15.12.2006
Tentativas para una teratología del poder
A) ¿En qué se reconoce el monstruo o lo monstruoso?1
La Teratosfera.
Toma 1.ª
La Periferia de París vive la peor jornada de violencia desde que estalló la crisis. Disparos contra la policía, 29 detenidos y 177 coches quemados en la madrugada del jueves.
El País. Internacional 04/11/2005
Primera Tentativa
El monstruo hoy, es un lugar y una posición2 que cualquiera puede ocupar. El monstruo quiebra, colapsa, satura el sentido y el horizonte de lo real a la vez que amplia el campo de fenomenalidad interrumpiendo la obviedad, cortocircuitando las relaciones cotidianas con el mundo.
Desarrollo
Recurrir al monstruo no es un recurso literario y caso de serlo no sería premeditado. Pareja a la nueva emergencia del poder bajo la forma del Estado-guerra la postmodernidad ha construido –quizá mejor en presente continuo– está construyendo un nuevo relato de legitimación histórica. El eje que divide la historia, el eje del mal, es un eje polarizado bajo la égida de una división ancestral –amigo-enemigo– que ahora resurge con diferentes formatos. Las repercusiones de esta nueva ficcionalización son tremendamente reales y sus pasos pueden rastrearse a través de los nuevos procesos de politización, fragmentados hoy en mil pedazos. Inconexos, pero proliferantes. Inevitables. La monstruosidad, el monstruo, es la figura que el poder ha generado para visibilizar su enemigo. No es un recurso nuevo y la genealogía descubre el monstruo como un lugar de lo político, como una realidad a medio camino entre el dispositivo de poder y las resistencias. El monstruo, hoy como ayer, encarna la imposibilidad del poder para con una presencia –o una ausencia según se vea– insostenible. Así, a pesar de que a menudo la literatura, el cine o incluso la pintura hayan tratado de representar el monstruo, lejos de encarnarse en una cara, en un aspecto, el monstruo se reconoce, ahora, en una piel, una carne, lugar y posición recurrentes para todo aquél que en algún momento se resiste al poder. Todos esos ejemplos que la tradición artística nos ha legado, manifiestan justamente eso, que la maquinaria que el monstruo o lo monstruoso ponen en movimiento no es específicamente estética.3 Dicho de otro modo, el monstruo no es una cuestión estética. El monstruo es antes bien, una forma de lo político y por ello mismo pone en liza lo moral, lo estético, lo tímico, lo emotivo y lo afectivo. Habrá quien ponga en duda esta afirmación, sin embargo, debemos de pensar cómo es generado el concepto de monstruo y el monstruo mismo, pensar sobre todo si el lenguaje, si el pensamiento permanece intacto frente al poder y desistir de esa ingenua concepción, que aún hoy deambula entre nosotros y que pretende descubrir una realidad lingüística aséptica y neutral. Los últimos estudios acerca del sexismo en el lenguaje juegan a nuestro favor, ya que no deja de ser un ejemplo de lo que aquí estamos tratando de aclarar. El monstruo en este sentido encarna bajo el rostro de una determinación –el sustantivo monstruo es en este caso la rostrificación– toda la indeterminación que el poder no puede gestionar. Indeterminación que ha de ser necesariamente reconducida a una referencia que la haga asumible. Estudiada, clasificada, diseccionada… y en último término gestionada. Bajo el monstruo resuenan atávicos los ecos de la diferencia, pero de la diferencia en su estado más primigenio y radical, aquél en el que toda diferencia es monstruosa, es inasumible. Así, todo conato teratológico comienza a partir del símil, de la analogía… incluso si se quiere, antes, con la mixtura de las formas.
Esa diferencia que trata de gestionar el poder a través de una teratología se hace imposible bien cuando asume, bien cuando genera un lugar y una posición propios. En ese mismo momento se pone en marcha todo un engranaje emocional y afectivo que realiza la cartografía de ese lugar y esa posición a partir de una resistencia preposicional si se nos permite. Se resiste preposicionalmente, porque son las coordenadas preposicionales las que actúan como índice emocional y afectivo de esa resistencia. Se resiste, por ejemplo, con, por, para, en y desde… los amigos. Cuando se teme, cuando se ama, cuando se odia… las preposiciones son las que marcan el tono corporal su inscripción espacio-temporal y el índice de su resistencia. En este sentido, vivir, o no, monstruosamente circunscribe el resistir(se) a un horizonte emocional y afectivo en el que ni afectos ni emociones son susceptibles de ser psicologizados.
