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01.10.2012

“No hay marcha atrás”
Conversación sobre luchar y vivir en Barcelona (1996—2011)

El 3 de febrero de 2011, convocados por Espai en Blanc, se reunió un grupo de personas de la misma generación, que habían tomado parte en muchos de los movimientos políticos ocurridos en Barcelona durante los últimos años. El objetivo del encuentro era analizar el momento actual desde la perspectiva que ofrece un balance del periodo 1995-2011. No queremos adelantar ningún resumen de la discusión, sólo expresar la ilusión que nos hizo a todos volver a encontrarnos a pesar de las distintas posiciones adoptadas con el paso del tiempo. Aquí publicamos una reescritura, abreviada, de la conversación que tuvo lugar. Al final del texto hay una nota biográfica de los participantes.

LEO.  Cuando en el 97 en Barcelona ocurrió el desalojo del cine Princesa y empezó una ola de okupaciones de centros sociales, en Zaragoza y Madrid ya vivíamos ese momento como un «después», como un episodio barcelonés que llegaba tras los años de okupación más fuertes, mejor coordinados. Eran años en los que la okupación tenía una identidad más estricta, más marcada, más organizada. Barcelona lo estiró mientras en otros sitios se vivían años de despolitización. Pero la apertura real vino para mí en el 99 con Seattle y el movimiento antiglobalización. Esta apertura no la comprendió el movimiento anterior y se dio un choque, una resistencia entre dos formas de politización. Lo interesante, hoy, es ver que la okupación ha continuado existiendo mientras que el movimiento antiglobalización apareció y desapareció. ¿Por qué?

GLÒRIA.  Pues a mí, hija de los progres que dejaron la política de este país con «todo atado y bien atado», con la democracia del «esto es lo que hay», la primera cosa que realmente me interpela en toda mi vida es lo que ocurre en torno al desalojo del cine Princesa. Por primera vez encuentro banderas sin códigos y una apertura de lenguajes que en mi caso podré continuar experimentando en un primer momento desde la Oficina 2004. La antiglobalización, en cambio, la percibo en el comienzo como un nuevo purismo. Reaparecen las banderitas. En un principio me despierta desconfianza, aunque poco a poco le voy viendo una potencia interesante. No obstante, nunca superé una cierta distancia vital con el movimiento antiglobalización. Nunca se acercó lo bastante a mi vida concreta. Lo que sí construyó y dejó es una infraestructura, unos medios, una organización y una cultura común que hizo posibles muchos movimientos posteriores.

MARINA.  A mí me ocurrió algo parecido. Viniendo de un contexto similar al de Gloria, habiendo ido a muchas manifestaciones de pequeña y de no tan pequeña sin ningún otro motivo que el «hay que ir», el desalojo del cine Princesa supuso la primera vez en que yo misma «necesito estar». Aún no militaba en ningún colectivo y tan solo tenía la complicidad de algunos compañeros de la facultad, y sin embargo, aquella tarde famosa sentí que «estaba» con la gente que nos manifestábamos. De ese «estar con la gente», aunque yo no supiera ni de qué ni de quién se trataba exactamente, salió la necesidad de seguir en «eso» que se había abierto. Aunque sentí siempre la dificultad de permear las identidades okupas que vehiculaban todo lo que ocurrió durante los siguientes años, del 97 al 2000, incluso así, esa dificultad constituía un reto que muchos asumimos como parte de lo que estaba ocurriendo, de lo que queríamos aprender y de lo que unos y otros necesitábamos: abrir y sostener espacios de vida. Centros sociales ocupados como la Hamsa, el Palomar, La Lokería, Les Naus, no eran cuestionados por nadie: fueron atravesados por mucha gente de edades y de culturas políticas diversas que durante unos años nos cruzamos y nos apoyamos aunque pudiera haber distancias y tensiones. Pero había un reto común. No me ocurrió lo mismo con las primeras asambleas «antiglobis», que parecían tener unos modos y unos lenguajes rápidamente asumidos sin saber quién los había creado, cómo llegaban hasta nosotros ni porqué de golpe todos teníamos que hablar y comportarnos de esa manera… pero esa primera impresión de distancia pronto se convirtió en el contexto en el que todos pasaríamos a actuar, desde una posición u otra, en los siguientes años. Ahora este contexto ha desaparecido pero muchas de las prácticas, de las herramientas y de las relaciones que adquirimos en ese segundo momento persisten.

HERNAN.  Desde el movimiento de la okupación, la llegada de la antiglobalización y su desarrollo como fenómeno masivo hasta las movilizaciones contra la invasión de Irak, se vivió como un retorno a formas de hacer política que habíamos apartado o dejado atrás (retorno de los partidos, de las ONGs, etc). En el seno de los espacios de debate se abría la cuestión sobre si se participaba de estas coordinaciones amplias para introducir prácticas y discursos más radicales o bien abandonábamos una especie de «nosotros» para adentrarnos en uno mucho más grande y diverso. Las tensiones que esto produjo se pueden ver en el cambio producido desde el 2001, cuando las movilizaciones contra la cumbre del Banco Mundial en Barcelona se articularon desde un espacio de coordinación único pero múltipolar, mientras que en la cumbre europea del 2002 ya hay dos, o incluso tres, espacios de coordinación de movilizaciones, cada uno con contenidos y expresiones diferenciadas.

