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15.04.2011

¿Qué piensa el mercado?

Soy parte de una microempresa, cooperativa de trabajo asociado, dedicada a producir la web y con software libre. Soy un nodo que comunica muchas redes, sin que pueda considerar ninguna de ellas como un espacio totalmente propio: mujer no feminista, cooperativista no convencida, empresaria sin capital, trabajadora de baja productividad, programadora que no elogia su lenguaje…

El camino que me ha llevado del colectivo obrero militante a la autoempresa, perdiéndome por el camino en un centro social okupado, un área telemática y un hacklab, es una conjunción de tres factores: precariedad e incertidumbre económica; dudas sobre la capacidad transformadora de la lucha organizada en forma de movimientos sociales, y capacidad de acceso al conocimiento colectivo.

Hay mucho rechazo del trabajo en esas aventuras que denominamos, por comodidad, costumbre y vagancia, empresas; rechazo que ya no pasa por resistirse al trabajo sino por negarse a un trabajo absurdo, embrutecedor o humillante, por negarse a tener un horario para el tiempo de trabajo y otro para el tiempo de vida, por negar que el problema personal es un problema individual, aunque estas negaciones exijan, paradójicamente, mucho más trabajo y, sobre todo, mucho pensamiento: ¿Puede haber una economía desmonetarizada? ¿Puede haber una jerarquía horizontal? ¿Cómo socializar el beneficio? ¿Es el salario la mejor manera de compartir el rédito? ¿Es sostenible un empresa en construcción permanente? ¿Podemos relacionar lo personal, lo laboral y lo empresarial sin que ello haga estallar el proyecto autoemprendedor?

Y a todas estas preguntas, que son generalizables a muchos proyectos, se añade la especificidad que se da cuando las materias primas del trabajo son el conocimiento y las relaciones; cuando el resultado del trabajo es inmaterial, puro código; cuando lo que se vende en el mercado del conocimiento no es un producto sino una manera de producir, unos modelos de proceso de producción.

En el mercado del conocimiento del software conviven tres modelos de empresa: el modelo IBM de los años 60, informática para grandes cuentas, gigante para gigantes como bancos o agencias de seguros; el modelo Microsoft de los años 80, informática de consumo, mercado de masas, software vendido en caja, y ahora el modelo Google, empresa ligera y ágil, informática como servicio, el valor está en los datos, lo sencillo triunfa. Y luego están esas empresas del procomún de las que habla la gente de YProductions, o ese mar de flores que señala David de Ugarte, o esa economía inmaterial, como dice Peter Pál Pelbart, o esa economía creativa, según la nombra Lala Deheinzelin, o esos… llamadlos como queráis: proyectos vitales que desafían la forma empresa amparándose en ella.

La especificidad de los mercados del conocimiento del software, unida a la existencia del software libre como bien común, permite a una microempresa como la mía competir con Microsoft o con Google. Literalmente, cada vez que instalo un escritorio GNU/Linux compito con Microsoft; cada vez que abro un blog en WordPress en lugar de abrirlo en Blogger compito con Google.

Todo esto empezó con el hundimiento de las empresas punto com.

Sobre este hundimiento, que tuvo lugar con el cambio de siglo, hay, cómo no, interpretaciones. A fecha de hoy la Wikipedia, en el artículo «Burbuja punto com», ofrece una interpretación que habla de mercados financieros, capital riesgo, valoración basada en expectativas, nueva economía… Mientras que David de Ugarte, en «La batalla de las punto.com» (capítulo 8 del libro Como una enredadera y no como un árbol, disponible en web), explica cómo el consorcio informacional fracasa en su estrategia de convertir la web en otra televisión porque los tekis, los ciberpunks y los hackers estaban ahí para impedirlo.

Bien fuera por problemas internos a la nueva economía, bien fuera porque la lógica de la red es más poderosa que la pasividad inculcada por años de tele, o quizás por todo un poco, el caso es que este hundimiento lo cambia todo. Los mercados ya no pueden seguir siendo como hasta ese momento, y desde los propios nodos concentradores de poder surgen corrientes significativas que transforman el discurso del trabajo, del dinero y del negocio. ¿En qué consiste este viraje?

