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03.09.2013

El lugar de la nación en el discurso emancipatorio y la mutación contemporánea de la soberanía. Un boceto.

La nación es, ante todo, una cuestión de dignidad.

Margaret Canovan

Genealogías de la nación: cinco horizontes geohistóricos para repensar un concepto

Primer horizonte. 9 de noviembre de 1989. Caída del Muro de Berlín. Una ola de movilizaciones nacionalistas sacude Europa redibujando fronteras y ordenando el acceso a ese espacio privilegiado de integración capitalista que se dice, ya por entonces, «postnacional». Estado y nación reabren su procelosa relación bajo la mutación de la soberanía hasta entonces institucionalizada por el moderno Estado nacional.

Segundo horizonte. 11 de febrero de 1968. Huelga de los basureros afroamericanos en Memphis. En las pancartas se lee una afirmación taxativa: «I am a Man». El Black Nationalism irrumpe a un tiempo en la metrópolis reivindicando una igual dignidad de nacimiento. Malcolm X pronuncia su discurso The Ballot or the Bullet y la Symbionese Federation-SLA concluye en su manifiesto: «to die a race, and be born a nation, is to become free».

Tercer horizonte. 14 de julio de 1789. La Toma de la Bastilla da comienzo al proceso revolucionario que culmina el 26 de agosto siguiente con la aprobación de la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen. Su primer artículo comienza así: «Les hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits» (la negrita es nuestra). Los llamados procesos de construcción estatal (State-building) y nacional (Nation-building) convergen en la forma Estado-nación.

Cuarto horizonte. Algún momento indeterminado entre 1509 y 1688. Inglaterra. Se opera un desplazamiento decisivo en el significante «nación» (nation). Los diccionarios recogen un abandono del campo semántico del linaje hacia el territorio: en el decurso de la ruptura que alumbra la modernidad, el nacer se disocia de la estirpe, la herencia o la dinastía y comienza a ser asociado al país, al territorio o a la frontera. Por un momento, en la apertura constituyente que hacen posibles ciclos de movilización revolucionaria, nacer se liga a la igual dignidad de nacimiento.

Quinto horizonte. Antigüedad clásica. Aparece el significante natio en latín con su primera significación: «grupo de extranjeros de una misma procedencia y rango inferior al del ciudadano romano». Dicho significante no se distancia apenas de su equivalente helénico: ta ethne. Nacer como exclusión que nos constituye. Apenas acaba de comenzar un largo recorrido.

Reformatear la nación, recuperar el significante

Requieren los cinco horizontes mencionados el concurso de un método genealógico con el que repensar el significante nación más allá de las prácticas ilocucionarias del discurso nacionalista. No se trata tan solo de comprender la sedimentación geohistórica del significado corriente de nación –a la manera de la magistral obra de Liah Greenfeld, Nationalism (Harvard University Press, 1992). Tampoco es cosa de constatar la crisis del discurso nacionalista en el marco de las mutaciones y efectos políticos derivados de la globalización. Se trata, antes bien, de ir más allá de estas limitaciones y avanzar, desde el análisis de la tendencia, hipótesis de utilidad para una significación otra, una significación útil a la emancipación; una política que haga posible recuperar el significante nación allí donde hoy es inoperativo, abandonado o negado.

¡Adiós Estado, adiós!

El tiempo del Estado-nación no es otro que el de su propia obsolescencia. Por una parte, las dimensiones del mando capitalista integrado han desbordado la escala del Estado-nación como aspiración. Tras la caída del Muro de Berlín, de hecho, el mando ha superado el umbral en que adquiere autonomía a una escala mayor. Puede al fin ejecutarse por medio de una gobernanza multinivel que diagnostica resistencias e impone, de lo local a lo global, un darwinismo normativo que selecciona a cada momento y lugar aquel nomos que más conviene. La mutación de la soberanía está servida. Persistir en la determinación territorializadora del moderno Estado-nación es obviar la tendencia.

Por otra parte, hoy sabemos que la nación no deviene Estado por efecto de la liberación nacional (aunque la liberación se haya identificado ex ante con la consecución del Estado): el Estado solo se puede impostar como nación gracias a liquidar el proceso de liberación nacional y proceder a la reificación de la nación en pueblo. El mundo postcolonial así nos lo recuerda. Pero ello –a diferencia de lo sostenido por Hardt y Negri en Imperio (Harvard University Press, 2000)– tampoco invalida el pensar una liberación nacional otra, distinta de la que hace del Estado el objetivo de la libertad.

Al contrario, en nuestra ubicación geohistórica (y no otra), liberación nacional no puede sino significar emanciparse, en primer lugar, del Estado mismo. Como decía el apotegma leninista («mientras haya Estado no habrá libertad; cuando haya libertad, ya no habrá Estado»), la obsolescencia del Estado-nación solo se puede efectuar en términos liberadores como disociación antagonista entre Estado y libertad.

