24.12.2010
Tiqqun: una aventura política
Sobre «Teoría del Bloom» e «Introducción a la guerra civil»
«Vivir juntos en el corazón del desierto, con la misma resolución de no reconciliarse con él, esa es la prueba, esa es la luz.»
Teoría del Bloom, p. 126
Con Tiqqun, si tenemos el coraje de leer seriamente, necesitamos para empezar reaprender a ser filósofos, al menos en el antiguo sentido socrático que significa poner toda nuestra atención en el arte de las preguntas. Pues ¿quién es Tiqqun?, ya es una mala pregunta, un planteamiento inadecuado del problema. Tiqqun no se presenta como un autor o un colectivo de autores, y en este sentido hay ya una fuerte carga de anonimato en el gesto: Tiqqun no es el nombre de un quién, sino de un qué, que puede en principio ser adoptado por cualquiera. Entonces, Tiqqun es en primer lugar el nombre no de un autor sino de una posición subjetiva o de una posición de enunciación. He aquí una manera paradójica de entender el anonimato: no es anónimo el que no tiene nombre, sino precisamente el que decide un nombre, el que vive desplegando la idea que contiene un nombre. Asumir este nombre comporta una serie de exigencias que vienen no ya de la responsabilidad individual del autor sino de lo que el nombre Tiqqun lleva o porta consigo, lo que revela, lo que hace. Pues Tiqqun es el nombre que se da en la tradición mesiánica hebraica a la redención, a la justicia final o radical, la Justicia mayúscula en todo caso, la que atraviesa la historia de principio a fin cumpliendo la redención: ésta es la altura a la que se encuentra llamado a situarse quien adopta esta posición. Entonces, bajo un segundo aspecto más profundo, Tiqqun es un medio (que habría que entender como medio vital, no sólo simbólico) lanzado para propiciar las palabras y actos de intelectualidades emparentadas que deciden incorporar esa tradición mesiánica: no ya un qué por tanto sino un cómo, una cierta tonalidad de exposición tanto existencial como política que busca una comunidad por venir agitando las ya constituidas y tratando de recoger las voces de las luchas que no tiene cabida en ellas. Tiqqun se inscribe en el espacio de articulación de los discursos, las formas y las luchas que dejaron vacío las vanguardias del siglo xx. Desde este espacio trata de responder de un modo nuevo a la vieja exigencia filosófica de coherencia entre el pensamiento y las prácticas: en este punto no se tratará de realizar la filosofía como ciencia, sino más bien de hacer comunidad con el pensamiento, en lo que éste tiene de elemento en devenir, inasignable, no institucionalizable. Hacer del pensamiento literalmente una práctica política, ese es tal vez el reto que se ha comenzado a lanzar con Tiqqun.
Este planteamiento encontró lugar en una bella revista publicada en francés de idéntico nombre y breve existencia, sólo dos números: Tiqqun1 en 1999, Tiqqun2 en 2001. Pero la revista Tiqqun no se extinguió sino para hacer nacer una rica descendencia en la que algunos de los conflictos de interpretación de esta práctica política se han revelado con otros nombres al modo de trayectorias existenciales dispares, que recientemente empiezan a conocerse de la manera más o menos confusa a la que nos tiene acostumbrados el espacio público. Con estos primeros dos libros traducidos al castellano, el lector de este país tiene la oportunidad de comenzar a formarse su idea.
