28.09.2009
Pacto de realidad
Reseña de: Guillermo Rendueles Olmedo Egolatría, KRK Ediciones Oviedo, 2005
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas.
J.L. Borges. «Borges y yo». El hacedor.
Escribo. Para empezar, debo escoger una voz que me identifique y guíe a quien me lee. La voz será la que dará cuerpo y coherencia a mi relato. La convertirá en una ficción realísima o quizá en un montón de imágenes en forma de poema. Allí donde me coloque como autor y donde sitúe al narrador en el texto darán más verdad o menos a mi ficción. El narrador fiable, personaje, me concede como lector más seguridad que el omnisciente, que se dice impersonal pero delata detrás a otra conciencia. Si a la trama de voces de un relato se le añaden las de otros personajes, mi conocimiento de ese mundo se explicita y se amplía, pero no rompe el pacto de realidad. Es cuando entra el autor en el texto, en un juego de intrusismo, que se deshace el pacto entre él y el lector: le está desvelando la ficcionalidad de esa realidad a golpes de cinismo. Dios ha muerto, y el narrador fiable también.
Guillermo Rendueles trabaja como psiquiatra en un Centro de Salud Mental de Gijón, ejerce como profesor, ha publicado textos sobre cuestiones médicas y ha centrado su interés en la crítica de la ortodoxia psiquiátrica a partir de su relación con lo social y lo político. En Egolatría, su último trabajo, traza un relato «colectivo», podríamos decir, del patrón cultural individualista occidental. Desde la unificación de criterios psiquiátricos bajo el patrón del DSM norteamericano, la psiquiatría ha desbordado sus fronteras afirmándose como solución a cualquier problema contemporáneo. A través de la exposición que hace Rendueles de distintos historiales médicos de la historia de la psiquiatría podemos entrever cómo cada época está estrechamente ligada a unas enfermedades mentales concretas: la histeria, la posesión demoníaca, incluso la esquizofrenia han pasado a mejor vida con el cuño de otros síntomas más actuales. Los casos clínicos de Althusser, Fernando Pessoa, T.E. Lawrence y García Morente son puestos como ejemplo de trastornos típicamente posmodernos, ya que se trata de relatos vitales en los que factores como la ausencia de responsabilidad, el nada significa nada o la desdramatización de los acontecimientos los han conducido a ser considerados como enfermos.
La psiquiatría ha tomado el rol de saneador social, es decir, hará el trabajo que cada ser individual no hará por sí mismo y por la comunidad. Las confusiones de identidad en la red, por ejemplo, no han sido aceptadas todavía socialmente como algo normal, y serán los consultorios los que tratarán éste «conflicto» que podría ser resuelto desde una óptica distinta a la psiquiátrica. La expansión de su práctica ha hecho casi indecible un nosotros que posibilite una salida a la superficie del conflicto latente. La propuesta de Rendueles no pasa por ser finalista pero sí apunta, como veremos, hacia un horizonte, por otro lado, nada nuevo. En Egolatría Guillermo Rendueles nos habla precisamente de la aceptación de la desaparición del yo absoluto en la época posmoderna. En la literatura, como en la vida, la trama se ha convertido en un patchwork tejido por un autor autoreferencial donde cada retal representa una identidad sucesiva dentro del conjunto. No es que se hayan desdibujado los límites entre lo propio y lo ajeno, sino que el concepto de yo se hipertrofia volviéndose más difuso, se hace impotente en su aislamiento.
El mundo de la psiquiatría ha dado salida médica a trastornos con un importante componente social e incluso económico. El trastorno de personalidad múltiple o los distintos tipos de trastornos disociativos, síndromes aceptados como las enfermedades mentales más extendidas de la era postindustrial, han sido incluidos en los manuales de psiquiatría junto con patologías con más base neurológica, cuando no son más que deformaciones de mecanismos de adaptación del yo a una realidad que se ha hecho una con el capital. Estas nuevas patologías no vienen acompañadas de nuevos tratamientos. El aislamiento de la subjetividad al que nos hemos precipitado y el papel de cajón de sastre de patologías como el trastorno disociativo han comportado un uso y una presencia generalizada de tratamientos psiquiátricos que intensifican la naturalización de la realidad y dan salida individual a malestares sociales. Resalta Rendueles que de la expresión resistente Yo no estoy de psiquiatra! hemos pasado a dejar con gusto nuestras vidas en manos de profesionales para una puesta a punto en vistas a incorporarnos lo más pronto posible a la montaña rusa de la sociedad. La medicalización de la vida cotidiana, como hemos dicho, va estrechamente ligada al concepto de identidad propio de la época. Los límites que marcan el adentro y el afuera de lo «razonable» han venido trazando la relación del sujeto consigo mismo y con el mundo.