Bestiario social. Toma 1.ª
Arde París. París y desde hace unos días el fuego amenaza con hacerse extensible a toda Francia. La prensa, el Ministerio del Interior francés, politólogos, contertulios… nadie acierta a determinar de qué problema se trata. Vandalismo, emigración, mafias, integrismo… por cualquiera de los medios de comunicación pasean las hipótesis más descabelladas acerca de la situación, pero la realidad es que bajo esa indeterminación late el deseo si no de realizar una nueva cartografía de lo social, sí al menos de hacer funcionar de otra manera aquello que el poder ha impuesto a multitud de individuos. El problema que ven la mayoría de los países que temen al contagio de una situación tal demuestra que en realidad no se trata de las políticas de inmigración, ni de las «avalanchas» de las que dicen adolecer. No es un problema de convivencia ni de asimilación. El verdadero peligro es que la situación se repite en todos y cada uno de los países del Occidente «desarrollado» y además no coincide con un problema que afecte únicamente a la marginalidad. Ese es el verdadero peligro. Los jóvenes que aún hoy frente a un toque de queda siguen quemando coches en las calles de París son jóvenes cuyas vidas han sido inscritas en la precariedad y la miseria. Sin embargo, la situación no es nueva ¿Qué es lo que ha ocurrido entonces para que hiervan las calles de esta manera? Que han perdido el miedo, que han asumido su condición. El Ministro de Interior francés los denominó «bazofia». Hoy la «bazofia» ha tomado las calles asumiendo su desesperación y que nada tienen que perder. Su lugar es el abandono, el miedo y la precariedad, su posición ahora mismo es el querer vivir.
Es absurdo pensar que si el Ministro hubiera elidido esas palabras ahora el panorama sería más tranquilo. Eso sería negar la realidad social que ha dado lugar a estos enfrentamientos. No son los suburbios los que se han convertido en un gueto; es la sociedad la que ha devenido tal para con las miles de almas que pueblan aquellos. Una sociedad completamente impermeable que ahora se muestra extrañada al ver que regresan la ceniza y los adoquines. ¿Por qué pueden ser reconocidos como monstruos? Porque han sido tratados como tales, como una amenaza para el poder frente a la cual sólo cabe la defensa en pos de la seguridad, las políticas de diseminación y dispersión. Para ellos París comenzó a construirse a partir de los arrabales. El plan preparado para ellos funciona ahora más que nunca, pues el control y la regulación, la vigilancia, ya no se opera únicamente desde las fuerzas del Estado, sino desde la propia ciudadanía; la misma que antes no tenía ojos para ellos y a la que ahora le faltan ojos para observar atónita lo que sucede. Es el vecindario el que tiene miedo, la ciudadanía la que teme por su seguridad. Todos quieren una pronta solución del problema, pero esa es la verdadera enfermedad que aqueja a Francia en estos momentos, que para todos ellos, Gobierno y ciudadanía el problema son los coches quemados, los autobuses, los edificios públicos… el vandalismo. El problema no es en ningún caso, la precariedad de la vida de cualquiera de estos jóvenes, y no tan jóvenes, de los suburbios, el paro, la especulación inmobiliaria, la miseria, la economía sumergida, la discriminación, la violencia racial, la marginación. Desarraigados, bazofia, vándalos, marginados… Todos esos calificativos no demuestran sino la indeterminación que subyace a la forma de una politización monstruosa en la que la forma no está determinada. La proliferación de calificativos no marca sino la impotencia y el primer signo de que el aparato teratológico ha echado a andar. Los jóvenes insurgentes han quebrado el sentido de lo real que los había reducido a la tranquilidad que su silencio producía en el resto de la sociedad. Lo han colapsado, cosa que demuestra el toque de queda que no es sino un recurso para poder pensar una reestructuración de ese mismo sentido, una rehabilitación que pueda volver a articularlo. El sentido ahora mismo se encuentra saturado por mil matices que son los mismos que cobran vida del lado de un vivir que se quiere monstruoso y que no ha ampliado su horizonte de fenomenalidad, sino que en este caso lo ha generado. La movilización de la vida por lo obvio ha visto rotas sus consignas, que poco a poco están siendo sustituidas. «Es lo normal, vivo en los suburbios». Esta frase se ha convertido en un esputo que ladra el drama cotidiano de muchas personas: Vuestra normalidad, nuestra miseria.
La secuencia de la cotidianidad ha sido brutalmente interrumpida: Levántate, ve a trabajar, vuelve del trabajo, ve la tele y duerme hasta mañana.
Los monstruos nunca duermen permanecen siempre al acecho.
B) El aparato teratológico.
La Teratosfera.