FER.  Yo viví este giro del que habláis con las mismas tipologías pero a otra escala: la que permitían ciudades como Zamora y posteriormente Salamanca. Ahora, en la distancia me doy cuenta de que las «intuiciones» eran similares. Si bien, esta escala menor suponía que al ser tan pocos, al final todos teníamos que estar en todo para que salieran las cosas.

KIKE.  A mí me marcó mucho en Andalucía la realización del II Encuentro por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, en el verano del 97. Fue muy estimulante, pues veníamos de unos años de parón y falta de referentes tras la ausencia del movimiento pro-insumisión. Mucha gente se había quitado de en medio, las okupaciones no cumplían para nada un papel aglutinador, no había apenas alternativas serias a la política de partidos y sindicatos. Aunque contábamos con el referente del SOC y sus pueblos en el medio rural, ésa era una realidad bastante alejada de nosotros. ¿Quiénes éramos? ¿Qué queríamos? El ejemplo zapatista y su reflexión sobre el sentido de la política, de la rebelión y la autonomía, inspiró respuestas que, al menos en Granada, nos ayudaron a pensar de una forma nueva a unos cuantos. Cualitativamente esto fue importante. Por eso, los que en el 98-99 dimos el paso hacia la okupación, lo hicimos conscientes de que había que esforzarse en crear espacios de confluencia. En esa búsqueda nos encontramos con los compañeros de Málaga, la gente que ahora está en La Casa Invisible. A diferencia de los malagueños, en el caso granadino no supimos madurar una experiencia pionera, el CSO 190, en el precario contexto andaluz, tejer alianzas firmes y sostenernos en el esfuerzo. Al final muchos emigramos. Yo llego en 2001 a la Barcelona efervescente, post Genova y 11-S, buscando mi hueco, y encuentro actitudes en las okupaciones que me disgustan: poca imaginación política y pocas ganas de contagio en un contexto vibrante. Por eso lo que más me seduce entonces es Can Masdeu, que combina saberes y herramientas diversos: la práctica de la okupación, las alianzas vecinales, participación en el movimiento «antiglobi», técnicas de resistencia de los ecologistas británicos, etc.

ADA.  Yo en cambio viví la antiglobalización como un momento de apertura radical, con nuevas formas de hacer política donde nadie te pedía el carnet, ni había una forma predeterminada de qué significaba intervenir políticamente, ni había que pertenecer a ningún grupúsculo para participar como una más. Sea como sea, hay que defender que en esos años creamos espacios políticos impermeables a los partidos. A partir de las protestas contra el Banco Mundial, donde se ensalza el protagonismo del cuerpo social en un sentido amplio, a la vez que se consolida la percepción común de una crisis profunda de la democracia representativa, los partidos de izquierda quedan relegados y tienen que buscarse un espacio propio. Así, con la siguiente campaña antiglobalización («contra la Europa del capital») crean el Foro Social de Barcelona a la vez que intentan campañas de criminalización, jugando a dividir el movimiento en buenos (los que van a los foros sociales de Porto Alegre) y los malos («los radicales» que visibilizan el conflicto en las contra cumbres). Pero fracasan en su intento y nuevamente se ven desbordados.

LEO.  La antiglobalización fue el terreno en el que aportar los saberes adquiridos al final de la primera ola de okupación, pero con una capacidad logística mucho mayor, que nos permitió llevar a cabo proyectos concretos.

ADA.  Permitió, además, vivir una aventura personal y un proceso de aprendizaje brutal, tanto en las formas de hacer política como en un sentido formativo más clásico: muchos aprendimos cómo estaba funcionando el mundo realmente, dónde se tomaban las decisiones (Banco Mundial, FMI, OMC), cosas esenciales para comprender nuestra realidad que, en cambio, no nos explicaban en la universidad. Y empezamos a experimentar la «conciencia global», con el descubrimiento de que había los mismos problemas y violencias aquí que en otros continentes, pero también las mismas resistencias, aunque no lo contaran los medios de comunicación.

LEO.  En esos años nos abrimos al mundo. Podías escribir a una gente de donde fuera, a la que no conocías ni habías visto nunca y ¡al momento te contestaban!

