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23.09.2009

La epidemia depresiva.
Una lectura de Cho

La mañana del 20 de abril leí el Corriere della sera. En la página 20, en la parte de arriba de la página, había una nota dedicada a la hazaña de Cho Seung Hui, el muchacho coreano que había ido a buscar a su novia al Virginia Tech, y no habiéndola encontrado, fusiló a una treintena de estudiantes y profesores de la escuela.

Las armas, el delirio, la muerte.
En vivo, el video del asesino.

Así se titulaba el artículo y a su lado, en una foto, aparece el muchacho empuñando dos pistolas con manos enguantadas, con los brazos bien abiertos, como en una publicidad de videogames de Lara Croft. Hasta aquí nada extraño. Todos los diarios del mundo aquel día hablaron de Cho Seung Hui, quien después de haber asesinado a dos personas a las ocho y media y antes de volver al Virginia Tech para asesinar a muchas más, había pasado por su casa, había preparado un paquete con un video-testamento y lo había enviado a la NBC que, naturalmente lo había puesto al aire. Pero lo que me llamó la atención fue la parte inferior de la página 20. En un primer momento, echando un vistazo global y veloz, pensé que la parte inferior de la página formaba parte de la misma noticia. Sobre fondo negro se podía ver la imagen de una mujer de rasgos asiáticos, probablemente coreanos. La mujer lleva anteojos oscuros que tornan duro, agresivo, fuerte su aspecto, y está retratada en tres posiciones distintas que se superponen. En el primer cuadro, se presenta de frente, girando hacia delante el busto y extendiendo la cabeza, con el brazo izquierdo hacia atrás como para lanzarse hacia el lector. A la derecha, la misma persona levanta una pierna y lanza los brazos hacia atrás levantando un maletín de un material sintético blanco (como el tailleur que lleva). A la izquierda la posición se vuelve decididamente violenta: la señora levanta la pierna izquierda como para pegar una patada a alguien que no se ve, y con el brazo derecho doblado hacia atrás parece juntar todas las fuerzas de las que dispone. Se trata de un recuadro publicitario de Intel corporation que promueve su procesador Intel Core 2 Duo. Y, en efecto, en el mismo recuadro, se puede leer el slogan publicitario que reza:

MULTIPLICA TU LIBERTAD.
Prestaciones multitasking1 duplicadas con el procesador Intel Core 2

¿Por qué eligieron una mujer asiática exhibida en esa posición? El Extremo Oriente transmite vibraciones de agresividad, decisión en el trabajo, incesante activismo, movilización permanente de las personas, éxito en la competencia internacional. El imaginario de referencia de Cho es el mismo que el de los publicitarios de la Intel corp. Y el mensaje que proviene de las imágenes filmadas por el muchacho para la NBC es el mismo mensaje que los publicitarios intentan comunicar a sus lectores.

El ciclo de pánico depresivo

Las explosiones de suicidios se encuentran a menudo ligadas a un cuadro psicopatológico de tipo depresivo. Muchos han denunciado los efectos violentos, con trasfondo suicido-homicida, de pacientes depresivos tratados con productos antidepresivos que funcionan removiendo la inhibición a actuar, en lugar de interrogar las implicaciones psíquicas profundas de la depresión. La depresión no alcanza para explicar explosiones de violencia como la de Cho. La acción de Cho es compleja, creativamente concebida y articulada. Una obra de arte saturada de referencias simbólicas, fragmentos de terror-pop contemporáneo. Sobre un trasfondo depresivo, testimoniado incluso en el texto escrito que acompañaba el video de Cho, emerge una potente reacción que se alimenta de varias sustancias fácilmente accesibles: psicofármacos, imaginario terror-pop, armas de precisión y de alta potencia. No sé qué psicofármacos tomaba Cho.

