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21.09.2009

Las luchas del vacío

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El 11 de marzo de 2004 diez bombas estallaron en el área de la estación de tren de Atocha, en Madrid, matando a 191 personas e hiriendo a más de 1.500. Este artículo, escrito por Amador Fernández Savater y Margarita Padilla, dos jóvenes españoles que acompañaron la construcción de la red ciudadana que se urdió a partir del atentado, es un detallado y lúcido informe sobre el impacto social y político de esta masacre y también de las limitaciones y alcances de las respuestas creadas para resistir, demandar, denunciar e incluso disputar el relato que se construye desde el poder. El tejido de esta red llega hasta Cromañón, una experiencia que aquí analizan como referente de un ciclo de luchas que nos ha atravesado a todos y todas, sin aquí ni allá.

Este texto es una ampliación de la charla1 que bajo el título «Desafectos» ofrecimos en Barcelona con motivo de la presentación del número 1 y 2 de la revista de Espai en Blanc, Vida y política.2

Este texto va a seguir el mismo esquema de nuestra exposición, que se dividió en seis apartados:

  • Lo que nos pasó el 11-M.
  • El ciclo de luchas que descubrimos.
  • Las prácticas que se despliegan.
  • Las dificultades para sumarse a estas luchas.
  • Las amenazas que las atraviesan.
  • Las trazas de estas luchas en otras.

Lo que nos pasó

Antes que nada hay que aclarar que cuando, por brevedad, nos referimos al 11-M hablamos en realidad de todo lo acontecido desde el 11 hasta el 14 de marzo de 2004; aludimos, por tanto, a la vivencia de un largo día que tuvo tres noches.

¿Qué nos pasó el 11-M? Por decirlo muy brevemente, lo que nos pasó fue que el acto terrorista abrió un agujero negro. Algunos testimonios de personas que viajaban en los trenes hablan de que tras las explosiones sintieron «oscuridad, silencio y vacío». Y no olvidemos que «en ese tren íbamos todos».

La realidad dejó de ser obvia en el momento en que tuvimos que preguntarnos «¿qué está pasando?», y sobre todo «¿qué nos va a pasar?»: «¿cuántas bombas hay?», «¿dónde están?», «¿quién las ha puesto?», «¿por qué?», «¿para qué?»…

El gobierno trató de saturar ese agujero negro reafirmando un sentido previo (el enemigo es ETA y, por añadidura, quien se mueva de la foto) y llamando a la movilización. Si el lema de la manifestación oficial, convocada para el 12 de marzo, fue «Con las víctimas, con la Constitución, por la derrota del terrorismo», su sentido implícito era: «Todos detrás de sus representantes».

Antes de esta manifestación, el mismo día 11, se convocó una asamblea que reunió a parte de la gente proveniente de las redes militantes en las que nosotros participamos. En esta asamblea, las intervenciones más decididas abordaron el acontecimiento desde un punto de vista estratégico y con saberes previos: lo importante era analizar cómo el acontecimiento iba a producir una fascistización de lo social y cómo los movimientos sociales podíamos protegernos de ella. Se propuso acudir juntos a la manifestación gubernamental y organizar la autodefensa ante la posibilidad de que se identificase al bloque de izquierdas como cómplices de ETA y, por tanto, de lo sucedido. Es cierto que en la asamblea hubo también intervenciones más existenciales, mucho más inseguras respecto al porvenir, pero el hilo conductor de la asamblea fue el análisis estratégico de la coyuntura abierta.

Estos análisis estratégicos autocentrados, así como su falta de sensibilidad hacia el dolor, de afectación por el sufrimiento y de apertura hacia lo indeterminado de la situación (lo importante, pase lo que pase, es pensar en nosotros y lo que podemos perder como movimientos sociales), consternó a parte de los asistentes, que percibieron una fuerte sensación de irrealidad (¿cómo es posible que, con lo que está pasando, se diga lo que se está diciendo? Si yo estoy temblando, ¿cómo es que ese se muestra tan seguro? ¿Estará él loco o lo estaré yo?). Esa ausencia tan marcada de común provocó que no se llegaran a tomar acuerdos fuertes.

Sin embargo, contra toda hipótesis, lo social produjo el día 13 una respuesta insólita, caracterizada por la multiplicidad (no se acudió en bloques), el anonimato (nadie convocó y por eso fuimos), la autonomía (se autoconstruyó el sentido desde dentro y sobre el terreno), la creatividad (contra los lenguajes sabidos y gastados proliferaron mil consignas nuevas),3 la ausencia de utopía («mañana votamos, mañana os echamos»)4 y la incorporación del duelo a la protesta (se improvisaban minutos de silencio que iban tachonando el curso entero de la manifestación incontrolada del día 13).

Justo cuando el Estado (el consenso de todos los partidos en la cabecera de la manifestación del 12) quiso fundirse con lo social mediante el miedo, una respuesta imprevisible de valentía colectiva lo mantuvo a distancia, reactualizando otras acciones de ruptura como el «No a la guerra». El Partido Popular no pudo utilizar la muerte de 192 personas como propaganda electoral ni como elemento de gobernabilidad. Muchos consensos de Estado se deshicieron ese día, como se demostraría durante la siguiente legislatura.

Si el acto terrorista abrió un agujero negro, desplomando todas las obviedades, la reacción social desde este agujero negro hundió nuestras certezas militantes, y de este hundimiento emergió una pregunta radical e insistente: ¿Qué ha pasado?

Sosteniendo esta pregunta, ya no se puede seguir haciendo lo que se hacía antes. Hemos perdido la realidad, descreemos de lo que hacíamos y una vuelta atrás se hace insoportable. Hacer de esta pregunta una línea política, persistir en el acontecimiento, elaborar su irreversibilidad, hacer que sus intensidades y sus marcas no lleguen a desvanecerse…, todo ello depende de una construcción, de una decisión (no libre).5

El «ciclo de luchas» que descubrimos

A partir de ahí, nuestro «qué ha pasado» busca encontrarse con otras preguntas igualmente insistentes y radicales, que no mayoritarias ni hegemónicas. Por referencias, pero sobre todo por encuentros personales, vamos conociendo cómo, desde condiciones muy diversas, luchas que en un plano corporativo no tendrían nada que ver están, sin embargo, conectadas por el resonar de preguntas comunes, preguntas por el sentido, enunciadas siempre en el vacío y desde el vacío.

