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03.09.2013

Ser y estar

La conjugación.

En Cornellà, me preguntaban ¿de dónde eres? De al lado del Eroski. Entonces eres del centro, matizaban.
En Barcelona, me preguntaban ¿de dónde eres? De Cornellà, al final de la línea 5. Entonces eres de barrio, se sobreentendía.
En Hostalric, me preguntaban ¿de dónde eres? De Cornellà, a las afueras de Barcelona. Entonces eres de Can Fanega, decían.
En Toulouse, me preguntaban ¿de dónde eres? De Barcelona. Entonces eres catalana, subtitulaban los entendidos.
En Mostar, me preguntaban ¿de dónde eres? De Barcelona. Entonces eres española. Y acto seguido enchufaban a los Gipsy Kings a todo trapo.
En Dakar, tras tres años en el vecindario me preguntan ¿de dónde eres? De Liberté 1, al lado del estadio Demba Diop. La respuesta no parece satisfacerles. No, que de dónde eres, insisten.
Y aparece toda la problemática del ser y el estar. El ser impreso en el pasaporte, en el acento, en los rizos y el ademán. El estar, yendo de un lado a otro, a través de fronteras que se nos abren cada día con mayor dificultad. Entre el ser y el estar: la carne. El cuerpo a tientas. El cuerpo siendo y estando a medio camino entre una casa y un hogar.

El hogar.

En este estar siendo, construimos refugios efímeros donde poner la carne en reposo. Espacios ínfimos donde maceramos afectos y defectos. Hogares discontinuos para rearticular lo que queda de nosotras al final del día.
Desde Kédougou, a dos pasos de la línea de puntos que separa en los mapas (y une por los caminos) Senegal, Malí y Guinea, me pregunto dónde está mi casa. Hasta dónde me siento como en casa. Puesto que cuando el cerebro se da a la fuga por la senda migratoria, el cuerpo le sigue con las maletas cargadas de alergias, tendencias y querencias.
Preguntarse por el hogar supone en general descubrir dónde no te encuentras a gusto, cuáles son los recodos que te llevan a la extranjería, qué contornos te acogen sea donde sea que te encuentres.
Uno de los ancianos del lugar corrige mi pregunta. No se trata de sentirse como en casa, se trata de estar en casa. De nuevo la conjugación de lo que pasa y lo que queda.
¿Cómo sacar provecho del trayecto sin dejarnos caer en el intento? ¿Cómo hacer de la dispersión nuestro asidero?

La marea.

Cuenta Glissant que hay un lugar en la isla de la Martinica, la playa del diamante, donde cada noche corre un hombre. Dice Glissant que el hombre empezó un día andando, y con la inercia de las idas y venidas de un extremo al otro de la playa su caminar se hizo carrera. Cada día más flaco, al ritmo de la marea, el hombre fue envejeciendo hasta el límite de la invisibilidad. Observándole desde lejos, Glissant disecciona el impulso del corredor, aquello que le hace ajeno a nosotros, ensimismado en su carrera de fondo hacia la noche.

Nosotros no aceleramos, no nos precipitamos por miedo a caer.
Sintomáticamente, en las ciudades ibéricas el malestar del nosotros se ha autodenominado marea. Mareas rojas, amarillas, verdes, blancas, azules, negras. Y en esta marea inconstante e incesante, por un momento, podemos dejar atrás el frío del infinitivo. Nos alojamos en el hogar gerundio del ser siendo y el estar es-tando.
Una masa líquida que cada vez que se retira, deja en la playa los cubos identitarios con los que algunos se afanan a vaciar el mar. Cubos de plástico viejo que se cuartean a la intemperie de las respuestas insuficientes. Juguetes con los que entretener el hastío del no precipitarse.

La caída.

Tomando una por una las olas de esta masa, la energía del desencanto podría impulsar la carrera. Hacia ninguna parte, tal vez, hacia el precipicio, quién sabe, hacia el filo de lo posible para saltar al otro lado del método. Caigamos.
Caigamos hacia la intemperie del después de las certezas. Dejémonos caer al ritmo de un cuerpo que, si deja de correr, desaparece. Haciendo como si el mundo fuera nuestro a pesar de los pesares.
Es probable que al final de la caída, sea la telaraña de este malestar que nos nubla la vista la que atenúe los golpes. Transitando al ritmo de las olas por la opacidad de todo lo que es y está.
De todo lo que está por ser.

Kédougou, Senegal 2013