Contenido →

28.09.2009

El Mega-Gulag global

Reseña de: David Cooper: ¿Quiénes son los disidentes?, Ed. Pretextos,Valencia, 1978

Hemos olvidado cómo utilizar el término disidente casi por completo, porque disidir requiere poder posicionarse «al otro lado» y hace tiempo que ya no hay ningún «lado otro» en que ubicarse. La topografía del capitalismo agota hoy la realidad. Sin embargo, descubrimos en este texto 30 años después de haber sido escrito, que quizás no debamos desterrar el término pese a que las coordenadas hayan sido engullidas por el capital. El texto nos muestra que la disidencia no consiste en estar en el lugar-otro sino justamente en ocupar el no-lugar y esa es paradójicamente una posición que no se puede desocupar. El error es considerar la disidencia como parte de la alternativa. La disidencia es «pensar y sentir de modo distinto a los poderes establecidos.» Cualesquiera que sean esos poderes, la disidencia es la constatación de la resistencia, no como oposición sino como subversión: «La verdadera disidencia encontrará sus verdaderos disidentes».

El texto descarga su cólera –en un contexto político marcado por la guerra fría– sobre la distinción maniquea según la cual Occidente era eso «otro» del Este, donde la alteridad implicaba una disidencia vaciada de contenido una vez cruzada la frontera. En este sentido, denuncia que centrar el foco del conflicto en esa alteridad maniquea, vela un Tercer Mundo que no es sino subsidiario de un capital esencialmente parasitario. El autor procede a analizar así los mecanismos que operan en el Este y en el Oeste como un continuo. El análisis trasciende la frontera para mostrar «cómo» el capital occidental organiza un Mega-Gulag bajo su manto que, en ciertos mecanismos, no es muy distinto al Gulag1 del Este. Si en el Este los disidentes son internados en psiquiátricos y considerados presos políticos, en el Oeste son «condenados a su impotencia efectiva» sin necesidad de ser institucionalizados. La propia configuración del sistema genera que todo eco de disidencia pierda su voz rápidamente. El papel de la psiquiatría en el Gulag del Este es claramente cómplice del sistema en la «psiquiatrización» de los disidentes, sin embargo, esos mismos «locos políticos,» son acogidos en el oeste como si en manos de los nuevos psiquiatras estuviesen a salvo de cualquier «politización». El autor denuncia cómo las prácticas psiquiátricas del «otro lado» son declaradas como crímenes mientras esos expertos en «lobotomías, talatomías» y «sumisiones neurolépticas» configuran la psiquiatría occidental. Pero más allá de la psiquiatría, el Mega-Gulag se extiende a todo el Sistema. Si en el Este la información es deliberadamente manipulada por el poder, en el Oeste encontramos una mixtificación de los discursos en la que la estructura de poder queda difuminada, pero no su ejercicio. La mixtificacion lo engulle todo y se convierte en el marco en que toda relación se subsume. No es posible trascender la estructura de mixtificación. Cooper señala con el dedo a los intelectuales de Occidente como cómplices de ese Mega-Gulag del imperialismo, ya que las libertades que permiten crear esas élites intelectuales deben ponerse en relación a la falta de libertad de los países bajo el dominio del imperio. Los intelectuales «producen teorías» para el capital, y esas teorías son mercantilizadas en forma de libros y distribuidas mediante los medios de comunicación de masas. Los intelectuales disidentes, en cambio, son aquellos que subvierten esta normalización que es, a su vez, condición del sistema y de sí mismos. A esa noción de disidencia cabe oponerle pues la noción de normalidad impuesta por el proceso de mixtificación que configura el sistema. Por eso Cooper afirma que «todo delirio es afirmación política; todo loco es un disidente político» porque subvertir esa realidad es subvertir la normalidad que dicta. El disidente es el que no acepta la normalidad. En este sentido, la locura es sinónimo de subversión de un sistema cuya gestión del mismo se traduce en una forma de «hipernormalidad». La psiquiatría, en definitiva, es una creación del capital para gestionar la vida, para levantar muros alrededor de la normalidad y no al contrario. «La locura no es una enfermedad, es la psiquiatría y sus abortos los que son la enfermedad del capitalismo y del socialismo burocrático» nos dice Cooper. Finalmente el autor se apoya en la lectura que hace A. Heller de Marx para, partiendo de su noción de «necesidades radicales», defender que la revolución social debe ser antes que nada una revolución en el modo de vida. Las necesidades radicales y la disidencia se enlazan en la «autonomía concebida como base de una solidaridad no dependiente que se expresa en la autogestión radical de todos los aspectos de la vida humana contra el sistema de la institucionalización que impone a cada uno un lugar que no es nunca su lugar.» La apuesta es, pues, por una autonomía individual, por la autogestión de la propia vida como fundamento de lo colectivo.

Como decíamos han pasado 30 años desde el análisis de Cooper, y ese mundo maniqueo ha desaparecido. Sin embargo, estamos en cierto modo inmersos en su caracterización de Mega-Gulag, aunque ahora le demos otros nombres y funcione con nuevos mecanismos. Pensar en la actualidad ¿Quiénes son los disidentes? nos obliga a pensar de nuevo algunos de los hilos que el autor ha trazado en su texto. Por un lado, habría que abordar cómo se vincula hoy esa relación entre macro-política y micro-política en nuestras vidas; por otro lado, en qué sentido esas «necesidades radicales» siguen siendo necesidades que nos han sido expropiadas. Y por último, habría que pensar cómo ejercer la disidencia entendida como subversión de la normalidad. En este sentido, la pregunta por la disidencia deja de ser retórica y se convierte en turbadora: o se es disidente y se subvierte la propia vida o se es cómplice de vivir una vida gestionada por el poder. «(…) es necesario, pues siempre y en todas partes, multiplicar las barricadas. Pero las barricadas no se levantan tan sólo con adoquines y automóviles volcados sino también por las múltiples maneras de vivir nuestra disidencia cotidianamente».


1. Gulag es el acrónimo de Dirección General de Campos de Trabajo, institución penal soviética en cuyo seno se «gestionaba la disidencia» al Sistema.