01.10.2012
Sinnombre.
Una correspondencia
Hace algunos días vi una vieja película del oeste de Sidney Pollack. Las aventuras de Jeremiah Johnson. Me acordé de lo que me habías comentado acerca del nombre proprio. Ya pasaron muchos años, muchas vidas, muchos nombres en una misma vida. Muchas maneras de llamarnos del mismo modo. ¿Qué es lo que une este bosque de sonidos? Esta tarde he vuelto a pensar en lo que me decías, hablabas de sinnombre y yo no lo entendía. En todos estos años lo he traducido como anonimato, como la rebelión contra la pequeña patria del Nombre, en el cual cada anonimato es súbdito.
Las aventuras de Jeremiah Johnson es la historia de Jeremiah Johnson, un hombre de montaña. Un ex soldado, improvisado cazador. Tal vez un desertor. Abandona la guerra y la ciudad, la civilización. Tiene una gran voluntad, pero no conoce las leyes de la montaña. En su camino encontrará a un viejo cazador que será por un tiempo su guía y su maestro. Después retomará su camino solitario. Pero lo que emerge en toda su potencia es el fondo. El fondo en el cual durante toda la película se mueven los hombres y los animales. El fondo de la montaña salvaje, una tierra de nadie, en la que los nativos resisten a la civilización de los blancos y los colonos se afanan en la búsqueda de un lugar del que apropiarse.
El fondo de la montaña los acoge a todos, emerge con sus cimas como un último retal del proceso de civilización que, poco a poco, lo sumerge todo y lo transforma en reserva.
¿De qué sirven un nombre y un apellido en esas alturas, en esa tierra de nadie? ¿Sirven para crear una leyenda?
A Jeremiah Johnson no le interesa la fama. Cuanto más vive en esa tierra de nadie, más absorbe sus leyes. La dureza, la indiferencia, la fuerza. Su figura, cada vez más parecida a la montaña, se recorta sobre la nieve, en los bosques. Lucha contra cada emboscada. No vuelve atrás, ni siquiera cuando parecería no tener escapatoria. J.J decide quedarse en la montaña. Hasta el encuentro final.
La última escena es el encuentro de dos hombres: un guerrero indígena y un cazador de montaña. J.J. ve que está llegando, a lo lejos, el jefe de los Cuervos. Acerca la mano a su arma. Pero el guerrero indio, desde lejos, levanta el brazo, abre la palma de la mano. Un saludo de paz. En el fondo blanco, nevado. Entre los raros árboles, cerca de su campamento, J.J. hace lo mismo. Estira su brazo y abre la mano desarmada.
Es posible encontrar en la tierra de nadie una solución que no sea la que se está realizando. Pero para lograrlo se necesita un heroísmo sin finalidad, sin especulaciones, sin proyectos de civilización que imponer, ni un nombre; encontrar la posibilidad de hallar, a través de la vida, el momento oportuno para una solución imprevista, que nace de un encuentro madurado a través de la lucha y no a partir de una batalla de civilización.
Querido amigo, ya tenía ganas de escribirte porque leí dos veces el texto y me gustó mucho cuando escribes: «Es posible encontrar en la tierra de nadie una solución que no sea la que se está realizando. Pero para lograrlo se necesita un heroísmo sin finalidad, sin especulaciones, sin proyectos de civilización que imponer, ni un nombre; encontrar la posibilidad de hallar, a través de la vida, el momento oportuno para una solución imprevista, que nace de un encuentro madurado a través de la lucha y no a partir de una batalla de civilización.» Creo que podríamos partir de aquí. ¿Qué dices tú? Pero quitaría de la reflexión toda referencia al héroe y al heroísmo, me parece que despistan. Estaba pensando que se trataría de contar la historia, pero no la historia ni una historia, sino algo que podríamos llamar historia menor o mínima, no sé. Mientras, me llevo conmigo estas palabras por las calles de Berlín y después a Nápoles, pero antes, si puedes, si tienes ganas, escríbeme.
