19.12.2006
Teatro del asedio.
El cuerpo y la cárcel
LOCALIZACIÓN: Un módulo de una cárcel española. La escena transcurre en el patio donde se ve a unos prisioneros que pasean y fuman. Caminan en parejas, hablando y discutiendo. Sus movimientos son precisos e instantáneos, llegan a un límite imaginario y se vuelven como tigres enjaulados. Cincuenta pasos adelante, cincuenta pasos atrás. Anochece, la luz va tomando un color azulado y se oyen las últimas llamadas desde el megáfono de la oficina de los guardias. La amplificación es alta y defectuosa, y el ruido de las voces espanta a las gaviotas que, desde que cerraron el vertedero cercano, han tomado la prisión como su hogar. Cientos de ellas vuelan hacia los muros enrejados y se posan mirando el movimiento de los prisioneros.
Lentamente el patio comienza a quedar desierto, se encienden las luces de las farolas. La luz artificial hace ver ahora tres estatuas, que antes pasaban desapercibidas… Se oyen gritos. Capitalismo y Vida discuten.
Capitalismo camina desafiante hacia el banco donde se encuentra Vida.
CAPITALISMO: (Amenazándola con el bastón) «Es que acaso creías que sería tan fácil, yo he multiplicado tus vidas y yo puedo cortarlas. Mi libertad tiene un precio, sólo unas cuantas vidas, de nada sirve lamentarse, por ello empuño mi bastón»
VIDA: «te equivocas, para ser libre lo que hay que romper es el bastón, ese mismo que enarbolas como símbolo de tu fuerza. No hay espacio para ti en mi pasado. En tus poderes, mis resistencias. No hay afuera entre tú y yo. Me violas, sufro y disfruto. Soy yo la que te penetro mientras tú me mutilas. Soy la primera respuesta, el primer frente a tu guerra.»
CAPITALISMO: «En tus resistencias, mi poder. Mutilo tus memorias. Descuartizo tu experiencia. Las fragmento, separo, individualizo. Muchas de las resistencias que me opones están todas encarceladas».
VIDA: «¿Me estás diciendo que quieres mutilar mis rostros, llevarte poco a poco los trozos de mis estatuas, sin dejar tu bastón?»
CAPITALISMO: «Primero las biografías… Si consigo borrar tu pasado, tengo en mis manos los códigos de tu futuro, las matrices de tu presente. Hoy actúo sobre tu pasado, hago mía esta cartografía incompleta de tus contra-conductas. Tu prisión es lo posible».
Un relato mutilado
El intento de estas páginas es poner a resonar una variación del tema disciplinar que hoy día sufre una metamorfosis hacia otras formas de gobierno que denominamos Ágora Penal. Nuestro punto de partida es la mutilación porque entendemos que los casos de mutilación dentro de las cárceles son la prolongación de una mutilación previa al encarcelamiento, la misma que actúa en el mercado de trabajo, en los barrios, en las relaciones sociales, aquélla que establece la diferencia de clase, también en la vida fuera de las cárceles. ¿Por qué la cárcel? Porque afecta la vida de más de 60.000 personas y de sus familias en el Estado español, y también porque la cárcel es hoy un laboratorio perfecto para ver cómo se traban el poder y la vida. Este escrito surge entre dos procesos paralelos: entre nuestra necesidad de trazar una cartografía de la experiencia del continuo carcelario y la continua experiencia carcelaria de la resistencia: «resistir en la cárcel es seguir vivo cada día».
Tratamos la cárcel como un archivo de memorias del presente poblado de narraciones que encuentran, en las disciplinas cotidianas de la pena, fórmulas de resistencia, construcción y difusión propias. Practicar juntos estos formatos narrativos es de total importancia a la hora de construir un espacio comunicativo compartido. El relato que sigue es parte de una serie de materiales etnográficos, entrevista, diálogos, talleres, etc. realizadas a lo largo de dos años de trabajo de campo en una cárcel de España. Los fragmentos que presentamos, además de ser biográficos porque expresan la experiencia y el pensamiento de una persona en prisión, es un primer plano del largometraje del poder. Nuestra verdad será una memoria que vuelve a la superficie.
