08.04.2010
Prólogo:
El combate del pensamiento
Hemos llegado a la cuestión del Combate del pensamiento forzados por la propia realidad. El Combate del pensamiento no es el título sugerente de una revista en busca de temas de actualidad. No es así en absoluto. El combate del pensamiento dice antes que nada la situación a la que estamos abocados. Un mundo en crisis es, sobre todo, un mundo que no se deja pensar. El miedo y la urgencia nos instalan en una situación de amenaza de la que sólo los expertos nos pueden salvar. La crisis, ya sea económica, bélica o ambiental, parece exigir poner en manos de otros las soluciones a nuestras vidas vulnerables y precarizadas. Frente a esta lógica expropiadora, que nos reduce a espectadores de nuestra propia impotencia, proponemos la necesidad de conquistar espacios de pensamiento como condición para empezar a tomar el mundo en nuestras manos.
En este sentido, el combate del pensamiento es también una necesidad. La necesidad de intervenir en la batalla en la que se decide quién y cómo construye la realidad. Se trata de una intervención práctica en la que realmente nos va la vida. La globalización neoliberal –la movilización global– ha sido el modo victorioso de construcción de la realidad. La verdad del mundo, la verdad que organiza el mundo, es la verdad del capital. El combate del pensamiento se inicia con una crítica a esta verdad triunfadora lo que requiere imponer el problema del pensamiento. Imponer el problema del pensamiento no es otra cosa que aprehender el pensamiento mismo como problema. No se trata de un juego de palabras.
Todos sabemos que hoy el pensamiento está asediado y desactivado. Las estrategias de desactivación no existen en el aire sino que funcionan concretamente en la escuela, la universidad, la empresa y los mass media. En la escuela se formatean cada vez más las mentes de los niños para adaptarlos a las necesidades del mercado. Pedagogos y psicólogos rivalizan en vaciar la enseñanza de contenidos (históricos, sociales…) y reducirla a puro formalismo: aprender a aprender. En la universidad, la privatización y la mercantilización determinan las materias impartidas y la investigación misma. Ya no se forma sino que se capacita, se invierte en recursos humanos. Por lo demás, el pensamiento crítico ha sido banalizado mediante su reducción a una pretendida «investigación» que debe constantemente ser evaluada. Escribir un libro ya no es lo importante. Lo importante es publicar en revistas de impacto, por lo general anglosajonas, y bastante ajenas a todo lo que sea precisamente pensamiento crítico. En los medios de comunicación, no hace falta insistir mucho, hace tiempo que las figuras del experto y del «opinólogo» han vaciado de interés el periodismo. La noticia express y la información de consumo rápido saturan y paralizan la posibilidad de informarse de un modo crítico y reflexivo.
En definitiva, con la desactivación del pensamiento se nos expropia de los saberes que nos vinculan al mundo y a su transformación colectiva, porque la gestión actual del conocimiento es un modo refinado de control (y de aprovechamiento) de la información, la opinión y la innovación colectivas. El resultado es que las ideas funcionan exclusivamente para el capital, y un hecho de enormes consecuencias para la intervención crítica: la generalización de la obviedad se impone como el manto que protege la realidad. La realidad se hace obvia en la medida en que se presenta como única e insuperable. Por esa razón, el combate del pensamiento es el combate por pensar la realidad más allá de ella misma, en última instancia, por pensar el mundo. Pensar el mundo no es la condición para transformarlo, sino ya el inicio de su transformación. Hay que invertir la frase de Marx en sus Tesis sobre Feuerbach cuando afirmaba que los filósofos siempre se han dedicado a pensar el mundo y que había llegado la hora de transformarlo. Ahora es más que nunca el momento de pensarlo.
Pero no defendemos un pensamiento abstracto y esencialista protegido en su torre de marfil, sino un pensar situado. Pensar es antes que nada pensar la interrupción del movilismo que se confunde con nuestra vida y que reproduce esta realidad. Pensar es interrumpir, desplazar, sabotear… Romper las premisas de lo que nos impide pensar. Pensar es imponer nosotros mismos las preguntas y hacerlo desde nuestra verdad. Pensar es agujerear la realidad. Y, sin embargo, este programa para el pensamiento que lo acoge en su esencial problematicidad no es fácil. Es como si de pronto las metáforas que lo dicen todo se hubieran hecho insuficientes. Pensar significa contestar a la pregunta ¿cuál es tu combate? De acuerdo. Pero ¿cómo? ¿Con quién? ¿Dónde? El nuevo escenario de estado de guerra que se inició con el 11-S de 2001 y que tiñó de oscuridad la «maravillosa» globalización neoliberal; la crisis, es decir, el estallido repetido de burbujas inmobiliarias, financieras, etc… esos incendios de capital ficticio necesarios para que el desbocamiento del capital prosiga su marcha, sufragado por los que menos tienen… todo eso y mucho más que aún está por venir, convierte en verdaderamente difícil proponer el pensamiento como una intervención política.
