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24.09.2009

Primer cerco.
“I AM WHAT I AM”

Traducido por: Rai Vilatovà

«I AM WHAT I AM.» Es la última ofrenda del marketing al mundo, el último estadio de la evolución publicitaria, por delante, muy por delante de cualquier exhortación a ser diferente, a ser uno mismo y beber Pepsi. Décadas de conceptos para llegar a esto, a la pura tautología. Yo = Yo. Él corre sobre una cinta frente al espejo de su gimnasio. Ella vuelve del trabajo al volante de su Smart. ¿Se encontraran?

«SOY LO QUE SOY.» Mi cuerpo me pertenece. Yo soy yo, tú eres tú, y esto no funciona. Personalización de masas. Individualización de todas las condiciones de vida, de trabajo, de desdicha . Esquizofrenia difusa. Depresión rampante. Atomización en fines particulares paranoicos. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser Yo, más tengo la sensación de un vacío. Cuanto más me expreso, más callo. Cuanto más me persigo, más fatigado estoy. Yo tengo, tú tienes, nosotros tenemos nuestro Yo como una fastidiosa ventanilla administrativa. Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos –ese extraño comercio– en garantes de una personalidad que, al final, se parece demasiado a una amputación. Garantizaríamos nuestra ruina total con la misma torpeza apenas disimulada.

Mientras tanto, gestiono. La búsqueda de mi mismo, el blog, mi apartamento, las últimas chorradas de moda, las historias de pareja… ¡la de prótesis que se necesitan para sostener un Yo! Si «la sociedad» no se hubiese convertido en esa abstracción definitiva, designaría el conjunto de muletas existenciales que se me tienden para permitirme ir tirando, el conjunto de dependencias que he contratado al precio de mi identidad. El discapacitado es el modelo de la ciudadanía que viene. No deja de ser premonitorio que las asociaciones que lo explotan reivindiquen ahora para él la «renta de existencia».

La omnipresente conminación a «ser alguien» mantiene el estado patológico que convierte en necesaria esta sociedad. La conminación a ser fuerte produce la debilidad por la que se mantiene hasta el punto que todo parece tomar un aspecto terapéutico, incluso trabajar, incluso amar. Todos los «¿Cómo va?» intercambiados a lo largo del día hacen pensar en una sociedad de pacientes donde unos a otros se toman la temperatura. Hoy la sociabilidad está hecha de mil pequeños nichos, de los mil pequeños refugios donde todavía se encuentra calor, donde en cualquier caso, se está mejor que en la fría intemperie. Allí donde todo es falso, pues todo es únicamente un pretexto para calentarse. Donde nada puede suceder porque nos empleamos sordamente a tiritar con los otros. Pronto esta sociedad no se sostendrá más que por la tensión hacia una ilusoria curación sostenida por todos los átomos sociales. Es una central que mueve sus turbinas a partir de una gigantesca retención de lágrimas siempre a punto de derramarse.

«I AM WHAT I AM.» Jamás dominación alguna encontró consigna más incuestionable. La conservación del Yo en un estado de semi-ruina, en un semi-desfallecimiento crónico, es el secreto mejor guardado del orden de cosas actual. El yo débil, deprimido, autocrítico, virtual, es por esencia, ese sujeto siempre adaptable que precisa de una producción fundada en la innovación, en la obsolescencia acelerada de las tecnologías, en el constante cambio de las normas sociales, en la flexibilidad generalizada. Él es a la vez el consumidor más voraz y, paradójicamente, el Yo más productivo, aquél que se volcará encima del más pequeño de los proyectos con el máximo de energía y avidez, para volver más tarde a su estado larvario de origen.

¿»LO QUE SOY», pues? Atravesado desde la infancia por flujos de leche, olores, historias, sonidos, afecciones, juegos infantiles, sustancias, gestos, ideas, impresiones, miradas, canciones y comida. ¿Lo que soy? Ligado por todas partes a acontecimientos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que, sin lugar a dudas, no son yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los lazos que me constituyen, todas las fuerzas que me pueblan no tejen una identidad, aquella que se me incita a blandir, sino una existencia, singular, común, viviente, de donde emerge, por momentos, en ciertos lugares, ese ser que dice «yo». Nuestro sentimiento de inconsistencia no es más que el efecto de la estúpida creencia en la permanencia del Yo, y del poco caso que hacemos a lo que nos hace.