El piercing de la resistencia
En prisión, es completamente ilusorio atribuir la mutilación a los accidentes, en realidad ella precede a aquellos, y el sólo hecho de que un preso se mutile en cualquier momento, en un celda cualquiera, es un síntoma que niega y traiciona la moral dominante. Las auto-mutilaciones en prisión toman su fuerza no de la extensión del cuerpo, sino de la intensidad de su deseo. Aunque es totalmente cierto que el régimen de la prisión marca el cuerpo de los presos (a través de cicatrices, heridas, tatuajes, amputaciones, formas corporales, etc), que lo organiza y lo produce de una determinada manera, el verdadero combate se produce en el límite, en aquella zona que diferencia un cuerpo de otro. Poder pensar la prisión a través de las cuerpos de los presos, hace inevitable dotarlos del sentido que circula por ellos. A partir de esta afirmación, la intención es compartir un relato acerca de la vida en prisión: pensar la vida de los presos como vida política. Precisamente por esto, vida y política, no son máscaras, personificaciones, hipóstasis, sino que emergen en acontecimientos concretos y fragmentos particulares, y también, en los procesos colectivos de producción de subjetividad.
Carlos, 44 años, originario de El Bierzo, León. Condenado a más de 30 años de prisión. Ha cumplido en diferentes prisiones españolas más de 15 años. Los hechos juzgados ocurrieron cuando tenía entre 19 y 30 años, cuando Carlos padecía una fuerte toxicomanía, de la cual está hoy plenamente recuperado . La pena más grave fue de 5 años.
Entrevista:
8 de octubre 2005, patio de la prisión
DARIO, ÁLVARO: Cuando alguien se le encierra, se le condena a prisión, puede decirse que se condena a su cuerpo a un régimen de internamiento, de privación y disciplina, pero es verdad también que se condena a su espíritu ¿cómo piensas tú esta relación del cuerpo y del espíritu en la prisión? ¿te parece que el cuerpo del preso está en contra del alma de la prisión en la medida que en que resiste a sus reglas y disciplinas? Hablemos de estas resistencias…
CARLOS: Lo primero que quiero decir es que yo siempre he sido abolicionista, yo considero que la cárcel es lo más absurdo que existe hoy en día, porque ninguno de los objetivos para lo que está, en teoría hecha, no los cumple. No cumple con ninguno de los objetivos, lo único que significa es castigo, castigo. Desde luego que cuando una persona entra en la cárcel está tanto el cuerpo como su alma o su espíritu preso y hay momentos, límites, en que uno, pues tiene que recurrir al cuerpo para luchar, a su propia sangre, tiene que recurrir a él porque es como si no te dejaran nada más; cuando ya se te han acabado todos los argumentos, o sea, has utilizado todo tipo de quejas verbales a través de todo tipo de escritos, de todas aquellas formas que uno tiene para comunicar su situación, y no han valido absolutamente para nada. Llega un momento en que uno tiene que recurrir a su propia sangre, a su propio cuerpo para manifestarse. Para luchar, para luchar contra esas injusticias, contra ese trato que estás sufriendo. Yo he pasado bastantes momentos de esos, de hecho el cuerpo al final…, las marcas que quedan en el cuerpo son visibles y esas marcas la tienes que llevar toda la vida. Yo, cuando repaso todas estas situaciones que he vivido no las recuerdo con vergüenza, sino con orgullo, porque ha sido una manera de decir aquí estoy yo, estoy vivo, y quiero rebelarme ante esta situación. Incluso hay ocasiones en las que llegas a desconectar del cuerpo: yo recuerdo que en el año, creo que fue en el año 1983, un vasco y yo intentamos fugarnos de la prisión de León, una fuga limpia, yo siempre he sido partidario de las fugas limpias, o sea, lo típico, serrar el barrote, la puerta e irte por el muro, y resulta que conseguimos salir del recinto, pero nos cogieron, un guardia civil se dio cuenta y nos cogieron allí. Bueno, pues nos metieron a una celda de castigo y nos esposaron a los dos, pero nosotros nos rebelamos y nos pegaron una paliza, nos echaron uno de estos spray que utilizan los guardias, son esos que te abrasan la cara y pareciera que te estás quemando. Y, bueno, recuerdo que cuando por fin nos esposaron, a una cama, a cada uno en una celda, llegó un momento, porque al principio sientes dolor, eres consciente del cuerpo y del dolor, sientes el brazo, el hombro, los movimientos que no puedes hacer, llegó un momento en que no sentía ningún dolor, fue como una transportación. El cuerpo sirve, sirve de instrumento y medio para manifestar. Sobre todo pues se utilizan las huelgas de hambre y auto lesiones
DARIO, ÁLVARO: ¿Qué tipo de auto lesiones, además de cortarse las venas, lo chinazos?