Así, descubrimos una especie de ciclo de luchas en el que:

  • Unas se desarrollan bajo gobiernos progresistas, como la «Red ciudadana tras el 11-M»; otras, bajo gobiernos conservadores, como «Mañana en Paz», un grupo de víctimas del 11-S en EE.UU., que desde el primer momento se han opuesto muy activamente a las guerras preventivas.6
  • Unas son reconocibles como tales, como el Movimiento Cromañón, en Buenos Aires, con una notable capacidad de movilización, presencia mediática, etc.;7 otras no llegan a expresarse y de ellas no sabemos nada, como lo que pueda estar pasando entre los afectados por el accidente del metro de Valencia, con más de cuarenta muertos en julio del 2006.
  • Unas se dan sobre un sustrato de politización previa, como en el caso de la familia de José Couso, reportero asesinado por las tropas de los EE.UU. en Iraq, que convoca concentraciones todos los días 8 ante la embajada de los EE.UU. en Madrid; otras, sin experiencia de lucha previa, como es de suponer que haya pasado en el caso Yakovlev-42, el avión estrellado en mayo de 2003 que provocó la muerte de sesenta y dos militares españoles.
  • Unas veces el acontecimiento enseguida se hace de dominio público, como en el incendio de Guadalajara en verano de 2005, donde la muerte de once retenes forestales inmediatamente subió a la palestra de las confrontaciones políticas; otras no sale de lo más privado, como en los innumerables accidentes laborales, siempre vinculados a la precariedad.

Son luchas que van desde las banlieue de París o el Nueva Orleans arrasado por el Katrina hasta la valla de Ceuta y Melilla o las muertes que diariamente se producen en carretera, pasando por el 11-S, el 11-M, Cromañón, Guadalajara… o el caso más cercano (geográfica y políticamente) de Berga …8 ¡Y en tantos otros escenarios de la catástrofe contemporánea!

Pero no se arma una lucha porque alguien muera; ni siquiera porque muera mucha gente. ¿Qué es lo que verdaderamente puede armar una lucha? Se arma una lucha cuando alguien señala la muerte acaecida como una muerte política. Entonces, ¿qué significa señalar con el dedo y afirmar que esa es una muerte política? Significa rebelarse ante el hecho de que ese ser único e irrepetible, cuya ausencia abre un vacío que jamás podrá ser colmado, murió (lo mataron) sin que llegara a tener una vida. Significa asumir que esto no funciona, que es intolerable, que las condiciones de vida hiperprecarias sitúan a la mayoría de la humanidad permanentemente al borde de la catástrofe, individual o colectiva.

Hoy, la catástrofe no es una posibilidad entre otras, sino el mismo medio en el que vivimos. Fluido, disperso, acelerado, imprevisible, atomizado… organizado en red. Al desmantelar todas las piezas que armaban un mundo común, el capitalismo contemporáneo produce al mismo tiempo condiciones catastróficas de precariedad y supervivientes que compiten sin tregua para no caer en el agujero negro de la exclusión (sin visibilidad, sin contactos, sin recursos).9 El otro se vuelve un objeto, un obstáculo o una oportunidad.10

Asistimos muchas veces a la paradoja de que, aunque no se haya producido ningún aumento constatable de delitos (a veces, ¡incluso al contrario!), la impresión subjetiva generalizada es de inseguridad creciente. La demanda de seguridad es tan irracional como imbatible porque la inseguridad es existencial. Es nuestra condición contemporánea. El peligro viene de cualquiera: no hay semejantes, sino enemigos potenciales.

¿Atiza siempre el poder político esta guerra de todos contra todos (de geometría muy variable)? Puede ser, pero no tiene porqué. Más bien la modula, instrumentaliza y manipula (véase como ejemplo la relegitimación del sistema de partidos en el País Vasco, la designación de «interlocutores religiosos válidos» en las banlieues de París o la creación de la figura del «Alto Comisariado para las víctimas» en España a partir del 11-M, encarnado por Gregorio Peces Barba).

Entonces, si para el capitalismo trucho11 la gente es sólo basura, y si hemos normalizado esa instrumentalización de los otros en un escenario de catástrofe donde hay que abrirse paso a codazos, la irrupción de la muerte hace estallar esta relación porque sólo los otros pueden salvarnos. (Esto debe leerse en sentido literal y no sólo como metáfora: en el incendio de la discoteca Cromañón, en Buenos Aires, se calcula que un 40% de los chicos murieron por entrar a rescatar a otros chicos, mientras que la mayoría de los agentes de policía y bomberos aguardaban en la puerta por la peligrosidad de los gases tóxicos emanados tras el incendio). Sin embargo, el vínculo con los otros es ambivalente: del mismo modo que pueden salvarme, también pueden pisarme la cabeza. De hecho, cuando algunos de los sobrevivientes de Cromañón entraron a rescatar a otros chicos se encontraron con la escalofriante escena de algunas personas que en ese mismo momento robaban alcohol en la sala o zapatillas a los muertos, en el escenario mismo de la masacre y la muerte, absolutamente indiferentes a la suerte de los demás… y a la suya propia.12

Las prácticas que se despliegan

El descubrimiento de que sólo los otros pueden salvarme da lugar a una nueva sensibilidad o, si se quiere, a una nueva politización. Una nueva politización que se mueve en la cuerda floja, en el filo de lo ambiguo, pues apuesta por la construcción de lo común como única vía de liberación, asumiendo que esta construcción de lo común de ningún modo está garantizada. Habrá que construir, sí, lo común, pero cimentado en y sobre un vacío. Construir lo común cimentado en un vacío es vérselas con la ambigüedad; es crear mundos donde recuperar la libertad tanto como hacerse cargo de la carga de negatividad que la masacre, el atentado, el «accidente»… han depositado en supervivientes, víctimas y afectados. Es, con toda seguridad, abandonar la acción política con modelos, con línea correcta.

Esta creación de mundos, donde poder volver a vivir, despliega unas prácticas singulares:

  • Se pone el amor en primer plano y no el resentimiento o el deseo de venganza. Por ejemplo, el grupo «Mañana en Paz» practica lo que ellos denominan hermanamientos: tras el atentado de las Torres Gemelas, visitaron en Afganistán e Iraq a otros daños colaterales, como familias que habían perdido a sus seres queridos en los bombardeos estadounidenses, etc. Según los testimonios de «Mañana en Paz», el carácter «de persona-a-persona» de la visita establecía inmediatamente un «lazo común de sufrimiento compartido» y demostraba ser, no sólo de gran potencia política, sino también absolutamente terapeútico.13
  • Se comunica desde el sentir y no desde la ideología. Sin embargo, la ideología no para de pelear por recuperar su terreno. Por ejemplo, la lucha de los familiares de los retenes forestales de Guadalajara es considerada de derechas por el hecho de que los políticos del PP son los únicos que acuden a las convocatorias, pensando con ello obtener un rédito político de la crítica al gobierno autonómico, socialista, responsable político de la gestión del incendio. Ajenas a esta identificación con la derecha, las familias no comprenden porqué la respuesta social a este incendio ha sido tan tibia, sobre todo si se la compara con la que hubo en el caso del Prestige. La soledad de estas familias es doble, porque además de haber perdido a sus seres queridos se ven ahora aisladas de los sectores sociales que podrían acompañarlas en su lucha, «simplemente» por el hecho azaroso de que el incendio se produjera bajo un gobierno socialista.
  • Se problematiza la separación entre lo público y lo privado. Determinadas formas tradicionales de lucha exigen pelear por la visibilidad y perder la fuerza del anonimato. Sin embargo, no todo el mundo está dispuesto a ejercer de «pilarmanjón» y a pagar el enorme coste que exige la exhibición continuada, la asunción de un rol que no ofrece tregua ni camino de retorno. Este conflicto entre visibilidad y anonimato es muy vivo y, probablemente, nunca se resolverá. Las fotos, los nombres, las biografías de los seres queridos… ¿son de dominio público o de uso privado? Esta indefinición complica las relaciones con la prensa, imposibilita las campañas. El ir y venir entre el silencio («hoy no tengo ganas de hablar, no me preguntes, no sé qué decir») y la resistencia al olvido, que exige presencia, discurso y visibilidad, todo ello unido a menudo a la intangibilidad de las reivindicaciones, da lugar a una tensión no conclusa. Mientras que algunas familias viven cada aparición mediática como una nueva y desgarradora exposición, otras están dispuestas a asumir ese sacrificio a cambio de que lo sucedido no se olvide.
  • Se crea un grupo-comunidad con participación directa e inmediata de todos en la vida de todos, una nueva familia que reemplaza, en muchos casos, a las relaciones sociales anteriores, que después del acontencimiento son vistas como banales y, por tanto, extrañas. Como dijo Bibiana, una mamá de Cromañón, «yo ya no puedo estar con mis amigas, porque ellas hablan de la peluquería, de pintarse las uñas… y a mí eso ahora ya no me interesa». Pero el extrañamiento respecto a las relaciones anteriores no sólo afecta a las que podemos prejuzgar como banales, sino a todas aquellas que no saben, no quieren o no pueden reinventar un nuevo lazo con un nuevo sujeto.
  • La vinculación es subjetiva. De ahí la importancia de verse como afectados, no como víctimas. ¿Quién puede decir que alguien es afectado, salvo uno mismo?
  • Se trabaja continuamente por restablecer la horizontalidad, luchando contra todas las jerarquías, también contra la jerarquía del dolor y sus escalafones patriarcales, que dicen que un hijo es más que un sobrino y una novia menos que una esposa. La lucha contra la jerarquía del dolor, lucha que nunca es definitiva, junto con la vinculación subjetiva, es lo que nos permite, a los afectados no directos, ser acogidos en estos procesos que, de esta manera, dejan de ser meros grupos de autoayuda para convertirse más bien espacios de elaboración colectiva donde la apertura hacia «el afuera» es motivo de alegría. Sin embargo, cuando la jerarquía del dolor se impone, la dificultad para participar en los espacios colectivos sin ser afectado directo es mayor, insuperable en ocasiones.
  • Se trabaja continuamente por reconstruir lo común, sin que lo común sea una identidad. Reconstruir lo común no significa ser un grupo cada vez más numeroso, sino incluir lo diferente, poniendo siempre en primer plano lo que une. Como dijo Pilar Manjón en su comparecencia ante la Comisión de Investigación el 15 de diciembre de 2004, en un discurso elaborado por la «Red Ciudadana tras el 11-M», «todas las víctimas son víctimas. El sufrimiento no reconoce fronteras ni ideologías. Desde nuestra legitimidad como afectados seguiremos insistiendo. Señorías: no utilicen nunca más, ni aquí ni en ningún otro contexto, el dolor de las víctimas con fines partidistas. No lo utilicen como bandera de su propia causa. Somos un signo de unión. Queremos ser signo de unión y diálogo entre los ciudadanos democráticos que sostienen opciones distintas. Nuestro sufrimiento debe ser la prueba y el ejemplo vivo de la unión que ustedes, los unos y los otros, no logran ser».14
  • Se trata de inventar nuevos sentidos para la vida cuando se han desplomado los antiguos. Una madre que perdió a su hijo el 11-M nos decía: «estos malnacidos… nos han roto la casa». Aquí, los valores familiares en torno a la casa quedan de pronto vaciados de sentido por la desaparición abrupta y repentina del hijo. Si no se inventan otras razones para la existencia, la amargura y la impotencia están garantizadas: se vivirá para siempre en un decorado vacío. Pero también ocurre a veces que los afectados sienten que pueden aprovechar (dolorosamente, sin duda) lo ocurrido para volverse «mejores personas». La sensibilidad hacia los otros se afila extremadamente. Como se respondía a sí misma Mauge, superviviente de Cromañón: «¿Sos sobreviviente de Cromañón y te hacés cargo de eso solamente? No: soy sobreviviente de Cromañón, y por eso me hago cargo de lo que pasa en la sociedad».15

Todas estas prácticas tienen sus flujos y reflujos en un constante y frágil ir y venir. Se trata de luchas no lineales y sin victoria definitiva, porque los caminos de la vida y los de la política no siempre van a coincidir y porque, como dice nuestra amiga Ivana, del Movimiento Cromañón, hablando sobre sí misma y la relación entre los logros del movimiento y su propio estado de ánimo, «cuanto mayor es el logro más grande es el vacío».

Las dificultades para sumarse

En primer lugar, queremos hacer notar que cuando nosotros nos acercamos a la experiencia de la «Red ciudadana» no lo hicimos porque durante el 11-M hubiésemos tomado conciencia de alguna verdad que a partir de ahí quiséramos divulgar. Más bien ocurrió todo lo contrario. Como hemos explicado, los sentidos se nos hunden el 11 de marzo. Nos queda una herida abierta, un problema. No nos involucramos en la «Red ciudadana» porque compartamos una identidad, sino porque allí tenemos todos un mismo problema que cada cual vive de manera muy diferente: para seguir adelante, necesitamos aprender de nuevo a vivir, crear nuevos mundos desde el vacío y sobre el vacío, aunque no todos vamos a aprender ni a crear lo mismo. Por eso la palabra acompañamiento, que nosotros mismos usamos para nombrar nuestra posición, no nos acaba de convencer: propone una imagen según la cual hay una jerarquía entre quienes tienen un problema y quienes sólo tienen solidaridad que aportar, cuando la realidad es que todos los que estamos en la «Red Ciudadana» buscamos compañía en nuestro propio devenir, sin buscar por ello un devenir idéntico.

En segundo lugar, también hay que explicar que si acudimos a la «Red ciudadana» no es por considerarlo de buenas a primeras un espacio idóneo, sino porque fue el único que se abrió al vacío de una nueva situación. No se trata, por tanto, de una decisión libre, sino de una necesidad que precisa desesperadamente de una salida y la encuentra rebuscando entre lo que hay. Por tanto, nuestro estar en la «Red ciudadana», y en el resto de experiencias que se nos han abierto, también ha tenido que desbloquear las muchas dificultades con las que se tropieza el acercamiento a este tipo de luchas.

Las dificultades para el acercamiento a estas luchas del vacío no están sólo en el terreno de la conciencia (aunque también, como ahora veremos). Por ser luchas que se mueven en la ambivalencia, en la cuerda floja, por ser luchas protagonizadas por una comunidad de gente cualquiera, unida azarosamente por el dolor, no esperemos encontrar en ellas ninguna pureza ideológica. Sin embargo, las dificultades para el acercamiento van mucho más allá de los desacuerdos ideológicos. Son más bien del tipo: «todo esto está muy bien, pero yo no me veo ahí».