LEO.  Nos abrimos al mundo y a internet, que no son lo mismo. Recuerdo un viaje por Italia en el 94 en el que fuimos de centro social en centro social para conocer a nuestros compañeros autónomos. En Bolonia nos enseñaron cómo un texto escrito en un ordenador pasaba al ordenador de al lado. La gente todavía no tenía internet en sus casas. Ellos utilizaban una red interna de fabricación propia. Recuerdo que nos dijeron: ¿os imagináis una conexión entre este ordenador y otro en el otro extremo del mundo? No nos lo podíamos imaginar…

GLÒRIA.  Tengo el convencimiento de que estuvimos en el terreno de la innovación continua. La politización permite estar allí donde se está innovando, tanto en la experiencia como en el discurso. También permite o permitió estar en una nueva relación con la estética que incluía la ironía, el humor, la fiesta, el pop… la hibridación y el adulterio entre lenguajes.

SANTI.  ¿Pensáis que a partir del 11-S del 2001 empieza el giro que conducirá al fin de un sueño? ¿Es el comienzo del retorno de una realidad dura que poco a poco irá reconduciendo las cosas a su lugar?

ADA.  El 11-S sí, pero ya antes Génova, que es el verano de ese mismo año.

HERNAN.  En el año 2001 empieza un proceso que se irá manifestando de manera cada vez más clara hasta 2003. El 2003 a nivel catalán y el 2004 ya nivel estatal se consolida un pliegue del espacio político. La llegada de «las izquierdas» primero a Catalunya y luego al Estado marca un cambio en el escenario de los movimientos, que muchos vivimos como una pinza entre la integración y la marginalización y represión. Todo ello en un escenario en que la lógica securitaria se impone como tesis política.

ADA.  A partir del momento en que en Génova aparece la represión real, con balas y un muerto, nos damos cuenta de que bajo la experimentación no teníamos una alternativa construida.

LEO.  Volvemos de Génova con la pregunta ¿y ahora qué? ¿Cómo seguimos? Lo que más se da son entonces redes de vuelta a lo local. Bajón y resaca. Justo entonces irrumpe el 11-S como una imagen del mundo que nos quita todo el protagonismo. El deseo, el acontecimiento, ya no están donde estamos nosotros. Ahora ya no toca. Con este desplazamiento aumenta, además, la represión. La globalización que nos atraía muestra ahora una cara con la que ya no sabemos qué hacer.

ADA.  Sí que es el fin de una ilusión, pero no sólo nuestra: el capitalismo del consumo, al que todo el mundo se había lanzado, vuelve a sacar los tanques. En Génova, en Afganistán, en Irak, donde haga falta.

LEO.  Pero en ese momento el «No a la guerra» se abre como un pulmón de aire que anula las rencillas y esa división de mundos de la que habíamos hablado en años anteriores. Aparece, además, a partir de entonces, un nuevo sujeto que no viene de ninguna politización: la gente que sale a los cacerolazos, la gente que se une a V de vivienda, la gente que finalmente sale en el 13-M.

ADA.  Pero eso fue así –y una nueva oleada de «gente» apareció en esos movimientos– porque algunos de los que ya estábamos en ellos empujamos en una dirección que lo hacía posible.

LEO.  Sí, hubo un trasvase de conocimientos, como ya lo había habido entre la okupación y la antiglobalización. El problema de estas transferencias de conocimientos y de prácticas es que, normalmente, terminan por convertirse en el freno, eso que elimina la espontaneidad y frescura de los movimientos una vez que las luchas bajan y nos replegamos al terreno de lo ya sabido. Esta dinámica de expansión y repliegue fue clara en el 13-M. En ese momento, el movimiento de antiglobalización fue desbordado, no entendió lo que estaba ocurriendo.

HERNAN.  Creo que es con esto se abre otra discusión. La discusión acerca de las formas de hacer política. Más exactamente: entre las formas que se perciben como novedosas y las que entendemos como clásicas. Hay una tensión en el propio concepto de lo político: ¿dónde está? ¿En los grandes acontecimientos o en el trabajo gris y anónimo del día a día? ¿En la intensidad que aprendimos a valorar o en algunas formas de militancia de las que también aprendimos a separarnos? La evidencia de los vicios y virtudes de cada una nos debe obligar a repensar el espacio de lo político.

GLÒRIA.  El efecto violento de la globalización no se vivió hasta mucho después del 11-S. De momento, se abrió un nuevo momento de excepción sobre un espacio ya creado por los movimientos anteriores. Este espacio de excepción fue más allá de la protesta contra la guerra. ¿Por qué salía la gente a tocar la cacerola tantas y tantas noches? ¿Por qué se okupaban los Espais Alliberats y se hacían acampadas? ¿Sólo contra la guerra de Irak? No lo creo…

FER.  Fue un momento que abrió los lenguajes de manera que a la gente le fue posible acercarse a lo que ocurría y a formas de lucha que en otros momentos había podido ver como alejadas.

MARINA.  Se da la paradoja que el momento de máxima apertura (No a la guerra, V de vivienda, 13-M) es también el momento en que se está dando el giro, y que pronto conducirá, a partir de 2004, a lo que parece ser un nuevo escenario: microproyectos, dispersión de las luchas, incomunicación, ausencia de espacios colectivos transversales, pérdida de la calle como lugar de encuentro y de expresión… ¿Cómo habéis vivido este giro? ¿Y cómo veis la actualidad?