CARLOS: Sí, cortarse la barriga, meterse misiles, hierros, en el abdomen dos dedos arriba del obligo, agujas o otros metales, también pues ingerir cuchillas o los muelles de las camas, incluso también amputaciones de dedos, que bueno yo tuve una experiencia de ese tipo también…
DARIO, ÁLVARO: Ayer, cuando hablábamos de los tatuajes y cicatrices de Lázaro, estuviste a punto de quitarte el calcetín, pero hacía demasiado frío. Cuéntame un poco más de esta protesta que hiciste a través de la mutilación de tu dedo ¿meñique no?
CARLOS: Sí, el meñique del pie. Esto fue una manera de protestar porque en el año 98 o 99, no recuerdo bien, indultaron a Rafael Vera y a toda esta gente que estaba metida en lo del GAL, y muchos de nosotros, de los presos sociales, nos sentimos indignados, ofendidos, cómo era posible esta injusticia. Y aunque éramos una minoría quisimos manifestarnos. Entonces eso, unido a la situación por la que estaba pasando yo, que era una situación casi de cadena perpetua, porque ni el tribunal supremo, ni los juzgados, ni las audiencias admitían a trámite mi petición de refundición de penas y de una condena proporcional a mis delitos. No hacían caso, de modo que yo estaba en una situación penal prácticamente de cadena perpetua, me veía condenado de por vida ¿por qué? porque debía cumplir 20 años y después de cumplir esos 20 años, comenzar con otros 20 años, es decir cadena perpetua. Entonces, quizá esa fue la gota que rebasó el vaso, dije, nada, hasta aquí llegué, y recuerdo que le escribí una carta a la ministra de justicia, Margarita Mariscal de Gante, diciéndole en estos términos: que por cada año que me tuviera secuestrado yo me amputaría un dedo de pie. Escribí la carta y le envié. Entonces, claro, inmediatamente después al día siguiente, cogí y me amputé el dedo meñique del pie, y además me cosí la boca (que es otra forma de usar el cuerpo para protestar). A todo esto yo ya había agotado todos los recursos legales, había hecho escritos de todo tipo. Entonces, qué pasa, escribí esta carta como te digo y me amputé el dedo meñique del pie izquierdo. Entonces me sacaron al hospital, me volvieron a implantar el dedo, porque había quedado colgando por un trocito de carne y me lo volvieron a coser. Estuve dos meses con unas muletas pa’ca, pa’llá, y la verdad es que no conseguí absolutamente nada. No me hicieron ni caso, ni siquiera me escribieron ni recibí una respuesta de nada. Incluso la gente, los compañeros y tal, me decían que había hecho una tontería porque no se conseguía nada, bueno, el caso es que yo también quedé un poco decepcionado. Pasó el tiempo y llegó el año siguiente, la fecha que yo había apuntado y me vino a la cabeza la carta que yo había escrito un año antes. A todo esto mi situación seguía igual ¿no? Y entonces se dio en mi interior como una lucha: ¿lo hago o no lo hago? No he conseguido nada la primera vez, pero por otro lado, si no lo hago, de alguna manera aquella carta y la mutilación del dedo quedarían como actos absurdos. Entonces qué pasa, volví a pensarlo otra vez y dije: nada, Carlos, no hay camino que no tenga fin decía Séneca. Que por lo menos sepan que no te has olvidado de aquella carta, y cogí otra vez una navaja pequeña y volví a amputarme el mismo dedo, el mismo mes, un año después…
DARIO, ÁLVARO: ¿Dónde estabas en ese momento?
CARLOS: En la prisión de Aranjuez, y esta vez me lo amputé mejor. Quiero decir me lo amputé del todo, hombre, no me lo amputé desde la raíz sino por la mitad. Y entonces qué pasó, volvieron a sacarme al hospital, todos los funcionarios estaban afectados e, incluso, algunos tuvieron que pedir unos días de permiso por el impacto, me sacaron al hospital y me volvieron a reimplantar el dedo, otra vez. Hicieron un buen trabajo, pero, me dejaron el hueso suelto, el último «huesesito» del dedo suelto. Bueno, otros dos meses con muletas, otro tiempo de recuperación y tal, y tampoco conseguí nada, bueno solamente una publicación en una revista de estas organizaciones de apoyo a los presos, pero nada más. Un silencio absoluto, un pasotismo total sobre mi caso. Yo, claro cuando me mutilé el dedo, también escribí al juzgado y al ministerio de justicia explicándoles los motivos de por qué lo hacía y poniendo mi situación por delante, pero el caso es que no conseguí absolutamente nada. Y nada, otros dos meses con muletas como digo, y otro tiempo así decepcionado diciendo a ver que pasa aquí, porque joder macho, a ver cuando se dan cuenta de que esto no es un juego, no es una broma, que una persona no llega a hacer estas cosas así como así, por la cara, como decir bueno ahora me voy a cortar un dedo porque sí, esto tiene un motivo, una razón, tiene un porqué… y a mí me dolía mucho que me ignorasen, incluso me veía peor que antes.