Teoría del Bloom es un artículo de Tiqqun1 ampliamente revisado para la publicación en libro. Se trata un estudio de un solo tipo: el hombre anónimo contemporáneo, tomado en una inmediatez fenomenológica, que Tiqqun pasea por los restos que encuentra accesibles en la literatura y filosofía occidentales recientes. El texto es fragmentario, plagado de citas declaradas o veladas, como apuntes de lectura balizados por hallazgos poéticos y fórmulas sintéticas. En el fondo la pregunta que recorre el libro es existencial, y se quiere radical: ¿qué significa ser hombre hoy, aquí? La respuesta no es original: significa ser el último hombre, el hombre del nihilismo consumado, la existencia inauténtica y desarraigada por excelencia. El Bloom es un ser atrapado entre las tenazas de la apariencia del Espectáculo y las de la «nuda vida» del Biopoder. Tiqqun recoge los diagnósticos intelectuales más apocalípticos, para tratar de llevarlos todavía un paso más allá: el panorama es desolador, pero al menos no hay consuelo en él, ni siquiera el consuelo de la lucidez crítica. La única opción: politizar activamente el Bloom, aquello que la figura con nombre Bloom trata de detectar como una sonda en la existencia y la cultura contemporáneas. Los modos de politización indicados por el texto son dispares: desde la posibilidad de una potencia política del «acto loco» a la invocación de la figura del Trickster, el Bloom que se asume y juega su condición. Pero lo que pide, ante todo, el estudio del Bloom es una decisión, un gesto que corte; si el Bloom es «ese Se que es un Yo, ese Yo que es un Se», toda política del Bloom parece plantearse desde una voluntad existencial de soberanía, de heroísmo, que implica también declarar la guerra al Bloom, como indica el epílogo a la edición italiana que se incluye en la edición.
Y tal vez sea éste uno de los rasgos más definitorios de la aventura política de Tiqqun: introducir el elemento ético diferencial en el seno de la lucha política. Lo irreductible que tiene este elemento ético sería su fundamento, la condición de existencia de una política en estos tiempos conformes, conformes también a menudo con la infamia. El problema, y también lo más esperanzador de la tentativa, es que este elemento ético no se confunde con el ethos de origen que asigna y encadena a cada individuo o comunidad a su situación social. Se trataría más bien de un ethos por encontrar, por crear. La cercanía con algunas de las tesis de Agamben se vuelve en este punto evidente, si bien el pathos guerrero nietzscheano en este planteamiento del problema ético nos impide clausurar las posiciones.
En Introducción a la guerra civil Tiqqun cartografía –también mediante un análisis fuerte de las secuencias históricas de la dominación– algunas grandes líneas del espacio de esta lucha ético-política que no es más que «una cierta intensidad en la elaboración de las formas-de-vida». Para Tiqqun lo más político es la guerra civil, la stásis, previa a todo Estado. En este texto, extraído de Tiqqun2, hay una mayor voluntad sistemática, una dirección más clara articulada mediante una sucesión de tesis y glosas; en algunos puntos también, especialmente en el último apartado, una verdadera felicidad en la expresión. Lo que Tiqqun llama política extática, política existencial en el sentido de que comienza con un gesto de apertura, de salida de sí, de exposición del individuo impersonal a lo común de una finitud que lo delimita y le da un lugar, se contextualiza en este punto. Pues si bien las relaciones de poder contemporáneas se dan en el seno de un espacio imperial, el Imperio no es el enemigo, sino un ambiente hostil, y el poder que ejerce consistiría sobre todo en atenuar con formas pretendidamente neutrales (democracia parlamentaria, Estado de derecho) la intensidad de las formas-de-vida, con la única función de contener la guerra civil. La política sería entonces la revelación práctica de la guerra en curso, en primer lugar en lo que toca al partido que en realidad ejerce su soberanía constantemente sobre los otros bajo la aparente pluralidad que posibilitarían según la publicidad los mecanismos de gobierno: el partido imperante que toma la forma-de-vida del empresario u hombre de negocios. Es la política, que en la tradición schmittiana comienza con la demarcación entre amigos y enemigos. Se trataría entonces de elaborar en el seno de la hostilidad imperial generalizada un espacio político de amigos y enemigos, en un elemento de verdad, de articulación comunitaria entre el pensamiento y las prácticas. Habría, entonces, una especie de división del trabajo político de Tiqqun: entre lo que nombraría el Partido Imaginario, la comunidad de los que no tienen comunidad, y lo que nombraría el Comité Invisible, la fracción más directamente revolucionaria de este Partido.
Este despliegue de nombres políticos dibuja un espacio complejo, difícil de situar de modo preciso. Pero no dejamos de aprender que los nombres políticos precisos son también los menos vivibles. Hay mucho de llamada en este espacio indefinido, muchos huecos en él que podrían ser promesa de comunidad: sobre responder o no, y de qué manera, ya depende de quién lea. Pero la cuestión de qué hacer con lo que se lee no podrá ser eludida tan fácilmente en este caso.