03.09.2013
Periferia
I
Quizás Nerón llegó a quemar una ciudad que empezaba a resultar molesta para hacerse otra, más a su gusto. Siglos más tarde, Napoleón III soñó su París moderno. El fuego había tomado forma de ley y bastaron algunos cambios en la normativa de expropiación del suelo junto a un elevado endeudamiento para hacer París realidad.
Bajo la exigencia de «hacer circular el aire y a los hombres» se pusieron en marcha las medidas urbanísticas que transformaron la capital francesa en una ciudad moderna en el siglo xix. Pero las palabras del prefecto Rambuteau no referían únicamente a mitigar la amenaza de una peste reiterada –propiciada por la densidad de población de los barrios y las pésimas condiciones higiénicas–, sino, al mismo tiempo, hacer frente a los levantamientos populares que habían tenido lugar desde la época de la Revolución, favorecidos por una estructura poco manejable, de herencia medieval. Haussmann asumió el encargo de hacer circular el aire, a través de calles más anchas y rectas, a lo largo de los grandes bulevares que ocupaban el lugar de los barrios hacinados, bulevares que facilitaban, llegado el caso, la entrada de las tropas para sofocar cualquier revuelta. Esta tarea de higienizar el centro requería también hacer circular a los hombres, desplazar parte de la población hacia la periferia, dando lugar a los suburbios, banlieues. Esa fue la norma de saneamiento, a la par que norma de modernización, de la capital francesa.
Las consideraciones políticas y estratégicas del urbanismo parecen haber quedado reducidas hoy en la práctica a solucionar los problemas de circulación en hora punta, a aliviar la congestión de las vías de entrada y salida de nuestras ciudades. La racionalidad del trazado urbano sigue cuidando que no lleguemos tarde al trabajo, que no nos perdamos ni desorientemos. A qué hora cierran los parques o cuántas personas pueden pararse a hablar o sentarse en una calle, son cuestiones reguladas por las ordenanzas municipales sobre el uso y ocupación de la vía pública. Estas normativas son el fuego que legisla el encuentro de nuestros cuerpos en lugares públicos, la ordenación y expresión de nuestro malestar en la calle; definen una vez más eso que ha sido siempre objeto de preocupación del poder, el tumulto. Hace unos meses un tertuliano en una emisora de radio de ámbito estatal, historiador de teoría política, comentaba las molestias que le ocasionaban en los últimos tiempos los constantes cortes de tráfico de las protestas ciudadanas en su trayecto a casa, dando a entender que, o bien vivía en el centro o bien lo cruzaba a diario. Quizás están dejando de ser los poderes públicos, y son estos residentes de los barrios céntricos quienes más se inquietan por las manifestaciones frente a unos edificios institucionales a menudo vacíos; quisieran ver un poco más lejos de sí las protestas, aunque lleguen puntualmente a manifestar su simpatía hacia ellas.
II
Nunca como ahora ha estado tan bien señalizada la dirección que conduce al extranjero. Nunca los billetes de avión tan al alcance de la mano. La cuestión nacional llama ahora con descaro a la puerta de una parte de la población, la parte que todavía no ha emigrado. Es la estrategia ya conocida para los que se quedan: pasar, antes de que sea tarde, una costura de refuerzo para evitar que los cantos se deshilachen, que cualquier desliz llegue a hacer extensible la cuestión de la distribución del poder, la verdadera amenaza del centro.
Con fuerza renovada la disciplina de pertenencia a una nación o estado nos pregunta cuál es nuestro lugar de procedencia. De la respuesta depende ya recibir atención médica o no; de la simple sospecha de no pertenencia, ser detenidos en la calle por la policía, llevados a comisaria y, tras un trámite, finalmente conducidos a un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), haciendo así efectiva esa deportación a la médula que define la esencia misma de nación. Extranjero es la definición del límite: principio y a la vez fin de toda nacionalidad. Nunca seremos suficientes extranjeros para evitar que surja un estado nuevo.
Las batallas televisadas que se libran alrededor de la cuestión nacional, con letras e himnos renovados, son la herencia que recibimos los nietos de una trama en blanco y negro que nunca ha sido nuestra. Para nosotros la verdadera cuestión es otra: la expropiación y el reparto de la riqueza que tiene lugar actualmente en un territorio del que constantemente somos desplazados, del que constantemente se nos invita a marchar. Ésa es la maniobra. Sin embargo, seguimos siendo incapaces de cuestionar la simplicidad representacional que encierra la forma «Estado».
Incendio
La periferia es amenaza de una llama a punto de prender, cuando no terreno quemado. Arde con cada nuevo desplazamiento, en cada nuevo cordón policial.
Nadie recuerda quién ordena el fuego.
Queda apenas su arquitectura.