La afición ilustrada por el diario íntimo no fue porque sí. El viejo concepto de yo desde el que se escribía estaba tan marcado por el escepticismo de la época que se analizaba contra sí mismo a diario, en un intento de hacer de la biografía de uno mismo un relato más coherente. Bien lejos del uso que se le da a menudo en la actualidad a la herramienta del blog, donde la intimidad del momento es lanzada a la red en espera de ser cazada por algún afín. El género de las bildungsromane también comportaba un concepto de identidad unitario: el protagonista, a menudo viajando, pasa por etapas de descubrimiento necesarias para su desarrollo personal. Rendueles insiste en la flexibilidad de la identidad de hoy, entendida como una sucesión incoherente de yols en contacto. El motivo de ésto, continúa, es la sumisión individual a lo real. La pérdida de referentes comunitarios para la construcción coherente de nuestras biografías, la pone Rendueles en el centro de la realidad. La moralidad, que marcaba tradicionalmente el límite de lo que era locura o enfermedad mental, se ha convertido en una cuestión íntima: es en la intimidad, lejos del ágora, donde se puede conseguir la buena vida. La lucha por el reconocimiento se convierte en la dictadura del emotivismo. Acumular placeres o sentir la libertad a través de no vincularse de forma fija a alguien o a un territorio se entiende como un triunfo. Un triunfo que cosifica al otro. La crítica de Rendueles al psicologismo lo presenta como el elemento básico en la difusión del discurso de la autorealización a través de la psicohigiene.
Este hedonismo, que nos hace estar eternamente disponibles para el cambio, se adapta perfectamente a la precariedad laboral: el mercado exige movilidad y perpetuo reciclaje. La válvula de escape para unas relaciones laborales que movilizan cada vez más la propia vida será una vez más la psiquiátrica, en forma de bajas laborales por patologías de nuevo cuño como el mobbing o bossing y jubilaciones anticipadas. De hecho, muchas empresas grandes cuentan ya con servicios médico-psicológicos propios, dirigidos a escoger el personal según el perfil requerido, y a neutralizar las tensiones laborales a través de la terapia psicológica. Estas condiciones sumadas a la precarización laboral anulan un sentimiento compartido con el resto de trabajadores y hace nacer, apunta Rendueles, la figura del gorrón, el que se crece a costa del otro.
La vida de uno mismo, la que no es tiempo de trabajo, es también dejada en manos de profesionales del sector. Los tránsitos por las edades del individuo son vistas como alteraciones del sentir eufórico habitual y son tratados en las consultas psiquiátricas. Ya que el denominador común de la psicoterapia, explica Rendueles, es afirmar la inexistencia del sujeto moral, trazar un relato coherente desde el consultorio es evitado. Mi yo anoréxico, mi yo maltratador serán dejados atrás para asumir otras identidades sin hacer balance ni asumir responsabilidades. La autoaceptación es puesta en el centro, a través de la negación de una autoimagen real y de la disgregación de yoes.
La psiquiatrización de la normalidad neutraliza, en definitiva, el conflicto a través de su privatización. Por un lado, nos olvidamos de nosotros mismo; por otro lado, exacerbamos nuestros yoes –por extraño que parezca– en búsqueda del uno mismo auténtico. Poner el yo a trabajar. Trabajarse el yo. Ése es el objetivo único, y a la vez infinito, que guía nuestras vidas y hace funcionar esta sociedad capitalista.
Después del análisis profundo que traza Rendueles de la laxitud de la identidad posmoderna, cabe preguntarnos si vale la pena haber vivido en un circo para morir en el cuartucho trasero, incapaces de conectar nuestra realidad con el desarrollo global de los acontecimientos. Implantarnos en el mundo, no ser dados lanzados al azar en lo social, pasa necesariamente, según Rendueles, por recuperar lazos comunitarios reales y un sentido ilustrado de la responsabilidad.