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19.12.2002

Agujeros negros en la red

Para no quedar aislados en un gueto o reducidos a mera opinión pública, los movimientos sociales luchan por visibilizar los conflictos. “Debemos hacernos visibles”, parece ser la consigna. Sin embargo, esta lucha por la visibilidad está asumiendo su propia condición paradójica pues, una vez abandonada la polaridad luz/oscuridad, cada vez está más claro que para dejarse ver hay que ocultarse.

Como podemos leer en la “Primera proclama incendiaria de l@s invisibles (Madrid)”: Cubrimos nuestros cuerpos con monos blancos para salir de la invisibilidad, partiendo de una metáfora contradictoria: queremos ser tod@s invisibles para hacernos ver. […] Cubrimos nuestros cuerpos con monos blancos porque creemos que en este momento se hace necesario recuperar la palabra y el espacio que la represión y la criminalización nos arrebatan…

Recuperar la palabra y el espacio… Pero, ¿cómo es ese espacio en el que debemos movernos entre metáforas contradictorias? ¿Qué es lo se que muestra y qué lo que se oculta? ¿Quién nos va a iluminar y qué imagen será reflejada?

Redes sociales – sociedad en red

Hasta hace bien poco, la organización en redes estaba asociada a prácticas críticas, antiautoritarias, disidentes o antagonistas, una vez que la organización en torno a coordinadoras y otras estructuras aún más pesadas empezó a mostrarse como excesivamente rígida. La participación en redes, al ser optativa, provisional, no vinculante y no totalizante, parecía ser la forma adecuada para la cooperación sin mando.

Pero la revolución de las tecnologías del procesamiento de la información y de la comunicación han expandido las posibilidades de construir redes, cada vez más extensas, cada vez más globales, cada vez más integradas, cada vez más difusas… y cada vez más ambivalentes.

De todas ellas, sin duda la más fascinante es Internet, una red de redes con nombre propio que ofrece enormes posibilidades de experimentación y mucha ambigüedad pues, junto al protagonismo que sentimos al saber que estamos construyendo algo que sin nuestra presencia sería de otra manera (sensación difícil de experimentar en otros ámbitos más materiales), crece también la sospecha de que esa red, como todas las demás, pueda servir para cazar(nos), y que la presa sea el propio vivir.

De esta sospecha surge la cautela con la que toda posible presa se mueve en pos del mejor camuflaje. Pero el camuflaje no es suficiente cuando lo que se quiere es “salir de la invisibilidad”.

Visibilizar la privacidad para preservar la vida

Cuando la realidad es sufrida como una relación de fuerzas muy desfavorable, la red se percibe principalmente como un mecanismo de intensificación y de adaptación de las relaciones de poder y, por tanto, como una amenaza para el yo.

Entonces, esos yoes que ven la red como un instrumento del poder para colonizar un espacio interior que llega hasta la alcoba sienten miedo: miedo a ser vistos (controlados), y también a dejar de ser vistos (excluidos).

Sabedores de que para ser alguien no queda otro remedio que conectarse en red, defenderán la conectividad, sí, pero con un punto ciego que preserve la privacidad, y exigirán a cambio al Estado algo que éste, siendo un estado de derecho, no podría negar: el derecho a vivir una vida privada, aunque conectada, es decir, conectividad a cambio de privacidad. Pero, esta privacidad, habrá que conquistarla.

Mientras la privacidad se defiende como un derecho universal y, por tanto, formal, desde el espacio disgregado de la ciudadanía, la defensa de este derecho se puede mantener de forma consistente. Sin embargo, cuando esos yoes privados se combinan entre sí en un espacio más agregado, una nueva relación de fuerzas deberá ser trazada al decidir cuánta parte hay de público y de privado en cada información, en cada vida y, sobre todo, al decidir quién decide esto.

Los nombres de los médicos que practican abortos o que se niegan a hacerlo, los nombres de los policías o funcionarios de prisiones denunciados por torturas… ¿Vida pública o vida privada? ¿Quién lo decide?

Cuando la vida se vive como vida privada, ello da lugar a un espacio disgregado de derechos formales en el que las formas de vida intentan preservarse pasando desapercibidas. Pero cuando ese espacio disgregado remite y da lugar a una mayor agregación, la privacidad ya no parece la mejor manera de dejarse ver, pues exponerse empieza a ser más necesario que preservarse.

Visibilizar el proyecto para soportar la vida

Cuando la realidad muestra toda su carga de violencia y de muerte; cuando sabemos que esa realidad se resiste a ser cambiada y que, por tanto, no hay alternativa, la red puede ser vivida como un espacio comunicativo adecuado para una comunidad de proyectos.

En la medida en que en la red, en tanto que espacio virtual, el conocimiento vale más que el dinero, y en la medida en que el conocimiento es accesible por todos y por cualquiera, se vislumbra una posibilidad no utópica de abandonar esta nave que se hunde y embarcarse en una bella aventura. Esta posibilidad consiste en virtualizar la vida y en dejar que el mundo material se reduzca a mero residuo. Pero esa realidad que se resiste a ser cambiada, al ver que el conocimiento puede mirar hacia otro lado y seguir sus propios derroteros, hará todo lo posible por recuperar las energías de esos grupos de amigos que han iniciado un proyecto propio y desplegará una gran capacidad de seducción tecnológica para reconducir y reconducir sigilosamente hacia el mercado aquellos conocimientos que creían ser libres.

