03.09.2013
Som i serem… (Somos y seremos…)
La cuestión nacional –o mejor seamos exactos, la independencia de Catalunya– nunca había sido un objetivo político relevante para la mayoría de los catalanes. Recuerdo de pequeño viajar en coche con mis padres y hermanos cantando a viva voz «Som i serem gent catalana…». De mayor, descubrir Madrid y sentirme allí en ocasiones catalán militante, y sin embargo, vivir en Barcelona y ser feliz por no tener que preguntarme de dónde soy. Feliz y libre. Ahora las banderas, y lo escribo en plural, agitadas al viento y restregadas sobre mi rostro, me ahogan. Tengo la sensación de haber sido empujado dentro de una burbuja, en el interior de una circularidad aburrida y muy poco interesante. Una circularidad, que si se analizara lógicamente está formada por una cadena de palabras que remiten unas a otras, y que por eso mismo, se vacían. Aquí no quiero desconstruir el discurso nacionalista, lo que pretendo es analizar por qué éste discurso ha adquirido en estos momentos una hegemonía política indudable. Hegemonía en el sentido de llegar hasta a colonizar discursos críticos que, en principio, parecían apuntar más lejos y no conformarse con soluciones fáciles.
No hace falta insistir mucho en que el salto cualitativo dado por el independentismo radica sobre todo en una afirmación que, bajo múltiples formulaciones, se ha instalado en el imaginario colectivo: «la independencia nos puede permitir salir de la crisis». Esta hipótesis, dejando a un lado cualquier consideración moral, nunca se ha justificado más allá de vagas ideas como «los países que viven mejor en Europa son los más pequeños» (Artur Mas en La Vanguardia 12-6-2013). Y, sin embargo, en esta idea simple y vaporosa está seguramente una de las claves para entender la actualidad catalana. Esta clave es: ENTRE NOSOTROS. Aunque la formulación parezca filosófica, se trata de una expresión totalmente coloquial. «Entre nosotros» significa cosas como: «entre nosotros, con un Estado propio, podremos resolver mejor la crisis», «si los impuestos se quedan aquí, entre nosotros podremos administrarlos mejor» etc. ¿Cómo es posible que esta idea haya calado tanto? En el «entre nosotros»: ¿está también Millet y tantos otros de su misma calaña?
Es fácil de entender. En unos momentos en que el capital desbocado lo arrasa todo, en el que la descomposición de las instituciones políticas se acelera, la fórmula mágica «entre nosotros» reconstruye todo lo que día a día perdemos, especialmente la confianza y la esperanza. Pero no sólo ya que el «entre nosotros» recicla también en la medida que opone lo local a lo global, algunos de los valores típicos del Blut und Boden (Sangre y Suelo) alemán como son la autenticidad, el sueño de una comunidad autotransparente, y una noción de destino. Evidentemente, el discurso nacionalista actual tiene poco que ver con el nazismo y acusarlo de tal es sencillamente falso. Falso, pero sobre todo equivocado, ya que esta acusación nos impide entender la novedad que supone. En otras palabras, nos imposibilita realizar la genealogía del «entre nosotros». Porque, efectivamente, este «entre nosotros» que debe resolver la crisis ha sido construido. Se trata de una ficción política útil que ha ido evolucionando según las necesidades del propio poder.