Querido luca, la palabra héroe (o heroísmo) se puede sustituir, ciertamente, por una palabra que tenga mucha valentía. Es un buen ejercicio encontrar otro término. Ahora me siento en una bifurcación en la que puedo usar cualquier palabra, a menudo aquella que despista me acompaña por un tiempo y después me deja por otra cosa o por un silencio parecido a la tierra de nadie en la historia menor de J.J.
No tengo a mano la película que me propones, pero esta mañana estuve pensando algo y te lo escribo así como me sale, con el acompañamiento de la música turca de este internet point. ¿Qué es una historia mínima, o sea una historia sinnombre? ¿Podría ser una historia que rompe el marco ideológico de los géneros? En este sentido, de la película que me propones se dice que es un western «atípico» (típico sería todo aquello que entra dentro un género) ¿No es exactamente ésta la intención del sinnombre, hacer obsoleto el género con el que se nos propone decirlo, capturarlo, darle sentido? Hacer saltar el marco, romper el género o al menos reinventarlo desde el principio para hacer que el género mismo esté allí donde nunca estuvo. Hasta luego.
Diría que tenemos que reapropiarnos de lo que hemos alienado en el nombre, reapropiarnos de toda nuestra potencia. Lo que podemos hacer no podemos decirlo todavía con precisión y tal vez no tendríamos que darle un nombre. Imagino paisajes escritos desde una tierra de nadie o tal vez escritos sobre la tierra de nadie. De hecho, el primer documento está escrito en una tablita de tierra y dice que somos viento y polvo, amasados, con un fuego que es la valentía del corazón inerme.
Dicen que el anonimato es nuestra debilidad. Observo un grabado del 1804 de Napoleón I acompañado de gloria. ¿Quién acompaña al sinnombre? ¿Cuál es el áurea de una historia mínima? Explícame por favor la diferencia entre anónimo y sinnombre.
Querido andrea, imprimí aquí tu texto (nuestras cartas), a mi lado, en la biblioteca más querida, aquella en la que, según la película, se podían escuchar los pensamientos de los lectores como una sinfonía. Tal vez sea precisamente esto lo que tenemos que recuperar: una potencia que hemos delegado y enajenado en el nombre, y esta potencia me parece que tiene que ver con lo que nos une, con lo que nos permite encontrarnos, vernos, escucharnos, hablarnos, amarnos. Con lo que nos une a los animales y también a la tierra. Creo. Quiero decirte entonces, aquí en este momento, algo que no sabía cuando leí tu texto y tu pregunta. La diferencia entre anónimo y sinnombre: ¿no deberíamos buscarla en que el anonimato es justamente la consecuencia de los nombres, de nuestro haber enajenado nuestra propia potencia, precisamente sin nombre, en los nombres? Y los nombres no la sostienen, sino que la descargan y nos descargan en el anonimato que todos tememos, porque nos habla precisamente de nuestras soledades, de la separación, de la nada de amor, del abandono en el que vivimos o sobrevivimos… Por eso intentaría continuar por aquí para decir lo que nos concierne –lo que nos inter-esa.
Me dieron ganas de escribirte dos renglones más, una prueba más, un acercamiento. Anónimas son nuestras existencias cuando se confían a la seguridad (aseguramiento), que parece llegarles de los nombres y se encuentran, en cambio, teniendo que vivir solas, aisladas. Sinnombre es la potencia (oscura porque no tiene relación con el saber) de lo que nos une, aún dejándonos a cada cual teniendo que afrontar la exigencia de nuestras vidas, la exigencia del tiempo que nos confronta y nos desafía. Podríamos continuar desde aquí, ¿qué dices? Un fuerte abrazo.
