03.09.2013
Independencia:
más allá de un Estado propio
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Este artículo fue escrito poco después de la masiva manifestación del 11 de septiembre del 2012, que situó en el mapa político –de una forma casi ineludible– la hipótesis de la independencia catalana. Hoy, un año después, desde la perspectiva de la crítica radical a la forma-Estado, los interrogantes respeto al proceso no hacen más que crecer. ¿Podemos mantenernos al margen y dejar que lo hegemonice la derecha catalanista? ¿Puede significar la independencia una nueva transición y, por lo tanto, la posterior minorización de la disidencia que todo nuevo poder constituido requiere para legitimarse internamente? ¿Debemos intervenir, asumiendo las contradicciones, intentando que este proceso constituyente desborde los marcos de la democracia liberal-representativa y de la economía de mercado capitalista? ¿Es la independencia la oportunidad de ruptura con la monarquía constitucional española y, por lo tanto, puede poner en marcha un nuevo ciclo de luchas liberador; o por el contrario, clausurará la rebelión contra la reestructuración capitalista en curso? Estos son algunos de los debates que, en cualquier caso, la triste perspectiva de la permanencia en la España antidemocrática ni siquiera permite imaginar.
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Ahora que la independencia parece inevitable, o que –seamos realistas–, ahora que su debate ha ganado una centralidad rotunda en determinados sectores sociales, políticos y mediáticos (sería interesante saber qué piensa la Cataluña de las periferias metropolitanas o la Cataluña migrante). Desde los movimientos populares –habitualmente alérgicos a cualquier idea de Estado– debemos plantear cuáles son las herramientas colectivas de las que disponemos para posibilitar una independencia más allá del Estado propio.
Si para el independentismo burgués –perdón, transversal– se trata, esquematizando, de trazar unas nuevas fronteras nacionales, un nuevo Estado capitalista en la Unión Europea, y si, incluso, desde determinadas izquierdas la cuestión diferencial pasa por implementar un genérico socialismo de corte estatista, desde los movimientos sociales y, sugiero, desde la izquierda independentista sensible al «poder popular», es central plantear una estrategia alternativa de proceso constituyente.
Para la teoría política clásica, el proceso constituyente significa que el pueblo ejerza la soberanía escogiendo a los representantes que redactarán una nueva constitución. Este proceso liberal-representativo, en el caso que nos ocupa, significaría convocar un plebiscito de autodeterminación o proclamar la independencia desde el Parlamento para, posteriormente, celebrar unas elecciones generales catalanas con las que escoger a los representantes que deberán elaborar la nueva constitución nacional. Esta lectura obtiene un consenso absoluto en el soberanismo, hasta el punto que se ha naturalizado como el único horizonte posible para lograr la independencia.
Tanto es así que, todavía, no ha generado una crítica profunda ni una alternativa estratégica de aquellos que, deseando también la independencia, apostamos por la superación de la democracia representativa-liberal, hoy arquitectura jurídico-política de la economía de mercado capitalista. Habiendo vivido el 15M, con una parte importante de la sociedad catalana expresando que «nadie nos representa», y con debates sobre la república del 99% encima de la mesa, esta problemática tiene que ser forzosamente afrontada.
Existe también una teoría socialista del Estado («la apropiación popular del Estado») que, a nivel metodológico, oscila entre asumir el paradigma liberal-representativo (referéndum-elecciones-constitución) hasta modelos insurreccionales, a la bolchevique. La vía socialista-estatista a la independencia, aun así, no ha sido desarrollada en profundidad por quienes la defienden, si bien subyace en determinadas reivindicaciones cuando, en las luchas contra los recortes sociales, por ejemplo, se reclama la «nacionalización de la banca» o la «estatalización de la economía y de los sectores energéticos». Ahora bien, ¿son estas teorías adecuadas para ejercer no ya la independencia, sino la autodeterminación permanente del pueblo catalán? Sinceramente: ¿nos interesan para el día siguiente de la independencia? ¿No son fórmulas que, por el contrario, garantizan la expropiación política de la sociedad catalana?