DARIO, ÁLVARO: Y el hecho de la mutilación del dedo ¿te trajo más problemas dentro de la cárcel, quiero decir, alguna sanción más o algo así?
CARLOS: No, (ríe), sólo un expediente psiquiátrico…
DARIO, ÁLVARO: O sea que además te mandaban al psiquiatra
CARLOS (riendo): Sí…, me llamaron de todo en mi vida, a nivel psiquiátrico me han llamado de todo…
DARIO, ÁLVARO: Eras un caso anormal…
CARLOS: Sí, eso anormal, hombre, puede que yo haya tenido un problema psiquiátrico, pero nada de lo que los psiquiatras pretendían: que psicótico, paranoico, psicópata, sociópata, en fin.
DARIO, ÁLVARO: Todos una serie de calificativos que desautorizaban tu acción.
CARLOS: Sí, de ese tipo. Algo que es mentira y que ha demostrado el tiempo y el presente, porque ahora, desde hace unos años me han vistos otros psiquiatras y no han observado ningún comportamiento de ese tipo. Yo creo que son las circunstancias las que te llevan a esta situación. Entonces, retomando el tema de las mutilaciones, volvió a pasar otro año y, claro, llegó la fecha señalada por la carta, entonces qué pasa, otra vez la lucha interior, la lucha ésta de decir bueno no he conseguido nada, para que lo voy a hacer, pero no sé, algo dentro de mí se impuso, y me vino otra vez la carta a la cabeza y dije: bueno, Carlos, qué pensabas, no pensarías que esto iba ser a la primera, que no costaría esfuerzos, o sea, sabes, como que te enfrentas. Entonces, volví otra vez a amputarme el mismo dedo, pero en esta ocasión me preparé un poco mejor, que quiero decir con esto, un mes antes empecé a escribir a diferentes organismos, compañeros, amigos, revistas, en fin a muchos sitios, ¿no?; diciendo todo esto, que me amputaría el dedo por tercera vez y siempre explicando los motivos por los que lo iba a hacer. Esto fue en primer grado en la prisión de Picasens, en el módulo ocho, un módulo inhumano, un módulo que te machaca. Incluso, hace poco un guardia que me reconoció después de varios años, me dijo que se tuvo que ir de allí por que no aguantó, y eso que ellos se van a su casa… No aguantó y se tuvo que marchar con tratamiento psiquiátrico, porque dijo que aquello era inaguantable. Y nosotros presos lo tenemos que aguantar día, noche, día, noche, día, noche. El caso es que cogí, afilé una cuchilla, un hierro, y en el patio me metí al baño, y con la ayuda de un compañero me lo amputé. Pero esta vez me aseguré que no me lo volvieran a reimplantar ¿cómo? Cogí el trocito que me sobró, lo quemé, lo hice polvo y lo mandé en una carta a unos compañeros para que hicieran volar este polvo la viento. Me sacan al hospital y en el hospital había unos compañeros con cámaras, que intentaron filmar, cosa que no pudieron hacer. Y, claro, eso fue una decepción porque yo contaba con ello, con que filmaran la salida de la ambulancia, el dedo cortado y todo eso, para intentar un mayor impacto de la acción. Bah!, pero no pudieron porque, parece como si la policía supiera algo, metiéronme en la ambulancia hasta dentro del hospital y me sacaron de una manera así camuflada.