Vivimos en la ilusión de la omnipotencia, en la ilusión de vivir eternamente. Creemos que podemos edificar obras permanentes y perfectas. Creemos que la muerte no saltará más allá del recinto de nuestras vidas. En cambio tengo pocos minutos para escribirte pues después tendré que ir a trabajar. Este tiempo que he deseado, el tiempo para escribirte, es un tiempo que no se puede medir, no se puede cuantificar. Es un tiempo no asegurado, sustraído a la mente, a sus cálculos, a sus miedos. Es un sintiempo, pero no la eternidad ni una simple suspensión, ni una amnesia, ni el agujero de un roedor del tiempo como la angustia. Este sin tiempo es la libertad.
Sentado frente al mar antes de partir. Los barcos zarpan con su carga y regresan vacíos. Este es un lugar de paso ¿Quien construiría una casa aquí? ¿Sobre esta tierra de arena y de acantilados? Aquí nada puede durar por mucho tiempo. Hasta el hierro está carcomido por el óxido y podrido. Solo hay viejas tabernas aparejadas sin decoro. Se come rápido antes de partir sin poner atención a los detalles y después en el mismo modo se hace el amor. Aquí te devoran la humedad y el cielo al atardecer.
Estar cerca del balanceo de las olas. Te devuelve a lo que somos. Basta caminar por la playa y leer los restos de las caravanas del mar. Como un oráculo.
Mientras estoy aquí quieto la fiebre me ataca hasta los huesos. Un sentimiento que nunca antes había experimentado. Una desesperación que es como cuando llueve y hay sol, me da una extraña embriaguez y una felicidad nueva.
Este animal que soy yo, que ha corrido tanto, se ha obstinado como un asno y no quiere ir más allá. Ha decidido que se quedará aquí. Y donde estoy ahora, en esta tierra de paso, sobre esta arena, es donde quiero vivir.
Veo alejarse mi barco. Estas últimas palabras no producen en mí ninguna conmoción.
Miro el mar. Es el mismo. Como el cielo que está encima de nosotros, el mar que está bajo nuestros pies. Lo veo desde una terraza en lo alto, encima de la ciudad porosa hecha de pliegues y más pliegues: desde aquí en lo alto ves el mar pero no las calles, las curvas, las circunvalaciones. Miro entonces el mar pero lo miro desde lo alto. ¿No ha hecho siempre esto el hombre, mirar las cosas desde lo alto, desde las montañas hasta los satélites, o los soldados que entran en las casas desde los techos derribándolos? Y la visión desde lo alto le da una sensación extraña, un vértigo, en donde todo se le escapa y al mismo tiempo le parece tenerlo todo, dominarlo todo, mientras no hay más que aquel vértigo sutil que lo toma por las vísceras de su cabeza. Y tal vez es ahí donde empieza el western. No las personas o los personajes, el paisaje es el verdadero gran sinnombre que nos sostiene a todos, uniéndonos desde lejos y juntos separándonos. Es la historia de una derrota, de un fracaso, la del hombre que quiere abrazarlo todo con la mirada, o con la pistola, o con los trenes o, por supuesto, con los nombres de los abrazos que, como se sabe, son casi siempre mortales.
Tal vez el western fue el género de este abrazo mortal, de la imposibilidad de resistir a la promesa del paisaje, de riquezas y de gloria, promesa verdadera o imaginaria, pero hecha para superar esa ligera náusea, ese extravío de los barcos que parten, ese vértigo que la terraza no siente –pero tú sí. Sólo que paisaje no es la palabra adecuada, solo provisional, porque señala aún la mirada, la derrota de la mirada que tendría que encontrar su palabra, aquella a la que pertenece. ¿Cómo decirla, cómo decirlo?
El sinnombre no es un héroe sin cara y sin nombre, una especie de superhombre, un ídolo libertario. El sinnombre es la fuerza del anonimato. Reside en los lugares de paso. Como la derrota.