Romper la secuencia del relato estatocéntrico

La obsolescente secuencia del discurso centrado en el Estado-nación procede así: la nación, construida como una entidad objetiva y prístina, se considera sometida de forma injusta a un régimen opresor; liberada por una movilización patriótica, que pone fin a la injusticia e instaura un Estado-nación hace que éste, a su vez, convierta la nación oprimida en una nación tan libre como cualquier otra. O tan poco. Al fin y al cabo, el resarcimiento identitario nacionalista no busca la libertad, sino la normalidad y ésta, sabido es, no es garantía de libertad. La liberación nacional será queer o no será.

Esta secuencia alcanzó, tras el fin de la Guerra Fría, su propio límite geohistórico. De Benedict Anderson y su Imagined communities (Londres: Verso, 1991) en adelante, los debates resolvieron su heurística, aunque solo de forma negativa. La emergencia del mundo postcolonial desveló el carácter falaz de la propia secuencia como sustento argumental de un proyecto liberador. Su cuestionamiento nos sitúa, pues, ante el dilema de reubicar la idea de nación en una heurística positiva y efectivamente liberadora.

La nación de naciones, el agenciamiento imposible

Pero si el Estado-nación se reconoce por su obsolescencia, también ha sucedido lo propio a una escala de abstracción más elevada con el Estado nacional (aquel que se legitima en la idea de nación, ya sea ésta una o más). La posibilidad planteada por el federalismo liberal al intentar reducir el demos a solo unas pocas naciones es de un reduccionismo, con todo, que no está a la altura de las exigencias de una política efectiva de la liberación nacional en tiempos en que la complejidad social ya no es reductible.

La maraña nacional del demos hoy, considerada incluso en los limitados parámetros de la diversidad etnocultural, no se deja aprehender en la idea de una pluralidad de naciones limitada (óntica). Al contrario, a más que se observe la creciente complejidad de la composición social actual, más evidente se hará la proliferación (ontológica) de las diferencias por condición de nacimiento. Es preciso, pues, reconfigurar el discurso político desde la escisión apuntada en el segundo horizonte.

La nación no es más (ni menos) que la igual dignidad de nacimiento

Con la sencilla afirmación «I am a Man», esto es, con la apelación a la igual dignidad de nacimiento o, ahora ya sí, nación (en la significación que interesa), se llevaba a cabo todo un acto subversivo que devolvía el significante a un momento anterior a toda constitución. No de otro modo se lee a Malcolm X: «We were brought here against our will; we were not brought here to be made citizens. We were not brought here to enjoy the constitutional gifts (…)».

La nación reaparece como discriminación debida a la propia condición de nacimiento. Ante la fragmentación de las formas de dominación y la complejidad de las constelaciones de sujetos productivos propia de las sociedades postfordistas, el constitucionalismo liberal queda incapacitado, por sus propias premisas, para realizar la liberación nacional. Y aun cuando el lenguaje de Malcolm X todavía habla en los términos de la secuencia nacionalista, la suya es la experiencia de llegar al límite de este mismo relato para apuntar, a continuación, el vector antagonista que se encarnará en el Black Nationalism.

Muerte racial, resurrección nacional

Adquiere aquí pleno sentido el recorrido que conducirá de Malcolm X a la Symbionese Federation-SLA cuando esta última afirme: «to die a race, and be born a nation, is to become free». Será, en efecto, en la autonomía que confiera la irreductibilidad de la propia condición de nacimiento a la configuración del mando donde esa misma negritud que comporta implícita la afirmación «I am a Man» se abra a la simbiosis y la nación, antes que nación del «pueblo» (Volk), devenga una «nación de la multitud». Nación que no será ya sino una multitud de naciones, pues no es en la diferencia diferida, sino en la diferencia que difiere donde se presenta ese devenir libre que es la emancipación.

A partir de aquí, aunque la derrota temporal se prestase al agenciamiento multiculturalista, la secuencia se rompe definitivamente: la dignidad que confiere el hecho de «haber nacido» (be born) requiere de morir como esa misma entidad objetiva y prístina que se era para hacerse libre desde una nación que se afirma ya en la plena autonomía, ajena por completo, para devenir libre, de toda reificación estatal. Antes bien, es en esa ruptura con el Estado, escisión constituyente que se radica en la condición animal primera del haber nacido, que la libertad estoica del black power se puede presentar al fin como realización de una autonomía a la que aboca la propia condición de nacimiento.

La nación, ahora sí, puede decirse libre al fin por haber devenido cuerpo social de la multitud. A nosotros de comprender y efectuar la potencia de este legado.