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24.12.2003

El Estado-guerra. Algunas preguntas

Este cuestionario fue distribuido por Espai en Blanc después de las Jornadas sobre el Estado-guerra. Las respuestas que se reproducen a continuación son las de Ramón Germinal.

La cuestión que se propone es si –y cómo– la producción capitalista de orden se ha desplazado hacia una forma inédita: el Estado-guerra. Discutimos, pues, si los dispositivos y políticas que articulan el nuevo modo capitalista y que han sido analizados bajo títulos como “sociedad red”, “globalización”, “postfordismo”, “sociedad de control”, “ciudad empresa”, etc, quedan o no esencialmente alterados por la aparición de una forma de Estado que asienta la política en cuanto guerra – y no al revés– como fundamento del orden social.

1) La interrogación sobre el Estado-guerra puede encauzarse, al menos, a través de dos hipótesis: a) el Estado-guerra es un mero indicador de la irrupción de una nueva matriz de gestión y de gobierno de los conflictos sociales y geopolíticos desatados por el nuevo capitalismo; b) el Estado-guerra es un acontecimiento irreductuible (marca una discontinuidad en la historia y es ininteligible desde la causalidad), cuyos efectos sociales y políticos son inmanentes a su constitución. ¿Qué consecuencias entraña analizar el Estado-guerra a partir de estas hipótesis? ¿Podría formularse alguna otra?

Hipótesis A. La más continuista de las dos. A cada variación capitalista le corresponde una forma-Estado, una estrategia de gestión y de gobierno de los conflictos sociales: Estado-plan, Estado-crisis y ahora Estado-guerra. Las consecuencias de analizar el Estado-guerra a partir de la Hipótesis A (HA) son varias:

  • El nuevo capitalismo del siglo XXI se enfrenta a una explosión de desorden, fruto de 30 años de destrucción de vínculos sociales durante la Gran Transformación que sigue hoy en curso. El Estado-guerra sería la forma más adecuada a este proceso, por lo que tiene un antes y puede tener un después en su devenir. Podría definirse como un Estado de excepción-adecuación del fascismo postmoderno. La deriva autoritaria de la sociedad tecnológica y del proceso de financiarización capitalista explicarían la irrupción de esa nueva matriz de gestión y gobierno que es el Estado-guerra. Pero hay más…
  • El Estado-crisis, como han dicho ya algunos amigos, ha caducado a partir del 11 de septiembre de 2001, en la medida que es incapaz de gestionar lo imprevisible. El Estado-guerra para la HA sería la respuesta: su política es la guerra global y preventiva en todos los terrenos con el reforzamiento del Estado penal, la restricción de derechos y libertades, la precariedad social o la intervención militar. Este análisis es insuficiente, o mejor dicho, ignora lo principal: los riegos son conocidos y probables, por lo que pueden gestionarse; en cambio, el peligro es imprevisible, sólo se le puede vencer, hacer que desaparezca. Es lo que intenta el Estado-guerra adjudicándose la posibilidad de matar, en un mundo donde el fascismo postmoderno canta a la vida que nos obligan a vivir.
  • La gestión del miedo vende seguridad y produce orden. Visto desde la superficie, el Estado-guerra sería un nuevo motor para la economía capitalista, mera continuidad del Estado-crisis, su devenir más lógico. Sin embargo, no debe echarse en el olvido la convivencia entre fascismo postmoderno y Estado-guerra, así como la noción de biopoder y la política de la relación que incide en la autoprodución de emociones.