FER.  Para mí este giro coincide con la sensación de que todo va haciéndose más apocalíptico o por lo menos parece que quieren que así lo creamos: en el plano ecológico, bélico, económico… ¿Para qué luchas? Para evitar que este escenario vaya a peor…

HERNAN.  Yo no lo veo igual. Incluso desde hoy valoro críticamente algunos aspectos del ciclo anterior: la excesiva valoración del momento de la exposición o visibilización en la calle, la gran confrontación, el acento puesto en el gran momento y en su intensidad… Hay que construir otros momentos para la política y es lo que estamos haciendo ahora. Más allá de los momentos de contagio que se dan en las calles, en el calor de una manifestación, una gran asamblea y, porque no, de un buen fuego, es necesario abrir y explorar otras formas y espacios de lo político.

ADA.  Pero también es cierto que en estos momentos de ahora, muchos de los espacios y luchas concretas en las que estamos, surgen precisamente de esos grandes momentos que ahora ves como insuficientes.

HERNAN.  Sí, pero generaron mucho desgaste. Fueron acontecimientos muy agotadores que no generaron cambios importantes sino más bien una política de campañas ligada a una agenda impuesta desde fuera de las propias luchas. Eran pocas las veces en que las luchas y los momentos de agregación escogían el campo de batalla. Eso no quita que en todos esos procesos los movimientos se enriquecieran, establecieran lenguajes comunes y incluso se abrieran espacios de sueño común.

KIKE.  Eso es lo que provoca que algunos proyectos colectivos vivan entonces, hacia 2004-2005 en el caso de Can Masdeu, la necesidad de atender el lado humano, reforzarse internamente para seguir deseando estar juntos en la lucha. La decisión supone una cierta ruptura con el anterior activismo trepidante y es tomada aún a riesgo de perder presencia pública, de caer en cierto aislamiento, pero detrás de ella hay una intuición poderosa: la lucha está planteada a largo plazo y hay que evitar quemarse, sin dejar de construir.

GLÒRIA.  Yo creo que hasta el 2001 vivimos la política del «fin de la historia». Era una política sin esperanza en la que sólo buscábamos abrir agujeros, crear espacios de resistencia. Era una política ingenua, y por eso mismo, muy potente. Pero también era una política poco seria porque no había nada que hacer. En cambio, con el 13-M o V de Vivienda, la política vuelve a determinar procesos reales, toma un protagonismo real. Es una política para la cual no estamos preparados y cada uno toma caminos distintos. Es un momento muy interesante en el que vuelve a haber espacios en los que hacer luchas políticas, por ejemplo, en el mundo del trabajo. Pero a la vez nos supera.

ADA.  También es difícil volver a empezar cuando ya lo has hecho una vez, y encima en una sociedad mucho más rota que la de antes. Nos encontramos con gente devastada en una sociedad que había prometido una única forma de vida que hoy cae a pedazos. Hay un nihilismo muy fuerte. Pero, a la vez, se hace cada vez más claro que sólo existe una alternativa: «política o morir».

HERNAN.  A priori, es un contexto mucho mejor, porque eso que podíamos decir hace años, que esta sociedad es una mierda, ahora es totalmente visible y es verdad. Aunque la espera es siempre un mal consuelo, espero pronto algo desbordante. Eso, o empezar a hacer las maletas… Las movilizaciones del 29-S han dejado, en este sentido, un muy buen gusto de boca.

ADA.  No estoy de acuerdo: a mí y a mucha otra gente no nos dejaron buen sabor de boca. La apertura del banco okupado en Plaza Catalunya sí generó ilusión, pero luego ese espacio se perdió porque una vez más se ensalzó el espontaneismo y la vivencia del presente como si fuera contradictoria con una mínima organización y estrategia: qué queda hoy del 29-S?

SANTI.  Me pregunto hasta qué punto estamos ante un retorno de la política clásica, o más exactamente, de identidades políticas que habían desaparecido y que vuelven a asfixiar el nosotros que empezaba, o que quizás podría abrirse paso. Como si la crisis «económica» activara viejos discursos. Por ejemplo: el 29-S del 2010 (día de la Huelga General). Durante ese día, en Barcelona apareció un sujeto heterónomo que durante horas okupó las calles. La gente participara o no en los disturbios, incendios o asaltos, allí estaba… a pesar de la represión, a pesar de las sirenas ensordecedoras de la policía. Y, desde el Banco okupado de la plaza Catalunya, supimos intuir ese nosotros abierto, ese lugar colectivo de enunciación que cualquiera –si lo deseaba– podía ocupar. Pero no supimos continuar lo que la okupación del Banco había abierto. Y, con el discurso de la impotencia se hicieron de nuevo presentes las banderitas (CGT, CNT, etc).