De entre las dificultades que observamos y que, en cierto modo, también sentimos, podemos destacar:

  • La falta de espacios de elaboración en las redes militantes, porque no se percibe que lo ocurrido haya abierto las condiciones para una lucha, ¡y a veces ni siquiera se percibe que la misma lucha en marcha lo sea!
  • La desincronización en los tiempos: la militancia y el activismo son ansiosos, van de una cosa a otra, conectan y desconectan, cambian de contexto… mientras que los duelos son lentos, avanzan y retroceden y, de alguna manera, siempre se quedarán ahí.
  • La percepción de que acompañar estos procesos es algo de verdad: ahí no puedes entrar y salir a conveniencia porque la desconexión hace daño a los otros, es un golpe bajo… Hay que hacerse cargo y eso significa acompañar también en los momentos bajos, todo lo contrario de lo que incentiva la sociedad-red y, en muchas ocasiones, las mismas redes militantes. Hacer de los momentos bajos un dispositivo de potencia es un bello e interesante desafío, pero provoca mucho vértigo.
  • La ausencia de un lenguaje previo para designar lo que estamos haciendo y, por tanto, comunicarlo, contagiarlo, generalizarlo. Ya hemos mencionado las dificultades con la palabra acompañamiento, pero no es el único caso. Por ejemplo, la palabra política en la «Red ciudadana» significa partidismo, manipulación, división, instrumentalización… Nada que ver con lo que significa en las redes militantes. Muchas veces estamos usando lenguajes prestados por la psicología social, es decir, con la interface de una terapia. O palabras vacías como paz, unidad… que de pronto adquieren otro sentido. Ni siquiera el acontecimiento tiene nombre. En las entrevistas que estamos realizando, y en muchos otros casos, los testimonios se refieren al 11-M como «ese día», «lo que pasó», «aquello»… como si se tratara de algo innombrable, en contraposición con el Movimiento Cromañón, que sí ha conseguido poner un nombre a lo que ocurrió: no una catástrofe, sino una masacre («ni las bengalas ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción»).16
  • La dificultad para establecer una plataforma reivindicativa o pliego petitorio, lo que dificulta la posibilidad de establecer una relación de fuerzas y empuja a crecer hacia adentro, lo cual puede saber a poco si se mantiene el modelo de lucha heredado de la lucha de clases, basado, entre otras cosas, en conquistar contrapoder a base de acumular fuerza siempre por suma (de gente, de conciencia, de movilizaciones, de logros…). Es cierto que otros modelos de lucha, tales como la insumisión, se han basado más en socavar, descreer, deslegitimar… Pero también han requerido de unas prácticas que les dieran visibilidad y han ofrecido unos procedimientos concretos para organizar la solidaridad. Aquí no tenemos nada de todo eso, pues la simple solidaridad es imposible17 y la vía de crecer hacia adentro no permite cuantificar los logros, lo que dificulta sentir que se está luchando salvo que se esté muy adentro del proceso.
  • El hecho de tener que bregar con lo ambiguo, de moverse en el filo. Por ejemplo, hubo voces en la «Red Ciudadana» que querían organizar una campaña para agravar la ley del menor a propósito del juicio contra el gitanillo, el menor que ha sido el primer procesado por el 11-M acusado de trasladar 20 kilos de Goma 2 utilizados por los terroristas del 11-M desde Asturias hasta Madrid.
  • El hecho de que las alianzas que se establecen a veces parecen completamente ajenas, ya que vienen de ambientes religiosos, de la psicología social, etc. Cambian los rituales, los procedimientos… Por poner un ejemplo, en las reuniones de la «Red Ciudadana» es imposible seguir un orden del día porque no se acierta a compartimentar las temáticas, porque todos los asuntos están en un mismo plano de importancia, porque cualquier cosa pasa a ser lo interesante, porque lo que se tiene que decir puede decirse con cualquier lenguaje… Esto hace que más que reuniones lo que se producen sean encuentros que nos parecen desordenados pero en los que, sorprendentemente, se llegan a tomar acuerdos.
  • La ausencia de un enemigo claro, que por una parte hace que el odio no quede fijado pero por otra hace enmudecer, al no tener a nadie contra quien gritar. Como consecuencia, y unido a la falta de reivindicaciones concretas, también la falta de amigos a priori. Cada amistad es un proceso laborioso que se cuece lentamente, porque no te haces amiga de las ideas de alguien, de su ideología o de su lucha, sino de una persona que desea que participes directa e inmediatamente en el rehacerse de su vida, sacudida por la máquina de vacío y puesta toda ella y de una vez.
  • La privatización de las luchas. La idea de que estas luchas tienen unos propietarios, que son las víctimas, y que el papel de los demás es secundario, porque nadie puede compararse con quienes tienen el problema en primera persona. Asumir esta privatización es una forma de dificultar la generalización de estos procesos y su resistencia a la jerarquía del dolor.

Esto no significa que las dificultades para sumarse a estas luchas estén todas del lado de los militantes que no saben suspender o reinventar sus saberes previos ni despojarse de ellos para componerse con la nueva situación. Otros tipos de subjetividades encuentran también otras muchas dificultades. Si destacamos estas es porque son las más cercanas y, como ya hemos dicho, en gran medida las nuestras propias.

Las amenazas que las atraviesan

Aunque estas luchas del vacío también pueden ser reprimidas, sus mayores amenazas no son las detenciones ni la cárcel, sino las múltiples formas de desactivación que, en mayor o menor medida, se están dando continuamente para impedir que vida y política se encuentren. Por tanto, no se trata de amenazas singulares, sino de las que cualquier vida puede sentir, y de hecho siente, en su normalidad. Esta coincidencia es un motivo más de indagación, uno de esos problemas comunes que compartimos en la «Red ciudadana».

En efecto, las amenazas son de tipo:

  • Quedarse en el vacío. Victimizarse, dejarse ganar por el miedo y la impotencia.
  • Aceptar como un hecho incuestionable la incomunicabilidad de la experiencia: «nadie puede saber por lo que estoy pasando».
  • En ocasiones, la reacción social a una catástrofe culpabiliza a las víctimas de su propia suerte: en el caso Cromañón, «estaban drogados, borrachos»; en el caso de Guadalajara, «actuaron por su cuenta, arriesgaron demasiado», etc. Y esa culpabilización puede doblarse por una autoculpabilización: «¿por qué ellos y no yo?». La culpa por estar vivos mantiene a mucha gente deprimida, tendida permanentemente en el sofá, y por ejemplo sigue provocando suicidios entre los supervivientes de Cromañón.
  • Que la respuesta a la instrumentalización sea pasivizante: «si mi lucha va a servir para que otros acumulen poder a causa de mi dolor, mejor me quedo en casa». Esto ocurre en la «Red ciudadana»: el silencio y el anonimato son una opción de resistencia cuando la lógica de bandos ha ocupado enteramente el espacio público y saliendo a la calle corremos el peligro de electrocutarnos. Pero, como dice una amiga, «eligiendo el silencio hay una posibilidad que muere».
  • Hacer de la guerra el paradigma dominante: asumir que el tablero de ajedrez es nuestro escenario. Definirse a la contra, en un plano de enfrentamiento y no de creación, en una lógica de bandos y no de autonomía de una voz afectada. Es a lo que se nos invita cuando, en una movilización en la calle, alguien se acerca y pregunta: «y vosotros, ¿de qué víctimas sois?».
  • Izquierdizar las luchas. Es una tentación pensar que estas luchas deben dotarse de un enemigo (la derecha) y de unos aliados claros (la izquierda), y trabajar para ello. Pero al izquierdizar las luchas la interpelación al hombre anónimo se pierde y ya no se habla a todos, sino sólo a los que pertenecen a un bando.