Hipótesis B. El Estado-guerra no es la continuación de nada, es un Acontecimiento y no puede explicarse desde la causalidad. ¿Como podemos casar las hipótesis A y B? Siguiendo la hipótesis A, el Estado-guerra es la continuación de otra forma-Estado y hay suficientes causas para explicar su irrupción, incluso podríamos añadir, que a lo largo de la historia, en los Estados teocráticos o en el Imperio romano, pueden encontrarse algunos rasgos similares a lo que siglos más tarde comenzamos a denominar Estado-guerra. Pero toda continuación puede verse interrumpida por un “acontecimiento irreductible”, porque no bastan un cúmulo de causas para explicarlo (hipótesis B). La forma-Estado no es un camino de dominación fijado por el destino, es una de las malas obras humanas, y su continuidad puede desviarse mediante un acontecimiento ininteligible, o por lo menos difícil de explicar partiendo de hechos causales como marca la racionalidad moderna. La única posibilidad de casorio, como en todo ayuntamiento, es la de juntar lo mejor de ambas hipótesis:

  • El Estado-guerra no es un sólo un mero indicador del cambio en la Forma-Estado, continuador de la estrategia capitalista, para responder ante nuevas situaciones. Es un Acontecimiento en sí mismo, precisamente, porque no bastan -aunque es necesario tenerlas en cuenta- las explicaciones causales para hacerlo inteligible.
  • El Estado-guerra nace de una derrota, la del 11-S por un imprevisto en forma de aviones de pasajeros atravesando las Torres Gemelas. Lo que define un Acontecimiento -con mayúsculas- es su imprevisibilidad; los acontecimientos -con minúsculas- fruto del devenir, de la acumulación de causalidades si son previsibles. No hay en el mundo un instituto de prospectiva que pudiera vaticinar lo acontecido el 11-S, ni bolas de cristal, sólo la factoría de terror holliwoodiense pudo aproximarse. Lo imprevisible, como el azar o determinadas acciones del comportamiento humano, actúa contra el “destino escrito en las estrellas”, contra la “omnipotencia” de la Divina Providencia, contra todo determinismo y mecanicismo; es una cualidad de la que carecen las máquinas, por lo que se intenta eliminar. Paradójicamente, la sociedad tecnológica contribuye a crear muchas vulnerabilidades e imprevistos; basta con citar las consecuencias imprevisibles de utilizar en la agricultura organismos modificados genéticamente. Otra paradoja es que el Estado-guerra como Acontecimiento nacido de una imprevisibilidad, convierta la política en actos de guerra, desplegándola en todo el mapa para combatir lo imprevisible, con lo cual se asegura que nunca va a ganar, pues lo imprevisto forma parte de la naturaleza y del comportamiento humano, a pesar del esfuerzo por reconstruir y clonar hábitat o seres vivos mediante biotecnologías, y los numerosos intentos (con cierto éxito) por regular-robotizar la conducta humana.
  • Pensar el Estado-guerra como Acontecimiento, cuya génesis es su propia autocreación (López Petit) tiene la consecuencia de plantear su centralidad política. Desde su constitución el Estado-guerra emprende una fuga hacia adelante, de guerra contra todos, que muestra su destino nihilista. Ya está dicho en las aproximaciones a las debilidades del Estado-guerra, pero es necesario repetirlo. “El Estado-guerra no sabrá distinguir: en el Otro entre diferencia y enemigo; en el desorden, entre caos y terror; y finalmente en el futuro, entre novedad e incertidumbre. Esta indiferenciación en la medida que se generaliza afecta directamente a la dinámica de cambio en la sociedad” (…) “Queriéndose apolítico politiza todo lo que toca”. La centralidad política del Estado-guerra, mostrada por sus debilidades, permite apostar por un impensado: un programa de subversión apuntando a dianas bien señalizadas, para que la munición disidente agujeree esa realidad que se confunde con el capital.

2) En el Estado-guerra las emociones se ponen a trabajar, se conforman en el interior de la economía capitalista: devienen objeto a producir y producto a administrar, genera subjetividades y organizan experiencias; provocan un repliegue del individuo sobre sí mismo. En este sentido, el miedo se ha erigido como el sentimiento medular del funcionamiento del Estado-guerra, se ha convertido en un factor de producción de orden de cuya administración depende, en buena medida, la neutralización de la acción política. Si esta reflexión resulta pertinente, ¿qué lógicas, discursos y actuaciones permiten dilucidar con mayor claridad los signos de esta relación entre miedo y política? ¿Podría hablarse de una economía política de los sentimientos en el Estado-guerra?