Regreso de Nápoles, la ciudad porosa. Encontré una persona especial. Hablaba de lo íntimo-lejano, es decir, de cuando somos o nos hacemos íntimos de aquello que no conocemos, de quién está más allá, lejano. Y, de repente, se abre algo ahí, maravilla, sorpresa, temor: ¿quién somos nosotros realmente, si una presencia así, sin presencia, puede tomarnos por sorpresa, desprevenidos? No sé si él lo diría así. Son las palabras que encuentro y que me parece que prolongan sus pensamientos. Pero ¿no es justamente esto lo que tratamos de decir: lo íntimo lejano?
Recuerdo hace algunos años, en la montaña, una casa de piedra con un redil. La noche antes un lobo había cazado algunas ovejas. Pude ver los restos de la carnicería. Pero lo que más me impresionó era saber que un lobo había estado allí durante la noche, que habían sido sus fauces lo que había devorado el rebaño, que esos restos eran sus restos. Los restos dejados por él. El rebaño del pastor pasaba así a un segundo plano, como un objeto inerte, vuelto inerte por el terror, por el hecho de ser, como decía el pastor, un bien; su bien de lana, de carne, y de leche. Pero lo que más me impresionaba era el paso por ahí del lobo. Un íntimo lejano. Regresando al bosque, silencioso, húmedo, sentía la presencia del lobo. Su saciedad y su vigilancia escondida en lo tupido. En un lugar que con los ojos no lograba descubrir.
Bajé hasta el valle, llovía una lluvia que inundaba los senderos hasta hacerlos rebosar. ¿Dónde estará el lobo ahora? Me hubiera gustado entrar en el calor de su guarida, acostarme en su tibiez. Seguramente en esa guarida habría encontrado lo íntimo lejano.
Pero en ésta búsqueda sólo rastros imprevistos abren grietas en lo íntimo, similares a los cortes de luz de los vitrales góticos.
Lo íntimo lejano, se busca, ciertamente, pero sobre todo se lo encuentra o mejor dicho: es él quien nos encuentra. Nos viene al encuentro. Esta llegada, este encuentro, esta sorpresa, es todo lo que hay. Es la necesidad de nuestras vidas: es todo aquello que acude, que urge a nuestras puertas. En la noche el lobo, el bosque: cuánto sinnombre nos circunda.
Imagina que analizas la escena de un accidente: un peatón atropellado por el tráfico. Te das cuenta que justo en el momento que el peatón atravesaba la calle, en el paso cebra, pasaban los coches. En una dirección y en otra. Pero la luz del semáforo peatonal, inexplicablemente, estaba en verde.
Imagínate que eres una pequeña costra de la pared de un edificio de diez pisos. En el centro de la ciudad, construido en el tiempo del imperio. Imagínate que eres una bola de cal que está a punto de despegarse y precipitarse en el gran patio verde comunitario. Basta una simple vibración, un portazo, una persona que baja corriendo, una ráfaga de viento. Imagínate y siente desde allá arriba el vértigo de estar a punto de caer.
Imagínate que eres una palabra olvidada en un espacio blanco del que acaba de ser borrado todo el texto. Imagínate que sobrevives en ese espacio en blanco.
Imagínate que eres un regalo, olvidado en un asiento de metro, por un viajero ansioso por llegar, que piensa en el encuentro cuando es sorprendido por las puertas que se abren. Sale fuera de un salto y olvida el paquete donde estaba sentado. Imagínate que algo de ese viajero, su espectro, prosiga el viaje hasta el final de la línea, pero no puede tomar el paquete. Porque un espectro no tiene ni cuerpo ni manos, sólo puede vigilar mudo y en silencio, lo que ha dejado irremediablemente.
Imagina que eres una moneda. Una moneda perdida en los bolsillos agujereados de un abrigo de lana.
Imagina que eres el último rastro dejado por un hombre desaparecido en una gran estación. Imagina que eres el juicio de ese hombre, antes de abandonarse al torpor de una gran caída.
