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03.09.2013

¡Independencia de qué!
4 notas sobre «la cosa»

1. CIU y el estado como fetiche

Si Marx detectó que a la forma mercancía se le otorgaba el poder de mediar la relación entre productores, hoy ese «don natural» se le otorga a la forma Estado. Una fetichización que esconde el carácter represivo y de clase que lo conforma. Esta es la médula del discurso de CIU, que camufla tras la bandera sus políticas autoritarias, clasistas y de sumisión al stablishment territorial. En menos de un año, el discurso de CIU sobre la independencia ha virado desde un absoluto no pronunciamiento, a una idea de «independència» resuelta en abstracto para acabar pasando por las «estructures d’Estat» y anclarse en el vacile de «un nou Estat que tindrà noves dependències». Poco más que añadir al absurdo de un discurso que, viendo los límites de sus mistificaciones, debe finalmente reconocer que un Estado hoy no es otra cosa que la creación de nuevas dependencias. El nuevo Estado para CIU es un fetiche, una forma suspendida en ese limbo donde no es preciso hablar de política.

Viendo la subida de ERC en las últimas encuestas sobre tendencia de voto (junio 2013) podemos presumir que se acerca la cuenta atrás. CIU no tardará en abandonar el barco y volver a buscar a su electorado de base abandonando el discurso de la independencia. Ese electorado que comparte con sus representantes el placer burgués por la mentira y la corrupción. Fin de juego para CIU. Pero no para la idea del Estado independiente.

2. El enemigo español

La construcción del enemigo tiene una rentabilidad política de alcance siempre sorprendente. La esencia de «lo político» para Carl Schmitt, la dicotomía amigo/enemigo que constituía para el jurista alemán la naturaleza misma de la identidad política, es una maquinaria que fácilmente se puede poner en marcha con eslóganes directos. Uno de los más afortunados: «Madrid ens roba». La coyuntura actual juega un papel crucial en el tablero y la alta incertidumbre social hace que consignas sesgadas que eluden todos los vectores políticos sean tomadas como «la solución». Mantenidas hasta ahora en la oscuridad, aparecen cuentas que muestran que Cataluña, durante los últimos 26 años, ha invertido el 8% de su PIB en un «espoli fiscal». Así se justifica que no había otra posibilidad, que los recortes han venido impuestos desde un Estado que ahoga la posibilidad de echarle el pulso a la crisis. La idea es simple: Cataluña no puede mostrar su verdadero potencial porque el robo y la dominación se implanta sobre ella desde Madrid. Y en el segundo capítulo de esta historia todo se reduce a una lucha entre nacionalismos. Un relato simple y colorista. Pero la obediencia a la Troika Europea no aparece en este relato. Los recortes acumulados en gasto social no aparecen en este relato. Los casos de la corrupción catalana y de connivencia público-privada han sido omitidos. Tampoco aparece el líquido puesto a disposición de la banca ni que la desposesión de derechos, más allá de verse como un ataque salvaje a nuestras condiciones de vida, se ofrezca como nuevo nicho de mercado. Todo esto se diluye para que el relato de la independencia a través de la constitución de un nuevo Estado no muestre sus grietas en la base.

Estas omisiones son, curiosamente, el centro de la lucha política. Pero el enemigo es España. Mientras se toma como natural el juego obsceno de las oligarquías políticas y económicas y la presión financiera que se traza a escala europea, el enemigo es España.

3. Independencia, ¿de qué?

En la Crítica al programa de Gotha, Karl Marx cuestionaba los fundamentos de la hoja de ruta que asumía El Partido Obrero Alemán: «en vez de tomar a la sociedad existente (y lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en el futuro) como base del Estado existente (o del futuro, para una sociedad futura), considera más bien al Estado como un ser independiente, con sus propios «fundamentos espirituales, morales y liberales»».