MARINA.  Lo que yo me pregunto, en este contexto, es qué hacer con esos saberes vitales, políticos tan distintos que hemos adquirido en estos 15 años. Todos coincidimos en ello: han sido años de un aprendizaje tremendo. Tengo la sensación de que en este momento nos sobra saber, experiencia y capacidad y que no sabemos qué hacer con todo ello, cómo articularlo, como usarlo para potenciar nuevos espacios colectivos de lucha y de creación de realidades. Muchos de nosotros estamos malgastando esos saberes en contextos de trabajo en los que no acabamos de creer o de relaciones muy estrechas que casi tienen un valor voluntarista o testimonial. ¿Cómo ir más allá? ¿Cómo pensar en esta posible articulación de todo lo que hemos aprendido y acumulado?

LEO.  Nadie puede acumular si no hay un plan. ¿Hacia dónde va lo que hacemos? No va a ningún lugar. Todos los sabemos. Entramos y salimos de las historias sin buscar nada. Hemos pasado del «otro mundo es posible» a que «no se destruya el mundo». La política como la entendíamos no existe. Lo que queda es «mi» vida y mi vida es sobrevivir. Aquí no hay colectividad ni política.

GLÒRIA.  Pero esta centralidad de «mi» vida es ambivalente: puede ser el origen de mucha crueldad y de nuevos populismos derechistas, pero también puede ser el punto de partida de muchos procesos de solidaridad que en algunos casos ya se están dando.

LEO.  Son sólo fogonazos.

ADA.  Todos hemos experimentado los límites del falso asamblearismo y la horizontalidad. No nos hemos atrevido a experimentar con las formas de organización por miedo a la organización clásica. Tendríamos que encontrar formas entre el espontaneísmo y la organización militante.

HERNAN.  En 2003 ya se dio este debate: ¿movimentismo u organización? Quedaba claro que no nos gustaba la creación de organizaciones de corte clásico, pero tampoco lo que vivíamos como una política heterónoma y cortoplacista. No supimos en ese momento superar esta cuestión, hecho que quizás nos hubiera permitido establecer procesos estartégicos y intervenciones tácticas.

FER.  Yo creo que preguntarse por la continuidad de la politiza

ción es pasar de alguna manera a la cuestión de la profesionalización. Evidentemente, no a la profesionalización de la política, sino a cómo ligar las propias ideas con la vida, con la manera de ganarse la vida, a cómo relacionarse con lo material y con los demás. En mi caso, esto ha pasado por la decisión de montar una cooperativa y resituar mi posición desde ahí, desde ese día a día.

SANTI.  Ciertamente si no hay objetivos, no hay política. Pero una cosa son los objetivos, y la otra, son los horizontes. Que no tengamos un horizonte –llamémosle por su verdadero nombre «emancipatorio»– no significa que no podamos tener objetivos concretos. Para mí lo que está claro es que este escenario en el que estamos requiere política, pero quizá no una política hecha de intensidades, basada en un romanticismo que privilegia siempre el Yo frente al mundo. ¿Por qué nos cuesta tanto hacer o inventar una política que no tenga la carga de la intensidad? Es como si nos ahogara…

ADA.  Por ahora, lo que vemos claramente es un capitalismo que arrasa a escala global. La experiencia se ha hecho también global y no percibimos nada distinto en el mundo, ningún otro camino a seguir ni lugar en el que se esté apostando por otras formas de vida. Entonces se hace difícil saber hacia dónde debemos apuntar sobre todo en Europa, que tras la caída del muro se ha convertido en un continente envejecido donde parece que ya todo se ha inventado e intentado. Quizás en América Latina, con límites y contradicciones, sea diferente.

LEO.  Si ahora estuviésemos en Egipto, estaríamos en medio de una guerra civil allí donde hace tan sólo cinco meses nadie lo podía prever. Estas cosas pasan y pueden seguir pasando. De todas formas, no deja de ser curioso observar que su lucha se basa, principalmente, en alcanzar una sociedad democrática parecida a la que nosotros queremos destruir, y no sabemos bien cómo hacerlo. Además, estos momentos de intensidad generan un queme, una resaca, un desgaste. Volver a empezar genera una duda ¿para qué volver a desgastarse sin un horizonte claro? En el plano social puede verse. Por ejemplo, en Facebook: no hay bandos ni enfrentamientos ¿Por qué? Porque lo único que hay son conflictividades entre individuos sin límites claros. En Facebook no hay espacio para la política basada en la relación amigo/enemigo.

GLÒRIA.  Cuando haces política con tu propia vida, por ejemplo okupando, se produce un agotamiento. Yo, por ejemplo, me cansé de escucharme a mí misma. Me cansé de escuchar mi voz, de saber todo de qué va… Entonces es mejor retirarse. Lo que intento es no hacerme cínica, sobre todo, cuando veo a mis amigos activistas. Pero no quiero volver a hacer política hasta que algo no me interpele verdaderamente. No quiero hacer nada por inercia. Por ejemplo, ahora inesperadamente me he implicado en una lucha contra la precarización de unos compañeros de trabajo, estamos respondiendo a la precarización desde la solidaridad de unos, a los que nos hacen fijos, con los otros.