Imagina que eres una herida; el borde de una herida que cumple su deber de cicatrizar el desgarro fabricando piel. Lo hace sin heroísmo y sin éxito. Sin testigos y sin gloria. Imagínate el esfuerzo de ese borde por alcanzar la orilla de la curación.
¿Qué es todo esto? El intento de dibujar una ola, un polvillo, un hormiguero o un hormigueo. El surgir de lo viviente, inerme. El surgimiento por olas, oleadas, de aquello que es. Pequeños movimientos que dan origen a una movilidad, a un canto. Una danza ininterrumpida de todo con todo, hecha de líneas que se cruzan. Eso que llamamos individuos individuados. Son también ellos polos de energía, inseridos en un campo energético, que absorben, reflejan, desvían su camino según cómo, según qué. Riesgo del encuentro, hecho de cruces, de desvíos, de gradaciones. Ni arriba ni abajo. Todo esto inventa el arriba y el abajo. Exactamente como el norte y el sur, el oeste no existe sino gracias a las líneas de fuerza (hombres, mujeres, buscadores de oro, desesperados, criminales, encarcelados puestos en libertad, familias de mormones, caravanas de pelegrinos) que lo cruzan, lo crean como horizonte, lo inventan. Es la invención de lo que siempre ha estado ahí, como condición, premisa, fondo obscuro, pero que existe sólo allí, desde ese gesto de líneas de fuerza que convergen.
PD He escrito todo esto hace diez minutos, a partir de una nota que había escrito para mí. He abierto el correo electrónico para mandártelo y he encontrado tu mensaje…que contesto rapidísimo. Los caminos se cruzan y se solapan como los hilos de un tapiz.
No sé cómo pero creo que los dos textos, mandados casi al mismo tiempo, se entrelazan, mejor que si hubiera sido intencionado. ¿Siguen un camino desconocido para nosotros? Como las masas enardecidas por el oro, el oeste, la tierra, el horizonte, que caminaban caminaban caminaban ¿Tú qué crees?
Lunes. Qué suerte poder escribirte. Sobre las hojas verdes resisten aún algunas gotas de rocío. La niebla abandona la casa, se disipa. La corteza de los árboles es roja como las palmas de mis manos, después de haber apretado fuerte.
Martes: Nuestras manos son un fuego.
Jueves: Al lado de los andenes del tren. Lejos de la estación. Detrás de una reja metálica. En el estacionamiento vacío de un supermercado. El cielo se pinta de rojo mientras el tiempo yace en los andenes. Cuántas vidas orientadas en la misma dirección. La lluvia cae sobre el coche. Nadie me mira con sospecha. Soy un hombre sentado en su coche que mira cómo se deshacen bajo la lluvia los senderos. Solamente en esta quietud puedo ser, finalmente, sinnombre.
Viernes: Una desnuda estatua de yeso en una villa palladiana. En el gran jardín florecido, geometrías perfectas. En el horario de visita, la guía acompaña a los visitantes recorriendo el perímetro externo del jardín, con fugaces ingresos calculados hacia el interior. ¿Qué teme? La emboscada de los caminos monótonos, su trama en el centro del parque, la conspiración de arbustos idénticos, la presencia de dos fuentes iguales en los dos centros del jardín, igualmente cubiertas de musgo y hiedra. Pero el secreto no está en la geometría, está en el perfume de las flores, a punto de caer.
Querido amigo, de Nápoles me traje la emoción que me produjo una anciana señora con su sonrisa: una madre argentina de la Plaza de Mayo, con las fotos de sus dos hijos prendidas en el pecho. Sultana, una activista saharawi que perdió un ojo con las torturas de la policía, le prendió otra foto, la de un muchacho de 14 años asesinado por la policía marroquí en el pacífico campamento de Gdeim Izik. (Piensa qué gran historia: para protestar contra la ocupación, los saharawi abandonaron sus ciudades, sus casas, y construyeron un campamento pacífico que llegó a tener ¡veintemil habitantes! El ejército marroquí los atacó ferozmente un mes después).