La reflexión es pertinente y la relación entre miedo y política es histórica; experiencia intensamente vivida para la gente de más de cincuenta años durante el franquismo. Con el Estado-guerra, el miedo vuelve a sentirse intensamente pero de otra manera, en más terrenos. Sobre lógicas, discursos y actuaciones van estas reflexiones.

Lógicas. El sentimiento de miedo a lo desconocido, las emociones que produce ha formado parte, desde los tiempos primitivos, de la lógica de la dominación. Los seres humanos inventaron los dioses para aplacar sus terrores ante los fenómenos naturales, explicar su “lugar” en el cosmos y apaciguar el temor ante la muerte. Los dioses exigían sumisión ante el mandato divino -la Divina Providencia- interpretado por sus delegados en la Tierra: Sacerdotes, Emperadores, Reyes o miembros de la Nobleza. En los tiempos oscuros, desde la Antigüedad al feudalismo de la Edad Media, la lógica de la dominación se asentaba sobre el miedo al castigo divino. Tras el Renacimiento el miedo ha tenido orígenes más materiales basados en la lógica de la mecanización y el Progreso.

Miedo a perder los medios propios de subsistencia y a la proletarización forzosa, miedo a la pobreza, a la enfermedad y a la muerte por no disponer de dinero para salir de ella, recuperar la salud o retrasar la llegada de la dama de la guadaña. Estos son los miedos principales de la Modernidad producidos por la pérdida de bienes comunales, el triunfo del maquinismo y la importancia del dinero para vivir el presente y forjarse un futuro. El Estado del bienestar vino a paliar muchos miedos generando seguridades en la sociedad del consumo de masas, al pactar la normalización y el orden con las organizaciones del movimiento obrero que habían declarado la guerra de clases un siglo antes. En el ocaso de la Modernidad, vuelven los miedos de la época en forma de paro, precariedad y exclusión social, con el añadido de un sentimiento de orfandad por la pérdida de cultura de clase, de sentirse sólo ante el mundo.

En todas las épocas anteriores hubo una lógica del miedo, que relacionaba a éste con la política como instrumento de dominación por parte de los poderes establecidos. Una lógica bien explícita en los discursos sobre la servidumbre voluntaria o el Progreso. Servir a un señor o volar acompañado de aires progresistas desterraba el miedo al infierno del libre albedrío, amortiguaba el pavor a quedarse retrasado en los avances científicos y en el desarrollo económico (y por tanto en el bienestar material), animaba a no perder el tren de la historia. A pesar de la lógica del miedo, la rebelión de los esclavos, las revueltas antifeudales y todas las insurrecciones de los siglos XIX y XX demuestran que el restablecimiento, mantenimiento y producción de orden a lo largo de la historia ha corrido a cargo de las fueras coercitivas del Estado, mereciendo la pena destacar el papel destacado de las instituciones disciplinarias. La lógica del miedo en el Estado-guerra es de naturaleza diferente, no se limita al temor coercitivo, a la interiorización disciplinaria, o al agobio del control social en forma de “ojo” que todo lo ve; miedos impuestos. Con el Estado-guerra el miedo se auto-produce en el interior de cada persona; el miedo gana batallas en el cuerpo al cambiar más seguridad por menos libertad, convirtiéndose en un poderoso vínculo social, por el cual se produce orden.