Toma 2.ª
Francia declara el Estado de emergencia. Varias ciudades impusieron anoche el toque de queda para intentar frenar los disturbios.
El País. Internacional. 09/11/2005.
Segunda tentativa
La voz teratología procede del griego τερασ, -ατοσ, que significa monstruo o prodigio, y se completa con el sufijo logia que la refiere al estudio y la investigación. Así, la teratología es la ciencia que versa sobre los monstruos. En la actualidad, con esta denominación pretendemos nominar una multiplicidad de disciplinas que vertebran una de las incipientes articulaciones entre poder y saber. La teratología genera su objeto de estudio. Estudia, clasifica, disecciona, controla, vigila y actúa sobre el monstruo. La teratología gestiona lo monstruoso. Una tentativa como esta demuestra que la fórmula teratología del poder es un pleonasmo cuya utilización encuentra disculpa en la necesidad de significar la teratología como categoría de lo político.
Desarrollo
Si el monstruo hacía visible el enemigo que el Estado-guerra4 necesitaba, la teratología es la que posibilita esa visibilización. La teratología del poder marca los límites a partir de los cuales algo o alguien puede ser denominado monstruoso. Por eso decimos que la teratología genera el objeto que estudia, porque las presencias monstruosas no existen como tales hasta que una ciencia –en este caso un conglomerado de ellas– no se decide a definir aquello que es monstruoso como tal. Es la propia teratología con su estudio la que concede su carta de creencia al monstruo. Como hemos podido ver, en nuestra época, los monstruos no son ya seres deformes con rostros infames, en realidad, fuera del arte los monstruos no han sido exactamente eso casi nunca. Su deformación podía ser una deformación natural pero la repercusión más temprano que tarde terminaba por ser jurídica, emergiendo así un paralelismo en el funcionamiento de lo normal y de lo normativo.
A este respecto, la genealogía nos pone de nuevo sobre la pista, índice de que la teratología ha sido desde sus inicios una ciencia de ciencias. No ha sido una disciplina pura como tal, ya que los conocimientos que requería para ella eran conocimientos propios de todas las ciencias que estudiaban lo humano. En la actualidad ocurre lo mismo. La teratología, que ha ampliado su radio de acción extendiéndolo de lo propiamente teorético o analítico a lo práctico, no puede ser –menos, en una época como la nuestra– una ciencia aislada o pura, sino antes bien un conglomerado de aquéllas capacitadas para desplegar el enorme trabajo que supone la gestión de lo monstruoso. Así queda sobradamente articulada una nueva relación entre poder y saber, a través de todas las ciencias que colaboran a la constitución de una teratología e igualmente a través de las repercusiones prácticas que este ejercicio conlleva. La teratología pues, se convierte en un elemento privilegiado para acercarse hoy a las relaciones de poder, porque ella aglutina una enorme gama de repercusiones de diferentes disciplinas que vinculan el poder y el saber en un orden primariamente político. La teratología a este respecto necesitará de la moral, de la estética, de la eugenesia, de lo jurídico, de lo sanitario… Estos son los ámbitos que circunscriben las disciplinas que van a colaborar con una teratología, lo cual no quiere decir que se funcione por contagio, es decir, esto no significa que todo lo relativo a esas zonas sea relativo a lo monstruoso y lo teratológico. La teratología no funciona en la actualidad como una ciencia común, sino como un recurso que se configura a partir de la continuidad del estado de emergencia que estructura el Estado-guerra. Así pues, cuando apuntamos a un conglomerado de ciencias, nos referimos a que la teratología recurre y se sirve de todas las disciplinas que le son necesarias –ética, estética, psicología, sociología, medicina…– en su labor de disección y gestión de lo monstruoso. Junto a esto, la teratología presenta un estrato más primario en cada uno de nosotros cuando cotidianamente contribuimos a la segregación que ella genera, entre lo normal y lo anómalo, justificándonos a partir de los mismos argumentos que ella toma de dichas ciencias.
Bestiario social. Toma 2.ª
Francia ha declarado el estado de emergencia. Sin embargo, qué ocurriría si la emergencia fuera el estado habitual de lo social en la actualidad. El 11-S trajo consigo justamente eso, la disolución de un estado de excepción5 en la cotidianidad. Emergencia de un estado de cosas en función de la seguridad y la necesidad de defenderse de una amenaza continuada y sostenible que aún no ha remitido. El nuevo orden se ha legitimado en función de los nuevos parámetros del interés global. Endurecimiento de las penas, cierre de fronteras, control exhaustivo del extranjero, aumento de la presencia policial, aumento de los registros y controles no sólo en aeropuertos y estaciones, total impunidad en las actuaciones de las fuerzas de seguridad… Y en general todas aquellas medidas que puede adoptar un Estado que está permanentemente en peligro.
