forma de «bloqueos»: cuanto más quería el poder mantener a la gente fuera y lejos de allí, más obligaba la gente a los poderosos a reunirse en guarniciones ridículamente sobre-fortificadas. Metafóricamente hablando, se encerraban en castillos.
- El movimiento había adoptado firmemente (y afirmado en voz alta) una postura ecológica, y se había difundido la lucha contra los Organismos Genéticamente Modificados, especialmente en Europa. En Francia, la Confederation Paysanne [Confederación Campesina] de José Bové se hallaba muy activa destruyendo semillas de OGM y destrozando restaurantes de McDonald.
- La popularidad de los zapatistas estaba alcanzando cimas cada vez mas altas entre los activistas de Europa y Norteamérica.
- El Foro Mundial del movimiento tenía lugar repetidamente en Porto Alegre, Brasil, un país donde había un movimiento campesino radical –el Movimento Sem Terra– activo y extendido.
Aunque inspiradora y eficaz, la metáfora era una falsa representación. No había ningún asedio real en curso, ya que no puedes sitiar a un poder que está en todas partes y cuya principal manifestación es un flujo constante de electrones de bolsa a bolsa.
Esta falsa representación se mostraría fatal en Génova.
Estábamos malinterpretando las ceremonias formales del poder hacia sí mismo.
Estábamos cometiendo el mismo error que Müntzer y los campesinos alemanes.
Habíamos escogido un campo de batalla y un supuesto día D.
Nos estábamos dirigiendo a Frankenhausen.
3. Frankenstein en Frankenhausen (2001-2008)
«¿Cuánto tiempo has estado en camino?
[…] Te lo dije, desde que sacerdotes y profetas reclamaron un sentido a mi vida. Luché con Müntzer y los campesinos contra los príncipes.
Anabaptista en la locura que fue Münster. Proveedor de la justicia divina con Jan Batenburg. Compañero de Eloi Pruystinck entre los espíritus libres de Amberes. Una fe diferente cada vez, siempre los mismos enemigos, una derrota.»
Luther Blissett, Q.
Thomas Müntzer nos habló, pero no entendimos sus palabras. No eran de bendición, sino de advertencia.
Es imposible negar la responsabilidad que tuvo el colectivo Wu Ming. Estuvimos entre los más entusiastas animando a la gente a ir a Génova y condujimos el movimiento a la emboscada. Tras el baño de sangre, nos llevó cierto tiempo –y mucha reflexión por nuestra parte– entender nuestros propios errores (específicos) dentro del contexto de los errores (generales) cometidos por el movimiento.
Claramente, algo iba mal con la práctica de la «mitopoiesis» o «los mitos construídos desde abajo», lo cual estaba –y está– en el centro de nuestra filosofía.
Por «mito», nosotros nunca entendimos una falsa historia, o sea el uso más banal y superficial del término. Nosotros siempre utilizábamos la palabra en relación con una narración de alto valor simbólico, cuyo significado entiende y comparte una comunidad (p. e. un movimiento social), cuyos miembros se la cuentan unos a otros. Siempre nos interesaron las historias que crean vínculos entre los seres humanos. Las comunidades siguen compartiendo esas historias, y cuando las comparten las mantienen (con ilusión) vivas e inspiradoras, la narración en curso las hace evolucionar, porque lo que sucede en el presente cambia el modo en que recordamos el pasado. Como resultado, esas historias se modifican de acuerdo con el contexto y adquieren nuevos significados simbólico/metafóricos. Los mitos nos proporcionan ejemplos a seguir o rechazar, nos aportan un sentido de continuidad o discontinuidad con el pasado y nos permiten imaginar un futuro. No podríamos vivir sin ellos, son el modo como funciona nuestra mente. Nuestro cerebro está «formateado» para pensar a través de narraciones, metáforas y alegorías. [3]
Llega un momento en que las metáforas sufren esclerosis y se hacen cada vez menos útiles, hasta que se vacían de sentido, se convierten en clichés repugnantes, en obstáculos para el surgimiento de historias inspiradoras. Cuando esto sucede, la gente tiene que abandonarlas, buscar nuevas palabras e imágenes.
Los movimientos revolucionarios y progresistas siempre han hallado sus propias metáforas y narrado sus propios mitos. La mayoría de las veces estos mitos sobrevivían más allá de su vida útil y se hacían alienantes. Cuando el rigor mortis comenzaba, el lenguaje se acartonaba, las metáforas acababan esclavizando a la gente en vez de liberarla. La generación siguiente reaccionaba a menudo rechazando el pasado y desarrollando actitudes iconoclastas. La vanguardia de cada generación de radicales describía los mitos que heredaba nada más que como falsas historias. Algunos reclamaban que el discurso radical fuese «desmitologizado», ya fuese en nombre de la Razón, de la «corrección política», del nihilismo o de la simple estupidez (como cuando se utiliza el argumento de que «los mitos son intrínsecamente fascistas»).
