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01.10.2012

Tota Cuca Viu:
entre el consumo político y la política consumida

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Ni estamos ni no estamos1

Nosotros no estamos politizados porque de nuestra práctica cotidiana no se desencadena ninguna lucha política que ponga en jaque ni al Estado ni al sistema capitalista que lo sostiene. Nosotros estamos politizados porque nuestra práctica cotidiana se fundamenta, de forma más o menos vaga, en un rechazo al sistema agro-alimentario mundial que el capitalismo tardío ha impuesto. Politización de bajísima intensidad, si se quiere, pues en la mayoría de los casos seguimos acudiendo al supermercado, e incluso algunos valoramos sus ventajas: «el modelo supermercado también es muy cómodo, no hablas con nadie, no te sientes cuestionado por nadie, te llevas lo que quieras: “me voy a comprar esto que es una guarrada impresionante pero que nadie me va a decir nada porque nadie sabe quién soy”, no tengo que dar explicaciones a nadie». Como consumidores, nuestra vida cotidiana transita entre el amparo del anonimato que nos proporcionan los pasillos de los supermercados y la intemperie de los nombres propios con los que nos reconocemos en Tota Cuca Viu. La intemperie, más allá de la retórica propia del término, es real; desde el punto de vista interno a la cooperativa, designa las dificultades y limitaciones con las que se encuentra todo consumo crítico en las sociedades de consumo. Desde el punto de vista externo a la cooperativa, «intemperie» designa el riesgo que asumen las relaciones económicas establecidas en los márgenes de la economía de mercado formal: nuevos reglamentos en los circuitos de comercialización cortos, acercamiento por parte del Departament de Treball a las cooperativas de consumo para analizarlas en términos económicos de mercado, penalización de proyectos agroecológicos que no están dados de alta en el CCPAE (Consell Català de la Producció Agrària Ecològica) o denuncia por parte de la administración de actividades ilegales en los locales de las cooperativas de consumo.

Una cooperativa de consumo ecológico

Las actividades ilegales que realiza la cooperativa de consumo ecológico (CCE) Tota Cuca Viu (TCV) consisten en autogestionar, desde el barrio de Ciutat Vella de Barcelona, la compra de frutas y verduras. El carácter ilegal de dichas actividades no consiste en el poder narcótico de los tomates, patatas o escarolas que pasan por el local de TCV, sino en la ausencia de figura legal de la cooperativa. Es decir, TCV es una cooperativa desde el punto de vista funcional, pero no desde el punto de vista legal. A pesar de que en estos tiempos de crisis el Departament de turno de la Generalitat ya se ha interesado por nuestra actividad, la cooperativa funciona desde hace diez años y está vinculada, desde su creación, al proyecto productivo La Kosturica. En la actualidad formamos parte de la cooperativa unas cien personas distribuidas en treinta unidades de consumo. La Kosturica, por su parte, hace diez años que cultiva una huerta de poco más de 3 hectáreas en Canovelles (Vallès Oriental). El grupo de pageses está formado por cinco personas con diferentes grados de dedicación. La producción semanal es de 170 cestas cerradas de verduras,2 y provee productos agrícolas frescos a cinco cooperativas y tres grupos de consumo.

Desde TCV nos comprometemos con La Kosturica a consumir treinta cestas de verduras semanalmente –una por unidad de consumo. Además, disponemos de otros productos como pan, frutas, huevos, aceite, café, conservas, pescado, carne, quesos, etc., procedentes de otros proyectos productivos afines. En TCV no hay nadie liberado; esto implica que entre todas llevamos a cabo las tareas de gestión a través de cuatro comisiones de trabajo (administración, compras, local y relaciones). Las decisiones se toman colectivamente en asambleas que se realizan bimensualmente. También tenemos asambleas con los productores para planificar anualmente los precios, el contenido y la cantidad de cestas.

Aunque algunos miembros buscábamos un modelo de consumo más crítico que el ofrecido por supermercados como Veritas –que es el lugar donde suelen realizar sus compras los pijos con mala conciencia–, la mayoría hemos entrado mediante un contacto previo con alguien que ya estaba en la cooperativa. El proceso de entrada se suele relatar como algo muy casual: «sin tener mucha idea, entré un mes para probar y me quedé». Esta falta de información previa implica un desconocimiento en el sistema organizativo de las CCE, así como en los criterios de producción, distribución y consumo. Las dinámicas de funcionamiento de la cooperativa «se aprenden con la marcha»; «hasta que no me he metido en una comisión no me he enterado. También ha sido muy importante ir a La Kosturica».

Entramos, ¿y qué?