El Manifiesto Cluetrain es un listado de 95 tesis publicadas en 1999 por un grupo de periodistas, pensadores, filósofos… Es una llamada a la acción para todas las empresas que operan en lo que se sugiere como un mercado con nuevas conexiones (mercados conversacionales). Estas 95 tesis dicen cosas tales como que:

  • Los mercados consisten de seres humanos, no de sectores demográficos.
  • Para hablar en una voz humana, las empresas deben compartir las preocupaciones de sus comunidades.
  • Pero, primero, deben pertenecer a una comunidad.
  • Las comunidades humanas se basan en el diálogo, en conversaciones humanas acerca de inquietudes humanas.
  • La comunidad del diálogo es el mercado.
  • Un intranet saludable organiza a los empleados en varios sentidos de la palabra. Su efecto es más radical que la agenda de cualquier sindicato.
  • Puedes hacer dinero. Eso sí, mientras no sea lo único en lo que piensas.
  • El negocio es solo una parte de nuestras vidas. Si lo es todo en la tuya, piénsalo bien: ¿quién necesita a quién?
  • Estamos tanto dentro de empresas como fuera de ellas. Los límites que separan nuestras conversaciones son como el muro de Berlín, solo un estorbo. Sabemos que caerán. Trabajaremos desde ambos lados para hacerlos caer.

El Manifiesto ágil fue publicado en 2001 por diecisiete programadores, todos ellos personas muy relevantes en sus respectivas comunidades tecnológicas. Estos programadores eran muy críticos con las metodologías de programación formales por su carácter normativo y por depender mucho de planificaciones detalladas previas al desarrollo, y ya en 1999 habían propuesto programar de otra manera, inventando una metodología que denominaron programación extrema. Profundizando esta línea, en 2001 proponen el término métodos ágiles para definir los métodos de programación de software alternativos.

El Manifiesto ágil señala cuatro valores:

  • Las personas y su interacción son más importantes que los procedimientos y las planificaciones.
  • El software que funciona es más importante que la documentación exhaustiva.
  • La colaboración con el cliente es más importante que la negociación contractual.
  • La respuesta al cambio es más importante que el seguimiento de un plan.
  • Y de esos valores derivan unos principios y unas prácticas, de los cuales destaco éstas:
  • El objetivo más importante es la transformación, crear software que cambie el mundo, o que transforme una empresa, o la forma en que hace negocios.
  • Las personas han de estar motivadas.
  • Las mejores arquitecturas, requisitos y diseños emergen de equipos que se autoorganizan. Los proyectos interesantes son los que pueden ser llevados a cabo por equipos pequeños, que se pueden autoorganizar. El equipo ha de tener autonomía y que para vencer las dificultades hay que crear sinergia grupal.
  • Los mejores proyectos son aquellos cuyo control preciso no es muy importante.
  • La mejor programación es la que se hace en parejas: dos personas compartiendo tarea en un solo ordenador, con un solo monitor, teclado y ratón. En parejas se rompe el aislamiento propio de este tipo de trabajo.
  • Que el código resultante debe ser de propiedad colectiva.
  • De ninguna manera hay que trabajar más de 40 horas a la semana. Las horas extras están prohibidas. Cuando en un proyecto hay que hacer horas extras, esto es síntoma de graves problemas.

Más recientemente y sin la relevancia mundial de estos dos manifiestos, pero con mucha más cercanía geográfica y cultural, y con el valor de un pensamiento encarnado, surge la Consultoría artesana en red, que más allá de los tópicos argumentos de venta de cualquier consultoría (cercanía, adaptación, flexibilidad o confianza) pone en el centro de la relación entre los clientes y las redes profesionales el hecho de que «las experiencias vitales acaban urdidas y aplicadas –no hay otra forma posible– en nuestros trabajos».