Por esto y por más razones sorprende ver que en la prensa se hable aún de un estado de emergencia. Es cierto que dentro de las legislaciones se preserva aún un espacio para las situaciones de excepcionalidad jurídica, pero junto a esto no cabe más que pensar que la emergencia de la que se habla en Francia, no es sino una nueva variación del actual estado de cosas. Éste legitima la resurrección de leyes de hace más de cincuenta años. Toque de queda para los menores y prohibición del derecho de asociación, estas son las dos medidas que por encima de las demás llaman la atención, ya que la excesiva presencia policial está justificada por la gravedad de los disturbios. Sin embargo, la prohibición del derecho de asociación es la misma que se hace cada vez que algún jefe de estado visita la capital francesa. Además tan sólo ha sido París quien ha recibido esta restricción y no lugares como por ejemplo Toulouse donde los conflictos han sido más cruentos. Junto a esto es casi obsceno que se muestre como una medida del estado de emergencia el toque de queda para los menores, como si ya de por sí todos esos menores no lo tuvieran a partir del núcleo familiar. Sin embargo, este estado de emergencia va a permitir limpiar de las calles a un buen puñado de extranjeros, tantos como hayan sido relacionados con los disturbios. Al menos eso es lo que ha solicitado el ministro de interior y de momento nadie ha puesto freno a su propuesta. No hay ninguna modificación legislativa. Las modificaciones son a nivel judicial y ejecutivo. Mientras las calles declinan su calor mediante los rescoldos de las noches pasadas, la maquinaria teratológica hace ya tiempo que echó a andar. Esos jóvenes, pues ya han sido identificados como tales, son inmigrantes, extranjeros, parados e inadaptados… todo importa a la hora de identificarlos y clasificarlos, su estética, su forma de vestir, de dónde vienen, cómo viven, de qué comen, cuándo y donde lo hacen… Incluso en una acrobacia digna de una sociedad espectacular6 se les concederá la palabra para saber lo que en este caso, sorprendentemente, no es obvio; a saber, ¿Por qué protestan, por qué son violentos y vándalos? La situación exige actualizar el retrato que el Estado-guerra tiene de ellos, para poder adaptar la respuesta al enemigo. Los media facilitan la labor, en ellos se integra gran parte de la labor teratológica a este respecto. Identificarán, clasificarán y diseccionarán, a su antojo, a los protagonistas de las noticias, por supuesto con rigor informativo y mostrando, pues las cámaras y los micrófonos no mienten, la realidad tal cual es ¿Quién podría adulterar la información in situ?
Junto a la legalidad, el juicio paralelo ya ha comenzado y la teratología comienza a funcionar en otro nivel, el de lo cotidiano. La gente de a pie ya tiene su opinión y su juicio, todo concuerda. Ahora sólo queda la respuesta ciudadana, la apelación al civismo y otro de los resortes del aparato de captura queda puesto en marcha. La movilización por lo obvio, el sentido, lucha por reestructurarse. La normalidad poco a poco va a tratar de fagocitar a los elementos patógenos. Ésta es la función última de la teratología: mantener la movilización por lo obvio y expresar el sentido de lo real a partir de todo aquello que combate, a partir de lo monstruoso. En este caso los suburbios franceses no muestran sino todo aquello que va en contra de la sociedad civil, del orden establecido, del buen funcionamiento del Estado, de nuestras vidas, que son las vidas que queremos vivir, pero ¿son las vidas que queremos vivir? El laboratorio del fascismo postmoderno tiene sus armas para reaccionar.
C) El eugenismo. La nueva raza.
La Teratosfera.
Toma 3.ª
Nueva ordenanza para garantizar la convivencia. Barcelona multará a compradores del «top manta», a clientes de prostitutas callejeras y a mendigos. Se pondrán multas de hasta 1500 euros. También se prohibirá el consumo de alcohol en la calle y las acrobacias en espacios públicos.
El Mundo. Nacional. 18/10/2005.
Tercera tentativa
La producción en serie de modos de vida ha sustituido al viejo eugenismo fascista. Es el orden capital, de la mano del aparato teratológico, el que dice qué vida es buena y bella. Todo vivir generado fuera de esos patrones de bondad y belleza será considerado monstruoso y perseguido como tal. En la actualidad el eugenismo ha salido del laboratorio y funciona a pie de calle, nosotros mismos somos los que en más de una ocasión colaboramos a su difusión. El eugenismo es un ejemplo más de la adaptación de un dispositivo del fascismo clásico al funcionamiento del fascismo postmoderno.