ADA.  Yo lo que intento es, sin caer en un idealismo ingenuo, transformar lo que tengo más cerca porque no me resigno a esta vida sin horizonte. La gente está hoy está muy jodida, pero no ve ninguna alternativa creíble, por lo que no espera nada y por ello no se moviliza. Es curioso como en las luchas que se dan hoy frente a las ejecuciones hipotecarias –un drama que afecta a miles de familias arruinándolas de por vida– la consigna que más se canta, aunque sea con la boca pequeña, es sencillamente «sí, se puede». Ante la crisis de los grandes relatos, cada espacio ganado al miedo y la soledad es una gran conquista.

FER.  Durante los años de politización de los que hemos estado hablando el mundo del trabajo y de la supervivencia, no existían. ¿Qué legitimidad tiene todo mi discurso «emancipatorio» cuando no me he hecho autónomo y dependo de la familia, los amigos, etc? Entonces llega el momento de preguntarse ¿Qué diferencia hay entre ser independiente y ser individualista?, ¿cómo seguir dignamente, ya sea en un entorno de trabajo dado o creando tus propias condiciones? Yo he hecho lo segundo, y es una experiencia en la que tampoco me gusto del todo.

LEO.  ¿Pero entonces lo que estamos hablando tiene que ver también con un cambio de edad?

HERNAN.  A finales de los 90 y los primeros 2000, la gran mayoría éramos bastante jóvenes. Se podría pensar, sin el ánimo de caer en tópicos, que estas etapas necesitan de un alto consumo de emociones, ya sean políticas, relacionales, con las drogas o con lo que sea. Con el tiempo, las necesidades también son otras. Es por ello que hace unos años ya nos juntamos un grupo de militantes de ese momento y creamos también una cooperativa. Ellos nos ha llevado, entre muchas otras cosas, a participar en Coop57, una cooperativa de servicios financieros, que persigue tanto el ahorro responsable de las personas y entidades como el préstamo de este dinero a proyectos de la economía social, en una especie de reedición de las cajas de resistencia, eso sí, institucionalizada. Es una muestra de que con el tiempo hemos hecho una serie de compromisos para defender realidades que ahora son importantes, y que antes no valorábamos. No es política de la intensidad pero es política: hacer funcionar realidades, como nuestra propia cooperativa, gestionar dinero, ofrecer plataformas de apoyo a las personas hipotecadas, creación de editoriales, y muchas otras cosas. Más allá de la resaca constante que comportaba el movimentismo, hay una práctica concreta de emancipación que quizá no tiene horizontes pero que también va generando, en su camino, una realidad otra a la obvia.

ADA.  Yo veo la necesidad de combinar niveles. Tenemos que mirar lo que está pasando: el cooperativismo no puede por sí solo responder a todo el poder financiero global. Pero eso no significa que no podamos jugar con el multinivel (micro/macro). Yo lo que he aprendido, en este juego, es que quiero hacer política con el máximo de gente posible. Con la gente y no sólo con los colegas. Esto me puede llevar a veces a lugares quizá imprevisibles pero creo que son espacios necesarios de intervención. En ellos tiene que haber espacio para todo: desde hacer redes de solidaridad hasta la necesidad de crear discurso. Es necesario desarrollar un trabajo en la continuidad, organizar espacios lo más amplios y sostenidos. Desde ahí, una hipótesis que tenemos algunas es que el movimiento vecinal recobra importancia porque apunta a recuperar la territorialidad. Es importante rehacer la territorialidad puesto que los individuos solos en su casa no haremos nada. ¿Cómo se hace política con una lista de afectados o de individuos solos? El movimiento vecinal es interesante porque es un referente plural y abierto, pero al mismo tiempo cuenta con un mínimo de estructuras que se ofrecen como herramienta de organización distinta a los partidos y sindicatos.

KIKE.  Esta noción de territorialidad y comunidad me recuerda a las iniciativas que tratamos de salir de la ciudad, o de situarnos en sus márgenes, para experimentar otras formas de convivencia, producción y consumo. El reto es precisamente ese, que tengamos algo que ofrecer y compartir con los contextos sociales donde nos insertamos, ya sean pueblos o barrios, y no convertirnos en la enésima repetición del «bio-egoísmo», sano y equilibrado, justo ahora que cunde tanto la consigna del sálvese quien pueda y hay tanta carencia de colectividad.

LEO.  La decisión de montar Enmedio tiene algo que ver con eso: resistir a la soledad y hacer un esfuerzo para ir más allá de dinámicas activistas. Es una apuesta por intercambiar, por poner en colectivo. La individualización de la vida nos está llamando todo el tiempo. Tenemos que resistir a ello, ir más allá de hacer la vida «yo solo».