La página del Corriere Della Sera sugiere, en la casualidad del acercamiento de la inserción publicitaria, una clave de lectura que no se puede reducir a un cuadro depresivo: la acción agresiva de Cho está ligada a una saturación de los circuitos de elaboración emocional y parece originada por un cortocircuito provocado por la sobrecarga. Un comportamiento explosivamente violento sigue a la pérdida de control sobre la relación entre estímulos informativos y elaboraciones emocionales.

El acting out asesino puede ser, en origen, la consecuencia de una depresión, probablemente tratada con sustancias que permiten saltar la inhibición a actuar sin hacer mella en el nudo depresivo. Pero sobre esta desinhibición farmacológica se ha empalmado un universo semiótico en plena ebullición, una avalancha de semioestimulaciones que han conducido al psico-organismo a una suerte de hiperexcitación incontrolable.

El objeto a indagar es el ciclo pánico-depresión.

El mensaje de Intel corporation, como en general el flujo de estimulaciones publicitarias, moviliza la agresividad competitiva, la trasgresión violenta de las reglas, la afirmación impetuosa de la propia expresividad. El multitasking al que hace referencia la publicidad de Intel es el factor más potente de intensificación de la productividad del trabajo cognitivo. Pero el multitasking es, también, un factor de desestructuración de las facultades de elaboración racional de las informaciones y un factor de sobreexitación patógena del sistema emocional. En el new speak del hiperliberalismo semiocapitalista la expresión Multiplica tu libertad significa «multiplica tu productividad». No es sorpresivo que la exposición al flujo de estimulaciones informativo-publicitario-productivas produzca efectos de tipo pánico, neurasténico y de patológica irritabilidad. Pero no existe linealidad en la sucesión entre estímulo movilizante de la energía nerviosa y acción violenta, de lo contrario todos los trabajadores sobreexpuestos a un intensa explotación nerviosa se transformarían en asesinos y esto, por el momento, no sucede. El circuito es más complicado. La constante movilización de las energías nerviosas puede llevar a una reacción de tipo depresivo: la frustración de los intentos de acción y de competencia llevan al sujeto a retirar su energía libidinal de la arena social. El narcisismo frustrado se retira y la energía se apaga. La acción terapéutica no se dirige, en este punto, hacia el núcleo profundo de la depresión, porque el núcleo profundo de la depresión (como veremos) es inatacable por parte de las fármacoterapias. El tratamiento terapéutico de la depresión implica un trabajo prolongado y profundo de elaboración lingüística y la fármacoterapia puede actuar eficazmente sólo sobre bloqueos que inhiben la acción, no sobre el núcleo mental de la depresión. Y esta acción desbloqueante puede estimular una acción violenta sobre un trasfondo depresivo. Intensificación del estímulo nervioso, retiro de inversión libidinal, dolorosa compresión del narcisismo son los aspectos de un cuadro patológico hoy bastante difundido. Podríamos distinguir netamente las patologías de sobrecarga (el pánico, el disturbio de la atención, la dislexia) de las patologías de desinversión (depresión y, al límite, autismo). Pero luego de haberlas distinguido conceptualmente deberíamos ver cómo estas patologías, cuyas génesis son distintas, actúan de manera complementaria y simultánea provocando formas extremas de violencia. Naturalmente, los fármacos que remueven los obstáculos inhibidores de la acción sin afectar el núcleo depresivo pueden funcionar como desencadenadores de acciones privadas de pensamiento, puras y simples explosiones autodestructivas o violentas.

«Desde 1980 la neurosis de angustia ha estado dividida en dos categorías: el ataque de pánico y el disturbio ansioso generalizado. Estos dos síndromes son rápidamente pasados al campo de los disturbios depresivos porque se pueden curar mejor con los antidepresivos que con los ansiolíticos. La angustia es, hoy, un aspecto del continente depresivo»2