DARIO, ÁLVARO: Entonces, el dedo lo quemaste y lo hiciste ceniza, es un dedo que se fugó…
CARLOS (riendo): Claro, claro, una parte de mí está en libertad. El caso es que otra vez pasó el tiempo y no pasó nada, la misma historia de las muletas. Pero, mira tú por donde a los cuatro meses recibo la notificación de una decisión de la audiencia de Salamanca de hacerme un «triple de la mayor» y a la par recibo la decisión del supremo de hacer una refundición, no la que yo quería, la que yo consideraba justa, pero si fue una decisión que me quitó 13 años de condena y me quedó todo en 30 años. Al día de hoy no puedo asegurar a ciencia cierta si las amputaciones fueron la causa de está decisión, pero, bueno, yo creo que sí que tuvo algo que ver porque esta gente diría: éste, van tres veces que se amputa el dedo, y si no hacemos algo vendrá una cuarta, vendrá una quinta, vendrá una sexta y la cosa a lo mejor se nos va de las manos, y al final sale destapando cosas que no nos interesa que se sepan. Entonces, yo creo que buscaron una solución intermedia, dijeron, bueno, vamos a darle esto a ver si con esto le callamos la boca ¿me entiendes? Y la verdad es que de algún modo me conformé, vamos a ver, me conformé no en el sentido de que estuviese de acuerdo, racionalmente, pero si comencé a ver un límite, una fecha límite para mi condena. Esto lo conservo como un pequeño trofeo, son actos de los que no avergüenzo en lo absoluto, tampoco es me sienta tan orgulloso de ello, pero sí contento de haber luchado de esa forma. En ciertos momentos el cuerpo te puede servir como resistencia, porque el cuerpo es canjeable, te ayuda a ganar ciertas batallas. Pero si te reducen el espíritu, ahí pierdes no la batalla, sino la guerra.
* * * * *
Para no concluir
Así entramos en contacto con parte de la topología del cuerpo de un preso, de Carlos, quizá nada más que eso, o quizá mucho más. Por leyes de contigüidad, de acción y reacción, de distancia. En la prisión la resistencia del cuerpo-preso jamás se manifiesta como cuerpo-organismo, aún en los casos en que el cuerpo del preso no encuentre más centro que el que le impone la disciplina y el control de la propia cárcel, una consigna de muerte, resiste viviendo, apareciendo en un punto o en otro sin gramática preestablecida. Al ponerse en peligro, el cuerpo se abre hacia la vida, y hace posible el pensamiento político en la medida en que arrastra al pensamiento hacia aquello que niega permanentemente, hacia lo impensado. La automutilación tiene mucho de sacrificial, porque a través de ella se hace converger dos órdenes antes separados: el dolor y la conciencia. La automutilación permite pensar esta separación.
La resistencia en los cuerpos-presos se constituye en el límite, en contra de los dispositivos y reglas que los seccionan y particularizan, que los cortan y mutilan. Frente a la fijación y al peso moral que se le impone al preso, la automutilación es una línea de fuga porque desata un deseo nómada que está permanentemente desterritorializándose y reterritorializándose. Siempre su vector es la liberación: el ojo que por la mirada cruza la alambrada, la boca que por el grito traspasa los muros, las venas que por el flujo de su sangre mancha, compromete, contamina o espanta. Pensar la resistencia desde el cuerpo en la prisión no constituye una mirada que remita a conexiones trazada por significaciones originarias, antes bien significa sentirse afectado por la materialidad incorporal que ronda en las infinitesimales escenas del castigo, que forma la impenetrable superficie corporal: brazos cortados, dedos que se mueven y que resisten mutilándose, gritos y cicatrices del cuerpo. El cuerpo-preso se juega, se mueve y se arriesga haciendo señales desde su meta-corporeidad, lejos de la superficie que lo marca con inusitada perversión. La vida y la muerte en prisión son acontecimientos, que circulan por las celdas, patios y galerías, y más allá de los muros, hacia las calles, por los parques hasta tu casa.
La inteligibilidad de la cárcel reside en la composición de efectos que ésta misma produce al interior de una frontera invisible, que transciende sus muros. Esta inteligibilidad convive con una multiplicidad de procesos de resistencia, coagulación, cohesión, y de conflictos que la institución penal intenta descodificar cada día. En esta batalla cotidiana hay que estar en la frontera y en el frente de la guerra. Es por esto que conocer lo que acontece en las cárceles es una forma de saltar a la trinchera. En las cárceles, pero lo mismo vale para la sociedad, no hay paz. Cuando la hay, es el resultado de un armisticio, un pacto, un contrato de no beligerancia. Pero la guerra sigue siendo su motor, tanto de integración como de exclusión. El Estado incorpora toda la sociedad en una institucionalización de la guerra en su economía política de gobierno. En este pasaje, la cárcel, abierta o cerrada, sigue operando como laboratorio en el que se construyen dos conceptos operativos de humanidad, consecuencia de una hiperproducción de relaciones sociales asimétricas: una humanidad intocable (de los incluidos, los legales) y una humanidad sacrificables (de la exclusión, de los ilegales). Dos humanidades entonces, resultado de un proceso de militarización de la vida social y de socialización de la vida militar. Una mutación que circula, como dispositivos de gobierno, tanto por los módulos de aislamiento como por la extensión del control fuera de los muros a través de los programas de reinserción.