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28.09.2009

Auto-ayuda:
trabajo (infinito) de sí como explotación (infinita) de sí

Reseña de: Micki McGee: Self-Help, Inc.: Makeover Culture in American Life, Oxford University Press, 2005

Los discursos de la Auto-ayuda no conforman un «saber» en sentido propio, no tienen la consistencia de una ciencia y en la mayoría de los casos no pretenden explícitamente decir verdades. Se trata más bien de puntos de vista personales en los que predomina la primera persona, y que a través de diferentes metáforas (viaje, obra de arte, misión) sirven de guión y proponen formas de proceder adecuadas a diferentes tipologías o figuras de lo social. Mcgee desarrolla la genealogía de este tipo de discursos, una suerte de doxografía que explica la emergencia de las principales figuras metafóricas que articulan la cultura de la Auto-ayuda y organizan las diferentes formas de vida en el contexto de la cultura del «makeover».

La literatura de la Auto-ayuda se presenta, ante todo, como una enorme red de modelos o conjuntos de reglas de procedimiento cuyo objeto fundamental es el de conducir una vida («conducting life»). Esta idea de conducción no es periférica sino que expresa una carencia fundamental propia de la posmodernidad, a saber, la de la ausencia de criterios de conducción estables y, por tanto, la problematización misma de toda conducción, en el sentido de determinación de un curso de acontecimientos que vinieran a configurar una biografía. El carácter gigantesco de este tipo de producción literaria, al tiempo que descubre la centralidad de esa falta, muestra la propia centralidad del objeto de dicha conducción, a saber, la vida. De ahí se sigue la relevancia que adquiere el sí mismo, la conciencia de sí o autoconciencia («self», «selfhood») como centro director de la vida, que queda también irrevocablemente problematizado.

La literatura de Auto-ayuda se muestra en ese contexto como una suerte de «pragmática» del Poder político en una época en la que, precisamente, éste no ofrece (no puede hacerlo) reglas o marcos de conducta más o menos sólidos y estables. Al contrario, en el contexto del capitalismo posmoderno se exige la continua adaptación a contextos sociales cambiantes, y por tanto, un trabajo continuo de re-invención de sí, re-adaptación constante que exige la reformulación también constante de nuestras reglas de conducta. Eso significa que esta re-adaptación constante pasa por la rearticulación reiterada del sí mismo («self») como centro rector de las vidas, y por tanto, un constante trabajo sobre él mismo.

Como efecto, entre otros factores, de la inserción masiva de la mujer en el mercado laboral (que hasta entonces se ocupaba de y encarnaba la figura de lo privado-hogareño), la disolución de las esferas privada-pública aboca a una constante actividad de producción en la que éstas esferas se confunden. En ese sentido, el trabajo en el contexto posfordista se presentaría como un trabajo sin fin («work with no end»), que tiende a disolver junto con la dicotomía privado/público la misma distinción ocio/trabajo. Pues bien, en relación a esas condiciones materiales y productivas en las cuales se ve envuelto el individuo, Micky Mcgee postula la existencia de una nueva forma de esclavitud: la de la sobre-elaboración sin fin del sí mismo («self»)1 que vendría a coincidir con la explotación sin fin de sí mismo.

Trazando la génesis de las diferentes figuras metafóricas del sí mismo como centro de autodeterminación o conducción de una vida, Mcgee pone en el centro de su crítica la misma noción del sí mismo entendido como centro rector, cuya vida sería la de un proyecto de autodeterminación, ya sea en su versión ilustrado-racionalista como en las diferentes estéticas de la existencia. La vida como viaje, la vida como proyecto, la vida como obra de arte, todas estas metáforas remiten a la metáfora fundamental del sí mismo como control de sí o dominio de sí («self-mastery»). El sujeto como autor (como autoridad) expresaría la figura mítica de la subjetividad liberal-capitalística, al tiempo que proporcionaría el soporte mítico a toda la literatura de la Auto-ayuda.

En el contexto de las sociedades del capitalismo tardío esta idea de la subjetividad formaría parte de la narrativa del Poder, y vendría a ser articulada en relación a las diferentes formas de la literatura de Auto-ayuda. Mcgee escribe que «la Muerte, la amenaza de la insignificancia en el rostro de la Muerte, es el punto de referencia de todos los tratados de auto-superación» (p. 148). Porque el reverso del ingreso en sociedad es la Muerte, su amenaza funciona como motor de toda actividad de auto-superación, de mejora de sí, de auto-explotación o re-invención. La figura ejemplar del trabajador posfordista vendría a ser la del artista, quien se entrega a una «vida creativa» sin esperar grandes remuneraciones; ahora bien, la vida del artista, una estética de la existencia (vida como obra de arte) no vendría a ser sino el complemento ideal de un Poder basado en el poder de auto-explotación creativa de los individuos.

De esta manera, los grupos de ayuda, la literatura de Auto-ayuda y todas sus derivaciones, vendrían a ser simples indicadores de un acontecimiento fundamental que hoy tiene lugar: la imposibilidad real de conducir la propia vida (frente a lo cual todos estos discursos pretenden funcionar como posibilitadores de dicha conducción). En realidad, lo que sucede es que estos discursos de la Auto-ayuda no son más que dispositivos prácticos y teóricos de despolitización de ese acontecimento –es decir, de esa imposibilidad– pues reconducen todos los problemas sociales al ligarlos a una individualidad monádica, preservando así el status quo como la única posibilidad de darse la realidad.

Sin embargo, en los propios discurso de Auto-ayuda se alumbran ciertas vías de politización. Primero, porque todo programa de Auto-ayuda entra en conflicto con elementos e instituciones externas; segundo, porque la cultura de la Auto-ayuda sería un indicador de malestar social; y tercero, porque nos «liberaría» –en cierto sentido– de las formas de sujeción rígidas propias de las sociedades disciplinarias. Toda politización debería pasar así por reivindicar la condición de víctima como su grado cero («victimhood», 182), pero a condición de no perpetuar dicha condición. Esta política del «ser afectado», en tanto que víctima que no acepta ser victimizada, parte de una figura no dominante del sí mismo («self-mastery») puesto que acepta una dimensión prepersonal que lo excedería. Y por último, mediante la introducción de un nuevo vocabulario (codependencia, recuperación, disfuncionalidad) se abriría la posibilidad de vincular un programa político con la dimensión existencial afectada.


1. Traduzco ‘Belabored self’ como ‘sí mismo sobre-elaborado’. El verbo ‘belabor’ se puede caracterizar de modo genérico como una sobre-elaboración; en casos particulares, puede referirse a la consideración exagerada de una cuestión (en este caso el sí mismo), como a una agresión (en este caso, también, podría hablarse del sí mismo).