La historia de Espai en Blanc puede servirnos para ilustrar esta dificultad. Espai en blanc se presentó públicamente el día 13 de diciembre de 2002 en una casa okupada del barrio de Gràcia de Barcelona, con una fiesta en la que se dieron cita más de 300 personas. Su objetivo era hacer de nuevo apasionante el pensamiento. A tal fin, insertados en el movimiento de okupación, del No a la guerra, contra el Fórum de las Culturas BCN 2004… intentamos constituirnos como un momento de reflexión teórica que acompañara el activismo en el que estamos metidos. Este momento de reflexión autónoma adquiría todo su sentido, y se justificaba a sí mismo, en la medida que era útil para los diferentes movimientos. Creemos que así fue en diferentes ocasiones. Por ejemplo, las «Jornadas sobre el Estado-guerra» permitieron abrir un debate vivo y amplísimo, ya que dichas jornadas estuvieron atravesadas por toda la potencia que teníamos en aquel momento, cuando supimos reintroducir el gesto de la okupación en el discurso contra la guerra; o el informe «Barcelona 2004: el fascismo postmoderno» que tuvo una gran incidencia incluso en los medios oficiales de comunicación (TV3, Catalunya Radio, etc).
Sin embargo, poco a poco empezaron a aparecer diversos signos que parecían abrir un nuevo escenario: el movimiento antiglobalización se institucionalizaba y entraba en reflujo en casi todos los países, las normativas cívicas reconquistaban para el poder las calles de las ciudades, la crisis se profundizaba y no pasaba nada. Es más, las consignas que deseaban articular una resistencia –la más conocidas era «la crisis que la paguen los ricos»– se mostraban impotentes, ya que ellas mismas formaban parte de la obviedad que habría que destruir. Este nuevo escenario, aquí simplemente esbozado a partir de una fenomenología muy parcial, nos abocó, como Espai en Blanc, a tener que repensar nuestros propios objetivos e incluso nuestra propia existencia. ¿Qué sentido tiene querer producir conceptos para la lucha, hacer de nuevo apasionante el pensamiento, si estamos cada vez más solos y aislados? Esta soledad la hemos vivido bajo la forma de un dilema concreto: convertirnos en un grupo de gestión cultural que las instituciones oficiales solicitan o encerrarnos en un grupo de reflexión marginal. Quizás este dilema, reflejo del impasse político en el que estamos y que nos obliga a repensar la idea misma de intervención política, sea demasiado simple. Con él sólo queremos decir que la posición que defendíamos, «estar dentro pero al margen» (fuera sólo existen la muerte, la locura o la cárcel), es cada vez más difícil de sostener.
A pesar de todo, la realidad a veces da sorpresas también agradables y han empezado a surgir grietas inesperadas por las que respirar. Cuando la realidad se mostraba más prepotente que nunca en su tautología, de pronto han empezado a proliferar las universidades libres, los espacios de formación con voluntad de abrir nuevas vías fuera de la mercantilización. Es así como súbitamente la cuestión del aprender ha pasado a un primer plano. «Aprender» se propone como el verbo que dice tanto un proceso de crítica como el acontecimiento de la liberación. Aprender y nosotros añadimos: hablar y experimentar, como momentos diferentes del pensar. Por todo ello no dudamos en afirmar que el combate del pensamiento ha dejado de ser una propuesta particular para convertirse hoy en algo que por suerte va mucho más allá de nuestros deseos. El combate del pensamiento es un proceso real que, si bien con dificultades, con dudas, avanza. Desde Espai en Blanc solamente queremos estar en él y extenderlo con todas nuestras fuerzas. Sabemos, evidentemente, que la misma idea de combate del pensamiento encierra una multiplicidad: el combate como acontecimiento del pensar, el combate por lo impensable, el combate contra la mentira y la institución del pensamiento… Sabemos que determinar esa multiplicidad de sentidos forma parte del mismo combate, pero con todo sospechamos que existe un núcleo esencial. Ese núcleo esencial podría denominarse: la liberación de las ideas. El combate del pensamiento sería entonces la lucha por liberar las ideas de su sujeción al poder, a la realidad. Si es así, bien podríamos concluir afirmando, paradójicamente, que la esencia del combate del pensamiento no forma parte del pensamiento. Porque una idea libre es siempre una idea que sea ha hecho fuerza material. Detrás de una idea liberada hay siempre un nosotros que toma la palabra.