Desarrollo
El eugenismo divide hoy sus esfuerzos en dos frentes; por un lado, los que dirige al trabajo sobre el cuerpo, y por el otro, la generación de una nueva especie adecuada a las exigencias del orden capital.
Por lo que se refiere al trabajo sobre el cuerpo, éste no se limita ya a la jornada laboral, parte más que importante de ese proyecto. En este sentido todo eugenismo apunta directa o indirectamente, voluntaria o involuntariamente a la disolución de la finalidad que desea para su objeto en el arquetipo que lo anima. Es lo que ocurre en el fascismo clásico en el que por encima de la producción de una nueva raza, brilla amargamente la aniquilación de otra a través del trabajo sobre el cuerpo (para eliminar la vida), a través de diferentes formas, hornos crematorios, un estado concentracionario diversificado en diferentes Lager… El eugenismo funciona antes por eliminación que por creación. No necesita de la creación ya que ese es un paso que va de suyo y que pertenece más a una tentativa teratológica que a la propia eugenesia. El monstruo, la deformación, lo anómalo es la razón de ser del eugenismo, son ellos –los monstruos– los que desmienten su verdad, pero es por eso mismo, porque existen estas diferencias imposibles, por lo que surge el eugenismo como reacción y forma de despliegue de la teratología para poder restituir la teleología y la normalidad. A pesar de que la eugenesia, como decimos se debata entre un polo negativo y otro positivo, entre uno aniquilador y otro productor, la historia nos ha demostrado que acaba resbalando hacia la unicidad de la capacidad deletérea que lo anima.
El fascismo postmoderno ha recogido este legado y acoge como uno de los fundamentos de la actual teratología, la readaptación que ha llevado a cabo para con el eugenismo. Un cuerpo bello será un cuerpo bueno y un cuerpo tal, será bien nacido. Nacido a la conformidad con el orden capital. La publicidad, la moda e incluso en casos extremos el arte y la cultura colaborarán en la segregación de espécimenes aptos y no aptos para la nueva evolución. La vigorexia y la anorexia cantan, cada una a su manera, cada una en uno de los extremos de lo corporal, la triste melodía de la nueva eugenesia. La cantan el cuerpo vigoréxico y el anoréxico como planes fallidos de la eugenesia (sus ángeles caídos), atrapados ambos en el limbo de la desrealización corporal. Ni siquiera se deslizan hacia la monstruosidad porque ambos representan la aniquilación de la carne en el defecto o en el exceso. Su vivir es monstruoso, en tanto que ya no es apto para la nueva especie que lo rechaza y no le permite reconocerse en ella; pero no supone una resistencia en tanto que su propia desrealización elimina la posibilidad de un excedente que combata. Luchan por, pero contra, su vida.
El mismo sistema que patrocina la salud suministra la enfermedad en pequeñas dosis controladas o en aluviones, según convenga. Se trata de una patologización progresiva y permanente. Pero el eugenismo actual no se detiene en esta primera selección, en la del cuerpo bueno y bello. Las fronteras no protegen territorios, segregan individuos preservando a unos de otros. Cuando la valla no funciona, se articulan los arrabales en los que se dejará mal vivir o morir de inanición a los exponentes menos aptos para la nueva especie. A estos niveles el que no tenga papeles no es bueno ni bello, y por lo tanto no es bien nacido. Los buenos y los bellos siguen siendo hoy los mismos que hace siglos, al menos en Occidente. Francia no es una situación azarosa, una emanación repentina de vandalismo. Los franceses impuros siguen relegados a los suburbios. Pero más lejos aún, ningún cargo político de importancia es ocupado por un francés de segunda clase, tampoco los informativos lo son, a lo sumo el deporte… ¿Quién representa los suburbios sino ellos mismos? Frente a la cartografía que el nuevo eugenismo propone, frente a la nueva especie en la que no pueden verse reconocidos, los monstruos tienen una cartografía alternativa.