MARINA.  A lo mismo responde Espai en Blanc, que también nació en esta misma época de giro de la que estamos hablando, a partir de 2003. Fue una apuesta clara por poner en colectivo el combate del pensamiento, la necesidad de conceptualizar lo que vivimos, lo que nos ocurre, lo que deseamos más allá del trabajo individualizante del pensador profesional, del autor reconocido, de las dinámicas académicas y mediáticas de producción de discurso. Pero es una apuesta que cuesta mucho de sostener. Una necesidad que requiere de mucho esfuerzo contracorriente para ser mantenida.

LEO.  La apuesta por estar en colectivo es lo que la realidad nos niega continuamente.

FER.  La respuesta está en la organización.

Ada.Un ejemplo de organización que nació de nuestras propias prácticas e ideas fue Indymedia y, a pesar de ser una gran herramienta que en su momento fue determinante, no supimos cuidarla y sostenerla.

LEO.  Hay miseria en el activismo, pero también la hay en cualquier lugar al que te acerques… Por eso seguimos buscando esa posibilidad.

HERNAN.  Para mí no hay vuelta atrás.

MARINA.  Para mí tampoco pero a veces me pregunto ¿es que tengo un virus incurable? ¿O qué es lo que me lleva a buscar siempre ese «algo más»? En estos momentos tengo una vida deseable y buena en todos los aspectos importantes… Una vida por la que mucha gente históricamente ha luchado. ¿Por qué no me satisface? ¿Es realmente un problema de satisfacción? ¿De intensidad, como decíamos? ¿O es un problema esencialmente político: que la vida buena de uno no vale si no apunta a la vida buena de todos?

GLÒRIA.  Yo creo que ese virus lo tenemos todos incluso los que no lo saben. Y cuando ocurren cosas que transforman nuestras vidas, o que parecen hacerlo, eso se ve en los ojos de la gente más impensada.

SANTI.  Aunque a veces esos inicios de transformación generan más cinismo.

LEO.  Pero el cinismo caduca y llega un momento en el que ya no te basta con mirarte las cosas desde casa.

ADA.  ¿Pero qué ocurre cuando para mucha gente ya no hay casa a la que volver? El cinismo era posible en los años anteriores, donde a pesar de que la precarización de la vida se generalizaba, todavía era posible malvivir y fugarse en el ocio y el consumo. Ahora, sin embargo, el escenario de crisis de larga duración y el desmantelamiento del escaso estado del bienestar ya no dejan espacio para la fuga. Más allá del malestar, la cuestión de la mera supervivencia vuelve a un primer plano de la política.

SANTI.  Parece claro que no nos queda más que seguir experimentando en este impasse de lo político. Creo que en esto todos estamos de acuerdo y que todos respetamos también las diferentes opciones personales que aquí han salido. Quizás la pregunta sería entonces ¿cómo hacer esta política que vemos como necesaria sin por ello retroceder? Es decir, sin afirmar simplemente que «nos equivocamos por ingenuos» y que ante este nuevo escenario de desbocamiento del capital, sólo queda volver a las formas clásicas de hacer política.

ADA.  Pero es que esta posibilidad de una política clásica no existe, no funciona, eso está claro.

SANTI.  Entonces nos encontramos frente a dilema: la política clásica no funciona en absoluto si queremos verdaderamente defender una posición de resistencia, pero una política que contemple una dimensión más existencial está aún por inventar, y su ausencia nos bloquea ¿Qué hacemos?

ADA.  Lo que tenga que pasar, por suerte, no está únicamente en nuestras manos. Hay que estar atentos para poder percibir espacios nuevos y potenciarlos.

LEO.  ¿Cómo hacemos para transmitir experiencia en este impasse, sin chafar la espontaneidad de las nuevas expresiones políticas? Yo me identifico con Marina en esta vida agradable y rica que nos hemos dado… Sé que mi «animal político» está ahí y que se va a despertar de nuevo, pero ya no contra esa vida (mi pareja, mi economía, etc), todo eso lo necesito, precisamente, para poder seguir teniendo una vida política. Para seguir despierto como antídoto al cinismo.

FER.  Para transmitir hay que estar. Cada uno tiene un papel. Hay que comprender en cada caso tu momento. Yo, en cada situación me pregunto ¿cómo puedo hacer más daño? Esta es para mí la estrategia.

GLÒRIA.  La gente que está ahora en la Rimaia y en la Asamblea de Barcelona hablan mucho de la paciencia: entregarse al acontecimiento pero con contención y guardando fuerza. La lucha va para largo y no hay que medir cada batalla… Lo han aprendido de lo que ha ocurrido en Barcelona en los últimos años. Con paciencia, se irán encontrando los caminos para la resistencia.