En la «Declaración de Consultoría artesana» se dice, entre otras muchas cosas:

  • Trabajamos con las personas. Las personas no son recursos humanos sino protagonistas.
  • El conocimiento no se genera en horario fijo y en espacios concretos. El trabajo es una actividad más en el quehacer cotidiano.
  • Innovar no es una actividad instrumental o el fruto de una vocación de originalidad. Se innova porque en cada nuevo proyecto se vuelcan las experiencias renovadas.
  • Un proyecto bien encaminado aúna ética, pragmatismo y viabilidad.

El Manifiesto Cluetrain, el Manifiesto ágil o la Consultoría artesana en red son tres expresiones, desde la ciudadanía que consume, desde los trabajadores que producen o desde la empresarialidad que organiza, que convergen en un cuestionamiento de los mercados que solo piensan en hacer dinero, que exigen largas jornadas con trabajos que no motivan o que tratan a las personas (en el mejor de los casos) como recursos humanos. Se trata de un cuestionamiento pragmático que proclama consignas y que orienta estratégicamente la acción.

Y de entre todas las consignas post punto com, la más exitosa y la más paradigmática ha sido el llamamiento a hacer la Web 2.0. Web 2.0 es un concepto propuesto por Tim O’Reilly en 2004. O’Reilly, persona muy relevante que se mueve entre la informática y el mundo editorial y que tiene grandes negocios de venta online de publicaciones técnicas, explica que la Web 2.0 no tiene una frontera clara porque no es una tecnología, sino un paradigma que propone una serie de principios y prácticas, que son los denominados patrones Web 2.0, desde los que interpretar proactivamente las transformaciones sociales y de mercado que están acaeciendo. Así que Web 2.0 no es una tecnología ni un conjunto de tecnologías, sino unos principios de los cuales se derivan una actitud y unas estrategias, es decir, una manera de pensar, un paraguas que da inteligiblidad y orienta procesos.

Algunos de los principios Web 2.0 son:

  • La web es la plataforma. La web es el verdadero sistema operativo.
  • Hay que aprovechar la inteligencia colectiva, que no está solo en el centro de una red sino también en los extremos, en las periferias.
  • Los datos son mucho más importantes que el software que los maneja.
  • El software ha de funcionar como servicio (como el de Google) y no vendido en caja (como el de Microsoft). Es el fin del ciclo de las actualizaciones de versiones del software.
  • La programación de software ha de seguir modelos ligeros y ha de buscar la simplicidad (programación ágil).
  • El software no ha de estar limitado a un solo dispositivo, sino que tiene que llegar al teléfono móvil, eBook, etc.
  • Las experiencias de usuario deben ser ricas.
  • Se tienen que construir arquitecturas de participación.

Se debe pensar a la Web 2.0 como una configuración de tres vértices: tecnología, comunidad y negocio. Los jóvenes de los países ricos son los mayores productores/consumidores de web gracias a su alfabetización digital. No obstante, las observaciones dicen que constituyen audiencias volátiles, sin respeto a los derechos de copyright, sin permeabilidad para recibir publicidad intrusiva y sin lealtades más allá de su propia comunidad. Con ese perfil de audiencias, y en un entorno publicitario conservador, reticente a invertir en publicidad en la web, es plausible considerar que el modelo de negocio Web 2.0 está aún por aparecer, aunque tampoco se ha demostrado que no pueda haberlo. Mientras tanto flota la pregunta: ¿de dónde sale el dinero y quién está pagando la Web 2.0?

En resumen, después del hundimiento de las punto com, el mercado se ha puesto a pensar y, de entre todas las ideas pensadas, la idea hegemónica es la Web 2.0. Una idea que se hace fuerza material en infinidad de concreciones: desde la Wikipedia a la blogosfera, desde YouTube a redes sociales, pasando por un largo y creciente etcétera.

Aquí podría parar la reflexión, y de hecho una defensa de la Web 2.0 que no la problematice no podrá ir mucho más allá. Sin embargo, lo dicho hasta ahora es sólo una entradilla para llegar al meollo de la cuestión, al problema.