Nadie puede borrar el pensamiento mitológico de la comunicación humana, porque está incrustado en el circuito de nuestras neuronas. Es un hecho que toda iconoclastia genera al final una nueva iconofilia, contra la que se enfurecerán los nuevos iconoclastas. El ciclo no se acabará nunca si no entendemos cómo funcionan estas narraciones.
El problema con los mitos no es su falsedad, su verdad… o su verosimilitud intrínsecas. El problema es que se esclerotizan fácilmente si los damos por hechos. El flujo de historias debe mantenerse fresco y vivo, tenemos que contarlas cambiando también los medios, los ángulos y los puntos de vista, obligándolas a un ejercicio constante para que no endurezcan, oscurezcan u obstruyan nuestros cerebros.
Esto es una tarea extremadamente ardua, por supuesto, por varias razones.
En primer lugar, es muy fácil subestimar los peligros que supone trabajar con mitos. Uno corre siempre el riesgo de emular al Dr. Frankenstein, o peor aún, a Henry Ford. No podemos crear un mito a voluntad, como en una cadena de montaje, ni invocarlo artificialmente en condiciones de laboratorio. Para ser más exactos: podríamos, pero tendría malas consecuencias.
Ampliando algunas observaciones de Karoly Kerenyi, el mitólogo italiano Furio Jesi trazó una clara distinción entre una aproximación «genuina» a lo mitos (aunque después criticaba el uso del adjetivo que hace Kerenyi) y una invocación forzada de éstos con un propósito específico (generalmente político). Pensemos en Mussolini cuando describía la invasión de Abisinia como «la reaparición del Imperio sobre las colinas fatales de Roma». Kerenyi y Jesi llaman a esta última estrategia «tecnificación de los mitos».
El mito tecnificado se dirige siempre a los que Kerenyi llama «durmientes», es decir, aquellos cuya actitud crítica está inactiva, porque las poderosas imágenes transmitidas por los tecnificadores han inundado su conciencia e invadido su subconsciente. Por ejemplo, podemos «quedarnos dormidos» durante la increíblemente hermosa primera hora y media de Olympia (1938) de Leni Riefenstahl.
Por el contrario, una aproximación «genuina» a los mitos exige estar atentos y en actitud de escucha. Tenemos que plantear interrogantes y escuchar lo que los mitos tienen que decirnos, tenemos que estudiarlos, buscarlos en su terreno, con humildad y respeto, sin tratar de capturarlos y llevarlos por la fuerza a nuestro mundo y a nuestro presente. Se trata de una peregrinación, no de un safari.
El mito tecnificado es siempre «falsa conciencia», incluso cuando creemos usarlo con un buen propósito. En un ensayo titulado Literatura y mito, Jesi se preguntaba: «¿es posible inducir a la gente a actuar de una forma determinada –gracias al poder ejercido por evocaciones idóneas de mitos– y luego inducirla a criticar los motivos míticos de su conducta?». Él se respondía: «parece prácticamente imposible».
En el apogeo del movimiento global (desde otoño de 1999 a verano de 2001) tratamos de operar en el espacio entre el adverbio («prácticamente») y el adjetivo («imposible»). Tratamos de usar el adverbio para hacer saltar el adjetivo. Juzgábamos la respuesta de Jesi demasiado pesimista. Pensábamos que «abrir el laboratorio» y mostrar a la gente cómo procesábamos «mitologemas» –es decir, unidades conceptuales básicas, el «grano» metafórico de las mitológicas– bastaba para proporcionarles las herramientas de la crítica. Nuestra quimera era la «distancia correcta» con respecto al mito: ni tan cerca como para caer en el estupor, ni tan lejos que no sintamos su poder. Era un equilibrio difícil de mantener, y de hecho no lo mantuvimos.
Porque el problema es también: ¿quién es el artífice, el invocador, el obstétrico de la mitopoiesis? Debería ser todo un movimiento, una comunidad o una clase social la que manejase los mitos y los mantuviese en movimiento. Ningún grupo particular puede arrogarse este cargo. Al final de la jornada acabamos siendo «oficiales» asignados para manipular metáforas e invocar mitos. Nuestro rol llegó a ser casi el de especialistas. Una célula agit-prop. Un combo de doctores de la revolución. Seguramente De las multitudes de Europa… puede ponerte los pelos de punta, hacerte sentir que vas directo a Génova, pero eso no no es todo. Nunca buscamos caminos para «criticar los motivos míticos de nuestra conducta». «Prácticamente» nunca hizo saltar a «imposible».