El cuadro patogénico fundamental de la época en la que emerge la primera generación conectiva es la hipermovilización de las energías nerviosas, la sobrecarga informativa, el stress de atención constante. Un aspecto particular y una consecuencia importante de la hipermovilización nerviosa es la rarificación del contacto entre cuerpos, la soledad física y psíquica de los individuos infoesferizados. Dentro de estas condiciones, deberíamos analizar la depresión como fenómeno epidémico secundario pero perfectamente integrado en el cuadro psicótico-pánico de la primera generación conectiva. Conceptualmente, me interesa distinguir las patologías de trasfondo ansioso de aquellas que tienen un trasfondo depresivo, porque en las primeras veo el efecto de una sobrecarga excitatoria, mientras que, en las segundas, veo un efecto de desinversión de la energía. No obstante, si quisiéramos explicar la explosión epidémica de la violencia en el alba del nuevo milenio, deberíamos ver el cruce entre estos dos niveles. La hiper-excitación frustrada lleva a una desinversión de la energía libidinal que llamamos depresión. Pero el sujeto puede hacer saltar el bloqueo depresivo gracias a los productos farmacológicos o a un shock de comportamientos que pueden ser mortales.

Sentido, depresión, verdad

La depresión no es reducible al campo de la psicología. Ésta interroga al fundamento. La depresión melancólica puede ser entendida en relación con la circulación del sentido. Situado frente al abismo del no ser del sentido, el amigo habla al amigo, y juntos construyen un puente sobre el abismo del no sentido. La depresión interroga la fiabilidad de este puente. La depresión no ve este puente. Lo ha perdido de vista. O, quizás, ha visto que no existe. La depresión desconfía, incluso, de la amistad, o no la reconoce. Por consiguiente, no puede percibir un sentido porque el sentido no existe más que en el espacio de lo compartido. El sentido es proyección de una inversión cognitiva y emocional. Podríamos decir que el sentido es el efecto de una inversión libidinal en la interpretación, en la construcción de significado. El último libro de Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, contiene reflexiones sobre la vejez, sobre la amistad, sobre el caos, sobre la velocidad. Asoma el tema (en otros lugares de sus bibliografías siempre removido o explícitamente negado) de la depresión.

«El caos se define menos por su desorden que por la velocidad infinita con que se esfuma cualquier forma que se esboce en su interior. Es un vacío que no es una nada, sino un virtual, que contiene todas las partículas posibles y que extrae todas las formas posibles para desvanecerse en el acto, sin consistencia ni referencia, sin consecuencia. Es una velocidad infinita del nacimiento y del desvanecimiento…».3

Y también:

«No hay nada más doloroso, más angustiante, que un pensamiento que se escapa de sí mismo, que las ideas que huyen, que desaparecen apenas esbozadas, roídas ya por el olvido o precipitadas en otra ideas que tampoco dominamos (…) Son velocidades infinitas que se confunde con la inmovilidad de la nada incolora».4

La aceleración infinita del mundo respecto de la mente es el sentimiento de estar definitivamente aislado del sentido del mundo. E inmediatamente se transforma en no recordar más aquel sentir que es el sentido. El sentido no es lo que encontramos en el mundo, sino lo que somos capaces de crear. Es lo que, circulando en la esfera de la amistad, del amor, de la solidaridad social, nos permite encontrar sentido. La depresión puede ser definida como una falta de sentido, como una carencia de la capacidad de encontrar sentido en la acción, en la comunicación, en la vida. La incapacidad de encontrar sentido es, sin embargo y ante todo, incapacidad de crear sentido. Pensemos en la depresión de amor. El enamorado concentra la creación de sentido en torno a la persona que es objeto de su deseo. El objeto del amor se vuelve aquello que atrae la energía deseante. Si este objeto falta, la capacidad de creación de sentido se anula y, por lo tanto, ya nada tiene más sentido en el mundo. «Ya nada tiene más sentido para mí», dice el enamorado abandonado, y esta frase tiene un significado preciso, no metafórico. Julia Kristeva, en su Sol Negro escribe:

«El humor depresivo se constituye como un soporte narcicista negativo, ciertamente, pero, sin embargo, capaz de ofrecer al yo una integridad incluso no verbal. De esto deriva que el afecto depresivo supla a la invalidación y a la interrupción simbólica (a el «no tiene sentido») y, al mismo tiempo, lo proteja contra el pasaje al acto suicida. Esta protección es aún frágil. La Verleugnung, el reniego depresivo que aniquila el sentido de lo simbólico, aniquila también el sentido del acto y lleva al sujeto a cometer el suicidio sin angustia de desintegración, como una reunión con la no integración arcaica tanto más letal cuanto jubilatoria, oceánica.»5

Si consideramos la depresión como suspensión de la posibilidad de compartir el sentido, como el despertar en un mundo sin sentido, debemos decir que, desde un punto de vista filosófico, la depresión es, simplemente, el momento más cercano a la verdad. El depresivo no pierde, en absoluto, la capacidad de elaborar racionalmente los contenidos de su experiencia y los de su saber; es más, su visión puede alcanzar una radicalidad absoluta de la comprensión. La depresión permite ver aquello que habitualmente escondemos a nosotros mismos a través de la circulación continua de la tranquilizante narración colectiva. La depresión ve lo que el discurso público esconde. La depresión es la mejor condición para acceder al vacío, la última verdad. Al mismo tiempo, sin embargo, la depresión paraliza toda capacidad de acción, de comunicación, de intercambio. Precisamente por este aspecto, que es psíquicamente secundario y pragmáticamente decisivo en la inhibición del acto, actúan los psicofármacos de la familia de los antidepresivos. No intento negar que los fármacos puedan tener eficacia sobre los síntomas de la depresión y no niego, tampoco, que removiendo los síntomas se pueda volver a poner en marcha una energía temporariamente paralizada y, de este modo, superar el núcleo mismo de la depresión. Pero subrayo el hecho de que la depresión es otra cosa respecto de sus síntomas, y que la cura de la depresión no puede tener otro camino que el hacerse cargo de la singularidad impermanente (o de la impermanencia de lo singular).

El contexto social de la epidemia depresiva

En su libro La fatigue d’etre soi, Ehrenberg parte de la idea de que la depresión es un disturbio para comprender un contexto social. En un contexto altamente competitivo como el actual, el síndrome depresivo produce una espiral infernal. La depresión resulta de una herida narcisista, esta herida reduce la energía libidinal invertida en la acción y, por consiguiente, la depresión se refuerza por el hecho de que ésta provoca una caída del activismo y de la capacidad competitiva.

«La depresión se afirma cuando el modelo disciplinar de gestión de los comportamientos, las reglas de autoridad, de conformidad que los interdictos que asignaban a las clases sociales un destino han dejado paso a normas que incitan a cada uno a la iniciativa individual, intimando a las personas a volverse sí mismas. Producto de esta nueva normatividad, la entera responsabilidad de nuestra vida se coloca, no sólo en cada uno de nosotros, sino también en el espacio colectivo. La depresión se presenta como una enfermedad de la responsabilidad en la que domina el sentimiento de insuficiencia. El depresivo no está a la altura, está cansando del deber de ser sí mismo».6

No es sorprendente el hecho de la depresión en la época en la que se afirma como dominante una ideología de tipo empresarial y competitiva. Desde el comienzo de los años ’80, luego de la derrota de los movimientos obreros y de la afirmación de una ideología de tipo neoliberal, se ha impuesto socialmente la idea de que todos debemos considerarnos emprendedores. A nadie le está permitido concebir la propia vida según criterios más relajados e igualitarios. Quien se relaja corre peligro de terminar en la calle, o en hospicio, o en la cárcel. Las llamadas reformas liberales que le fueron impuestas ininterrumpidamente a una sociedad cada vez más fragmentada, derrotada, impotente a reaccionar, obnubilada por la ideología predominante, tienden a destruir toda seguridad económica para los trabajadores y a exponer la vida de éstos al riesgo empresarial. En otro tiempo, el riesgo era un atributo de los capitalistas, que invertían dinero sobre sus propias capacidades y de ahí obtenían enormes beneficios o dolorosos fracasos. Pero el riesgo económico era un asunto de ellos. Los trabajadores oscilaban entre la miseria y el relativo bienestar, pero no estaban estimulados a arriesgarse para obtener más. Pero hoy «somos todos capitalistas», como imponen los ideólogos de las Reformas, y entonces todos debemos arriesgarnos. Las pensiones ya no se corresponden más con un ahorro efectuado durante la vida laboral, sino que están ligada a los fondos de pensión que pueden rendir sumas fabulosas o bien fracasar miserablemente dejándonos en la miseria en la edad senil. La idea esencial es que todos debemos considerar la vida como un emprendimiento económico, como una competición en la que hay quienes vencen y, también, quienes salen derrotados.