Produce vértigo ver reinar sobre un rascacielos de Shangai el «I AM WHAT I AM» de Reebok. Occidente avanza por doquier y con él su caballo de Troya favorito, esa insoportable antinomia entre el Yo y el mundo, entre el individuo y el grupo, entre el vínculo y la libertad. La libertad no es el gesto de deshacerse de nuestros vínculos, sino la capacidad práctica de operar sobre ellos, de moverse en su seno, de establecerlos o cortarlos. La familia no existe como familia, es decir como infierno, más que para aquellos que han renunciado a alterar sus mecanismos debilitantes, o no saben como hacerlo. La libertad de borrarse siempre ha sido el fantasma de la libertad. No nos libramos de lo que nos estorba sin librarnos al mismo tiempo de aquello sobre lo que nuestras fuerzas podrían emplearse.

«I AM WHAT I AM», pues, no como una simple pesadilla, una mera campaña publicitaria, sino como una campaña militar, un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre los seres, contra todo lo que circula indistintamente, todo lo que los liga invisiblemente, todo aquello que obstaculiza la desolación absoluta, contra todo lo que hace que existamos y que el mundo no tenga el aspecto de una gran autopista, de un parque de atracciones o de una ciudad de nueva planta: tedio puro, sin pasión y bien ordenado. Espacio vacío, helado, donde sólo transitan cuerpos matriculados, moléculas automóviles y mercancías ideales.

Francia no es la patria de los ansiolíticos, el paraíso de los antidepresivos, la Meca de la neurosis, sin ser al mismo tiempo el campeón europeo de la productividad horaria. La enfermedad, la fatiga, la depresión, pueden ser tomadas como los síntomas individuales de aquello de lo que hay que curarse. En ese caso, éstas trabajan para el mantenimiento del orden existente, para lograr mi dócil ajuste a normas débiles, a la actualización de mis muletas. Éstas acompañan en mí la selección de las inclinaciones oportunas, conformes, productivas, y al hacerlo también de aquellas de las que gentilmente deberé despedirme. «Hay que saber adaptarse ¿no?». Pero, tomadas como hechos, mis flaquezas pueden llevar también al desmantelamiento de la hipótesis del Yo, convirtiéndose entonces en actos de resistencia en la guerra en curso. En rebelión y centro de energía contra todo lo que conspira para normalizarnos, para amputarnos. No es el Yo lo que en nosotros está en crisis, sino la forma en la que se nos intenta imponer. Se quiere hacer de uno un Yo bien delimitado, perfectamente separado, clasificable y categorizable según calidades, en suma: controlables, cuando somos criaturas entre criaturas, singularidades entre nuestros semejantes, carne viviente tejiendo la carne del mundo. Contrariamente a lo que se nos dice desde la infancia, la inteligencia no consiste en saber adaptarse –de tratarse de eso– sería la inteligencia de los esclavos. Nuestra inadaptación, nuestra fatiga no son problemas más que para aquello que trabaja con el objetivo de someternos. Éstas más bien señalan un punto de partida, un punto de confluencia para complicidades inéditas. Muestran un paisaje ciertamente más arruinado, pero infinitamente más compartible que cualquier delirio que esta sociedad pueda sostener por su cuenta.

No estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza gestionarse, la «depresión» no es un estado, es un pasaje, un hasta la vista, un hacerse a un lado hacia una desafiliación política. Una vez dado el paso no hay otra conciliación posible que la suministrada a través de medicamentos, y policial. Esto explica porque esta sociedad no duda en recetar el Ritaline a sus niños demasiado vivaces, trenza a toda máquina ristras de dependencias farmacéuticas y pretende detectar desde los tres años los «problemas de comportamiento». Porque es la hipótesis del Yo la que por todas partes se fisura.


Extracto del libro L’insurrection qui vient publicado por Comité invisible en la editorial La fabrique (Paris, 2007). Damos gracias al Comité Invisible.