Actualmente no hay otra alternativa que continuar el trabajo: hemos de seguir explorando, aguzar nuestros oídos y aproximarnos a los mitos de una forma que no sea instrumental. Tenemos que entender la naturaleza de los mitos sin querer reducir su complejidad y probar sus propiedades aerodinámicas en el túnel de viento de la política.
Lo que ocurrió en Génova no fue una derrota «militar», sino una catástrofe cultural.
20 de julio de 2001. Aquel viernes por la tarde, en esa larga calle llamada Via Tolemaide, nadie llevaba monos blancos. Unos días antes decidimos extender la práctica de la «desobediencia civil acolchada» tanto como fuese posible. Incluso un símbolo tan abierto como los monos podía llegar a estorbar. Así, sólo se hizo referencia a una práctica compartida al calificarse como «desobedientes» los marchadores que salían en tropel del Estadio Carlini. Entonces los carabinieri asesinaron a Carlo Giuliani, y todas las manifestaciones se disolvieron debido a la represión. Miles de personas tuvieron que abrirse paso para volver al estadio, como la banda de los Warriors regresando a Coney Island.
Esa noche nos sentimos como blancos del tiro de pichón. Todo el mundo estaba asustado, y todavía teníamos que responder y tomar las calles de nuevo. En este punto, nuestra única esperanza era que viniese a Génova tanta gente como fuese posible para manifestar su solidaridad. Al día siguiente, aparecieron 300.000 personas para salvar nuestros pobres culos. No eran militantes duros: los militantes duros estaban ya en la ciudad. Eran gente corriente con sentimientos progresistas, escandalizada por la carnicería que habían visto en televisión. Siempre estaremos agradecidos a esa multitud, siempre, toda nuestra vida. Ese sábado por la tarde nos prometimos no traicionar nunca a aquella gente. La salvación residía en ser abierto de mente, honesto y comprensible. La salvación residía en mantenerse lejos del sectarismo.
Fue entonces cuando, instintivamente, comenzamos a trabajar sobre un nuevo mitologema que contuviese la crítica de los anteriores: Génova como Frankenhausen. Un tipo que escuchaba nuestra conversación de reojo preguntó: –¿Quién cojones es ese Frank Enhausen del que estáis hablando?
Menos de dos meses después de Génova vino el 11S. La situación en el país y en el mundo se puso mucho más difícil, y la metáfora del «asedio» se volvió en contra. En 2003 el movimiento italiano atravesaba ya una profunda crisis. Ni siquiera la movilización de masas contra la guerra de Irak pudo infundirle nueva energía. Al final, se retrajo a una presencia marginal, una presencia que ocupa el espacio semántico del discurso ultraizquierdista tradicional. El aburrido rol usual dirigido por aburridas reglas. Un puñado de «revolucionarios profesionales» tomó el relevo de la izquierda, cometieron todo tipo de fallos y demostraron ser inmensamente inadecuados. Resurgieron las fosilizadas tácticas y estrategias sub-leninistas. Se disipó un montón de tiempo y energía en guerras intragrupales de identidad. Las asambleas se convirtieron en patéticas peleas de gallos. La mayoría de los activistas sensitivos, «no regimentados» (especialmente las mujeres) se aburrieron y se fueron. Nosotros nos fuimos con ellos. Una autoproclamada vanguardia de ex-tute bianche se embarcó en nuevos proyectos que nosotros consideramos grotescos y cuya descripción está claramente más allá del alcance de este texto. Nuestra colaboración con esta red terminó poco después de un año, así que paz y después gloria.
Desde entonces, hemos dedicado nuestro tiempo y nuestro esfuerzo en apretar las tuercas de nuestro proyecto literario, escribiendo nuevas novelas y ensayos y ampliando nuestra presencia en la cultura y en la industria cultural.
No hemos renunciado a la lucha, ni mucho menos, pero nunca más reproduciremos a Frankenstein con los mitos tecnificados.
Y seguimos adelante, y el ejército de animales de Don Durito sigue adelante, y ninguna derrota es definitiva, y los corazones laten todavía.
4. Epílogo (2008-?)
Sí, sí, Tom, lo sabemos.
Nos pediste una introducción a los sermones de Thomas Müntzer, y te hemos entregado este estrafalario rodeo por una década.
Es lo único que pudimos escribir. Lo que Müntzer significa para nosotros. Su fantasma nunca dejó de aparecer en las calles que una vez tomamos.
Una visión oblicua del tema, lo admitimos, y definitivamente no académica, pero…
…Lo leímos en voz alta al fantasma, y él parecía feliz.
Ahora es cosa tuya. Haz lo que quieras con ello.
Julio-agosto 2008