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03.09.2013

Nacional-ismo

Los ismos, los grandes relatos se desactivan, porque no son capaces de abarcar el mundo presente y, a la vez, porque las personas actuales no somos capaces de soportar grandes verdades sin convertirlas en grandes mentiras. Quedan como sectas en las que se refugian, curiosamente, los individuos más débiles que deciden que es mejor vivir en el refugio de una mentira que enfrentarse al vacío que nos deja su desaparición.
Sin embargo, el nacionalismo permanece, funciona hasta en sus expresiones más arbitrarias y, además de mantenerse siendo capaz de atravesar los momentos de reflujo, se activa periódicamente ocupando, lleno de vigor, un primer plano. Es curioso o así nos resulta.
¿Quién fue el desalmado que no se acercó a poner unas flores o una vela a lady Di, conmocionado por su muerte, por la «noticia», por la manipulación de su muerte? El nacionalismo conecta con la zona más baja y manipulable del ser humano: los sentimientos. Entre ellos el de lo peculiar y propio, el victimismo de que nos haya sido y nos esté siendo arrebatado, lo que crea un nosotros en el que identificarnos y nos permite escapar, huir, de la soledad, del vacío…, de la muerte.
Pero, ¿le importa y llega el nacionalismo a aquello que propugna?, ¿tiene algo que ver, por ejemplo, con alguna forma de indigenismo? Naturalmente que no. La propuesta nacionalista siempre es de modernidad y progreso, arrasadora de aquello que dice propugnar. Queda la lengua, claro. Una lengua que fue riqueza, otro vehículo de un pensamiento otro, que hoy no vehicula más que lo que hay.
El problema del nacionalismo es el mismo que el de lo político: la mentira en la que está instalado y alimenta, el convertir todo en mentira.
Y sin embargo, detrás hay algo noble: la nostalgia del paraíso perdido, de una edad dorada. Nostalgia reforzada por la visión de un mundo de asco y sin remedio, como si no habiendo futuro solo nos quedara el pasado.
¿Puede caber un nacionalismo con sabor a tierra, no político, hecho de un legado recibido y a transmitir, que ahonde en alguna forma de mandato que nos constituyera? Cabría, pero no sería nacionalismo, nada tendría que ver con el refugio ni con el rebaño. No podría, por tanto, ser político, ser nacionalismo.
Termino. ¿Es el nacionalismo un problema específico? Tampoco. Sí forma parte del problema, está en ello, le añade diversidad formando parte de «la gestión» que lo alimenta.
Supongo que tendremos que acostumbrarnos a vivir con el nacionalismo, no siendo y aun estando en contra, por supuesto, pero no necesariamente siempre en encontronazos con él. El problema es otro y al nacionalismo habrá que tratarlo como parte, pero sin convertirlo siempre y necesariamente en problema específico. Hay que combatir lo político, dentro del cual está el nacionalismo plenamente integrado. A veces el ataque al nacionalismo, a la parte, será apto para el ataque al todo, a lo político, y habrá que usar esa vía. Pero no creo conveniente obsesionarse con él. Y lo cierto es que a veces obsesiona.