28.09.2009
El capitalismo emocional
Reseña de: Eva Illouz: Les sentiments du capitalisme, Ed. Seuil, Paris, 2006 (existe traducción española reciente en Katz)
Es ya un lugar común afirmar que el capitalismo actual «pone las vidas a trabajar» con lo que subsume la subjetividad al completo: inteligencia, emociones, sentimientos… El análisis de este sometimiento se realiza a partir de la categoría foucaultiana de biopoder. Según Foucault, uno de los fenómenos fundamentales del siglo xix consiste en que el poder se hace cargo de la vida. Esta estatalización de lo biológico apunta a gestionar la población en tanto que cuerpo múltiple formado por innumerables cabezas. En lugar de adiestramiento-disciplina lo que persigue esta nueva tecnología de poder es seguridad-regulación. Negri y otros completarán este análisis poniéndolo en relación con el conocido «fragmento de las máquinas» de los Grundrisse de Marx. Los resultados y los límites de este proceder son conocidos.
La novedad que supone, en cambio, este libro de Illouz reside en que a la hora de abordar los sentimientos, en especial la relación entre la economía y la vida emocional, se hace desde unas referencias completamente diferentes. Lo que la autora hace es mostrarnos el surgimiento del discurso terapéutico, y su progresiva entrada en todos los ámbitos de la realidad: (el ejército, la empresa, etc.) siempre con la finalidad de aumentar la productividad y garantizar la disciplina. De esta manera se encuentran el lenguaje de la afectividad y el lenguaje económico de la eficacia, y así nace lo que Illouz denomina el capitalismo emocional. El modelo que la psicología va a propagar es el de la comunicación. «La comunicación es, pues, una técnica de gestión de sí que se apoya ampliamente en el lenguaje y en una gestión apropiada de las emociones, que apunta a obtener una coordinación inter e intra-emocionales» (pag. 43). El modelo de la comunicación remite, en última instancia, a una lógica del reconocimiento y aquí la referencia a los trabajos de A. Honneth es necesaria. La conclusión es que la esfera económica, contra lo que pudiera pensarse, no está vacía de sentimientos sino que, bien al contrario, en ella los afectos existen pero están dominados por un imperativo de cooperación y un modo de resolución de los conflictos basado en el reconocimiento. En esta medida, se puede bien decir que el modelo de la comunicación no implica comunicación alguna: por un lado, neutraliza los sentimientos como la cólera, la frustración o la vergüenza; por otro lado, acentúa el subjetivismo y el sentimentalismo al primar la expresión de las emociones por encima de todo. En el capitalismo emocional el buen manager es psicólogo y la productividad depende de una buena gestión de las emociones.
El discurso terapéutico especialmente formulado como discurso del Self-Help («autoayuda»), y de su correspondiente otra cara, el relato del sufrimiento, se ha consolidado fuertemente. La intervención del Estado, el feminismo, los laboratorios farmacéuticos, etc. han sido determinantes para ello. Desde el discurso terapéutico nuestra vida tiene que ser comprendida como una disfuncionalidad generalizada, precisamente para poder ser superada. El discurso terapéutico permite ligar las emociones al desarrollo del capital. Pero a pesar de todo, Illouz no quiere hablar de «administración total» o de «sociedad disciplinaria». Para ella la lógica que liga capital/sentimientos es una lógica ambivalente ya que el propio discurso terapéutico tiene elementos positivos: da seguridad al Yo frente a la incertidumbre de un capitalismo desbocado, permite negociar con la realidad. Constatar esta ambigüedad del discurso terapéutico es el aspecto más interesante del libro. Y, sin embargo, dicha ambigüedad es a su vez ambigua. Afirmar como se hace en el libro que la introducción de las emociones en la empresa la democratiza es totalmente irreal. Hoy, cuando no existen sujetos históricos, la crítica tiene que arrancar efectivamente de nuestra propia vida. Poner la propia vida en el centro de la subversión es seguramente más fácil en una sociedad cuyo discurso hegemónico es el terapéutico. Sólo haría falta tergiversarlo, girarlo en contra de sí mismo. Pero ¿cómo?