Bestiario social. Toma 3.ª
Barcelona ya tiene nueva ordenanza de civismo. El ajuntament, así como parte de la opinión pública han sido claros al respecto: «hace falta limpiar Barcelona». Para ello se combatirá la mendicidad agresiva, la venta ambulante, vomitar u orinar en la vía pública. Éstas últimas son las medidas de menor importancia dado que poco menos que se dan por supuesto, a pesar de que a veces uno sienta nauseas al caminar por la ciudad. Por lo demás, creemos que el ejemplo de la nueva ordenanza municipal de Barcelona, se suma a toda una serie de medidas que consagran a Barcelona como uno de los experimentos pioneros del actual fascismo posmoderno. Más allá, la ordenanza es, en toda regla, un despliegue del aparato teratológico. Con ella se trata de gestionar la vida en su vertiente más urbana, el anonimato. La ciudad, reducto último de lo anónimo, se convierte ahora en un coto privado de caza, cualquier individuo cuyo lugar y posición sean inconvenientes será detenido y multado. Ser inconveniente, en este caso, es simplemente poner en marcha un proceso distinto al que el poder –encarnado en cada caso– ha preparado para cada uno. En este caso, la monstrificación7 consigue sacar del anonimato a cada vivir monstruoso según cada caso, a través de la identificación y la sanción. El problema no es que a través de la prostitución millones de mujeres y hombres estén arrojados a la calle exponiendo de manera sistemática sus vidas, aceptando cualquier tipo de humillación y una monstrificación8 más dura aún; el problema es que ensucian la ciudad, que ocupan el espacio que está destinado a la ciudadanía porque, claro está, la prostitución no pertenece a ese concepto de lo cívico y de la ciudadanía. El problema no es, como decimos, que se aniquile el vivir de un individuo. La prostitución en la calle es un cortocircuito dentro de la cartografía que el poder diseña para el entorno urbano, una mancha dentro de los nuevos planes del urbanismo. Pero, más allá, son simplemente personas que han decidido hacer algo por sus vidas ya que la Vida no va a hacer nada por ellas. Para la ciudadanía como para los ayuntamientos la solución es fácil: hay escaleras de sobra. Sin embargo hay gente que piensa que no basta con ganar dinero, sino que hay que ganar lo suficiente, lo suficiente para lo que sea en cada caso. Al final y aunque nadie lo diga es una cuestión de dinero, pero eso no avergüenza a nadie.
La nueva raza destinada a ocupar la ciudad ha hecho ya su selección y quedan fuera todos los que por su cuenta hayan decidido liberar su querer vivir. «BCN-neta» es más que un simple eslogan en el camión de la basura. Ese podría ser el lema de las ordenanzas municipales si no existiera en el poder aún ese extraño gesto, la argucia que a veces se confunde con el pudor. Junto con la prostitución, la emigración que haya decidido salir del agujero está también condenada. El famoso «top manta» es un pretexto ideal para poder combatirla con menos miramientos. Hay que ayudar a la industria discográfica en su competición con las mafias, porque eso es lo que son. El flujo económico que alimentaba la industria musical ha sido cortocircuitado por la copia y la piratería y la teratología es el reflejo a pie de calle de toda una serie de peripecias dantescas que la justicia ha emprendido desde hace tiempo como respuesta a las súplicas del mercado. Sorprende cuando cae en nuestras manos uno de esos correos electrónicos en los que se hace una comparativa legal en función de la gravedad de los delitos; actualmente los delitos contra la propiedad intelectual son más graves que muchos que nos dejarían sin aliento. Para convencernos hay toda una campaña de sensibilización en la que… ¡milagro! Se utiliza incluso la prostitución. Sí, aquella rama que había de ser combatida es ahora utilizada como pretexto para acabar con el «top manta», porque son estos pequeños puestos los que alimentan las mafias que se dedican al negocio de la prostitución… No se trata de cuestionar la veracidad de la información sino de comprobar la frivolidad con la que se maneja y la funcionalidad que adquiere ese manejo. El extranjero no es el problema, ahora el vivir monstruoso es inmigrante. Es monstruoso cuando decide sobrevivir de la venta ambulante o cuando genera recursos al margen de los que para él como ilegal están reservados. Es ilegal y monstruoso para vivir en nuestras calles, pero no para anunciar la lotería y demostrar bajo el signo de la movilización por lo obvio cómo nuestro país progresa en pro de la «muticulturalidad».