Las motivaciones para entrar en TCV son múltiples: técnicas de producción respetuosas con el medioambiente, alimentación sana, organización social, función política, etc. En general, los criterios sociales son compartidos por aquellas personas que ya estaban más «concienciadas» antes de formar parte de la CCE y buscaban una activamente: «entré en la cooperativa para comer bien, por el tema de la contaminación y la ecología, y por el tipo de organización. Poder comprar en un sitio que no sea un supermercado». Sin embargo, en la mayoría de los casos no había un conocimiento previo de lo que implica participar en una CCE y se expresa la incorporación de los criterios sociales como un proceso. Al principio «íbamos a recoger las verduras como si fuese un supermercado». Al cabo de un tiempo, más o menos dilatado en función de los casos, cambia rotundamente la percepción sobre TCV. Por un lado, la relación con el resto de miembros de la cooperativa oscila entre la camaradería y la amistad. Para bien o para mal, los consumidores de una CCE abandonan el anonimato de los pasillos del supermercado. Por otro lado, los productos aparecen ligados, de forma inalienable, al proceso de producción y las relaciones sociales que hacen posible su consumo: «porque ves lo que hay detrás y entonces es cuando todo adquiere un valor superimportante en lo que estás comiendo». La mayor parte de los socios expresan un proceso de cambio desde que están en la CCE: «la cooperativa no es consumo de productos ecológicos; puedes empezar así, pero acaba siendo otra cosa».

Esta «otra cosa» varía en función del grado de implicación de cada miembro en la cooperativa, y se expresa de distintos modos. Mediante una convicción en los criterios de compra: «cuando compro fuera de la cooperativa siempre tengo criterios: tiendas pequeñas…odio los supermercados porque son impersonales; me molestan los envoltorios…muchísimo…soy una nazi; le prefiero pedir a la señora un kilo de naranjas». A través de una valoración sobre el funcionamiento de las cooperativas: «cuanto más crece una cooperativa, más difícil es funcionar asambleariamente». O mediante una forma de entender la politización: «la gente no se politiza por lo que está a favor, sino por lo que está en contra; la gente está en contra de que para tener que comprar una manzana tengas que llevarte la bandejita, la bolsa y no sé qué más». En cualquier caso, esta «otra cosa» señala un proceso de aprendizaje por el que pasan todos los socios de TCV.

Unánimemente consideramos el ingreso en la CCE como el periodo más difícil de este proceso. Decimos que el ingreso es un periodo porque pueden pasar meses hasta sentirnos integrados en el colectivo. Por supuesto, hay socios que nunca se integran y acaban abandonando la cooperativa. En los casos en que no es así, la experiencia suele ser «muy mala, muy mala, malísima»; «una experiencia nefasta». «Entraba cabizbajo, con miedo porque no conocía a nadie, no veía ningún tipo de interés en la gente por conocerme». La percepción del recién llegado es la de estar ante un grupo consolidado que no deja ningún resquicio que lo haga accesible: «se piensa que a lo mejor lo que hacemos es supermístico, que no lo es, porque simplemente lo que hacemos es organizar tres tonterías, pero visto desde fuera por una persona que no conoce como funciona…se va haciendo pequeñito, pequeñito.» Por fortuna, este periodo no suele durar mucho: «al principio, la gente está un poco…que entra y se siente muy raro…y cada vez empiezas a participar más, te sientes más a gusto…entras y saludas a la gente, te enteras, vas a la Kostu, conoces a los productores…creo que es bastante generalizado… de hecho cuando veo a los nuevos, pienso: ¡ay pobres! Están pasando por la fase A, esa chunga».

Una vez superada esta «fase A» angustiosa, la participación en la dinámica de funcionamiento de TCV se hace más fluida. El siguiente punto de inflexión consiste en tomar la palabra en las asambleas: «el primer impacto fue más bien de escuchar, luego he ido a dos asambleas más y ya he hablado». En otro caso: «desde el primer mes hasta los siete u ocho meses no me consideraba con la suficiente fuerza o criterio para decir nada». Este temor inicial se diluye con el paso del tiempo, hasta formarse, en algunos casos, una voz crítica respecto al funcionamiento de la asamblea. Hay quienes piensan que las decisiones se toman «por agotamiento, como en todas las asambleas…hay miedo a la votación». Algunos creen que «hay roles que limitan el diálogo, porque siempre ha sido así, y cuesta». Otros las encuentran «muy desequilibradas…se habla de muchos temas que a veces se debería controlar el tiempo, cortar, y en todo caso retomarlos». Aunque la mayoría consideramos que las asambleas podrían ser más eficaces, nadie considera que es un órgano inútil o superfluo: «otra cosa que se había dicho de todas las cooperativas y que se ha diluido en muchas, es que tuvieran un modelo asambleario; en esto sí que debo decir que TCV es una de las pocas cosas que funciona».