Discursos. El discurso del miedo lo ejemplifican los fascismos del siglo XX. El terror nazi llegó a simbolizar (entre algunos miembros de la Escuela de Frankfurt) la máxima expresión del totalitarismo de la máquina. El discurso del miedo en el Estado-guerra tiene como base a la seguridad del individuo-máquina, que necesita estabilidad, emociones controladas, producir servicios regulares y ser una mercancía con certificado de calidad, diverso en su autenticidad y satisfecho con su realización personal. Este discurso del miedo no sólo provoca un repliegue del individuo sobre si mismo y neutraliza la acción política, sino que la sustituye por la guerra: Discurso de la mano dura, tolerancia 0, racismo, xenofobia, guerra preventiva…

Actuaciones. La participación masiva (por quienes se lo pueden permitir) en los Planes de Pensiones; el voto secreto e individual que reafirma la cualidad democrática de poder elegir o escoger entre la política de seguridad tradicional y original (derechista) frente a la copia (izquierdista), dando los resultados electorales conocidos; el incremento del negocio de la seguridad en beneficios y empleos; la resignación ante lo obvio y la intervención política sólo en el campo de lo posible, porque sólo pensar lo imposible da pavor son muestras preclaras de la relación entre miedo y política. La lógica, los discursos y las actuaciones que permitan dilucidar los signos de esta relación perversa, no son las guiadas por el sentido común. Dilucidar, esclarecer, explicar estos signos requieren de una lógica fuera de toda lógica, que arme un discurso subversivo expresado en la acción del gesto radical capaz, aunque sea momentáneamente, de interrumpir la relación entre miedo y política. Una vez puesto en claro los dichosos signos nada nos impide llevar un vida política, salvo nuestros propios temores. Toda una batalla a librar cuerpo a cuerpo.

Puede hablarse de una economía política de los sentimientos en el Estado-guerra, si se quiere seguir y ampliar la crítica marxiana, pero hay que ir más allá. En la crítica de la economía política de Marx, se analiza las relaciones de producción capitalista para explicar el capital como relación social entre clases, relaciones en las que hay dominantes y dominados. Las emociones pueden devenir en mercancías producibles (¿quién no besa, llora, expresa sentimientos, siguiendo los patrones de las miles de películas vistas?) y en productoras de subjetividades. El Estado-guerra produce orden a partir de un sentimiento, el miedo, pero dicha producción no esta basada en la relación entre dos clases separadas, en la que una produce y las otra se lleva el beneficio del plusvalor; el miedo es materia prima para la producción de orden, pero no se produce en una fábrica, cada individuo es un centro de producción y consumo relacionado (en red) mediante un vínculo identitario con las instituciones. O lo que es lo mismo, en la producción de orden intervienen los centros productivos individuales y las instituciones que ensamblan la producción final destinada al individuo-consumidor. Más allá de Marx y de la economía política es partir de la ambivalencia del poder; al fin y al cabo estamos enredados en esa maquinaria de dominación a la que llamamos Estado-guerra, pero lo que queremos, aunque sea doloroso, es desgarrarnos de ella.

3) Los dispositivos del Estado-guerra producen estrategias que extirpan la naturaleza política de nuestro imaginario social, de tal forma que se anula o se neutraliza la distinción entre verdad y mentira. Puede sostenerse que no se trata de una empresa relativista, ni tampoco de un tratamiento pragmatista de la verdad, más bien parece tratarse de dispositivos de producción de verdad ajenos a la comprobación, a la argumentación o a la deliberación. ¿Podría hablarse entonces de la inscripción de un nuevo régimen de verdad con la irrupción del Estado-guerra? ¿Qué peculiaridades caracterizarían a este nuevo régimen de verdad y cómo se materializa su funcionamiento?

Con el Estado-guerra retorna la realidad que se dice de una sola manera (la que impone el capital), la realidad verdadera. La verdad como proposición o enunciado debe ser refrendada por la comprobación, la argumentación y la deliberación, sin embargo, puede afirmarse que con el Estado-guerra varía el régimen de verdad. Paro que algo sea verdad tiene que salir en televisión. La realidad que se dice una, se construye superponiendo (montando) la realidad virtual como realidad verdadera. La verdad cambia de estatuto, no necesita someterse a comprobación alguna, le sobran los argumentos y rechaza cualquier posibilidad de discusión en torno a ella. Así fueron las verdades de las guerras del Golfo y de Irak, así son las verdades de la lucha contra el terrorismo. Más allá de la propaganda, el Estado-guerra construye verdades, que no se distinguen de las mentiras, pues ya no se rigen de igual manera; la reteologización del Estado-guerra protege su verdad con el manto de la fe, de la inmutabilidad, de la Verdad eterna, o la fuente de toda verdad, es decir, Dios.