«El creciente valor de la competencia económica y de la competición deportiva en la sociedad francesa ha promovido un individuo-trayectoria continuamente a la conquista de su identidad personal y del éxito social, encargado de superarseen una aventura empresarial».7

«A partir de los años ’80, la depresión entra en una problemática en que domina no tanto el dolor moral cuantola inhibición, el enlentecimiento y el desaliento: la vieja pasión triste se transforma en una incapacidad de hacer en un contexto en el cual la iniciativa personal es la vara con laque se mide a la persona».8

El análisis de Ehrenberg diseña una genealogía de las patologías depresivas en la época de empresarialización generalizada. Sería interesante una lectura sintomal de este libro y del libro que recoge el seminario de Foucault de 1979 cuyo título es El nacimiento de la biopolítica: también Foucault reconoce en la propagación del modelo económico de la empresa en las formas de vida y de pensamiento el rasgo decisivo de los años en que se afirma el totalitarismo liberal.

«En la empresa, los modelos disciplinarios de tipo fordista dejan su lugar a normas que impulsan al personal a comportamientos autónomos. Gestión participativa, grupos de expresión, círculos de calidad constituyen las nuevas formas del ejercicio de la autoridad tendientes a inculcar el espíritu de empresa en todos los asalariados. Los modos de regulación y de dominio de la fuerza de trabajo se fundan menos en la obediencia mecánica que en la iniciativa: responsabilidad, capacidad de evolucionar, de elaborar proyectos, motivación, flexibilidad delinean una nueva liturgia administrativa. Se trata menos de someter los cuerpos que de movilizar los afectos y las capacidades mentales de todos los trabajadores. Las obligaciones y los modos de definir los problemas cambian: desde mitad de los años ’80, la medicina del trabajo y las investigaciones sociológicas en empresas observan la nueva importancia de la ansiedad de los disturbios psicosomáticos o de las depresiones. La empresa es la antecámara de la depresión nerviosa».

En los años ’90 explota una nueva moda farmacológica: sustancias como la sertralina (Zoloft) o como la Fluorexina (Prozac) invaden el mercado. A diferencia de las benzodiazepinas –la familia de la que parten el Diazepan (Valium) o el Bromazepan (Lexotanil)–, estos nuevos productos no tienen un efecto hipnótico, relajante y ansiolítico, sino, sobre todo, un efecto euforizante, volviendo posible un desbloqueo de la inhibición que constituye una de las características de comportamiento de la depresión. A mitad de los ’90, la década que dio el máximo impulso a la economía cognitiva y que requería de una movilización total de las energías mentales del trabajo creativo, nació el Prozac, una verdadera mitología. Este producto se vuelve (y es todavía) uno de los más vendidos en las farmacias de todo el mundo. Toda la clase dirigente de la economía global entró en un estado de constante euforia de psicoalteración. Las decisiones económicas de la clase global son un reflejo fiel de las sustancias que le permitieron a quienes tomaban las decisiones ver sólo el aspecto eufórico del mundo e ignorar perversamente los efectos de devastación determinados por la euforia económica. Por años se tomaron decisiones esenciales con las neuronas invadidas de Zoloft y tras haber engullido millones de comprimidos de Prozac. En un cierto punto, luego de la crisis financiera de la primavera de 2000 y de la crisis política del 11 de septiembre de 2001, la clase dirigente mundial entró en una fase depresiva. Para encontrar una cura al propio abismo interior, o para remover la verdad depresiva de una derrota ética, la clase dirigente mundial se inyectó una nueva y peligrosa sustancia: la guerra, anfetamina útil para relanzar la agresividad destinada, sin embargo, a destruir los residuos de energía del planeta y de la humanidad.