Desde una perspectiva histórica, y a causa precisamente de la falta de un Estado propio, los y las catalanas hemos construido nuestra organización social, política, económica y cultural de forma no estatal. Desde las sociedades obreras de resistencia de 1855 a la economía popular, cooperativa y mutualista entre 1870 y 1939; desde los ateneos, sindicatos, escuelas libres, casales, entidades culturales y teatrales, corales y orfeones, a las instituciones científicas, literarias, educativas, a lo largo de nuestra historia contemporánea y hasta la derrota de 1939, la Cataluña moderna y emancipadora articuló su solidaridad social desde la autoorganización colectiva, esto es, sin y contra el Estado.
Casi exterminado, este sujeto constituyente renació y reemprendió la edificación de un país propio en medio de la dictadura franquista. Otra vez sin Estado y con el Estado en contra. Cooperativas de vivienda, escuelas laicas y mixtas, editoriales, universidades populares, colegios profesionales, periódicos y revistas, escultismo y excursionismo, sindicatos y asambleas obreras, organizaciones feministas, asociaciones de vecinas y vecinos.
Esta democracia catalana real, desgraciadamente, fue desterrada por los partidos políticos españoles y catalanes en la transición a la democracia, la de los «demócratas de toda la vida». Reduciendo la potencia colectiva al Estado, normativizando el proceso institucional, se desplazó el sujeto social y cooperativo y permaneció el residuo putrefacto de la monarquía, eso sí, constitucionalizada. De la autonomía social al Estado de las autonomías, del poder popular a la democracia autoritaria de mercado, el nuevo Estado ya estaba listo para ingresar en la, entonces, Comunidad Económica Europea. Un nuevo estado de Europa. ¿Nos suena?
No era esto, compañeros, no era esto, cantaba Lluís Llach hace más de treinta años. Aprendamos pues, y anticipémonos. Para ser fieles a la historia social de nuestro pueblo, para respetar la naturaleza multitudinaria de los y las catalanas, pero, sobre todo, para construir una realidad nacional diferente a la del Estado-nación capitalista, tenemos que pensar en un proceso constituyente otro, que no subsuma la sociedad en el Estado.
Ni liberales ni estatalistas, hace falta una teoría revolucionaria del Estado que devenga una crítica práctica del derecho y las instituciones estatales. Pasar del proceso constituyente liberal o socialista-estatal a la constitución de un poder constituyente, pasar de la autodeterminación jurídico-política a la autodeterminación material. Un poder constituyente que excluya la posibilidad de que cualquier finalidad exterior pueda ser impuesta a aquella conscientemente construida por la multitud en su experiencia cotidiana. O sea: un poder constituyente hecho con nuestras propias manos.
¿Disponemos de una economía colectiva y cooperativa capaz de satisfacer de forma solidaria al conjunto de las necesidades materiales del pueblo catalán? ¿Disponemos de escuelas y universidades democráticas que garanticen el acceso universal a la educación o la producción y socialización del conocimiento? ¿De medios de comunicación de propiedad colectiva y gestionados democráticamente que garanticen plenamente la libertad de información? ¿De mecanismos de democracia directa y municipal que garanticen la autodeterminación cotidiana de las comunidades locales? Etcétera.
O consolidamos y generalizamos estos embriones de poder constituyente material –¡los poderes no estatales!– para ejercer la autodeterminación y la independencia desde el punto de vista de las clases populares catalanas, o bien la independencia de nuestro país será un sueño convertido en pesadilla. No lo olvidemos. Existe la Cataluña de Torres y Bages, de Cambó… y de Felip Puig. Y existe la Cataluña de Salvador Seguí, de Micaela Chalmeta… y de Xirinacs. En este sentido, también, nosotr@s decidimos.
Publicado en el Setmanari Directa núm. 286; 19 de septiembre del 2012