Relación directa

Evidentemente, las relaciones entre consumidores que se generan en TCV no serían posibles sin las relaciones con los productores. Entre TCV y La Kosturica la relación es directa, sin intermediarios: son los mismos pageses que cultivan el campo los que distribuyen los productos a la cooperativa. Además, el vínculo se estrecha a través de plenarios anuales entre todas las cooperativas y La Kosturica, jornadas de puertas abiertas, asambleas, comunicación vía mail para hacer los pedidos, las valoraciones mensuales de la cesta y las incidencias semanales, boletín mensual de cómo está el campo y jornadas de trabajo en la finca, donde «el consumidor simpatiza mucho más con los productores».

En la cesta de verduras también hay productos procedentes de La Xarxeta.3 Tanto La Kosturica como La Xarxeta potencian la relación directa. Según una de las productoras, los intermediarios «lo único que hacen es buscar una alternativa competitiva en el mercado y buscar un nicho de mercado que aprecie el producto y puedan vender con un valor añadido».4 Además de ser directas, las relaciones son de compromiso y confianza. Desde el compromiso, los consumidores nos comprometemos a consumir y pagar un número determinado de cestas a la semana. Los productores, en cambio, se comprometen a que el contenido de las cestas sea de la mayor calidad y variedad posibles, sin sobrepasar el precio consensuado y sin que haya autoexplotación entre los pageses. Desde la confianza, los productores confían en que nosotros consumiremos las cestas acordadas a principio de año. Por nuestra parte, confiamos en que las cestas serán de calidad, al precio acordado y sin que haya acumulación de capital. La confianza entre ambos colectivos se sostiene en la transparencia de la información; no necesitamos una expertocracia obtusa que certifique la calidad de los alimentos que vamos a comer. La cesta de verduras no tiene el sello ecológico de la CCPAE, ni creemos que le haga falta, pues el sello en cuestión, además de alimentar a burócratas, nada nos dice de la explotación laboral que hay detrás de los productos ratificados: «no valoro el sello, es comercialización. Lo importante es que haya vinculación con el productor, sin intermediarios, que se sepa que no hay explotación de los trabajadores. Mientras que en el supermercado todo está individualizado y no tienes ningún tipo de información, en la cooperativa sabes lo que hay detrás».

Esta relación directa también permite afirmar que «por ejemplo, este año pasado y el otro teníamos unos déficits económicos y las familias o las cooperativas nos hicieron unos créditos. Nos prestaron un dinero que nosotros devolveremos en verduras. Y así nosotros no hemos tenido que pedir dinero a los bancos». En otro sentido, pero reforzando esta red de apoyo mutuo, si un consumidor no puede asumir el precio de la cesta, La Kosturica ofrece la posibilidad de ir a trabajar al campo a cambio de la cesta de verduras.

No obstante, la relación directa también genera momentos de desconfianza que suelen hacerse patentes cuando La Kosturica, en el plenario anual, presenta su estado de cuentas y calcula el precio de la cesta para el próximo año5 –según los costes de producción y la previsión anual de consumo de las cooperativas.6 Un aumento en el precio de la cesta no obedece a la voluntad de acumular capital, sino a un reajuste de las necesidades del proyecto productivo. De todos modos, a algunos consumidores nos sorprende que la viabilidad del proyecto, después de diez años de funcionamiento, no se haya alcanzado y repercuta en estos continuos aumentos. A los productores, en cambio, les molesta sentirse cuestionados y apuntan hacia una falta de confianza que no debería existir en este tipo de experiencias: «nuestro consumo es también todo ecológico, priorizamos este tipo de consumo. No le cuestionamos el precio de la ternera al chico que nos la trae». A pesar de que los plenarios anuales evidencian la oposición de intereses entre productores y consumidores, también posibilitan el acuerdo asambleario entre todos.

Enredando(nos)

Las asambleas son factibles porque el número de socios de las cooperativas es limitado. Las CCE vivimos en la tensión de querer llegar a más gente; «que todos consuman ecológico», pero sin perder nuestra autonomía. Las soluciones de crecimiento pasan por «crear dos cooperativas gemelas para compartir productos pero con dos organizaciones separadas», y así, «en vez de hacer una cooperativa gigantesca tiene que haber microcooperativas». Estrategias de replicación, multiplicación o clonación; en cualquier caso estrategias que aumenten el número de experiencias y espacios autónomos. Sin embargo, también se necesita un mínimo de coordinación entre cooperativas, y para esto está la coordinadora de CCE de Cataluña, Ecoconsum, y las jornadas anuales de la Repera, donde nos encontramos consumidores y productores agroecológicos del territorio para compartir nuestras experiencias. Además, en algunos barrios de Barcelona, como el de Gràcia, las cooperativas pueden trabajar en red y organizar actividades conjuntamente. En el Casc Antic, desgraciadamente, la ocupación del espacio público y privado por parte de guiris y sus complementos (bares, terrazas, hoteles, pisos turísticos, etc.), ha producido una profunda fragmentación del tejido asociativo. Este hecho nos ha llevado a iniciar un proyecto colectivo con otras entidades, asociaciones y vecinos del barrio: el Pati del Casc Antic, donde nos juntamos con ganas de poner en común nuestro malestar y articular una acción vecinal.