El problema es que la fuerza de la Web 2.0 ha descolocado a otras fuerzas previas: comunidades de hackers, hacktivistas, movimientos sociales, colectivos militantes de contrainformación, etc. ¿Por qué? Porque ellos fueron los primeros en hacer y en pensar en relación con la capacidad transformadora de las nuevas tecnologías. Fueron los que en un pasado muy reciente llevaron la iniciativa y los que no podían suponer que sus iniciativas, que estaban fuera y contra el mercado, llegaran a ser objeto de pensamiento por parte de este.

Hasta el estallido de la Web 2.0 tenemos innumerables muestras de la iniciativa hacktivista:

  • Las comunidades virtuales son una sombra de las comunidades primigenias, las que crearon el modelo, las comunidades hacker de los años 70.
  • En 1997, cuando Internet era una profunda desconocida para la mayoría, los comunicados del Subcomandante Marcos ya circulaban por la red y los Segundos Encuentros Zapatistas se organizaron telemáticamente. En este contexto, desde de los centros sociales okupados se llevó a cabo una primera alfabetización digital.
  • En 1999, se creó sindominio, un servidor que funciona solo con software libre y que se gestiona en modo remoto mediante una asamblea telemática.
  • Ese mismo año, en sindominio, se abrió la ACP (Agencia en construcción permanente), un sistema de publicación absolutamente abierta.
  • También en 1999, a propósito de la cumbre de la OMC en Seattle, para cubrir la contracumbre, se creó el primer nodo de una red de medios de publicación abierta al servicio del periodismo ciudadano: Indymedia.
  • En 2000 se celebró en Barcelona el primer hackmeeting de España y se fundó el primer hacklab, el Kernel Panic.
  • A partir del año 2000, vinculadas a movimientos ciudadanos, surgieron las comunidades wireless, que se autoorganizaron para donar, mediante conexión pública sin hilos –al estilo wifi–, el excedente de banda ancha que se empezaba a tener con las primeras conexiones ADSL. Desde los hacklabs se llevó a cabo una segunda alfabetización digital.

Toda esta producción que vinculaba novedad y virtuosismo tecnológicos con usos sociales y políticos iba bien mientras este hacer-pensar estaba circunscrito a círculos reducidos, micromundos que experimentaban y producían para sí mismos. Pero el mercado, después de las punto com, empieza a mirar con interés esas ideas que valían para comunidades politizadas y pequeñas. Entonces despolitiza esas ideas, invierte capital en ellas, las extiende, las hace accesibles a prácticas masivas. En definitiva, proporciona tableros intuitivos que dan a estas ideas materializadas valor en el mercado.

Esto mismo puede decirse de otra manera: hay una experiencia social masiva de las posibilidades de las tecnologías que hacen que el hacktivismo ya no sea exclusivamente una actividad especializada: cualquier chico de 13 tiene un teléfono móvil, y una movilización se autoconvoca de la misma manera que un botellón.

Lo que antes solo podía ser una actividad especializada y consciente se ha masificado y se ha naturalizado. En este tránsito, parte de la iniciativa hacktivista ahora está en el lado del mercado:

  • YouTube es un desplazamiento de la idea de publicación abierta de Indymedia.
  • Fon.com es un desplazamiento de la idea de las comunidades wireless. [Fon.com es una empresa que vende un router wifi que, conectado a la ADSL doméstica, permite compartir parte del ancho de banda propio con otros usuarios de Fon.com. La idea es regalar desde casa ancho de banda a otras personas y en contrapartida cuando se viaja poder obtenerlo desde cualquier lugar por las donaciones de otros. Este intercambio es gratuito, y la empresa únicamente vende el router que incorpora tal funcionalidad. Como este modelo de negocio sólo es operativo si hay gran cantidad de usuarios, Fon.com ha regalado miles de sus routers wifi y solo tras haber conseguido masa crítica a base de regalar su producto ha podido empezar a venderlo].