Para ilustrar estas amenazas, hagamos zoom por un momento sobre algunos aspectos que rodean la experiencia de la «Red ciudadana». Esa experiencia se desarrolla en la era ZP: en el desierto de lo social desactivado (finalmente, «se notó a la hora de votar»), lo político tradicional vuelve al primer plano. A través del contraataque de la «nueva derecha»18 tras el 14-M (la ruptura de muchos consensos de gobernabilidad instituidos que comentábamos más arriba) y de la desaparición del «no a la guerra», la lucha política satura el espacio público y las víctimas son etiquetadas. Así, pasamos de «en ese tren íbamos todos» a «en ese tren llega ZP». Al revés de lo que exigía Pilar Manjón en su discurso, las víctimas ya no son de todos y de nadie. Pertenecen a un bando y están contra el otro. El abrazo social que rodeó a las víctimas el 11-M se destrenza, lo común se rompe: aparece el fantasma de las dos Españas.

En este punto, queríamos contar la historia de los Peones Negros, nuestros siniestros hermanos gemelos. El colectivo de los autodenominados «Peones Negros»19 ha surgido en torno al blog Enigmas del 11-M20 que gestiona Luis del Pino, uno de los periodistas que investigan los posibles agujeros negros que hay en la investigación sobre los atentados de Madrid. En su afán por denunciar que el 11-M fue un golpe de Estado fruto de una conspiración, los «Peones Negros» han llegado a autoorganizarse en el terreno de lo virtual para leer el voluminoso sumario en busca de esos «agujeros». Y además, se han autoconvocado también físicamente los días 11 de cada mes para celebrar en distintas ciudades españolas concentraciones en las que piden que se sepa «toda la verdad» sobre los atentados. Para ello, se han apropiado de algunos de los símbolos y las consignas más importantes del 11-M: «todos íbamos en ese tren», «queremos la verdad», las velas, el antiguo santuario de Atocha, donde se celebran las concentraciones, etc.

Los «Peones Negros» se relacionan con el acontecimiento 11-M no a partir de un vacío (qué sentido inventar a lo sucedido), sino de una completitud: «murieron por España», es decir, los muertos son mártires que testimonian por una Causa previa. El vacío a elaborar como problema (¿qué puede hacerse para que esto no se repita? ¿qué es justicia? ¿qué significa reparación?) queda colmado por el enemigo a abatir: ZP y, por extensión, quienes no luchen suficientemente contra la «balcanización de España», incluido el PP cuando «vacila». Paradójicamente, los «Peones Negros» testimonian que la crisis del 11-M aún altera los equilibrios instituidos y al mismo tiempo buscan su neutralización, llenar el vacío.

Algunos antiguos miembros de la «Red ciudadana» se encuentran ahora en el entorno de los «Peones Negros», que ofrecen hoy una lucha, una forma de fidelidad activa y pública a la memoria de las víctimas, un sentido, nos guste más o menos. A partir de aquí se trata de pensar la temible potencia que demuestra la «nueva derecha» en la explotación de los malestares (irrepresentables en el sistema de partidos) que no se politizan autónomamente, que no encuentran espacios colectivos para hacerlo. ¿Debemos nosotros reconstruir, frente a esa Nueva Derecha, una Nueva Izquierda, como nuevo polo de referencia unitario, o inventar otras formas de interrogar y componernos con los mismos malestares que la Nueva Derecha explota?

Las trazas de estas luchas en otras21

Coincidiendo con la preparación de este texto se están produciendo en diversas ciudades movilizaciones contra la carestía de la vivienda. En Barcelona está tomando cuerpo la consigna «En dos años, la mitad»: si durante dos años dejamos de comprar viviendas, el precio bajará a la mitad. ¿No sería esta consigna, salvando las distancias, del mismo tipo que esa otra de «Mañana votamos, mañana os echamos», que se gritó el 13-M? ¿No se trata, en ambos casos, de interferir en lo que hay (política, mercado…) con las herramientas al alcance de la mano (elecciones, hipotecas) para transformar la realidad, sin horizonte utópico alguno? Una y otra consigna remiten a una «decisión personal» (votar, comprar…), pero habiendo cambiado antes las condiciones en las que esta decisión personal va a tomarse.

El frescor y lo inesperado de estas movilizaciones resuena con el 13-M: una autoconvocatoria que se autoorganiza mediante la producción de consignas sobre el terreno y que no se autopercibe como un gueto porque acoge el anonimato y la multiplicidad. Una movilización en la que lo más importante no es lo que cada grupo o movimiento trae preconcebido, sino lo que produce in situ la alegría de estar juntos sin tener ni idea de quién tienes al lado; donde la energía no se produce a partir de visibilizar la presencia de los distintos movimientos sociales como tales, sino precisamente por el hecho de no poder reconocerlos. Un espacio horizontal (pero no asambleario) donde no se pelea por la hegemonía de la consigna propia, sino donde la unidad se construye a partir de la escucha y la escucha hace que los lemas no se pisen, que se sigan las iniciativas de los demás confiando en su buen hacer y que se cuide, así, la alegría de estar juntos.

Esta resonancia con el 13-M es hasta cierto punto determinante, puesto que todavía se suceden las polémicas sobre su autoría (¿fueron las redes sociales de la izquierda?) y sobre la identidad de los autoconvocados (¿fue una multitud?). Sin duda, hay una correlación entre las interpretaciones que se hacen del 13-M y la acción política que se emprende, o viceversa. Para quienes afirman que las principales autoras del 13-M fueron las redes sociales de la izquierda, la tarea será reconstruir y fortalecer esas redes, favoreciendo encuentros «de carne y hueso» que vayan más allá de lo virtual. Para quienes ven en el 13-M un swarming civil22 espontáneo, el desafío consistirá en combatir cualquier atisbo de centralización y en hacer redes, muchas redes, y cuanto más descentralizadas mejor.