¿Politización?

«Ni estamos ni no estamos» politizados. Criticamos «el modelo de producción y en general, el modelo de consumo», cuando nos planteamos «de dónde vienen las cosas, cómo están producidas». «Nos basamos en la supervivencia, un punto de resistencia al mundo capitalista», pues «es un modelo de sociedad que no queremos».

«Ni estamos ni no estamos» politizados. «Todos somos conscientes que no cambiaremos el mundo, pero sí que cambiando tu vida y tu entorno estás haciendo algo». «Hay resistencias cotidianas que pueden crear alternativas» y no obedecen a «un modelo que esté definido».

«Ni estamos ni no estamos» politizados. TCV «es más que un espacio de consumo, es un espacio de red social de barrio». Nuestro consumo está «relacionado con muchas más cosas que la comida, lo importante es que es más que la comida: es un pequeño paso para cambiar el sistema». «Hay muchas cosas de las cooperativas que son criterios políticos que no son inocentes y que son maneras de funcionar, de hacer economía. Por esto, de dónde viene el producto es tan importante y el criterio de compra es tan importante: es una manera de hacer política». «El sentido político de las coopes se sitúa en un contexto cultural; nos preocupamos por el tema de trabajar juntos, encontrarnos una vez a la semana, hablar con el pagès, recuperar aspectos de la soberanía de la existencia, como es el consumo, a la que nosotros habíamos renunciado sin saber lo que era».

«Ni estamos ni no estamos» politizados. Probablemente la cooperativa no «genere ningún tipo de vida política. La devastación de la vida política (…) es evidente; más bien genera nuevas praxis de interrelación, de visibilización de otras maneras de hacer, de trabajar, de valores (…) que son profundamente alternativos en un mundo privatizado, liberalizado.»


1. Todos los entrecomillados corresponden a extractos de las entrevistas realizadas a 22 personas, en el marco del trabajo final del máster de Antropologia social y etnografía de la Universidad de Barcelona. En concreto, este texto recoge las voces de 16 socios de una Cooperativa de Consumo Ecológico, Tota Cuca Viu, y de una productora agroecológica de La Kosturica.
2. En el modelo de cesta cerrada el consumidor no elige la cantidad ni la variedad de productos. Ahora bien, el productor se compromete con un mínimo de cantidad y variedad que, en este caso concreto, es de 6 verduras de temporada en cada cesta. Este sistema tiene en cuenta la variabilidad/impredictibilidad del campo y asegura que no se pierdan los productos (Moya, A. 2009, La experiencia colectiva de agricultores La Xarxeta de pagesos agroecològics de Catalunya Una mirada a través de la construcción de su Sistema Participativo de Garantía. Proyecto final del Máster Oficial en Agroecología Universidad Internacional de Andalucía).
3. La Xarxeta está formada por 18 proyectos productivos agroecológicos que trabajan en red y se organizan de manera horizontal para intercambiar productos y conocimientos; así consiguen mayor calidad y diversidad en las cestas. El transporte de los productos y las tareas de gestión se asumen colectivamente. La Kosturica pone en la cesta una media de 2,4 productos de La Xarxeta y pertenece al nodo local VOMS: Vallès-Osona-Manresa-Selva.
4. Sin embargo, añade: «no en todos los modelos, no en todas las producciones, no en todos los lugares geográficos hay que hacer un modelo directo productor-consumidor»; aunque en estos casos «el circuito de comercialización debe ser lo más corto posible y debe someterse a una crítica y a ciertos criterios que sean transparentes para ambas partes: consumidores y productores».
5. En los últimos cuatro años el precio ha ido aumentado entre medio euro y un euro anualmente. En enero de 2010 se llegó a un consenso para no subir el precio a lo largo de los siguientes doce meses.
6. A pesar de que en la asamblea anual se asuma un número de cestas semanal fijo a consumir, en la práctica se observan grandes fluctuaciones en el consumo. Hay que destacar una disminución del consumo durante el verano y los periodos festivos de Semana Santa, Navidad, etc., y un aumento en los periodos de otoño y primavera. En el plenario de 2010, acordamos un cambio en el modelo de consumo para asegurar un número constante de cestas.