A causa de estos desplazamientos, comunidades que compartían conocimientos, que producían para sí mismas otro mundo posible, de repente se sienten enajenadas. Lo que antes tenía sentido deja de tenerlo. Las comunidades se resquebrajan, se pierden las alianzas. Y no es que las comunidades hacktivistas queden paralizadas. Siguen siendo muy activas, como lo demuestran cada año en el hackmeeting, pero tienen la sensación de un cierto estar fuera de juego, de haber perdido la iniciativa, de haber encajado un gol… porque no se sienten conectadas con los grandes logros Web 2.0.

Es difícil que un hacktivista de Indymedia vea YouTube como un éxito propio. A lo sumo podrá ver YouTube como un espacio instrumental, un mero mecanismo para «llegar a la gente». YouTube desborda Indymedia, aunque Indymedia fue antes que YouTube. YouTube es un espacio de anonimato hecho por todos y por nadie (no me refiero a la titularidad de la empresa sino a «lo importante»: los datos, que en este caso son principalmente los vídeos), mientras que Indymedia ostenta una cierta identidad.

Pero precisamente por este resquebrajamiento del sentido, ahora toca volver a pensar. Para esos grupos que se sienten fuera de juego se abren, simplificando, dos alternativas: o bien construir realidades fuera del mercado o bien usar el mercado contra el mercado.

Construir realidades fuera del mercado es una propuesta difícil pero clara y definida: es la propuesta de lo alternativo, de la construcción de redes autónomas.

Me interesa más indagar en la propuesta de usar el mercado contra el mercado porque no creo que el mercado tenga un control absoluto sobre los comportamientos de los «consumidores». Si así fuera, las punto com no habrían fracasado. Lo que sí hace el mercado es pensar cómo dar valor de negocio a los comportamientos de los «consumidores». Pero el modelo de negocio de la Web 2.0 está aún por validarse. Quizás no puedan darse negocios duros. Hay muchas batallas abiertas: en el software libre, en las licencias Creative Commons, en la legislación sobre los derechos de autor, en la neutralidad de Internet, en la telefonía móvil… En estos días (enero de 2010), la Ley de Economía Sostenible amenaza el cierre de webs.

Precisamente porque no todo está definido y cerrado creo posible tantear modos de usar el mercado contra el mercado, tanto fuera como dentro de la red. Aunque estos tanteos sean muy problemáticos para los grupos conscientes, no lo son tanto para los espacios de anonimato, por dos motivos: o bien porque no tienen el objetivo de destruir el mercado (software libre, licencias Creative Commons, empresa Fon.com, V de vivienda…), o bien porque ni siquiera tienen un pensamiento discursivo (caso de los manteros –fenómeno que no produce discurso sobre sí mismo, más allá del aportado por los militantes–, o el botellón –reuniones masivas de jóvenes con consumo barato de alcohol en espacios públicos–).

A diferencia de los espacios de anonimato, para los grupos activistas pensar sobre sí mismos y sobre sus prácticas, sostener su autoconciencia, es irrenunciable. Si un hacktivista de Indymedia no puede ver YouTube como un logro propio, creo que esto es debido a que YouTube no piensa en (no tiene conciencia de) los vídeos que aloja, mientras que Indymedia sí piensa sobre los contenidos que aloja, tiene autoconciencia. No es posible atacar a YouTube. YouTube es inasequible a las provocaciones (no así Indymedia, que ha tenido que introducir diferentes formas de moderación a fin de protegerse de las provocaciones). Pero para conseguir su invulnerabilidad, su blindaje, YouTube tiene que pagar el precio de «no pensar», de no tener autoconciencia, y por tanto de perder esa radicalidad, esa capacidad transformadora que persiguen los movimientos sociales. Es como si pensar «demasiado» descolocara la capacidad transformadora.

Por otra parte, si el mercado piensa, por fuerza tiene que hacerlo en relación a cosas que pasan. ¿Cuál sería el cuerpo sensible que ofrece inputs a ese cerebro-mercado para que pueda pensar? En mi opinión, ese cuerpo sensible son las prácticas masivas que aúnan competencia y cooperación.

