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15.04.2011

Carta de Espai en Blanc a los estudiantes de filosofía

Esta carta fue escrita en enero de 2006 a petición de un grupo de estudiantes de la facultad de filosofía de la UB, que estaba preparando una revista que nunca llegó a salir… Era ya una invitación al combate del pensamiento.

A lo largo del último año es posible que hayáis encontrado el nombre de Espai en Blanc en contextos tan diversos como los créditos de la película El taxista ful, la convocatoria de unos encuentros en el Bar Horiginal o la publicación de una revista de «materiales para la subversión de la vida», que dio pie a las jornadas Días de vida y política, que se celebraron en la Facultad del Raval en noviembre de 2006. Quizá alguien se pregunte qué y quién hay detrás de este espacio en blanco, qué lo mueve y a qué responde. Y sobre todo, qué relación mantiene con la filosofía.

Espai en blanc agrietó nuestras vidas en el año 2002, cuando una serie de gente vinculada tanto a la filosofía como a las luchas sociales que tenían lugar principalmente en Barcelona, escribimos un manifiesto en el que apostábamos para «hacer de nuevo apasionante el pensamiento». No buscábamos una aventura personal ni intelectual. Perseguíamos articular, colectivamente, esa relación con el pensamiento en la que uno se juega algo. Romper las premisas de lo que impide pensar significa romper el círculo, ya sea de indiferencia o de autosatisfacción, en el que tan fácil resulta protegerse. Quiere decir algo tan sencillo y tan fundamental para el ejercicio filosófico como ser afectado por lo que se piensa; subvertir la propia vida, alterando las coordenadas dentro de las cuales ésta se explica, se piensa y se expone a sí misma.

Hacer de nuevo apasionante el pensamiento es, por tanto, una operación inseparablemente íntima y política que actúa sobre las condiciones en las que se producen, se comparten y se encarnan las ideas. A lo largo de estos últimos años de experimentación guiada por este objetivo y por este desafío, podríamos decir que esta operación inseparablemente íntima y política tiene que desplegarse, por lo menos, en tres planos:

1) hacer colectivo el pensamiento.

La filosofía se presenta, convencionalmente, sistematizada en corrientes y escuelas que pivotan entorno a nombres propios. Abrir un espacio en blanco no es fundar una escuela ni constituir simplemente un grupo, sino construir una caja de resonancia para esa dimensión anónima que hay en aquello que somos capaces de pensar. Es desplazar el pensamiento filosófico del régimen de propiedad en el que normalmente se desarrolla (el autor, la cita y el comentario son sus principales expresiones) hacia un régimen de amistad basado en la generosidad. Más que amor al saber, la filosofía tiene que ser un saber en amistad. Y eso implica coordinar la propia soledad, siempre irrenunciable, con la dimensión colectiva y compartida que tiene cualquier relación con el pensamiento, cuando éste se mide por su capacidad de abrir problemas que nos afecten. Así, pensar siempre es de alguna manera, hacer una experiencia del nosotros. Desde esta experiencia, la intimidad que compartimos se vuelve política, porque deja de remitir al espacio privado de la consciencia que se pone frente al mundo. El pensamiento se hace mundo, abre un mundo. Desde Espai en Blanc, experimentamos con las diferentes formas de llevar a cabo esta colectivización del pensamiento: en la escritura que, colectiva o firmada individualmente según sea el caso, toma sentido gracias a las prácticas de crítica, intervención y creación que atraviesa y con las cuales se relaciona; en la discusión, para la cual hemos ensayado diferentes formas de encuentro, como los que tienen lugar en el Bar Horiginal, o las diferentes jornadas que hemos organizado, en las que el objetivo no es la exposición yuxtapuesta de las propias ideas y opiniones, como en las tertulias mediáticas o los congresos académicos, sino todo lo contrario: vaciarnos de las posiciones preconcebidas para perseguir juntos el hilo de una interrogación que nos confronta con un no-saber compartido; y finalmente, en la acción, ya no concebimos el pensamiento como un momento separado de la práctica. Colectivizar el pensamiento no es crear un comité de sabios sino poner en marcha procesos y dinámicas capaces de conectar con lo que pasa y, sobre todo, con lo que puede llegar a ocurrir.

2) Desinstitucionalizar la filosofía.

