03.09.2013
Prólogo:
Catalanes, españoles o quien sea...
¡Un esfuerzo más!
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1. Un esfuerzo más para atravesar el impasse en el que estamos. Lo que es políticamente factible no cambia nada, y las acciones que podrían traer consigo cambios realmente significativos son, de momento, políticamente impensables. Existe un corte entre el destino personal y el destino colectivo. Y, sin embargo, la gente sale a la calle en miles de ciudades de Europa, del norte de África, del continente americano para gritar que «no nos representan», que «no somos mercancías en manos de políticos ni de banqueros», entre tantas otras nuevas expresiones de una insumisión política mundial. Hemos «aprendido la fuerza del número y la implacable eficacia de un No justo, compacto y unánime» (Pere Quart). La inteligencia colectiva ha descubierto que atacar el subsistema político regido por el código de la representación era lo más eficaz para subvertir la realidad. Fin de la delegación. Los pensadores conservadores, de derecha y de izquierda, tiemblan y como en los años setenta hablan de «un crecimiento exagerado de las demandas sociales», de una «sobrecarga de participación». No han entendido algo mucho más sencillo: en la actualidad, y como efecto del desbocamiento del capital, tod@s somos potencialmente antisistema.
2. Un esfuerzo más para que este despertar, para que estas nuevas formas de politización se muestren en lo que verdaderamente son. Hoy la vida, la propia vida, se ha convertido tanto en un desafío como en un problema común. Hay que evitar las viejas dualidades paralizantes militantes/no-militantes, reforma/revolución… El despertar del que hablan las plazas no es una toma de conciencia, sino la expresión de un malestar que contagia su rabia y, a la vez, su deseo de transformación. El poder creyó durante mucho tiempo que la indiferencia había disuelto los conflictos sociales, y que la precarización nos había hecho más cobardes. La desesperación, sin embargo, trabaja en silencio. Hoy se ha abierto un vacío poblado de cuerpos que quieren vivir y que están aprendiendo a expresarlo políticamente. Necesitamos un esfuerzo más para poder sostener la palabra tomada, para mantener abierto el vacío que se produce en el estómago cuando uno deja de tener miedo. El mismo vacío que se produjo en las plazas cuando en ausencia de identidades (siglas, banderas…) la gente empezó a tomar la dignidad en sus manos y a construir lo que permanece.
3. Un esfuerzo más por perseverar en la apertura de un nuevo mundo que está ya en este mundo, en la exigencia de un cambio radical que implica necesariamente experimentar. «Vamos lentos, porque vamos lejos» quiere decir negarse a cerrar los problemas que la gente con sus luchas está abriendo. Esto es lo que hace el discurso nacionalista tanto en su variante constitucionalista como independentista. El discurso constitucionalista español se reclama de un pretendido orden legal supuestamente elegido por todos, y reivindica un «mejor unidos». El discurso independentista, por su parte, en nombre de un pueblo al que dice defender reivindica un «derecho a decidir». Ambas posiciones se basan en la idea de una unidad de destino y su propuesta sigue siendo también la misma: el Estado. El Estado se impone como respuesta rápida y automática para clausurar un problema demasiado peligroso. Estamos frente a una realidad plenamente capitalista que nos domina sobre todo gracias a las obviedades que ella misma genera. La solución «Estado-nación» es el mejor ejemplo de obviedad que hay que desmontar para poder empezar a pensar. Porque en la actualidad hay algo ciertamente claro: si la realidad inexorable del «esto es lo que hay» es profundamente despolitizadora, la politización mediante el recurso del Estado-nación es ridícula. La práctica de la gente que resiste nos ha enseñado que «cuando nada es político, todo es politizable». Este es el camino de una politización que no se apoya en el Estado.
4. Un esfuerzo más para desmontar, también, la obviedad de las obviedades: «el derecho a decidir». ¿Cómo oponerse a lo que parece ser lo más natural del mundo? En el año 2004, cuando las administraciones catalana y barcelonesa se inventaron la operación especulativa llamada el «Fórum Universal de las Culturas», su presentación ideológica adoptaba también la forma de lo que no puede ser cuestionado. El Fórum defendía tres cuestiones fundamentales: la paz, la diversidad y la sostenibilidad. ¿Cómo podía alguien oponerse a ello? Ciertamente, sólo el más estúpido lo haría. Desde Espai en blanc escribimos un informe –que circuló mucho– analizando el evento como un «laboratorio de fascismo postmoderno» y mostrando los límites reales de la propuesta pretendidamente crítica. Con el «derecho a decidir» sucede algo parecido. El «derecho a decidir», tal como se plantea en este contexto, clausura jurídicamente la verdadera voluntad de decidir, es decir, de decidir cómo vivir juntos dignamente. En los últimos tiempos, miles de personas han empezado a ensayar y a consultarse recíprocamente cómo hacer. Ésta es la verdadera consulta política. ¿Cuántas veces el derecho ha cumplido esta función coercitiva y codificadora que estamos viendo hoy? Lo que está pasando es que se nos devuelve empaquetado como reivindicación de un derecho nacional, lo que ya es una decisión de transformación política que va mucho más allá. Frente a la fuerza del anonimato, frente a la potencia destituyente del «no nos representan», frente a la necesidad de tener que aprender a decir «nosotros» sin saber quiénes somos, se apela a un pueblo que pasa a distinguirse necesariamente de los demás y se lo llama a manifestarse a través de una consulta. Ante la centralidad de la idea de consulta, se sitúan las diversas posiciones que configuran hoy el mapa político redefinido por el discurso nacionalista: 1) rechazar la consulta por ilegal, desde el constitucionalismo; 2) reivindicarla como un derecho histórico de los pueblos oprimidos; y 3) llevarla más allá, desde un nacionalismo crítico y socialmente transformador, apuntando a la exigencia de «decidirlo todo». Pero dentro de este marco, decidirlo todo se convierte fácilmente en no decidir nada.