Allí, como aquí, historias diferentes no solo se encontraban o se entrelazaban. Mejor aún: mostraban la trampa que ha sido siempre la suya, que estuvo siempre ahí, incluso cuando no alcanzábamos a verla. Esas dos mujeres, pocas fotos, y una común e inmensa desaprobación llena de amor, fue lo que las unió, lo que nos unió. De ahí han llegado las palabras (si las comparto, es para probar cómo entrelazar experiencias con experiencias, lugares con lugares): «la resistencia es una línea roja que une la lucha contra todas las dictaduras, como un largo surco en la faz de nuestra historia común».
Pensaba en el rechazo, acerca del cual Maurice Blanchot dice en algún lugar «que no discute ni tiene razones». Lo cruzo con la palabra «disenso»; ésta nace tal vez cuando se nos objeta: «¿pero qué sentido tiene todo esto?». Precisamente no tiene sentido, como aquél no tiene razones. Y sin embargo sucede: es lo imposible que ocurre. Va en contra del sentido, o mejor dicho, disemina la demanda de sentido en la exigencia que ésta termina siempre por cubrir (y por eso está ahí): que lo imposible suceda y que podamos ser nosotros, juntos, el lugar de este evento único.
Hay una complicidad que ya está en nosotros, que ya está en las cosas, que ya está en los lugares que nos acogen. La dejamos ahí como un rastro, para nosotros y para otros. Es algo sutil, tal vez sea por ello que continúo prefiriendo para ella la calidad de sinnombre. En la fuerza del anonimato siento en cambio, aún, demasiado militarismo, demasiada intención de cabezas encapuchadas (¿de quién?), demasiadas palabras de orden. Pero el anonimato no es más que un pretexto: nunca fuimos anónimos, todos tenemos la posibilidad de ser identificados, incluso aquellos que se habían pasado a la clandestinidad: eran los más conocidos por los servicios interesados en el orden y en el desorden público. Quizás sea una cuestión de palabras y no valga la pena fijarse demasiado en ello, pero me parece que el sinnombre mana desde el centro de todos los nombres que llevamos, que nos dieron o que nos dimos. Para implosionarlos. Para abrirlos en un espaciamiento en el cual se pueda dar la ocasión favorable para el grito de solidaridad, para el canto de las necesidades. El secreto estaría quizá justo aquí, en el punto en el cual los nombres caen, como las flores de tu jardín (era un viernes, si recuerdo bien), decaen, se deponen en la palma desnuda de nuestras vidas.
Como el paisaje del oeste (era de aquí que habíamos partido) que agujera los nombres de aquellos que arden por el deseo de atravesarlo, de apropiarse de él, y que se quedan ahí, bajo el cielo estrellado, con toda la riqueza que les llega únicamente de la propia derrota.
Quisiera dejarte con una pregunta: ¿qué es lo que abre el disenso en nosotros?, ¿qué es lo que en nosotros, a través de nosotros mismos y tal vez para nosotros (sin que sepamos nada de ello), disiente o quiere llegar al disenso?
Tengo la impresión de que la respuesta es un secreto. Un grito que se desprende y se hace cielo.
¿El disenso es quizá como el intercambio y el cruce de estas cartas? Disemina el sentido (la presunción de sentido) en mil sentidos, que nunca son uno, que no hacen nunca uno solo y tampoco uno –uno entero, uno-todo–. Entonces vuelvo al oeste: ¿confianza en el paisaje, confianza en el pasar, en la resistencia de la tierra respecto a la obra de los hombres que querían sus nombres inscritos en la historia a hierro y fuego? La agresión rapaz que hiere, destruye y mata, ¿no es también la vorágine que abre lo incolmable en el desafío del colono?