La inversión del futuro

El futuro cambia de signo, advierten Miguel Benasayag e Gerardt Schmit en un libro titulado La época de las pasiones tristes, en el que reflexionan sobre una extensa práctica de terapia desarrollada con los jóvenes del banlieux parisino. En la época moderna, el futuro era imaginado según la metáfora del progreso. La búsqueda científica y el emprendimiento económico durante los siglos del desarrollo moderno estuvieron siempre inspirados en la idea de que la conciencia debía anteceder a un gobierno cada vez más completo del universo humano. El iluminismo sanciona esta concepción y el positivismo hace de ella un credo fundamental. Incluso las ideologías revolucionarias marxistas, guiadas por una visión historicista y dialéctica, imaginan el futuro a partir de un modelo teleológico progresivo. El presente contiene dentro de sí, en forma de contradicción, las potencialidades que la historia está destinada necesariamente a resolver. Y de la solución dialéctica de las contradicciones presentes nacerá una forma social liberada de la miseria y de la guerra, que el movimiento de origen marxista identifica con el nombre de comunismo. En la última parte del siglo xx estas premisas filosóficas se han disuelto. Pero sobre todo se ha disuelto la credibilidad de un modelo progresivo del futuro.

«El futuro, la misma idea de futuro lleva hoy el signo opuesto, la positividad pura se transforma en negatividad y la promesa se vuelve amenaza. Es cierto que los conocimientos se han desarrollado, pero son incapaces de suprimir el sufrimiento humano, alimentando la tristeza y el pesimismo que inundan todo».9

El futuro se transforma en una amenaza cuando la imaginación colectiva se vuelve incapaz de ver posibles alternativas a la tendencia de devastación, empobrecimiento y violencia. Esta es precisamente la situación presente porque el capitalismo se ha transformado en un sistema de automatismos técnico-económicos del que la política no es capaz de sustraerse. La parálisis de la voluntad (la imposibilidad de la política) es el contexto histórico en el que se sitúa la epidemia depresiva contemporánea.


1. Multitasking (multi/muchos – task/trabajo o tarea) es un concepto surgido del campo de la informática –indicaba la capacidad de las computadoras de hacer funcionar varios programas simultáneamente– y aplicado hoy a la forma de trabajo en las empresas: expresa tanto la habilidad de hacer dos o más trabajos simultáneamente como la de pasar de un trabajo a otro y volver enseguida al primero todas las veces que fuese necesario y con el mismo grado de concentración. (N. del T.)
2. Alain Ehrenberg, La fatigue d’etre soi, Odile Jacob, París, 1998, p. 25 (traducción castellana: La fatiga de ser uno mismo. Depresión y Soledad, Buenos Aires, Nueva visión, 2000).
3. Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, Barcelona, Anagrama, 1993, p. 117.
4. Ibidem.
5. Julia Kristeva, Il sole nero, Feltrinelli, Milano, 1988, (p. 24). Edición original, Le soleil noir. Depression et melancholie, 1987. (Traducción al castellano: Sol negro. Depresión y Melancolía, Caracas, Monte Ávila, 1997).
6. Alain Ehrenberg, La fatigueop.cit., p. 10.
7. Ibídem, p. 11.
8. Ibídem, p. 18.
9. Benasayag, Schmit, L’epoca delle passioni tristi, Feltrinelli, 2004, p. 29.