Pues bien, esta es una sociedad del futuro y podemos preguntarnos si la base de la sociedad existente se confina en territorio catalán o si acaso se compone de territorios de todo el sur de Europa. ¿Hay una forma Estado-nación que no conocemos que nos va a sacudir la dictadura europea? ¿Es una forma Estado-nación que todavía no existe y que básicamente reclama su propia libertad? Esto no es un tema ni mucho menos menor, es el tema a trabajar cuando la hegemonía cultural impone valores dominantes que quieren borrar las luchas abiertas en todo el sur de Europa. La libertad nunca ha sido el Estado y menos lo es ahora; es bajo un proceso de correlación de fuerzas como se determina qué tipo de libertades asume o se imponen al Estado existente. El derecho a la bancarrota, la desobediencia a una deuda ciudadana impuesta como tasa contrarrevolucionaria, la federación a nivel europeo de un movimiento de base que exige una profundización democrática, dicho de manera clara: la lucha de las clases desposeídas. Ese debería ser el punto 0 de un programa realmente disidente con la configuración institucional actual. La ecuación no es «¿Independencia? Sí, claro». La ecuación más bien sería «Independencia ¿DE QUÉ?». Marx añadía a su Crítica al programa de Gotha que «la libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella». Ese Estado de órgano hoy es la Troika. Construir un Estado nuevo que ni siquiera servirá como instrumento de desobediencia es construir una jaula mientras se entrega voluntariamente la llave al alguacil.

4. Independencia del capitalismo financiero

En el libro, Hipótesis democracia: 15 tesis para la revolución anunciada, Emmanuel Rodríguez sitúa la centralidad de un movimiento de base configurado a escala europea que, en busca de la democracia, rebase los confines del territorio catalán:

«La consideración de Cataluña como un espacio suficiente para la articulación de un nuevo marco institucional, esto es, la fundación de una república catalana es un movimiento en marcha, quizás irreversible. La disyuntiva aquí está en saber si este proceso será determinado por las viejas oligarquías, que jugarán con los trapos de la nación, o por un proceso de radicalización democrática, que se deberá articular en un marco federal con las otras «repúblicas ibéricas» y europeas. En este sentido, sobra decir que aun cuando se confirmara la realidad del proper Estat catalá, sin las fuerzas de un movimiento constituyente, que debería arrollar a las élites políticas no solo del conjunto del Estado español, sino de buena parte del sur de Europa, la autonomía fiscal catalana –núcleo de la demanda de las oligarquías catalanas– es solo una ventaja competitiva para la atracción de capital global. Ventaja pírrica, en una Europa alemana, en la que a falta de nuevas burbujas patrimoniales-y de las que también depende la Cataluña desindustrializada– condenarían al nuevo Estado catalán a la misma suerte que el portugués o el griego.»

La ingeniería vertical que se está produciendo por parte de Alemania y el Fondo Monetario Internacional no tiene mayor lectura que un nuevo ciclo de acumulación por desposesión con la doxa financiera como mecanismo usurpador. Es obvio que frente a este proceso hacen falta fuerzas opositoras que actúen de manera federada a escala europea y mundial, movimientos de revuelta bajo los que imponer «una forma de globalización enteramente diferente, no imperialista, que enfatiza el bienestar social y los objetivos humanitarios asociados con formas creativas de desarrollo geográfico desigual por encima de la glorificación del poder del dinero» (David Harvey). De lo que se trata es de construir soberanía política frente a los mercados financieros y al gobierno por deuda, de lo que se trata es de independizarnos del capitalismo financiero. Difícil imaginar una propuesta política centrada en la justicia social y en la distribución de la riqueza que no centre su lucha en la abolición de este despiadado proceso de desposesión. Como añade Emmanuel Rodríguez:

En tanto acto constitutivo de una nueva democracia, los movimientos tendrán que apuntar contra los medios de gobierno (la deuda, los mercados financieros, los propios gobiernos nacionales), pero sobre todo contra las instituciones europeas que lo soportan (el BCE, la Comisión Europea). La fundación de Europa depende, por lo tanto, de los movimientos por la democracia. En buena medida, éste es el origen de Europa desde su temprano comienzo en los años de la postguerra. Y este es el proceso que parece haber recomenzado en los países más empobrecidos, en el Sur.

No existe diseño institucional que pueda ser dañino para la Troika en la forma abstracta de Nou Estat Europeu. La lucha funciona a otra escala que los movimientos en las plazas ya supieron detectar. Un camino ya en proceso que pasa por encima de las líneas de contención del Estado-nación, planteando un conflicto social a escala transnacional. Los Estados-nación que ya existen solo sirven para ser destituidos o como espacios de desobediencia que refuercen instituciones supra-estatales de base ciudadana. Es ahí donde está el experimento político que puede empujar un verdadero proceso constituyente, una revolución democrática. Dado este eje, queda trabajo por hacer. La forma que ha de tomar esa república democrática que asegure la confederación entre pueblos, todavía está por resolver. Un proceso donde las oligarquías que hoy venden independencia y libertad, poco o nada tienen que decir. Como viene siendo normal cuando lo que realmente se busca es la democracia.

Observatorio Metropolitano de Barcelona, stupidcity.net