Entre las peculiaridades del nuevo régimen de verdad destaca aquella vieja máxima de la propaganda nazi: “una mentira repetida muchas veces al final se convierte en una verdad”. Si durante el florido mayo, el repetidísimo rezo del rosario convencía a la infancia de la virginidad de María, podemos imaginar la estatura verdadera que alcanzan las patrañas emitidas gracias a las nuevas tecnologías de la información.

La verdad puede ser dolorosa o hacerte gozar; distante o próxima siempre te salpica, te implica y compromete. El nuevo régimen de verdad es como una simple caja envuelta en papel de regalo: es limpia, agradable, dentro sólo hay vacío, no importa lo que hagas con ella, te facilita la impunidad.

La verdad del Estado guerra funciona como anestesia para gente que padecen de malestar de lo social.

4) El Estado-guerra opera ensamblando componentes paradójicos: consenso y adhesión, obviedad y consigna, diálogo y propaganda, representación y liderazgo, derechos y excepción, paz y guerra. Es decir, engendra un diagrama que articula una racionalidad en el que aparecen dispuestas categorías que cristalizan en órdenes represivos y productivos que sostienen y vertebran una determinada gestión y administración de gobierno. ¿Cómo podrían dilucidarse las prácticas mediante las cuales el Estado-guerra funda y sostiene estas paradojas? ¿Qué manifestaciones y qué transformaciones operan en la vida cotidiana?

El Estado-guerra acopla paradojas tan contradictorias para su funcionamiento como los conceptos, consenso y adhesión. Explicar las prácticas que lo hacen posible puede aproximarnos a vislumbrar las transformaciones, que acontecen en la vida cotidiana. Reclama consenso ante la obviedad de la realidad impuesta por el capital; para ello fomenta el diálogo y la representación con el afán de aprehender la máxima cooperación social y articular, mediante la regulación de derechos sociales, su particular discurso sobre la paz entre el pueblo elegido por él para ser gobernado. No hay que olvidar que el Estado-guerra es una readecuación del fascismo postmoderno ante un Acontecimiento, por lo que el consenso está en la base de su discurso.

La readecuación consiste en introducir elementos del fascismo clásico en su política como guerra, por esto exige adhesión y liderazgo; lanza propaganda y todo tipo de consignas para que la excepción sea lo normal en la guerra contra el enemigo declarado. La manifestación más clara de este ensamblaje en la vida cotidiana es la negación de la relación espacial y social con respecto a la conexión / exclusión social, aunque sea mucho más fácil formar parte de los excluidos sociales si se vive en África o América Latina, dominado por la precariedad laboral y sin enganche a Internet. La conexión en la sociedad -red se legitima formando parte del pueblo elegido por el Estado-guerra, se combate al Otro, al enemigo, al excluido social, que puede ser cualquiera.

La transformación más visible en la vida diaria es el incremento de la delación.

5) ¿Puede subvertirse el Estado-guerra? La respuesta no puede ser otra que afirmativa. Sin embargo, bajo esta respuesta subyacen otros interrogantes: ¿qué acción política debe oponerse al Estado-guerra? ¿Mediante qué prácticas políticas pueden abrirse espacios de resistencia y construir intervenciones que enfrenten la especificidad del Estado-guerra como dispositivo capitalista de producción de orden?