Para quienes creemos que la práctica del 13-M no se puede deducir de ningún sujeto previo (redes militantes, izquierda, multitud, tal o cual segmento de población), la tarea es atender sobre todo a los nuevos sentidos que esa práctica produjo, a lo que funcionó y lo que no funcionó entonces. No tratar de asignar una identidad a lo desconocido (quién había detrás), porque en todo acontecimiento los efectos exceden a las causas, se da una ruptura y las personas se transforman en algo distinto de lo que eran antes. En ese sentido hablamos también de anonimato. Hay prácticas que son invenciones, prácticas que fundan nuevas formas de entender, sentir y actuar.

El 13-M nos habla de una nueva manera de hacer política (imprevisible, incluyente, horizontal, no utópica, que utiliza la coyuntura, que atiende a lo existencial, que empodera lo social sin dar cancha a los políticos…). Una nueva manera de hacer política que destituye simbólicamente los saberes y las instancias tradicionales de lucha. Se trata de interrogar esa nueva forma de politización y crear a partir de ahí, ya sin vuelta atrás.

Despedida

Al leer y releer estas páginas tenemos la sensación de que lo que tenemos entre manos es un texto fallido. Fallido, porque trata de dar cuenta de una experiencia inabarcable. ¡Hay tanto que no hemos contado! Quizás no seríamos capaces de registrar toda la riqueza de la experiencia por más folios que llenáramos. De alguna forma, su «fracaso» testimonia fielmente del inacabamiento y la apertura de esta experiencia. Del vacío que la constituye.

Mientras colocábamos los últimos puntos y comas, una bomba de ETA ha explotado en aparcamiento del Terminal 4 del aeropuerto de Madrid. Sería insoportable que esta bomba nos retrotrayese a veinte o treinta años atrás, confirmara todos los saberes previos, de unos y otros bandos, y no peleáramos por aferrarnos a las nuevas posibilidades de intervención que se abren desde el 11-M entre los que no sabemos lo que ha pasado. «Qué ha pasado» no es una pregunta intelectual que se satisfaga con una buena interpretación, sino una máquina de vacío capaz de transformar la realidad y posiblemente, en este caso, la única máquina que sea capaz de plantar cara a la alianza entre muerte, política y precariedad. Por eso, hay que hurgar entre las ruinas, entre las pequeñas zona cero que la explosión ha provocado, arrimarse a los fragmentos de vacío, escuchar a los que han enmudecido… Los amigos encausados en el sumario 18/98, los amigos ecuatorianos… Morir sin haber llegado a tener una vida, eso no puede ser.

Epílogo final sobre la Red

Para el sistema democrático, la víctima es un fallo, una realidad no prevista. En democracia no debería haber víctimas. Por tanto, su existencia lo complica todo: obliga a encontrar una explicación sobre qué falló, a establecer acciones de reparación, a impartir justicia… Para las personas golpeadas por el zarpazo, la pérdida sufrida también cuestiona los órdenes y las razones establecidas. La pérdida lo cuestiona todo. A partir de lo ocurrido, es una imperiosa necesidad reelaborar un sentido que descifre por qué el mundo es como es. Esta necesidad de crear nuevos sentidos para seguir viviendo abre las posibilidades de una transformación, un cambio que permita recolocar en su lugar lo que es verdaderamente importante. Recolocar lo importante puede hacerse de mil maneras, y no hay garantía de que, después de hacerlo, el mundo creado sea mejor. Pero, a pesar de su ambigüedad, esta recolocación puede resultar tan desafiante y peligrosa para el sistema que falló, que se establecen infinidad de mecanismos para deslegitimar a las voces que se embarcan en un proceso de toma de palabra.

  1. Uno de esos mecanismos es la invitación a la pasividad. El papel preestablecido para la víctima es pasivo. La «pobrecita» víctima es digna de compasión («fíjate lo que le ha pasado») hasta el momento en el que se le diagnostica que ya ha transcurrido suficiente tiempo como para que deje de sufrir. A partir de ese momento, la víctima deberá tener el buen gusto de no mostrarse en público como ser sufriente, sobre todo por su propio bien, para que su dolor no se convierta en un molesta cantinela para los demás y en una práctica desadaptativa para sí misma.
  2. Otra manera de deslegitimar la fuerza de la voz de los testigos del horror y de sus consecuencias, es diagnosticar enfermedad. Muchos tratamientos sicológicos tratan como síntomas lo que son reacciones normales ante la vivencia de una situación anormal, anulando precisamente la activación de mecanismos de defensa propios que en algunos momentos son adaptativos. No se trata de negar el valor de las terapias individuales como una opción interesante y a veces necesaria, sino de resignificarlas, enmarcarlas en procesos colectivos y, por supuesto, negarles el privilegio de ser la única alternativa, ya que muchas veces individualizan y aíslan lo sentido o vivido en un proceso personal que no establece ningún puente con los significados sociales.
  3. La culpabilización de la víctima es otro de los mecanismos de deslegitimación, porque su toma de palabra niega el empeño de los poderosos por convencernos de que vivimos una fascinante realidad en technicolor, y muestra cómo cada vez más gente queda fuera de este sistema glamuroso, culpabilizada por su propia ineficacia en el manejo de su vida.

Todavía hay otra manera de bloquear la creación de nuevos sentidos: dejar que los políticos manejen la situación colectiva, dejar en sus manos la gestión del miedo. Pero todos estos mecanismos fracasaron el 11-M. Ya lo hemos dicho: el 11-M cambió la realidad. La sociedad no se dejó embaucar por las explicaciones ofrecidas por los políticos de turno, que lejos de ponerse en cabeza para reconducir la situación fueron arrinconados y señalados como responsables. Las emociones personales se pusieron en común, en red, multiplicando un sinfín de afectos solidarios que arroparon el sufrimiento ajeno aún a costa de aumentar el propio. El dolor de las víctimas no fue vendido en espectáculos mediáticos, sino sentido y compartido por cada cual en primera persona. La sicologización y la individualización no triunfaron, y no se puedo evitar que este acontecimiento social abriera preguntas sobre el sentido. ¿Qué mundo nos presentan quienes han sufrido el zarpazo del 11-M? ¿Cómo se despliega ahí la vida? Estos interrogantes abren muchos caminos posibles, pero el mapa para transitarlos presenta, básicamente, dos destinos posibles: o crear un mundo en el que poder vivir en paz con la propia vida o crear un campo de batalla y poner la vida a guerrear en pro de la victoria del bando propio sobre los contrincantes.

Crear un mundo en el que poder vivir en paz con la vida no significa olvidar ni perdonar. No significa rehacer la vida como si nada hubiera pasado. Significa desbordar la identidad de víctima, pasiva y estigmatizante, para seguir siendo alguien que, pese al dolor, no se ha convertido en objeto (ni objeto de la fatalidad, ni objeto del acto terrorista, ni objeto del tablero político) y, por tanto, no ha sido vencido. Significa, según el discurso leído ante la comisión de investigación, recuperar la sonrisa, volver a «soñar bonito». Esta creación requiere que afloren las historias singulares, sin preestablecer resultados. Requiere espacios colectivos donde la comunicación desde el sentir, y no desde la ideología, permita la participación directa e inmediata de unos en la vida de otros. Espacios donde puedan juntarse los diferentes. Y, por supuesto, requiere del cuidado de estos espacios que, por su fragilidad, siempre van a tener que estar trabajando por reconstruir lo común.