5. Un esfuerzo más, por tanto, por reapropiarnos de la decisión, pero en ningún caso desde la captura en una identidad política. Está claro que España es un problema no resuelto, un problema que no es abstracto o esencialista, sino que tiene una historia. Concretamente, en nuestro tiempo más reciente, esta historia es la de la transición postfranquista y el Estado de los partidos que impuso, en definitiva, la democracia que tenemos. El 15M ha sido la expresión más clara del final de esa transición y sus consensos sociales, políticos y nacionales. En esta brecha abierta, no es cierto que la consulta por el «derecho a decidir» sea un ejemplo de radicalidad política, bien al contrario, no supone ninguna verdadera ruptura. Reapropiarse de la decisión no es marcharse de España encadenados a un nuevo Estado, sino implicarnos para deshacer por fin España y, antes que nada, este Estado de los partidos heredado de la transición.
6. Un esfuerzo más para ir más allá de la dualidad Mismo/Otro. No se trata de sustituir un «mismo» por otro «mismo»: es decir, España por Cataluña o Cataluña por la Europa Sur como una totalidad. Tampoco se trata de alimentar nuevas dicotomías organizadas sobre una falsa lógica amigo –enemigo: España contra Cataluña o, en el contexto europeo, Alemania contra los países europeos del sur. Son trampas interesadas porque desvían la atención. Las relaciones políticas de amistad y de enemistad se sitúan hoy en el marco de una reactivación de la lucha de clases en la que las clases dominantes han tomado la ofensiva. Para nosotros, está claro que los enemigos son hoy los poderes, de distinto tipo y escala territorial, que se están apropiando de la riqueza colectiva y que destruyen, con renovada violencia, los vínculos sociales y los espacios de vida común. La diversidad histórica, lingüística y cultural, en Cataluña y en tantas otras partes del mundo, forma parte de esta riqueza que hay que cuidar y defender colectivamente. Para ello, pensamos que es importante pasar de la lógica Mismo/Otro, identidad/diferencia, a una redefinición práctica del sentido de la riqueza. Desde un nuevo paradigma de la riqueza como aquello que no se puede capturar bajo ninguna dualidad, se hace posible experimentar políticamente un juego de posiciones sin solución ni síntesis: una trama de puntos de negociación entre instancias y escalas territoriales diferentes, capaz de establecer alianzas y de reconocer los verdaderos enemigos en cada situación. En definitiva, cuando los Estados-nación ya no son soberanos, se trata de pensar de nuevo el ejercicio de la soberanía política.
7. Un esfuerzo más, porque algo que no sabemos a dónde nos lleva ha empezado. Nuestro objetivo no es Ítaca, sino este mundo común que compartimos y en el que aspiramos, junto a tantos, a una vida digna. Algo ha empezado, y políticamente se está traduciendo mediante la idea de proceso, y más concretamente, de procesos constituyentes. Un esfuerzo más para no encerrarlos tampoco en el código político unidimensional de lo electoral o de los procesos electorales. No negamos la importancia en un momento dado de intervenir en la política parlamentaria para cambiar las cosas de manera efectiva. Pero para ello los procesos constituyentes puestos ya en marcha no deben olvidar su poder destituyente: lo dijeron bien claro las plazas, «no nos representan». Ni éstos ni aquéllos ni las instituciones tal como pautan el juego, cerrado y estéril, de la política hoy. No somos ingenuos y sabemos que hoy una revolución no es empezar de cero. Quizá por eso ya hemos empezado. A dónde podamos llegar depende hoy de las palabras que escojamos para dibujar los caminos que vayamos a seguir y a inventar. No es sólo una cuestión discursiva o narrativa. Es una cuestión política en la que se juega el actual combate del pensamiento.
8. or esto hemos hecho, entre muchos, este libro. Después de la manifestación del 11 de septiembre de 2012 lanzamos un Pressentiment que tuvo mucho eco; hacía un llamamiento: «¡Catalanes, un esfuerzo más!». Este llamamiento quisimos compartirlo con nuestros amigos, cómplices e interlocutores, catalanes, españoles o lo que sea, nos da igual. Por eso abrimos la convocatoria para mandar textos breves o imágenes que respondieran abiertamente a este desafío. A lo largo de estos meses hemos recibido muchos, tantos que no los hemos podido poner todos en la versión en papel. También hemos recibido algunos silencios y negativas significativas. Queremos agradecer ante todo el esfuerzo de cada uno de los que han respondido al llamamiento, porque sentimos realmente que ha sido un esfuerzo más. Cada uno de los escritos y propuestas que recogemos son fruto de una verdadera elaboración valiente de la brecha abierta, elaboraciones que en muchos casos no han sido fáciles y que han abierto vacíos, enojos y preguntas incómodas. Cada uno, además, ha asumido su posición sin buscar el consenso con el resto, hasta el punto de que ni siquiera este prólogo será del acuerdo de todos. El conjunto es raro: raro por escaso, ya que entorno a esta cuestión no hay muchos lugares donde se pueda hacer el ejercicio de pensar libremente sin adherirse a ésta o aquella posición. Raro, también, por desconjuntado: no hemos querido construir falsas coherencias, sino recoger la disonancia de nuestro entorno más cercano (política y vitalmente hablando). Por eso es un libro que sólo puede ser inacabado. Pensamos que este inacabamiento no es una posición estética, sino una verdadera interpelación en el impasse de lo político. Un esfuerzo más.