La multiculturalidad es eso, un inmigrante que participa del sorteo de Navidad y que como «apto» puede combatir al ilegal. Después del «top manta» vienen los pañuelos en los semáforos y los limpiaparabrisas y después, cómo no, ha venido la mendicidad. Cómo permitir en una sociedad como la nuestra, cómo, una transacción no justificada, una transacción ilegal. Muchos de los que se alegran de que Barcelona vaya a ser limpiada estarían igual de contentos si los mendigos pagaran su contribución como vendedores, su contribución por realizar su gestión en medio de la vía pública, y no en cualquier vía, sino en las calles más importantes y transitadas de la ciudad. Pero nadie quiere comprar miseria y desamparo. En este caso, no hace falta concienciar a nadie. La teratología actúa desde su estrato más primario y no necesita de grandes despliegues, en este caso, el poder sólo aprovecha algo que está ahí para poder permitir el nacimiento de la nueva raza, el nacimiento de una ciudadanía «neta». Todos hemos visto a la gente sacarse de encima a alguien pidiendo, caras de censura, de reprobación, incluso de asco. «No pienso darle dinero para que se lo gaste en alcohol». El mecanismo se difunde entre la gente con la misma rapidez que se extiende desde el poder a cualquiera de nosotros. La culpabilización y el juicio moral son de los accesorios más rudimentarios de lo teratológico. Pero los monstruos también tienen su código. Camino por la calle Tallers en dirección a Aurora, levanto la vista y un trozo de cartón que hace las veces de cartel me encuentra. Mi mirada responde y encuentro un hombre pidiendo con el siguiente reclamo: «Una ayuda para un Ferrari y un chalet en Marbella.»
Esto no era sino un grito contra la culpabilización y la moralización, un grito con ironía, con humor incluso que interrumpía y colapsaba totalmente la lógica de lo real, el sentido de toda aquella situación, impidiendo que una situación en la que se pide desinterés sea camuflada, para limpiar la conciencia, a base de un artificio de culpabilización. El mendigo no tiene suficiente con ser mendigo, su problema no es carecer de techo o de un salario, el problema no es su dinero, es el nuestro. El problema es una transacción ilegal, es una confluencia, moral, estética y económica. No adornan, no producen y no tienen altura moral. ¿Puede comprenderse ahora por qué decía Nietzsche que se filosofa con el estomago? Contra la cotidianidad del absurdo el absurdo de la cotidianidad.
D) Vivir o no monstruosamente.
La Teratosfera.
Toma 4.ª
300 inmigrantes logran entrar en Melilla en dos asaltos masivos a la valla en menos de 24 horas. Movilización de guardias civiles y policías para frenar las avalanchas de 1000 subsaharianos.
El País. Internacional. 27/09/2005.
Cuarta tentativa
No se es monstruo, se vive, o no, monstruosamente. La identidad del ser, la substancialización de la monstruosidad es una tarea teratológica. La mayoría de las veces no se vive monstruosamente por convicción o por elección, sino que se nos descubre en ese proceso y con ese rostro. Vivir monstruosamente es moverse entre una doble ambivalencia; aquella que nos dice «no quiero ser un monstruo pero no pienso pedir perdón por mi existencia» y aquella que es consciente de que el poder se ha apropiado de la lógica de lo monstruoso tanto como del concepto de monstruo para conseguir justificar por qué persigue lo que él mismo ha creado; es decir, no sólo las resistencias son monstruosas.
Desarrollo
Acudimos como fórmula al vivir monstruoso porque nos permite hablar de un proceso sin agotarlo en una identidad y porque igualmente no trata de agotar la ambivalencia. Existe alrededor de lo monstruoso una ambivalencia de contenido y otra de forma. La ambivalencia presta testimonio del juego que diariamente nos dirime entre el infinito y la nada.9 Pero ya hemos dicho que existe una doble ambivalencia. Por un lado, aquella que juega entre el espacio en el que negamos nuestra cualidad monstruosa –la de nuestro vivir– y el espacio en el que se suprime toda posibilidad de justificación y simplemente se vive a pesar de todo –conteniendo ese «a pesar de todo» la culpabilización a la que se nos trata de condenar una vez que se nos ha descubierto o generado como seres monstruosos–. La primera de las tentativas es la que nos trata de reducir a la nada. En ella es una fuga hacia delante lo que se produce, toda justificación produce eso en ese momento, ya que sólo el perdón y el permiso del mismo poder que nos descubre como monstruosos nos harán libres. En ese sentido, la identificación, la clasificación, el control, la distribución de nuestro ser bajo el rostro de lo monstruoso, pretende que el mismo espanto que nos causa lo monstruoso nos haga disidentes de nosotros mismos, de nuestro vivir. ¿De qué forma? Diciéndonos quiénes somos y quiénes seremos. Sin embargo, nuestra monstruosidad es la cifra de nuestra indeterminación, lo inasible de nuestros procesos. Nuestro vivir es monstruoso en tanto que nuestra diferencia es diferencia imposible. Cuando se asume que no hay que pedir disculpas por existir es cuando se oscila hacia el infinito y simplemente se vive. Pero es un vivir que en cada caso según su posición y su lugar será, o no, monstruoso para el poder. Bajo ningún concepto este movimiento pendular, que describe infinitos momentos, infinitos tiempos, se detiene para siempre en uno concreto y mucho menos es fruto de un proceso reflexivo. Puede serlo, pero la tónica general de los actuales procesos de politización no es un aumento de la reflexión, sino una sensación creciente de que tenemos que hacer algo por nuestras vidas ya que la Vida no va a hacerlo por nosotros. Es el ejemplo que Jo Sol presentaba con exitosa y atónita recepción en el pasado festival de San Sebastián de la mano de El Taxista Ful. El gesto de Pepe no es un gesto político como tal o, al menos él, no lo piensa así. Es una vez realizado su gesto, una vez desplegado cuando se descubre politizado, cuando el poder descubre como monstruoso a un hombre que «roba» para poder trabajar. Por eso, vivir o no monstruosamente no siempre se elige, sino que en algunos casos, quizá en la mayoría va de suyo, tanto como el rechazo que cada uno puede sentir al ser considerado como un monstruo. No queremos ser monstruos pero estamos obligados a serlo en más de una ocasión.