NOTAS BIOGRÁFICAS DE LOS PARTICIPANTES EN LA CONVERSACIÓN
ADA COLAU.  Tras alguna experiencia, intensa pero sin continuidad, en la universidad, a través de la creación de la asamblea de filosofía, mi experiencia de politización fuerte empezó con el movimiento antiglobalización y desde entonces no ha cesado. Más concretamente, en 2001 con las movilizaciones en Barcelona contra el Banco Mundial, a la que luego siguió Génova, la campaña contra la Europa del capital y las movilizaciones contra la guerra. En estas últimas, alguna gente vivimos un punto de inflexión y decidimos llevar la «guerra global» a la «guerra cotidiana», primero con els «espais alliberats contra la guerra» y después experimentando la okupación con «Miles de viviendas». En los últimos años, me he centrado en los movimientos por el derecho a la vivienda, como uno de los principales ejes del malestar en las ciudades de hoy, participando en colectivos como el Taller contra la Violencia Inmobiliaria y Urbanística, VdeVivienda y más recientemente la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.
LEÓNIDAS MARTÍN SAURA.  Es artista y activista. Imparte clases de audiovisuales, nuevas tecnologías y arte político en la Universidad de Barcelona (UB), en la Escola Superior de Disseny (ESDI) y en la Gallatin School de Nueva York. Todos los proyectos y movimientos en los que ha estado involucrado destacan por ser conocidos, tanto en los circuitos artísticos internacionales como en las redes sociales más activistas (Las Agencias, Yomango, Pret a Revolter, New Kids on the Black Block, V de Vivienda, etc.). Es miembro co-fundador de la asociación cultural Enmedio, un espacio dedicado a la investigación y experimentación entre el arte y la acción política.
Quiere ser inmortal, y después morirse.
FERNANDO PANIAGUA.   En el año 1996 desde Zamora el desalojo del Cine Princesa se veía por la tele. En mi trayectoria personal, un primer punto de inflexión vital lo marca el curso 2001-2002: la lucha contra la LOU, la campaña Contra la Europa del Capital y la Guerra, el Foro de Salamanca por la Educación y la Cultura, una espiral ascendente que me lleva a Barcelona en 2003. Me enfermo de «dispersión» y «proyectitis» participo en: el Ateneu Rosa de Foc y las redes de trueque y cooperativas de consumo ecológico; el doctorado de Historia Contemporánea donde me acerco a Espai en Blanc para realizar una intervención sobre la memoria de la Autonomía Obrera; al mismo tiempo el Taller contra la Violencia Inmobiliaria hace que entre en la okupación, Magdalenas, V de Vivienda, etc. Con Anagal culminamos nuestras «perversiones textuales»; con La Lua teatro queremos que «la peste» infecte a todos los que nos vean. Tras unos meses en estado crítico agravado por el «síndrome del okupa super-star» y graves problemas sexuales me ingresan en la clínica: «Grupos de Género», nunca me dan el alta. Luchando por reinsertarme padezco achaques de «Zonas de Esquizofrenia Temporales» (TEZ) y me convierto a ratos en D. Copón-Bendit. Sin embargo algunos síntomas remiten y consigo centrarme tan solo en un proyecto: la cooperativa Démodé Produccións SCCL donde ahora concentro todas mis fuerzas.
HERNAN CÓRDOBA-MENDIOLA.  La entrada en la esfera de los movimientos sociales, después de una breve y convulsa militancia en la CNT, se produce a raíz de la manifestación antifascista de octubre de 1999. Con posterioridad a las campañas de apoyo a los detenidos, inicio mi colaboración con colectivos en la universidad y con las okupaciones en Sants, así como con el germen de lo que ahora es la Asamblea de Barrio de Sants. Desde la participación en colectivos y muy vinculado a los Centros Sociales del barrio, participé en muchas de las campañas y procesos de debate que ha habido en el seno de los movimientos en Barcelona. En 2005, junto con otras personas, creamos La Ciutat Invisible, una cooperativa autogestionaria en el mismo barrio. Participo, además, en Coop57, una cooperativa de servicios financieros de la que participan más de 1000 personas y 300 entidades de la economía social.
MARINA GARCÉS.  Era una niña de Barcelona que iba a las manis de los 70 y 80 con su mamá. Cuando ya pudo ir sola por la calle empezó a aburrirse. Hasta que un día, trabajando en la biblioteca de la facultad de filosofía, se enteró de que estaban desalojando el Cine Princesa, que se paraban algunas clases, que la gente iba para allá. Allí empezó una historia de politización que la llevó a okupar la Oficina 2004 (Avinyó, 15) y a vivir lo que ocurría en su ciudad y en el mundo desde una alianza de amigos. Esta alianza de amigos ha estado en muchas aventuras: Dinero Gratis, Reclaim the Streets, asambleas antiglobalización y contra-cumbres en Barcelona… Entre ellas nació Espai en Blanc como una manera de unir filosofía e intervención, profesión y vocación, pensamiento y vida.
KIKE TUDELA VÁZQUEZ.  Es historiador y trata de combinar esta vocación con muchas otras que tiene, sin dispersarse demasiado. Ha vivido últimamente en varios lugares, aunque siempre regresa a Can Masdeu, Barcelona, una colectividad donde vive y trabaja desde hace años, sobre todo haciendo pan y dinamizando los huertos comunitarios de la Vall de Can Masdeu: www.canmasdeu.net