En Neukölln, este verano, se discutía mucho acerca de la transformación del barrio, con el aumento de los alquileres, demasiado altos para quienes hasta ahora habían vivido allí. A esta lógica preocupación tal vez se podría oponer la confianza en la fealdad del barrio, en la irregularidad de las calles, en la inmensidad de los lugares, desocupados debido a sus dimensiones. Márgenes inmensos, sinnombre, de una ciudad inmensa que tiende a tragar los nombres. Resistencia que se hace con lo que las cosas son y que sólo necesita ser reactivada. Además he descubierto que las casas fueron arregladas usando, después de la guerra, los escombros de la guerra misma. En esos ladrillos y pedazos de otras casas usados para rellenar los cráteres y los tajos, retumba todavía la guerra, el intenso latido de los corazones. En las bodegas, de noche, la espera de una carta o de una deportación. Ahí, en ese anacronismo de supervivencias todavía vivas, algo salta, brinca hacia afuera, se abre como un lapso de tiempo en el que darse cuenta de que lo que sabemos de nosotros ya no es suficiente, desde hace mucho tiempo, y que aquel retraso de las cosas, todavía vivas, es nuestro mismo sinnombre.
Querido amigo, lo que me escribiste me ha removido mucho. En especial estas palabras de tu carta me han derrumbado: «Y en esos ladrillos y pedazos de otras casas usados para rellenar los cráteres y los tajos, retumba todavía la guerra, el intenso latido de los corazones. En las bodegas, de noche, la espera de una carta o de una deportación (…) lo que sabemos de nosotros ya no es suficiente, desde hace mucho tiempo, y aquel retraso de las cosas, todavía vivas, es nuestro mismo sinnombre». Sentí que de mi vida se soltaban, de repente, todas las vidas que la conforman. Fui a retomar ciertos paisajes que había escrito hace tiempo, y que hubiera querido enviarte:
Amigo querido, no es fácil encontrar las palabras en estos meses de lluvia. La palabra es húmeda. El agua corre por los canales con fuerza. Desborda los diques, inunda. Nosotros tratamos de vaciar los caminos por los que andamos. Una cadena de hombres con los pies en el agua tratan de vaciarlos. En silencio. Después de mucho tiempo estamos de nuevo juntos. Hemos olvidado el rencor. Una gratitud sutil entreabre nuestros corazones. Estamos inundados. Finalmente. Las palabras llegaran. Ahora estamos cerca. El peligro ya pasó. No nos preguntamos qué puede pasarles a nuestras casas ni donde terminará todo aquello que transporta el agua. Con piedad recogemos a los dispersos. Nos suben escalofríos de las plantas de los pies. Hubiéramos querido tener más tacto en lo seco. Ahora con las arrugas en las manos agarramos agua del agua. ¿Qué podremos decir? De vez en cuando nos miramos. Los cuerpos hablan a través de gestos simples. Estamos en el mismo lugar. Nos inclinamos en la misma agua. Reímos. Estos sobresaltos que parecen sollozos sacuden el alma, nos dan alegría en la desesperación. Ponen fuego en la voz. Entonces quisiéramos decir te quiero por tu coraje por tu voluntad. Somos otra vez compañeros. Estamos de nuevo juntos. Me había olvidado cuánta felicidad puede caber en esta palabra simple.
Desde que te fuiste el jardín ya no está verde. Cada día recojo las hojas en el centro y dejo que el viento las disperse de nuevo. Es un trabajo inútil que hago con mucho cuidado. Antes que nada. Al amanecer. Cuando el viento termina de dar su vuelta, no le guardo rencor. Cada día empiezo desde el principio. Cada día el trabajo es más pesado. Caen hojas nuevas. Cuando alcanzo el centro desde la periferia del jardín, mi trabajo se acaba. Tú estás ya cerca, como si estuvieras a punto de llamar a mi puerta. El viento llega y lo deshace todo. Me enseña a aligerar el corazón de esperanza. A dejar que la memoria no se convierta en un montón de recuerdos. Entonces tu distancia se desvanece. Ya no estoy solo.