¿Qué ha sido lo común, en la Red? Decimos que lo que nos une no es el dolor, sino la respuesta a ese dolor. Cierto. Pero la respuesta de la Red no ha sido la lucha por alcanzar una lista de reivindicaciones. La respuesta ha sido la lucha por tomar la palabra. Tomar la palabra no siempre significa tener algo que decir. No es algo que solo sirva para terminar diciendo algo, no es un proceso que solo pueda juzgarse al final, en función de lo que finalmente se dijo. Tomar la palabra es un proceso que funciona en el «entre». Entre la victimización y la desvictimización, entre la unión y la desunión, entre la necesidad de crear sentido y la imposibilidad de hacerlo. Tomar la palabra, ¿significa hablar con un voz homogénea? Cuando preguntamos a alguno de los componentes qué encontró en la Red, responde: «encontré gente muy diversa en posiciones, había gente que pensaba que unos eran responsables y gente que pensaba que eran otros, pero todos teníamos el mismo deseo de querer saber la verdad». Saber la verdad, encontrar (o elaborar) por fin una verdad con la que poder vivir en paz ha sido una necesidad común, incluyente, en la Red. Una necesidad que pudo trascender las ideologías políticas. Con el tiempo, las ideologías se han hecho más fuertes, y el deseo común de alcanzar una verdad incluyente se ha fragmentado en la posesión de pedazos de verdad utilizados como arma arrojadiza en un campo de batalla político y mediático, que enrola a las vidas convirtiéndolas en objeto de causas ajenas, revictimizando una y otra vez.

Pero esto no es un fracaso, o no del todo. En el «entre» de la Red está la experiencia vivida de una ruptura con la victimización. Está el conocimiento de lo que nos hace «estar bien»: estar en la calle, estar activos, estar juntos. Y de lo que nos hace «estar mal»: la desunión, la instrumentalización, la pasividad. Está la huella de una ruptura que permitió crear un mundo en el que, por momentos, vivir en paz con la propia vida o, al menos, hacer de la guerra con la vida un momento constructivo, de crecimiento, incluyente, creativo, libre. No es raro que la experiencia de la Red se haya desactivado. Lo raro, lo milagroso, es que haya existido. Y el milagro no desaparece aunque desaparezca la Red porque, a través de su existencia, conocemos posibilidades que antes ignorábamos, sabemos que es posible lo que antes parecía imposible y, al probar que algo puede existir, la realidad ha cambiado o si os gusta más: al probar que algo puede existir, hemos cambiado la realidad.

Para los autores del anterior artículo, la Red ha supuesto una verdadera escuela de acción política. Nuestro «devenir afectado» nos ha colocado ante problemas que, sin duda, atraviesan toda experiencia contemporánea, pero que en este caso, por ser esta una experiencia obstinada en relegar el peso de las ideologías como condición para la apertura de un espacio común, no ofrecía una solución preconcebida. ¿De cuánta ignorancia hemos tenido que dotarnos para rescatar las prácticas inteligentes que solo podían verse desde dentro? No hemos podido pensar sobre lo hecho, dar significado y valor al camino recorrido, hasta que hemos sido capaces de desaprender lecciones aprendidas en otras experiencias, en otras situaciones, en otras historias. Y así, sin olvidar de dónde venimos, pero sin reeditar lo que ya sabíamos, hemos aprendido, a modo de lección que resume todas las demás, que la Red ha tenido que hacerse cargo de los asuntos de la vida, y que en ello ha habido una acción más política que la propia política. Este hacerse cargo de los asuntos de la vida ha significado, de entrada, no considerar la acción política como un momento separado o especializado, como suplemento añadido o superpuesto a otros. Cuando la acción política ha debido hacerse cargo de los asuntos de la vida, entonces se ha podido expresar tanto en una llamada telefónica para saber cómo estás como en una concentración en la calle; tanto en una apacible salida al campo como en una discusión acalorada… Porque todo ello ayuda a construir relaciones no instrumentales sobre las que las vidas se hacen fuertes contra la tristeza, el odio o la desesperanza y logran, así, reconstruir su autonomía. En segundo lugar, hacerse cargo significa abrazar la ambigüedad, la indeterminación o la oscuridad como partes del proceso. Porque también de las pasiones tristes hay que hacerse cargo, y no puede pedirse a una vida rota que se mantenga pura y que no se aparte del camino que otros, previamente, han señalado como el camino correcto. Y es precisamente en los momentos de indeterminación, de ambigüedad, cuando el desarrollo de la cooperación, de la disposición al mutuo acompañarse en la experiencia, permite reelaborar sentidos y preguntas en las que se juega la implicación con el mundo. Por eso, la Red no puede entenderse si se percibe sólo como un colectivo para coordinar actividades y consignas, ni tampoco si se percibe sólo como un grupo de autoayuda, porque no es en estas polaridades binarias, iluminadas por la luz del deber ser, donde se ha desplegado su potencia. Más bien ha sido un moverse en los claroscuros del «entre» lo que ha ayudado a que el dolor no estallase como odio de todos contra todos, y por tanto también contra uno mismo, y a que nadie pudiera apropiarse de ese dolor para acumular poder (político, mediático, ideológico…).

La experiencia de la Red no es una fórmula a reproducir. Lo que en su momento fue invención creativa no puede convertirse en un molde a replicar fuera de la situación que le dio sentido. Y, sin embargo, hay aspectos de la experiencia que siguen hablando al presente porque son, en cierto modo, problemas contemporáneos: problemas de todos. Uno de los problemas es cómo rebelarse contra una realidad insoportable que no se puede cambiar. Rebelarse y, a pesar de todo, modificarla, incluso sin haber llegado a cambiarla. La sensación de que no hay salida, de que los problemas no se pueden enfrentar porque son insuperables y al mismo tiempo de que no se puede escapar a ellos porque no hay lugar donde refugiarse, es una experiencia cotidiana para muchas vidas que, sin poder vislumbrar un horizonte de cambio, se dan cabezazos contra la pared porque las cosas no han resultado ser como deberían haber sido. Cabezazos que tienen los tonos autodestructuivos de la depresión, el desánimo, el resentimiento, el atrincheramiento, la tristeza… Entre darse cabezazos contra la pared o resignarse pasivamente ¿podría haber otras opciones, más ambigüas quizás, pero menos desesperadas, impotentes o victimizantes?

Nadie es culpable por tener una vida y por querer compartirla y cuidarla, pese a todo. Porque es la propia vida la que, pese a todo, quiere vivir. Y es por ello que empuja y alienta y, cuando llega el momento, advierte: «Sé prudente y cúidate. Pero no hagas siempre caso cuando te digan que la vida es así».


