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24.09.2009

¿Los nuevos síntomas? Hijos del conformismo de la civilización.
Entrevista con Massimo Recalcati

Traducido por:

Entrevista publicada aquí

Hoy, a las seis de la tarde, en la Sala Fortino (en la calle Re Manfedi) en Bari, la Associazione Jonas (Centro de Investigación Psicoanalítica para los Nuevos Síntomas) organiza una conferencia gratuita y abierta al público, sobre el tema «El malestar de la civilización contemporánea, Anorexia – Bulimia – Depresiones – Ataques de pánico». Intervendrán los psicoanalistas: Massimo Recalcati, Franco Lolli y Uberto Zuccardi Merli. Hemos hecho algunas preguntas a Massimo Recalcati, presidente de la asociación, y uno de los psicoanalistas lacanianos importantes en Italia.

Prof. Recalcati, se habla de «nuevos síntomas» como indicios del malestar de nuestra contemporaneidad ¿Puede explicarnos mejor qué significa?

Cuando usamos la expresión nuevos síntomas nos referimos a aquellas patologías que en la sociedad considerada de capitalismo avanzado han alcanzado una difusión epidémica. Las anorexias, las bulimias, las toxicomanías, los ataques de pánico o las depresiones. Estos síntomas son nuevos si se comparan con los síntomas clásicos que el psicoanálisis ha curado desde su origen: las neurosis histéricas, las neurosis obsesivas o las psicosis. La diferencia está en que los nuevos síntomas no señalan tanto un antagonismo entre la persona y el programa de la Civilización –como sucedía por ejemplo en la histérica que contestaba el orden patriarcal del sistema social– cuanto una inserción conformista de la persona en los esquemas dominantes del sistema social. Pensad, por ejemplo, en la anorexia y en su valorización patológica de la imagen del cuerpo-delgado enfatizado por el sistema social contemporáneo como icono de la belleza, o bien pensad en el cocainómano que usa la sustancia para amplificar sus prestaciones sociales, o en la bulimia consistente en el consumo compulsivo de objetos. Nos encontramos frente a patologías que surgen no tanto de la tensión conflictiva entre deseo y realidad sino que son productos de una cierta mitología social, entre ellos el de las competencias, el consumo o la imagen. En todos los casos, lo que emerge es un malestar que ya no brota como crítica frente al carácter alienante del sistema sino como exigencia excesivamente conformista de adecuación al sistema.

Usted sostiene que el psicoanálisis está llamado a ponerse al descubierto, a salir del consultorio para poder prestar atención a lo social ¿Pero cómo? ¿De qué modos? ¿Y en qué lugares?

El psicoanalista corre el peligro de convertirse en un animal en vías de extinción. Las curas que propone corren el riesgo de verse reducidas al ámbito de las curas morales del espíritu. De igual modo que, frente a la palabra, un psicofármaco reivindica una utilidad inmediata más segura, las terapias cognitivo-conductuales serían, en cambio, las que se postularían hoy para tratar las patologías más graves. La ciencia experimental promete dar con los genes de la anorexia y de la obesidad. Las terapias químicas o aquellas centradas en el llamado síntoma–clave, como las cognitivo-conductuales, prometen una mayor eficacia y rapidez frente a los tiempos largos de una cura psicoanalítica. El psicoanálisis corre el riesgo así de terminar, en el mejor de los casos, en las estanterías de las universidades o en el museo de cera de las grandes ideas del siglo xix. Corre el riesgo de convertirse en un residuo arqueológico. Nosotros, en cambio, podemos atestiguar, como psicoanalistas comprometidos en la clínica difícil de los nuevos síntomas, que el psicoanálisis tiene también allí su eficacia terapéutica. Hemos experimentado esta eficacia no sólo en nuestros consultorios privados sino también en nuestro compromiso institucional. El psicoanálisis no es una filosofía. Es una práctica terapéutica. Obtiene resultados importantes porque da sentido a la palabra del sujeto, porque, por encima de todo, presta a esta palabra una atención nueva. Es preciso evitar gozar de nuestro privilegio de analistas encerrados en nuestros consultorios. Es necesario dar vida a instituciones diseminadas por el territorio y abiertas a un público no privilegiado, en las que se pueda practicar el psicoanálisis no como una cura elitista del alma sino como una experiencia posible para cualquiera, del propio inconsciente y de su poder terapéutico. Sí, porque en esto consiste la experiencia analítica: la cura torna posible una nueva alianza con el inconsciente, una nueva relación del sujeto con el propio deseo, que ya no es rechazado o delegado en los demás sino que es asumido subjetivamente en lo que es. Hace tres años creamos JONAS: centro de investigación psicoanalítica aplicada a la investigación y cura del malestar contemporáneo. Hoy existen en Italia 15 sedes, esparcidas en las mayores ciudades aunque todavía concentradas en su mayor parte en la zona del centro-norte. La creación de Jonas es un modo concreto de defender el psicoanálisis y su eficacia en la época del psicofármaco y de las terapias cognitivo-conductuales.

En esta mirada del psicoanálisis sobre lo social ¿usted incluye también las problemáticas de los migrantes y de sus culturas?

Para el psicoanálisis cada sujeto es un nómada, un migrante. La identidad es una máscara. Cada uno de nosotros no sólo es un nómada migrante sino que tiene que hacer frente, como nos ha enseñado Freud, a una multitud de instancias internas. En el mundo contemporáneo no es posible evitar interrogarse por una identidad constituida no sobre la exclusión del extranjero sino sobre su progresiva integración respetuosa. En la sede Jonas de Trieste, ciudad fronteriza, inauguraremos pronto un departamento de antropología cultural que se ocupará específicamente de los problemas de la identidad en relación con sus contaminaciones nómadas.

¿Puede el psicoanálisis ofrecer una posibilidad de lectura del clima de miedo que se respira por todas partes?

Diría que lo que actualmente está más difundido no es el miedo, sino el pánico. El miedo, de hecho, es una reacción emotiva frente a un objeto determinado, mientras que el pánico es una reacción frente a la imposibilidad de identificar, de delimitar eficazmente, el objeto dañino del cual proviene la amenaza. En este sentido, nuestra inseguridad lo es en relación con la pérdida de los límites, de los contornos simbólicos que delimitan nuestra experiencia. Incluso aquello que amenaza la propia vida hoy parece carecer de rostro determinado. El terrorismo fundamentalista es, desde este punto de vista, un ejemplo dramático de ello; ha convertido en inservible la idea de un enemigo visible, circunscrito, localizado en límites reconocibles. La bomba puede hallarse en cualquier lado y desbaratar cualquier medida de protección. Ni siquiera la vida de los niños supone una barrera infranqueable frente a la furia ciega del terror. La experiencia del análisis ayuda a reconocer lo extranjero interno que nos habita, nuestro ser más terrorífico, y de este modo nos hace más disponibles y tolerantes ante las incógnitas de la vida.

Se comenta mucho estos días el gesto provocativo del ex ministro Calderoli. Más allá de cualquier consideración política ¿qué lectura hace de lo ocurrido?

Un rasgo de la psicopatología contemporánea es el tendencial debilitamiento del sentimiento de culpa y de vergüenza. Hoy nuestros pacientes parecen más bien padecer de lo contrario: de la ausencia de culpa y de vergüenza. Un claro ejemplo de ello, desde este punto de visto, nos lo ofrecen los actuales políticos. Incapaces de reconocer sus responsabilidades y siempre empeñados en atribuir al adversario la culpa de cualquier cosa. A mi juicio, el ex ministro Calderoli expresa esta tendencia de un modo turbador.