Este año de nuevo la nieve cubrirá nuestro jardín. Pequeños pájaros estacionales dejarán sus ligeras huellas sobre la nieve. ¿Cuánto pesa en nuestro corazón el miedo a un invierno sin fin? El fuego calienta la casa y el bosque cada año se hace más ralo. Los animales se retiran a su centro. De noche se acercan en busca de comida. Los abedules blancos esconden sus retiradas. En lo tupido el bosque se mueve. Es la vida secreta de los animales, el motor del día que nace.
Subo caminando en silencio por el lecho del río. El verano lo ha secado. Piedras en lugar de agua. En mi cara hay señales de todas mis acciones pasadas. Quisiera sentarme en paz y escuchar la voz del río. Espero encontrar en la fuente el agua para remojar mi sed y quitarme el polvo de encima. ¿Dónde fueron los peces del río? ¿Dónde se refugiaron en su agonía? El cielo azul se mueve encima de mi cabeza. Mi gran sed me tiene amasado a la tierra.
Amigo querido, siento que en este tiempo no necesitamos una nueva narración. Siento que necesitamos algo más allá de las palabras, respirar juntos. Conspirar. Eso, nuestras cartas me parecen una correspondencia de conspiradores.
He llevado conmigo lo que escribiste. En los diversos desplazamientos de estos tiempos. Un largo silencio en espera de que los dados hagan su juego, mientras nosotros estamos atrapados por el sentido de cosas que declinan, se transforman, buscan sus rostros, que son también los nuestros, confundidos entre la multitud donde nos encontramos ahora para hablar, conversar, escuchar.
Me parece que contienen anotaciones preciosas para nuestro camino y más allá. Puedo decirte que más de una vez tuve la sensación de que así debería terminar este intercambio, como su momento final. Por otra parte, este intercambio de cartas y de palabras, de visiones y de recuerdos del futuro, si existe, sólo puede tener el tiempo de la vida como tiempo suyo. Entonces no se tratará de terminar, de concluir o de escribir testamentos, sino de relanzar. Como una ola del mar tiene su propia memoria, hecha de todo aquello que visible e invisible transporta.
Y ahora estoy aquí, entre una noche y otra, con el próximo viaje que comienza dentro de casi dos horas y, antes de partir, te quería hablar al menos de esto, del sentido de un pequeño, pero para mí intenso viraje, giro de las palabras y del respiro, de los gestos y los contactos. Tal vez sea esto también el retorno, el sentido del retorno, de los retornos, su ritmo, sus cadencias (que son también del idioma), que es retorno, también de la naturaleza y de los animales, sobre sus propios pasos. El sentir regresa donde lo habíamos dejado. ¿Qué otra cosa retorna de nosotros? ¿No se habría tratado quizá, en cada viaje, en cada giro del tiempo, más que de éste retorno a donde no sabemos? Pero sentimos que no es esto lo importante.
Así que quisiera escribir: en cada palabra no hago otra cosa que volver a las tuyas, a aquellas que me precedieron y a aquello que sació esta pequeña caravana de cartas que partieron y dejamos partir. Me parece que somos un poco como aquel retraso desde el cual habías vuelto a empezar tú, en tu turno de ida y vuelta, ese retraso de las cosas que, desde lejos, nos entregan a una presencia de cosas más que presentes, de nuestro tiempo (mejor: del tiempo que se nos dio para vivir), con todos sus anacronismos, sus incongruencias y contradicciones que lo marcan, lo abren en su pasaje, lo espacian acerca de lo que es aquí y ahora, más allá de los límites que demasiado a prisa habíamos pensado atribuirles.
Hace poco leía, pero tengo que buscarlo de nuevo para decírtelo mejor, un pasaje en el que se decía que la palabra griega «ápeiron» no significa infinito, sino polvo. De este polvo tenemos ahora hambre y sed. Deja que de este polvo intentemos ser, ahora, los conspiradores.
a la amistad
a la paciencia
al amor
a la lucha