1. En la charla, por la escasez de tiempo, sólo pudimos explicar algunas cápsulas o flashes de nuestra experiencia a partir del 11-M. «Las luchas del vacío» prolonga el artículo «Desarmar la inseguridad», publicado en esta misma revista y escrito por Margarita Padilla cuando no conocía aún la experiencia de la «Red ciudadana tras el 11-M» . Mientras que el recorrido de ese primer artículo sólo llega hasta la comparecencia de Pilar Manjón en la Comisión de Investigación del 11-M, en diciembre de 2004, ahora incorporamos una reflexión tras dos años de participación en la «Red ciudadana tras el 11-M».
2. «Desarmar la inseguridad», en Vida y política, Espai en Blanc; Materiales para la subversión de la vida (Edicions Bellaterra, Barcelona, 2006).
3. Se llegó incluso a chistar a quien trató de introducir consignas que expresaban en la nueva situación esquemas de la vieja política; por ejemplo: «Vosotros, fascistas, sois los terroristas». Todo el mundo percibió que estos lemas no respetaban la novedad abierta, creada y habitada colectivamente.
4. El voto fue el día 14 la herramienta al alcance la mano para cambiar la realidad, lejos de cualquier consideración purista. La experiencia colectiva del día 13 trastocó y resignificó completamente las condiciones en las que ese voto se ejercía.
5. Más adelante, en el apartado «Las dificultades para sumarse», se explica mejor por qué no se trata de una decisión libre.
6. Esta experiencia puede conocerse a través de Mañana en Paz: transformando nuestro dolor en acciones para la paz (Icaria, Barcelona 2005).
7. Puede leerse Generación Cromañón: lecciones de resistencia, solidaridad y rocanrol, Lavaca, Buenos Aires 2006. O visitar http://www.lospibesdecromagnon.org.ar/
8. En las fiestas de la Patum (28 de junio de 2005), en Berga, mientras tenía lugar un concierto organizado por grupos libertarios y alternativos, fue asesinado el joven Pep Isanta. Lo mataron otros jóvenes del pueblo, de la periferia de Berga. Este hecho provocó dolor, impotencia y desconcierto. ¿Cómo puede un pueblo tan pequeño como Berga convivir con unos que exhiben navajas y cinturones, y arbitrariamente los usan sin ningún móvil político, personal ni social? Sin embargo, también provocó una reacción insólita por parte de la gente de Berga, que unánimemente señaló como responsable de esta muerte a Montserrat Tura, entonces consellera de Interior. La gente de Berga, no sólo los jóvenes libertarios sino toda la gente, percibió cómo los mossos (aquellos que están para protegernos) sólo vienen a reprimir y hostigar a la juventud, mientras que ignoraron las llamadas cuando se les avisó para que mediaran en una pelea absurda, que no tenía ningún sentido. Como en otros casos, los afectados distinguen entre culpables (el que enciende la bengala, el que prende la barbacoa, el que empuña la navaja…) y responsables, y es la denuncia de las responsabilidades lo que pasa a primer plano y articula la lucha, mientras que el castigo a los culpables materiales queda en segundo plano, señalando que ese castigo no supone una verdadera forma de justicia, sino una cortina de humo tras la que se ocultan los verdaderos responsables (siempre políticos).
9. La relación entre catátrofe y muerte política no significa que todas las muertas políticas tengan que ver directa e inmediatamente con la precariedad. No se puede simplificar afirmando que la precariedad es lo que mata. Pero lo que sí ocurre es que la sociedad-red y su trasfondo de catátrofe son el escenario, el medio donde ocurren esas muertes y donde se reacciona ante ellas
10. Objeto, obstáculo u oportunidad, podemos coexistir, utilizar o combatir al otro, pero jamás encontrarnos con él, pues es difuso y está desdibujado. ¿Cuál sería el otro del 11-M? ¿El terrorismo en red? ¿La política del Partido Popular?… En otoño de 2006 fuimos invitados a San Sebastián a unas jornadas en las que participaban también Pat Magee y Joe Berry. Pat es un ex miembro del IRA autor del atentado que causó la muerte de Anthony Berry, el padre de Joe, diputado conservador. El atentado se produjo en 1984, en el hotel Brighton de Londres, cuando el Partido Conservador celebraba un congreso. Joe, la hija del diputado, estuvo veinte años esperando que se dieran las condiciones personales, políticas y sociales que permitieran el encuentro entre ambos. Según nos contaron, este encuentro, tan singular como extraordinario, no pretendía obtener ni el arrepentimiento ni el perdón. Joe contó que conocer las raíces del terrorismo fue para ella tanto una necesidad como una posibilidad de curación. Por su parte, Pat, depués de pasar casi veinte años en la cárcel, valoraba el encuentro con Joe como una acción política, su manera de hacer política en las actuales condiciones del conflicto y un modo de ser consecuente con su acción armada en el IRA. Si traemos a colación este encuentro es porque muestra la distancia que hay entre una sociedad donde el otro puede ser reconocido, porque es concreto y está definido, y el actual escenario de catástrofe en un medio fluido, disperso y en red. Joe y Pat no pretenden fundirse en un abrazo cósmico. Cada cual conserva su posición política respecto al conflicto y su posición vital respecto al hecho de matar como una forma legítima de lucha pero, al mismo tiempo, pueden empatizar con el otro, escuchar sus motivaciones, reconocer su realidad. Pensamos que este recorrido es sencillamente imposible en una sociedad-red
11. «Trucho» es una expresión argentina que significa algo así como falso, postizo, mentiroso, ilegal, copia de otra cosa. El capitalismo es trucho porque él mismo no cree en su propio discurso
12. Se puede leer sobre ello en Generación Cromañón: lecciones de resistencia, solidaridad y rocanrol, Lavaca, Buenos Aires 2006.
13. Mañana en Paz… idem.
14. http://www.asociacion11m.org/ 20041215declaracioncomisioninvestigacion.pdf.html
15. Generación Cromañón… idem.
16. Sobre las resonancias y las diferencias entre la experiencia de Cromañón y la Red Ciudadana se puede consultar en http://www.unia.es/artpen/etica/etica03/frame.html y también en http://lavaca.org/seccion/actualidad/1/1341.shtml
17. La mera solidaridad es imposible por muchas razones. Una es la falta de pureza ideológica, que ahuyenta a la parte de la sociedad que quiere ser solidaria. Otra es el rechazo frontal que estas experiencias muestran respecto a cualquier modo de instrumentalización, y toda solidaridad tiene algo de eso, pues la causa solidaria (o política) se pone por encima de las vidas concretas.
18. http://www.archipielago-ed.com/72/rodriguezyarbide.html
19. http://www.peonesnegros.es/
20. http://www.libertaddigital.com/bitacora/enigmas11m/
21. Junto a otros compañeros, tratamos de pensar este movimiento, a caballo de sentadas y manifestaciones: http://blog.sindominio.net/blog/leodecerca/acciones/2006/12/22/persiguiendo_a_la_v_de_vivienda
22. http://www.deugarte.com/wiki/contextos/Swarming /
http://www.deugarte.com/conflicto-y-estrategia-en-redes-sociales-distribuidas