Sí que puede subvertirse el Estado-guerra, más sabiendo de las debilidades de las que parte. La acción política que se opone al Estado-guerra es la que profundiza en sus heridas hasta lograr su muerte. Como peligro que es sólo cabe su derrota, nunca el seguir gestionando posibles hasta reconducir al Estado hacia los terrenos del consenso y la democracia, uno de los polos de la(s) paradoja(s) que le permite funcionar. La caricatura circula estos días entre Madrid y Barcelona: desde la capital del reino gobierna el Estado-guerra una derecha ultramontana y en la ciudad condal un gobierno de “esquerras” en la Generalitat pretende gobernar desde el consenso y la movilización de la ciudadanía. ¿Estado-guerra contra fascismo postmoderno? Tanto Aznar como Maragall son funcionarios del Estado-guerra; la alternativa posible es la marca Barcelona, una esmerada apuesta por la movilización de las diferencias -una de las bases del fascismo postmoderno- pero sin olvidar otras movilizaciones impuestas desde el Estado penal. La marca Barcelona sólo es la imagen “blanda” del fascismo postmoderno ocultando su readecuación al Estado-guerra, que siempre negará.

Profundizar en la herida es repetir el gesto radical machaconamente, como un punzón que una y otra vez se hunde en las debilidades del Estado-guerra. Si politiza todo lo que toca, con el gesto radical, las “enmiendas a la totalidad”, la negación de este sistema criminal están a la orden del día. Se abren las puertas para que del malestar de lo social surjan acciones subversivas. Repetir el gesto radical no es lo mismo que actuar siempre igual hasta ser absorbidos o neutralizados; el gesto radical ha de ser repetitivo en cuanto al tipo de acción política que se plantea contra el Estado-guerra, pero innovador en cada una de sus prácticas.

Abrir espacios de resistencia al Estado-guerra es lo mismo que combatir el miedo, restar materia prima a la producción de orden. Y esto sólo puede hacerse con prácticas que refuercen los escasos vínculos sociales existentes y creando otros nuevos, frutos de llevar una vida política y del vivir en común. Hay que desterrar la soledad frente al Estado. El ejercicio de una acción política unilateral, de reapropiación social (okupación “Miles de viviendas”, yomangos anónimos, comedores colectivos, cooperación y autosuficiencia alimentaria, etc.) no sólo es la mejor forma de combatir la precariedad social, sino que contribuye a crear nuevos vínculos sociales; gente que rompe lazos y ataduras con la movilización de la vida impuesta por el fascismo postmoderno, que arroja los miedos de “vivir en el alambre” convirtiendo en nuevos bienes comunales, en dinero gratis, lo que antes era mera mercancía. Y todo ello sin esperar a convencer a las multitudes para que se constituyan en sujeto plurales y diverso para cambiar el mundo. Hay que ser más modestos aspirando a cambiar la vida, al momento, de la gente que ejerce el gesto unilateral en una sociedad tecnológica cuya lógica de dominación es el fascismo postmoderno.

En la acción política contra el Estado-guerra caben también prácticas reivindicativas, sobre todo las relacionadas con los ataques a la libertad por parte de la maquinaria de guerra del Estado. Es importante poner en marcha campañas contra el Estado penal (construcción de cárceles, actuaciones policiales, legislaciones punitivas, etc.) reforzado con el Estado-guerra, contra el copyrigth y las patentes de la vida. Campañas que pueden obtener la presión social -sobre los gobernanates- de millones de personas y que sirven como puentes para que alguna gente atraviese el río del miedo y pase de la orilla del reivindicar, a la del tomar, mediante la acción unilateral, la vida en sus manos.

La acción política más unilateral es el sabotaje contra la producción de orden. Ello implica hacer saltar por los aires las fuentes de alimentación de esta factoría: los muchos miedos que soportan nuestros cuerpos. ¿Cómo practicar este sabotaje? Haciendo amigos, gente afín. La afinidad se basa en la confianza, en el conocimiento compartido, en el vivir en común, o lo que es lo mismo en la lucha como gesto y grito demostrativo: no estamos solos frente al Estado.