Esto no se hará con imposiciones autoritarias ni normativas (o sí), sino más bien a base de una continua creación de interfaces que faciliten más el acceso a los servicios portadores de valor económico. Las comunidades, ante estos intentos de mercantilizar la red, harán más activos y más fuertes sus proyectos en busca de más y más amigos, bajo la consigna de “seamos nosotros quienes construyamos la red”. Al fin y al cabo, construir la red es cuestión de cooperación y de conocimiento, y eso está inscrito en nuestros cuerpos, de manera que no se nos puede arrebatar, excepto con la muerte. ¡Creemos más y mejores interfaces! ¡Tomemos la iniciativa! ¡Intensifiquemos nuestra presencia!

Y, sin embargo, a pesar de la belleza de esta propuesta, y del bienestar que se siente al vivir en comunidad (virtual), ninguna comunidad lo es bastante como para acallar la soledad que desde dentro no para de rugir, y ningún proyecto lo es bastante como para conjurar definitivamente el asco, la rabia, el malestar y las ganas de sabotear esta realidad de la que somos parte.

Visibilizar la transgresión para intensificar la vida

Cuando la realidad es vivida como una condena a no experimentar nunca la libertad, atrapados en una sociedad de control en la que cualquier posibilidad de permanentizar la liberación es impensable, buscamos espacios y tiempos que pasen inadvertidos para protagonizar una destrucción creativa que intensifique la vida.

Persiguiendo eliminar las mediaciones y experimentar desde la inmediatez, la propuesta ya no será construir la red sino parasitarla a la manera de virus.

Esa vida que quiere gastarse en vivir se pondrá a favor del caos e intentará sacar ventaja de las perturbaciones y de las caídas, construyendo la red secreta, la antirred de la guerrilla que golpea y corre. Practicará la piratería del software, el cracking, el phone-phreaking, las intrusiones, la difusión de rumores falsos, la piratería de datos, las transmisiones no autorizadas, el libre flujo de la información, las transferencias de dinero ajeno, el contrabando, las conexiones clandestinas, el chateo…

Sabiendo que la mayor fuerza reside en la invisibilidad, construirá una minisociedad underground al margen de la ley, una subred de transgresiones que mostrará la arbitrariedad de los límites, y que la red oficial nunca conseguirá clausurar.

Estas transgresiones serán perseguidas con saña por el sistema policial y judicial, y castigadas con penas de cárcel y con la salvaje y arbitraria prohibición de utilizar las tecnologías comunicativas (teléfono, ordenador, cajero automático, etcétera).

Tal represión en algunos casos dará lugar a campañas de solidaridad, de resistencia, de desobediencia, por la libertad… y, por supuesto, a intensos momentos de amistad. Pero el ataque de los aparatos represivos sobre una subred muy fragmentada y, en cierto modo, ingenua, difícilmente puede ser respondido desde la propia subred, pues el underground no es espacio para comunidades fuertes y, a falta de mejores defensas, de nuevo habrá que defender los derechos formales: derecho a la presunción de inocencia, defensa, asociación, privacidad, conectividad, y libre información.

La red jerárquica

Estas tres maneras de vivir en la red y de las que toda vida, en mayor o menor medida, participa, parecen estar enlazadas a modo de círculo: vida privada, vida proyecto, vida intensa, y de nuevo vida privada… para eludir el miedo, el malestar, la opresión y de nuevo el miedo, en un círculo que no parece tener salida.

Aparentemente, la red contradecía los valores imperantes en la empresa: el mando, la jerarquía y la disciplina. Sin embargo, cada vez más el capitalismo va adoptando la forma de red, en busca de mayor flexibilidad y movilidad para el capital y también en pro de una captura productiva de la creatividad social, de modo que podemos afirmar que el capitalismo global es una sociedad en red, y que la red es la forma de organización hegemónica no sólo para los movimientos sociales, sino para el propio ciclo productivo de mercancías, pero también de lenguajes, símbolos, relaciones… es decir, de realidad.

La red, entonces, ya no puede ser vista de forma ingenua como un espacio horizontal ajeno al mando, pues es, ante todo, una forma de dominio que, lejos de establecer una igualdad radical, impone una política de la relación, una jerarquía de nudos privilegiados, un control por visibilización, una captura por autorresponsabilización y una gestión de la ambivalencia por transitividad entre los nudos.

Obligar a la vida a convertirse en proyecto, imponer la movilización total, producir y producir no importa qué: ése parece ser el mandato de la red, pues la interconexión entre todos los nodos, por más largo que sea el camino que esta interconexión deba recorrer, asegura que una diferencia radical no pueda producirse mientras la red siga siendo eso, una red.

Cuando el mando ya no persigue tanto la consecución de objetivos concretos como una obligación a la actividad continua a fin de crear realidad, cuando en esta movilización cada uno debe motivar(se) a sí mismo, cuando toda la actividad relacional se traduce en proyectos… es entonces cuando la crítica sólo puede ser interrupción de la movilización, interrupción de la comunicación, interrupción del sentido, interrupción del orden de la red, sabotaje a la transitividad.

De ahí la metáfora del agujero negro, del cual, por más que se ilumine, nunca se podrá ver nada más que el propio agujero. Quienes hacen de un agujero un sitio para la vida no aspiran a ser comprendidos, valorados ni admirados. Están ahí y no necesitan más. No proyectan, no reflejan, quizás ni siguiera comunican. Simplemente, sabotean una estructura relacional inscrita en la realidad, sabotean la realidad misma aun pagando el elevado precio de sabotear(se) a sí mismos y, por tanto, de hacer(se) daño, pues en el agujero negro ninguna utopía está garantizada.