Ese mismo rechazo es el que nos conduce a la ambivalencia que completa la díada que comentábamos. Rechazamos la monstruosidad porque el poder siempre nos ha dicho quiénes eran los monstruos y nos ha hecho odiarlos. Sin embargo, el hecho de que el mismo poder se haya calificado como monstruoso no es sino una vuelta de tuerca más dentro de la gestión teratológica. Nadie quiere ser monstruoso como el poder nazi, como la guerra de Vietnam o los miles de horrores que los siglos nos han dejado. Esto es síntoma por un lado de que hay que desterritorializar el concepto de monstruo o de lo monstruoso y por el otro es índice de que no sólo en el contenido sino en la forma el vivir monstruosamente resulta ambivalente, porque oscila entre el poder y las resistencias. Esta última ambivalencia es de forma, porque en el fondo a lo que afecta es a que sobre el plano de inmanencia conceptual de la monstruosidad se ha operado un vaciamiento y posterior llenado de contenido.
Bestiario social. Toma 4.ª
Europa es un gueto. Una valla así lo confirma, pero por si fuera poco la han ampliado para que saltarla no sea ni tan siquiera una posibilidad. Aún existe gente a la que le resulta sorprendente que los subsaharianos acudan en número de miles a la valla de Melilla. Afortunadamente el resto pensamos que lo sorprendente es que no se cuenten sus saltos por decenas o centenas de millar. El vivir de estos inmigrantes es monstruoso, pero no sólo porque intenten saltar la valla. Su monstruosidad no crece pareja a la injuria como en el caso de los «vándalos» franceses, la injuria viene para ellos después de su monstrificación. Saltar la valla es la prueba, al igual que la patera, de que un vivir monstruoso ha colapsado la lógica de la obviedad. No es obvio lanzarse al mar en una balsa para cruzar océanos de tiempo y adversidades, no es obvio trabajar de sol a sol para poder abandonar tu familia, tus amigos, y así poder mantenerlos con vida, no es obvio abandonar la tierra por obligación… No tiene sentido y sin embargo es real. La cancelación del sentido y de la obviedad que produce la inmigración es uno de los peligros para el actual orden capital, por eso la reacción contra ella está siendo desmedida y brutal de forma continuada. Es en la necesidad de identificación, en la necesidad de normatividad y normalización donde se encuentran una vez más lo propiamente biológico y lo jurídico, a saber, el monstruo. Rechazados por su piel, tanto como por su indigencia, en muchos casos no llegan ni a conmover la caridad. Las medidas que la teratología en su vertiente abrupta adopta son las ya conocidas: deportaciones, malos tratos y una larga lista de atropellos. En su vertiente más refinada están, por un lado, las trabas burocráticas, las puestas al día de los papeles, la generación de beneficios que se cuentan por millones de euros y el aumento del índice de natalidad, entre otros. Por el otro, «son los que nos quitan el trabajo», «es necesaria la regulación» «no cabemos todos»… Hace poco ya más de un año el director John Boorman nos mostraba en la película In my country, parte de lo ocurrido tras la «superación» del apartheid. En uno de los momentos álgidos de la película, uno de los protagonistas, reportero del Washington post, entrevista a uno de los ejecutores del genocidio exigiéndole un porqué: «La respuesta es sencilla: Ellos eran 30 millones nosotros 3000.».
Mientras Europa intenta imponer el lenguaje de la frontera el África subsahariana hierve y cada vivir monstruoso, los monstruos, tienen su propio código: Saltaremos 1000 si al menos entran 300.
Hierven las sombras por cantar la transparencia. Los monstruos sólo tienen el calor de otros monstruos para resistir(se).
Zafra, Diciembre de 2005