Veinticinco siglos después de su nacimiento, la filosofía sigue siendo un campo de batalla amenazado por la institucionalización de sus instancias de reconocimiento y de legitimación. Lo fue desde un inicio y a cada época le ha correspondido encontrar sus propias maneras de combatir y de desbordar estas amenazas. Más que refugiarnos en la historia, por tanto, uno de los desafíos que debemos enfrentar hoy es el de analizar y superar las formas en las que se encuentra institucionalizada la producción filosófica en nuestro contexto social. Frente a los espacios y los protocolos reconocidos por la academia universitaria, por un lado, y por el mercado editorial y mediático, por otro, tenemos que volver a formular preguntas como ¿dónde se puede pensar? ¿Quién puede hacerlo? Son las preguntas que nos devuelven la imprevisibilidad del pensamiento, su fuerza intempestiva y creativa, su capacidad crítica. Organizar una «filosofía de guerrillas» que aparezcan donde menos se las espera es quizá una de las respuestas más decisivas que puede dar hoy la filosofía en el marco de la sociedad del conocimiento. La filosofía no tiene que luchar ya contra la ignorancia, la ausencia de ideas o la oscuridad de la superstición, se las tiene que ver con la producción continua y sumisa de ideas obvias que nos impiden pensar. Por desgracia, la universidad de está al margen de esta inflación del discurso esterilizador. No está para nada al margen. Por eso tampoco la podemos dejar de lado. Hay que intervenir en ella, atravesarla, removerla. Dentro y fuera de la universidad, desde Espai en Blanc nos hemos planteado siempre el mismo problema: ¿qué quiere decir, hoy, tomar la palabra? ¿Qué nuevos contextos de pensamiento hay que crear y cómo intervenir en los que ya existen para que las palabras que pronunciamos tengan sentido y no se nos caiga, muerta, de la boca? Este es un problema-guía para el cual no hay soluciones, sino la decisión insistente de continuar experimentando, hablando, escribiendo, incluso cuando en nuestras palabras sentimos la incomodidad del silencio y del sin-sentido.

3) Repensar la idea de intervención.

Si una de las amenazas para la filosofía es su institucionalización, uno de sus peligros es su guetización en círculos cerrados y técnicos de especialistas. El «experto», figura estrella del discurso público contemporáneo, también ha colonizado el espacio filosófico, cuando precisamente éste se configuró como su cuestionamiento. El experto tiene un lenguaje, un reconocimiento, un objeto de conocimiento y una tribuna. No interviene ni se expone. Si el pensamiento filosófico quiere tener algún papel decisivo en el mundo que nos toca vivir, no puede caer en la tentación acomodaticia de producir expertos, sino vidas dispuestas a exponerse, gente que haga de su vida un desafío. Desde aquí podemos replantear qué significa, hoy, intervenir. La última figura que tenemos como referente es la del intelectual. Pero el intelectual pertenecía a un mundo cultural y a una clase social que hacían circular su discurso a la vez que hacían de éste una pantalla frente al mundo: lo reflejaba y podía diagnosticar, desde un lugar separado, las posibles vías de intervención. Este lugar hoy no existe. El mundo cultural que hace posible la pervivencia de la figura del intelectual sólo es un espejismo mediático. El reino de la opinión neutraliza cualquier espacio de intervención. Desde Espai en Blanc hemos apostado, pues, por abandonar la figura del intelectual y aventurarnos en una «tierra de nadie» en la que podamos formular la pregunta por la intervención sobre otras bases: ¿cómo formular un discurso que tenga efectos de realidad? ¿Cómo hacer que un programa de subversión no sea, precisamente eso, una mera declaración programática?

Decíamos al principio que hacer apasionante el pensamiento, jugarse algo en el pensar, pasaba por romper los círculos de impotencia y de autosatisfacción en los que tan fácil y tan cómodo resulta refugiarse. Esta carta quiere ser una invitación a dar este salto, a hacer vuestras algunas de las preguntas que en estas líneas y a lo largo de los últimos años hemos intentado compartir desde Espai en Blanc. Podemos ir juntos o no en esta búsqueda, en este desafío. No es lo que cuenta. Lo importante es que no nos quedemos quietos, ni tristes, ni temerosos.

Barcelona, enero de 2006