Pero el mercado en realidad no está acogiendo todos los inputs que le hace llegar ese cuerpo sensible, sino que está filtrando los que pueden llegar a tener valor de negocio. Porque el paradigma Web 2.0 dice que la gente sigue automáticamente las reglas de su propio egoísmo si alguien (los proveedores de software como servicio) les proporciona un tablero lo suficiente intuitivo, y que este egoísmo crea valor en el mercado (aunque, insisto, todavía no hay modelos de negocio consolidados que ratifiquen esta expectativa).

En consecuencia, el paradigma Web 2.0 no está pensando en realidad todo lo que pasa por ese cuerpo sensible, sino que solo está pensando con el hemisferio izquierdo; solo está pensando las prácticas que se pueden explicar por el egoísmo, las prácticas instrumentales.

Pero lo que el paradigma Web 2.0 no explica ni quiere explicar es por qué un ama de casa cuelga en un foro femenino una receta de la tortilla de patatas. No explica por qué hay prácticas que no pueden traducirse en un rédito individual inmediato o concreto, y que solo pueden traducirse, en el mejor de los casos, en un rédito incierto a largo plazo.

Es interesante apreciar cómo la Web 2.0 está permitiendo componer dos tensiones que en principio se presentan como antagónicas: cooperar y competir. El avance de la precariedad económica y existencial explica que los «consumidores» de Web 2.0 compitan. Pero ¿cómo y quién explica que, pese a ella, la cooperación generalizada haga que el individualismo no sea la única experiencia?

La inteligencia colectiva está diciendo que competencia y cooperación tienen que darse en el mismo espacio, con el mismo login y la misma password, porque se alimentan mutuamente, porque la separación entre una y otra no es nítida, y porque mucho de lo que hacemos no está claro si es para cooperar o para competir, a diferencia de los movimientos sociales, que trabajan por construir espacios separados para la competencia –espacio antagónico, que debería ser cada vez más pequeño– y para la cooperación –espacio de emancipación, que debería ser cada vez más grande.

La inteligencia colectiva está diciendo que, pese a que la precariedad obliga a hacer un uso eficiente del propio yo y una buena gestión de las capacidades personales, la situación no es un puro sálvese quien pueda, porque, pese a todo, se está contribuyendo a un común. Y ese cruce paradójico entre gestión eficiente en beneficio del propio yo y contribución colectiva a los bienes comunales lo da la Web 2.0, que ofrece un tablero pragmático armado a base de expectativas de negocio al que la inteligencia colectiva reviste de una ética: la ética del procomún.

El problema es que para explicar las prácticas masivas de competencia y cooperación solo contamos con el paradigma Web 2.0, que es un concepto de marketing claramente insuficiente.

En esta situación, hacer del pensamiento una fuerza material sería crear ideas. Tenemos la fuerza material pero no nos hemos dotado del pensamiento que empodere esa fuerza. Hay que crear nuevas ideas, buenas ideas que permitan alianzas entre los grupos conscientes y los espacios de anonimato.

En los años 80 la narrativa ciberpunk creó la idea de ciberespacio, que es mucho más rica que la de Internet, y por supuesto mucho más rica que la de web. Esta idea vehiculó muchas alianzas entre distintos sectores de lo social, llegando desde ese ciberpunk hasta la telemática antagonista, hasta tal punto que asumieron como propia la «Declaración de independencia del ciberespacio», dirigida a los gobiernos:

El Ciberespacio es el nuevo hogar de la Mente. Aquí no hay materia. Aquí no podéis obtener orden por la coerción física, porque las identidades no tienen cuerpo. Declaramos nuestros «yos» virtuales inmunes a vuestra soberanía aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos. Crearemos una civilización de la Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes.

Igual que en los años 80 la idea de ciberespacio rompió los límites del pensamiento de la época y proporcionó un nuevo alcance al visibilizar la potencia de un espacio virtual que es distinto al espacio físico, igual que esta ruptura permitió imaginar nuevas alianzas que se hicieron fuerza material y dieron una gran capacidad de iniciativa a los movimientos sociales, en la actualidad la tarea del combate del pensamiento sería dotarnos de ideas que nos autoorienten en esa amalgama que es la Web 2.0, pero no con las ideas del marketing sino con un pensamiento autónomo y propio.