En una genealogía, como se sabe, no hay un origen pero sí la constatación de un comienzo. El comienzo podemos situarlo en la propaganda que la Generalitat puso en marcha a principios de los años noventa. Hemos escogido como fundamental el cuaderno en cuya portada está escrito «Catalunya gent d’equip. No te’n desmarquis» (Catalunya gente de equipo. No te desmarques»). La consigna cobra todo su sentido al observar que en el equipo cabemos tod@s si tenemos alguna actividad productiva. De aquí que cada integrante aparezca ligado a la característica más propia de su trabajo. El mecánico con la llave inglesa, el pintor con un pincel, el campesino con una azada, la vendedora del mercado con su delantal, el empleado con su corbata… incluso hay un negrito (aunque no mucho) para dar algo de color. Ahora empezamos a entender que detrás del equipo, de este «entre nosotros» hay ni más ni menos que el toyotismo, o sea, una cultura de la empresa que viene de Japón. El toyotismo, frente a la cadena de producción y a la producción de masas, introdujo nuevos métodos («just in time», autoactivación de las anomalías, polivalencia y trabajo en equipo…) siempre aderezados con una terminología deportiva, pero cuya finalidad era sencillamente reducir las pérdidas y conseguir un flujo continuo en la fabricación. El equipo-Catalunya así construido se reforzó mediante campañas concretas como «la feina ben feta no té fronteres» (el trabajo bien hecho no tiene fronteras), «No fumes», «Haz deporte» que intervenían directamente en la vida cotidiana y siempre en «bien» de todos los componentes del equipo. Por supuesto, este «nosotros» en el que cada uno puede desplegar sus capacidades, tiene tras de sí la fundamentación a la que el nacionalismo desde siempre ha recurrido. En el interior del documento considerado encontramos como el uso de la historia, de la geografía y de la cultura sirven para este propósito. Es conocido que la historia puede ser muy útil para reducir complejidad. Por ejemplo, si resulta que todos los catalanes fueron antifranquistas, o que siempre nos hemos reconocido en el papel de víctimas, es más sencillo conseguir imponer la unidad de destino.
Ahora bien, si la diferencia meramente funcional es para ti insuficiente ya que la vida no se reduce a trabajar, si al policía que aparece en la foto le encuentras a faltar la porra… entonces cuidado. La consigna central lo dice claro: «No te desmarques». Serás expulsado del equipo. «Entre nosotros» significa que tenemos que participar activamente en las máquinas de producción de consenso, desde los Juegos Olímpicos de 1992 al Forum de las Culturas del 2004. Eso es lo que hace un buen ciudadano. Vemos, pues, que en un primer momento el control se presenta como un autocontrol, aunque la amenaza es evidente («Valida tu título todos te estamos vigilando»).
Sin embargo, ya empieza a producirse un giro estratégico determinante. De «som un equip» (somos un equipo) pasamos a «fem un bon equip» (formamos un buen equipo). La propaganda habla por si sola: una ciudadana abrazada a una empleada de la limpieza, unos niños hablando al oído de un policía sonriente (se entiende denunciando). El autocontrol pasa más a un segundo plano, el control directo irrumpe. La normativa cívica se promulga especialmente para limpiar el equipo de indeseables.
Más adelante se hará con pelotas de goma saca ojos y con chorros de agua a presión. El «entre nosotros» se ha ido clausurando, y no es de extrañar que pronto los políticos intenten ocupar un lugar central dentro del equipo. El alcalde Hereu tímidamente.
El presidente de la Generalitat, el Sr. Mas, es el que llevará a cabo la operación final: el equipo de trabajadores es, por encima de todo, una identidad política. Una bandera única ha borrado los rostros. La voluntad de un pueblo.
De la unidad ficticia de un «entre nosotros» hemos pasado a «fem un bon equip amb l’Ú» (Hacemos un buen equipo con el Uno). Ciertamente este desplazamiento final ha fracasado. No vale la pena perder mucho tiempo en su análisis, aunque sí constatar que el hundimiento del proyecto de identidad política ha desvelado lo que la genealogía del «entre nosotros» ya anunciaba. Catalunya-gent d’equip (Catalunya-gente de equipo) en tanto que ficción ya constituía una unidad impuesta sobredeterminada por el Uno. El poder quería que el «entre nosotros» funcionara como respuesta. Una respuesta que legitimara la acción de gobierno. No ha sido así y el impasse requiere marcha atrás. La burguesía catalana siempre ha tenido miedo (Por cierto hacía siglos que no utilizaba esta palabra). Existen tantos modos de ser catalán que no caben en esta Catalunya ficticia, en este «entre nosotros» cuya característica principal es el miedo y el oportunismo. Afortunadamente el «Som i serem…» se deja cantar de muchas maneras. Frente al himno del equipo nacional somos muchos los que preferimos las variaciones que el free jazz puede hacer de él. Porque, en definitiva, el «entre nosotros» no es una respuesta sino una pregunta. La pregunta que nos querían escamotear y que ahora ineludiblemente se nos pone delante.